viernes, 31 de octubre de 2014

El puerto del erotismo y el desencanto.

Puerto de Pasiones. Faustino Desinach
Costa Rica, 2001.
Faustino Desinach dirige una mirada sobre los aspectos más crueles de nuestra sociedad. Crudos, directos y, en buena medida, grotescos, los textos que componen Puerto de Pasiones sorprenden con una forma de expresión descuidada y brutal.
"Tomás dijo que los poemas escritos por mí son vasos de ron echados a la cara”. Esta frase, que el propio Desinach cita en Puerto de Pasiones refleja muy bien el impacto del lector que se acerca a sus versos. Como si se acabara de recibir el golpe del líquido contra el rostro, la primera reacción es de perplejidad.
Conforme pasan las páginas siempre queda algo que sorprende y molesta. La lectura viene acompañada con un sentimiento de desazón, de incomodidad, porque tanto en la forma como en el contenido, en todas las páginas hay algo que molesta y perturba.
Que nadie se deje engañar por el título. Puerto de pasiones está muy lejos de ser el libro que uno pudiera imaginarse. En él no se encuentran ni un solo poema capaz de complacer un gusto poético convencional. Entendámonos: Desinach no es uno de esos poetas aspiran el aroma de las flores; él más bien busca en la basura la causa de su pestilencia para mostrarla en toda su crudeza. La perfección o, simplemente, la musicalidad del poema, lo tienen sin cuidado. Ajeno a todo preciosismo, Desinach opta por el golpe directo, por el impulso fuerte y el impacto doloroso. Huye del pulimiento, quizá por considerarlo un silenciador del estruendo.
Los libros de Deshinach no se pueden leer con los lentes de un gusto poético definido. Para entrar en ellos es necesario, más bien, desprenderse antes de todo lo leído y lo creído. No se trata de un poeta que se acerque al lector sino, por el contrario, un poeta que marcha por su rumbo y que el lector, si quiere entrar en comunicación con él, debe aventurarse a seguirlo dentro de su propio mundo y bajo sus propias reglas. Que se alejen de él los que no estén dispuestos a tolerar lo inmediato y grotesco de sus temas y lo rudo del lenguaje con que los trata.
El libro viene dividido en siete partes. Abre con Juego de Pasiones, en el que ya en sus primeras páginas aparecen los niños que encienden piedras y los policías que frustran clases de manejo en La Sabana. Allí mismo se mencionan los funerales multitudinarios que tuvo el conocido travesti Ana Yanci en Puntarenas.
De primera entrada queda claro que estamos frente a una poesía dependiente de las referencias, de lo inmediato, como si hacer poesía fuera (¿Y por qué no puede serlo?) una forma de mirar la realidad. 
Se ha dicho que el arte es un reflejo del mundo real. En este libro, más que reflejo, es eco. En medio de unos poemas a veces duros de tragar, aparecen sonidos familiares que, lejos de endulzarlo, hacen más amargo el trago.
Domingo Desnudo, la segunda parte, nos muestra todas las reflexiones de un solitario que, encerrado en su casa, reflexiona sobre la muerte del maestro Hugo Díaz y, entre otras muchas actividades, a cual más de extrañas, decide matar el tiempo leyendo los periódicos de la semana pasada. Esta sección cierra con un extraño verso: “Santas Almejas”, que introduce una auténtica letanía que tendrá una presencia muy fuerte a lo largo de la tercera parte y que no se abandonará del todo hasta el final del libro.
A partir de la tercera parte, todos los poemas cerrarán con invocaciones como “Santos Peces Voladores”, “Santos Cangrejos”, “Santas Ballenas” y otras por el estilo.
Es en esta sección donde surge con mayor claridad una voz desencantada, que reniega de quienes se meten a jugar de Madres Teresas sin serlo y acaban huyendo “con las carteras hediondas a chorizo”. Es la voz de un hombre que, aunque vive inmerso en la vida de una ciudad, por alguna razón siente que no forma parte de ella.
El desencanto que empieza a asomarse, se desboca en Muelles, el apartado siguiente, en el que se mencionan, entre otras cosas, las protestas del combo del ICE, el mundo de la droga, las declaraciones de Fidel Castro contra Costa Rica, la telenovela Betty la fea y el banquete que, en diciembre pasado y en ocasión de la navidad, ofreció el Presidente de la República a los indigentes josefinos.  Aparecen, además, sendos retratos de las portadas de La Nación y la Extra y se menciona el asesinado de Parmenio Medina.
No se crea, sin embargo, que el libro cae en lo panfletario. Se percibe más bien una voz de protesta que no pretende ni la denuncia ni la reivindicación.
Tras una descarga de bofetadas fuertes, Desinach baja el tono en Barómetros Inapelables, seis poemas de vocación paisajística que simplemente miran al entorno. Viene luego Amanecer en la Playa, un retorno al erotismo tan explotado por el autor en sus dos primeros libros Itinerario sexual  y Cofee Sex.
Menos erótico y más romántico (aunque siempre salpicado de crudeza) es Estero, la parte más extensa del libro en que se desarrolla un amplio relato sobre dos seres que desean estar juntos pero no pueden alcanzarse. El está en Puntarenas, ella en la Península de Nicoya, pero siempre aparece un imprevisto que les impide tomar el ferry. La necesidad de tener cerca al ser amado, justo cuando la distancia parece infranqueable, llega a ser angustiante.
En esta misma sección, que es la que cierra el libro, se incluye una escandalosa colección de grafitis, así como sendas miradas a los bajos mundos en los que cabe destacar un cine cuya pantalla está hecha de sábanas remendadas y sucias y el consultorio de una bruja que no cuenta con mayores efectos especiales.
Al terminar la lectura de Puerto de Pasiones, ciertamente no quedan en la memoria imágenes poéticas resplandecientes ni versos memorables. Lo que queda es un revoltijo de sensaciones que inquietan hasta mucho después de cerrado el libro.
Ajeno a las intrigas del mundillo literario, Desinach, que edita y publica en solitario sus propios libros, recibirá con un impermeable las réplicas que genere su obra. Las reacciones, inevitablemente, serán violentas.
Puerto de Pasiones no es un poemario redondeado, acabado, bello y, podría agregarse, ni siquiera agradable. Pero su lectura es una experiencia fuerte e impactante, tan fuerte e impactante como recibir de golpe y por sorpresa, un vaso de ron arrojado a la cara. 
Faustino Desinach, poeta, narrador, pintor y fotógrafo.
Esta foto, en NewYork, es de hace bastantes años,
cuando las torres del World Trade Center estaban en pie.

INSC: 1054


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