viernes, 19 de septiembre de 2014

El desinformador.

Doctor Goebbles. Roger Manwell.
Tempus, España, 2010.
Esta biografía de Joseph Goebbles, escrita por Roger Manvell y Heinrich Fraenkel, además de brindar un vistazo profundo y documentado a la vida de un hombre cuya frustración y resentimiento lo llevaron al más ciego fanatismo, evidencia las luchas de poder dentro de la cúpula del partido nazi y brinda valiosos datos sobre el arte de la desinformación. 
Joseph Goebbles (1897-1945) fue el ministro de propaganda de la Alemania Nazi. Se involucró con el partido cuando era solamente un grupo agitador con pocas probabilidades de alcanzar el poder. Gracias a su facilidad de palabra, tanto oral como escrita, Goebbles empezó a escalar posiciones. Fue uno de los primeros diputados nazis electos, llegó a ser Gautelier de Berlín y, más tarde, cuando estuvo al frente del Ministerio de Propaganda, supo orquestar un combinado de legislación, burocracia y represión para que ninguna actividad informativa o cultural se saliera de los límites del corral en que él las había encerrado. Acompañó a Hitler en la derrota hasta el final. Fue el encargado de incinerar el cadáver del Führer y, horas después, tanto él como su esposa cometieron suicidio luego de haber envenado a sus hijos.
Definitivamente, Goebbles no era una persona normal. La biografía, elaborada a partir de documentos, testimonios y los extensos diarios del protagonista, muestran a un hombre extraño, tan lleno de complejos y temores como de ambición y ansias de control. Goebbles era un resentido, un acomplejado, un vanidoso que, al mismo tiempo, era capaz de ubicarse por encima de sus emociones, analizar la realidad, realizar los planes siempre con la cabeza fría y de trabajar sin descanso todo el tiempo que fuera necesario para alcanzar su objetivo.
La piel de su rostro estaba llena de orificios. Bajo de estatura y con una pierna severamente dañada por una enfermedad infantil y una operación que no resultó según lo planeado, Goebbles no era precisamente un hombre hermoso.  A pesar de ello, o quizá precisamente por ello, el arreglo de su presentación personal era obsesivo. Tenía una cita semanal con el peluquero y en su armario almacenaba por docenas camisas y corbatas de seda, zapatos de diseñador, perfumes y mucho más de 365 trajes a la medida, de manera que podía vestir uno distinto cada día durante más de un año. Le gustaba hacer de seductor y sus conquistas fueron numerosas y, al menos en un par de casos, escandalosas. El propio Hitler tuvo que llamarlo al orden y obligarlo a dejar a una de sus queridas para salvar su matrimonio.
Obsesionado con el control, todo en su vida estaba planificado. Hasta la cantidad de cigarrillos que consumía al día tenían establecido su lugar y su momento. Hasta la siesta de media hora que dormía tras el almuerzo había sido ubicada en determinado sillón. Tenía cronometrado el número exacto de minutos que debía ocupar en asearse por las mañanas o en desplazarse de unas dependencias a otras. Había hasta una norma escrita que especificaba a cuántos centímetros de distancia del borde de la mesa debía ser colocado su maletín.
Curiosamente, lo que mejor hacía este personaje vanidoso y obsesionado por el orden, era mentir. Pero Goebbles no era un mentiroso compulsivo, de esos que deforman tanto la realidad que la falsificación resulta evidente.  Las mentiras de Goebbles, fruto de la planificación minuciosamente estudiada, tenían propósito, método y estrategia, contaban con herramientas y recursos, se desarrollaban de acuerdo con un programa ejecutado en el momento preciso y sin fallar ni el más mínimo detalle. Al final del proceso, una mentira fabricada por Goebbles era aceptada como cierta hasta por los más desconfiados. Quizá su mentira más famosa fuera la manipulación de la muerte de  Horst Wessel. En los barrios bajos de Berlín, dos proxenetas muy dados a las peleas callejeras, se enfrentan y uno de ellos, Wessel, es asesinado. El hecho, por lo común y corriente en esos ámbitos, apenas mereció una pequeña nota en la sección de sucesos. La mente de Goebbles vio una oportunidad y, gracias al hábil manejo con que puso a circular su propia versión, logró convertir a Wessel en un mártir de la causa nazi, al punto que “La canción de Horst Wessel” llegó a ser el himno oficial del partido.
