jueves, 4 de septiembre de 2014

La palabra precisa.

Larga noche hacia mi madre. Carlos
Cortés. Alfaguara, Costa Rica, 2013.
Siempre he creído que los sinónimos no existen. No es lo mismo casa o vivienda, cama o lecho, comida o alimento. Cada palabra encierra un significado propio y, con mucha frecuencia, uno se pone a buscar otras opciones porque la palabra que se usó, por alguna razón, se queda corta para expresar la idea que uno tenía en mente.

En literatura, esa búsqueda por la palabra precisa es fundamental. En la novela Te acordás hermano, un joven escritor comenta  un relato en que un hombre disparó la escopeta y, tras el disparo, una garza cayó. Allí había algo que andaba mal. La garza no podía simplemente haber caído.  El verbo caer está bien para una hoja seca que se desprende la rama, pero no es capaz de expresar el dramatismo y el dolor de un ser vivo herido de muerte.  Tras pensarlo un rato, logró dar con la expresión correcta. “La garza se desgajó del cielo”. Se desgaja algo vivo, con dolor, con ruptura de tejidos y con agonía, porque lo que se desgaja, inevitablemente muere.
El escritor, mientras crea, está solo. Tal vez comente los borradores con algunos amigos, pero el trabajo es solo suyo. Hemingway dijo que lo más duro de ser escritor es dedicarse a un oficio en el que nadie puede ayudarle. Sin embargo, ya cuando el libro se va a publicar, el escritor encuentra un buen aliado en su editor.
He tenido la oportunidad de editar varios libros. Es un trabajo muy hermoso en que uno se involucra mucho tanto con el autor como con la obra. A lo largo del proceso, desde que uno recibe el manuscrito hasta que finalmente se entregan los artes a la imprenta, inevitablemente uno tiene que leer el libro entero varias veces.
Para un escritor, su editor es algo más que un amigo con derechos. Es un lector con derechos. Un lector atento que, además de corregir la ortografía, la gramática y el diseño, tiene el privilegio de plantear sugerencias de fondo.
En el 2013, me correspondió editar la novela Larga noche hacia mi madre, de Carlos Cortés, publicada por Alfaguara. En esa novela, un hombre llega a la edad adulta sin comprender muchas cosas acerca de su familia, que tiene una historia compleja y llena de secretos. La atención se concentra, principalmente, en la madre, una mujer enferma tanto física como mentalmente, que genera en el hijo sentimientos encontrados.
Cuando la madre muere, un momento verdaderamente emotivo en la novela, una hermana tenía “ropa para arroparla”.  Al leer esa línea, tracé una marca en el texto para discutirlo luego con el autor. Al principio, no hice más que indicarle la cacofonía y le sugerí utilizar otra palabra. Barajamos algunas opciones, pero ni el autor ni yo quedamos muy convencidos y lo discutimos un rato más, como los personajes de Te acordás hermano con la garza que se desgajó del cielo.
Tras meditarlo a fondo, llegamos a la conclusión de que el problema no era el sustantivo, sino el verbo. Daba igual vestido, prendas o ropa. Lo importante era definir la acción. ¿Envolverla? ¿Arroparla? ¿Abrigarla? ¿Amortajarla?
Envolverla fue descartado de plano. Envolver no tiene ninguna connotación emocional y definitivamente no era el verbo indicado para ese instante de la novela. Se envuelve un objeto, algo que no tiene y nunca tuvo vida. Arropar o abrigar, tienen un toque de ternura, de calor, de protección. Amortajar, en cambio, es un verbo relacionado totalmente con la muerte, tétrico, frío y, si se quiere, hasta cruel. Se abriga para proteger. Se amortaja para sepultar.  Se arropa a un ser querido. Se amortaja un cuerpo sin vida.
Por principio, no acostumbro comentar obras literarias en cuya edición he trabajado. Me parece que quien participó en el proceso, no es el más indicado para opinar sobre el producto.
Hasta hace poco, leí por primera vez la edición impresa de Larga noche hacia mi madre. Es un libro muy crudo y doloroso pero, al llegar a la muerte de la señora, percibí un guiño de dulzura al leer que la hermana tenía listas “algunas prendas para arroparla”.
INSC: 2577 

1 comentario:

  1. Yo no soy más que una escritora aficionada, pero comprendo porque lo he experimentado, el momento en que se encuentra la "palabra perfecta". Diría que es una sensación palpitante, con un toque de euforia. Es el momento en el que el párrafo por fín expresa con total precisión lo que querías transmitir... y es muy emocionante!

    Estupendo post, me ha encantado.

    Un saludo!

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