viernes, 31 de octubre de 2014

La fiesta de Trujillo.

La fiesta del chivo. Mario Vargas Llosa
Alfaguara, España, 2000.
El dictador latinoamericano es un personaje muy curioso. Su crueldad es tan grande como su ridiculez y, por ser al mismo tiempo verdugo y payaso, los pueblos que han sufrido uno lo han convertido tanto en objeto de sus temores como de sus burlas. Los escritores, por su lado, andan siempre en busca de personajes interesantes y les encanta encontrarse historias reales que en verdad ocurrieron pero que parecen fruto de la imaginación más desbocada. No es de sorprender, por tanto, que Mario Vargas Llosa, el escritor peruano, haya escrito sobre Rafael Leonidas Trujillo, el dictador dominicano.
La fiesta del chivo es una novela que nos lleva a República Dominicana, país del que Trujillo fue amo y señor desde 1930 hasta su muerte en 1961. Su control total sobre el país llegó al punto de instaurar en las escuelas el culto a su madre y de cambiar el nombre de la ciudad capital de San Domingo a Ciudad Trujillo.
En el libro se relatan tres historias distintas. La primera se refiere al retorno de Urania Cabral, una dominicana radicada en Estados Unidos que vuelve a su país para enfrentarse con un viejo trauma de adolescencia. La segunda nos brinda un recuento detallado de las actividades de Trujillo en el último día de su vida, desde que se levantó, a las cuatro de la mañana, hasta que lo cosieron a balazos en la madrugada del día siguiente. La tercera y última de las historias, por su parte, se ocupa de la vida de los conspiradores que asesinaron al tirano, las razones que los llevaron a involucrarse en la conjura y la suerte que corrieron luego.
Las tres historias se siguen sin ninguna dificultad, ya que vienen distribuidas de una forma muy simple: un capítulo para cada una, alternativamente, desde el principio hasta el final.
Al leer La fiesta del chivo, tuve la sensación de que algo no cuajaba. Mario Vargas Llosa es un escritor experto para quien el difícil arte de armar una novela es un juego conocido. Trujillo, por su parte, es un personaje riquísimo. Las historias que se pueden contar sobre su manía por el control absoluto son tan asombrosas que rayan en lo absurdo. Es decir, el protagonista y la historia de la novela son interesantes y la narración estuvo a cargo de uno de los grandes. Sin embargo, repito, hay algo que no cuaja. La novela está llena de puntos flacos.
Para empezar, debemos recordar que no es lo mismo novela histórica que historia novelada. La diferencia obvia está en el mismo orden de las palabras. La novela histórica es ante todo novela y la historia novelada es ante todo historia. Una cosa es crear una obra de ficción basada en hechos y personajes reales y otra muy distinta es valerse de recursos literarios para hacer más fluida la lectura de una investigación histórica.
No entro a juzgar hasta qué punto Vargas Llosa le dio libertad a su fantasía al escribir este libro, pero la lectura me dejó la sensación de una obra más didáctica que literaria. Todas las páginas están colmadas de personajes con nombre y dos apellidos, detalles mínimos y fechas exactas. En los diálogos, pareciera que los personajes estuvieran obligados a brindar información clave y explicaciones amplias cada vez que abren la boca, lo que convierte a La fiesta del chivo en un libro en que los datos están en primer plano y la prosa en segundo. El libro provoca respeto, admiración y hasta asombro, pero no por la calidad de la composición, sino por la de la investigación.
La conversación de Urania con su padre y sus familiares, por ejemplo, en la que repasa hechos de treinta y cinco años atrás con pelos y señales, está tan llena de detalles mínimos y discursos argumentales que resulta, además de carente de naturalidad, fastidiosa. Aquello parece más un expediente judicial que una conversación familiar.
A veces la extensión y profundidad de una clase magistral, que se supone es una intervención en un diálogo, son tan desbordadas, que da la sensación de estar leyendo uno de aquellos interminables discursos que don Pedro de Alarcón hacía soltar a los personajes de sus novelas.
A La fiesta del chivo, además del agobiante torrente de datos, se le puede reclamar el hecho de que, pese a ser una novela que se ubica y se refiere a la República Dominicana, está escrita en un español bastante neutro, lo que delata que el esmero por brindar datos históricos no fue emulado a la hora de explorar la riqueza de los giros, expresiones y localismos del lenguaje dominicano. Incluso aparecen, en boca de dominicanos, expresiones españolas como "forrado de cuartos".
El personaje de Urania, por otra parte, se mueve en una dicotomía muy curiosa. Nacida en la República Dominicana, parte a Estados Unidos a los catorce años y no regresa sino cuando ya ronda los cincuenta. La comparación de los dos países, que se desprende del texto, roza el desprecio al origen. Es como el contraste entre civilización y barbarie. Urania ve a República Dominicana llena de ruido, calor sofocante y fritangas, mientras que asocia a Estados Unidos con la calma, el frío del otoño y el yogur bajo en calorías. Estados Unidos, recalca, tiene una prensa libre, un régimen de libertades y fue en la universidad de Harvard, donde esta muchacha descubrió que la vida valía la pena ser vivida.
El dictador dominicano Rafael Leonidas
Trujillo  (1891-1961) uniformado, condecorado y
maquillado para la foto. 
Pero quizá el punto más llamativo del libro, en cuanto a su forma sea este: ¿Se puede escribir una novela con un único personaje? Vargas Llosa lo hizo.
Todas las historias que se cuentan giran en torno a Trujillo. Lo que le sucede a los demás personajes se relata solamente en función de la relación que tuvieron con Trujillo. Tal vez lo que el autor pretendía haya sido mostrar el peso de la figura del dictador en la vida de todos los dominicanos, pero resulta lamentable que no se haya explorado ninguna vida paralela y ajena a lo que sucediera en el Palacio Presidencial. Trujillo, por cierto, además de centro de gravedad de todo el libro, acaba casi coronado por una aureola de heroísmo: es organizado, amigo de los amigos, enemigo de la corrupción y, a su manera, hasta patriota. El papel del malo de la película recae sobre el modosito Doctor Balaguer, un señorito casto, cursi y aparentemente inofensivo, que supo jugarse las cartas para caer de pie, traicionando tanto al dictador como a quienes lo mataron.
Existen ya varias novelas que se ocupan del tema del dictador. Tirano Banderas, de Valle Inclán, Yo el supremo, Augusto Roa Bastos, El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, El recurso del método, de Alejo Carpentier, El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez y La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez, por citar solo las más conocidas. Pero mientras estas otras novelas han explorado el mundo psicológico del poder y han retratado el lado humano de quien lo ejerce, Vargas Llosa se ha concentrado en lo histórico a nivel detallado y esta obsesión acabó convirtiéndose en el lastre más pesado de su novela. La fiesta del chivo es un libro que se lee para obtener información, para enterarse, no para deleitarse en la prosa ni para adentrarse en la complejidad interna de los personajes. La novela no está escrita como novela, sino como un informe frío, meticuloso y lleno de detalles. Se vuelve morbosa y tétrica a la hora de describir torturas (también en detalle) y resulta empalagosamente dramática, al estilo de una novela rosa, en la confesión del drama de Urania.
Duele decirlo, pero esta obra no es lo que uno podría esperar ni de Vargas Llosa ni de Trujillo. Es un libro rico en información y datos, pero la información y datos los lectores como yo, los buscamos en otra parte. No en una novela.
INSC: 1002

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