Existe una cita falsa que le atribuye a Goebbels la frase: “Miente, miente, que algo queda.” Goebbles nunca dijo eso. No era su estilo. Nunca confiaba nada ni al azar ni a la improvisación. Lo que hacía Goebbles era precisamente lo opuesto: primero decidía qué era lo que quería que quedara y luego acomodaba las mentiras en función de lograrlo.
Goebbles era un solitario. Necesitaba mucho personal para ejecutar sus planes, pero no era capaz de trabajar en equipo. Lo mismo sucedía con otros líderes nazis, empezando por el propio Hitler. Eran personas cerradas a escuchar el punto de vista de los otros y solamente aspiraban a ser obedecidos. Cuando se estudian los años del III Reich, se tiene la impresión de que toda la Alemania nazi marchaba al unísono. En realidad, los nazis, aunque tenían adeptos incondicionales entre la canalla, nunca lograron el apoyo de los círculos de poder. Los nobles, los industriales, los terratenientes y la parte más adinerada de la burguesía, siempre consideró demasiado ambiguos los postulados sociales nazis. De hecho, entre los malabarismos que tuvo que hacer Goebbles, antes de que los nazis tomaran el poder, estuvo redactar mensajes que no minaran el apoyo de los desempleados, pero que tampoco espantaran a los poderosos. Los oficiales de carrera del ejército y del servicio diplomático, también miraban el régimen con reservas.
Lo interesante, y el libro lo ilustra muy claramente, es que la desconfianza y la división estaba presente también entre los miembros de la cúpula del partido. Goebbles y Himmler se odiaban entre sí desde que se conocieron. Goering y Goebbles no se hablaban, curiosamente porque Goering no compartía el antisemitismo de Goebbles. Las diferencias de Goebbles, ministro de propaganda, con Joachim Von Ribbentrop, ministro de exteriores, eran tan abismales que en las embajadas alemanas de todo el mundo llegó a haber un agregado de propaganda (nombrado por Goebbles) que actuaba a contrapelo de los embajadores (que eran de carrera) y del resto del personal (nombrado por Ribbentrop).
Cuando uno ve un grupo por fuera, le parece sólido y unido. Cuando lo estudia por dentro descubre que es frágil y fraccionado.
Sin embargo, más allá del retrato del individuo o del grupo del que formó parte, lo más valioso del libro es la forma en que muestra cómo Goebbles logró concentrar en sus manos todo el flujo de información de un país entero. A los intelectuales, productores de teatro, de cine o de radio, Goebbles se les acercaba con la chequera abierta, ofreciendo el mecenazgo oficial, porque todo el mundo sabe que el que paga manda. Goebbles consideraba que el fin de las conferencias de prensa no era informar a los periodistas, sino dirigir la opinión del público por medio de ellos. Creía, además, que el mejor camino para llegar al corazón de un periodista era su estómago y, por ello, cada reunión o entrevista venía con banquete y agasajo.
Con el cuento de “poner orden” ahogó la actividad cultural e informativa con una serie de leyes, decretos, reglamentos, normas y disposiciones y estableció penas severas, de multa y de cárcel, a quien osara quebrantarlos. Estableció listas de personas autorizadas a ser periodistas, escritores, actores, músicos, camarógrafos, locutores etc. y prohibió el ejercicio ilegal de cualquiera de estas ocupaciones.
Cuando hubo actos violentos y represivos, saqueo de establecimientos, quema de libros, destrucción de obras de arte, arrestos masivos e, incluso, palizas y matanzas, Goebbles se encargó de que las páginas de los periódicos vinieran llenas de accidentes de tránsito, detalladas descripciones de robos o crímenes pasionales y muchas notas ilustradas de estrellas de cine y de la canción. Hasta los corresponsales de prensa americanos, ingleses y franceses, tardaron bastante en abrir los ojos y darse cuenta de que formaban parte de toda una orquestada plataforma de desinformación.
Una biografía de Goebbles puede catalogarse, sin exagerar, como un libro de terror. Lo más terrorífico es que, tantos años después de su muerte, uno observa las limitaciones y las manipulaciones de la prensa en ciertos países y se da cuenta de que el método de Goebbles acabó creando escuela.



INSC: 2627

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