martes, 4 de noviembre de 2014

Conferencias de Alejo Carpentier

La cultura en Cuba y en el mundo.
Alejo Carpentier. Letras cubanas,
Cuba, 2003.
En el año 2004, me invitaron a decir unas palabras en un homenaje a Alejo Carpentier que ser realizó para celebrar el centenario de su nacimiento. Mi intervención fue breve, pero Amado Riol Pírez, un simpático funcionario del Consulado Cubano, que estaba presente en el acto, quiso recompensarla y días después recibí, con una amable dedicatoria, el libro La cultura en Cuba y en el mundo, que recoge una serie de conferencias radiales que pronunció Alejo Carpentier en 1964.
El libro es sencillamente maravilloso y, para mí, fue una verdadera revelación. Tengo en mi biblioteca todas las novelas de Carpentier, pero este es el primer libro de artículos suyos que tuve la oportunidad de leer. 
Los temas son variados y abarcan literatura, música, arquitectura y pintura.
El libro incluye su maravilloso ensayo La ciudad de las columnas, sobre La Habana, así como extensos y valiosos escritos sobre el poeta Roberto Fernández Retamar, el pintor Wifredo Lam y tres largas notas dedicadas al compositor Heitor Villa-Lobos. También, no podía faltar en un libro publicado en Cuba, hay un capítulo dedicado a Fidel Castro que, curiosamente, es en el que Carpentier es más escueto. Se limita a citar párrafos enteros del larguísimo discurso con el que Fidel se defendió en el juicio por el asalto al cuartel Moncada y, tras dos o tres líneas sin mayores comentarios, pone otra cita del discurso y de esa forma cumplió con el inevitable tributo al tirano sin comprometerse demasiado. Otro personaje infaltable, en un libro editado en Cuba, es José Martí, cuyas obras completas fueron editadas por la Editorial Nacional de Cuba, que dirigía Carpentier.
Con estas conferencias he conocido una nueva faceta de Carpentier. El narrador erudito y barroco también tenía la capacidad de ser didáctico. 
Particularmente interesante me resultaron las conferencias sobre la novela latinoamericana. Carpentier arranca su exposición remontándose hasta la prehistoria y sostiene que, en las primeras comunidades humanas, el arte surgió en conjunto. La poesía, la música y la danza debieron haber nacido juntas y fueron inseparables para los pueblos más antiguos. Los poemas épicos de Homero, La Iliada y la Odisea, nacieron posteriormente para grabar en la memoria acontecimientos tanto históricos como fantásticos. El teatro representaba las historias para el pueblo y la narración de historias de ficción resulta entonces, la última manifestación literaria en aparecer. Existen ejemplos aislados de narraciones en la antigüedad, como el Satiricón, de Petronio o la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato, pero como bien dice Carpentier,  "un árbol no hace un bosque".
Sostiene la tesis, comúnmente aceptada, que los cronistas como Bernal Díaz del Castillo y el Inca Garcilaso de la Vega deben ser considerados los primeros autores de literatura latinoamericana. Comenta luego las obras, en muchos sentidos fundacionales, Don Segundo Sombra (argentina), La Vorágine (colombiana) y Doña Bárbara (venezolana). La apreciación que hace Carpentier de María, de Jorge Isaacs, aunque comparte la opinión general de que es una novela cursi que no hace más que invitar al llanto, destaca su aporte e influencia en la consolidación de la novela latinoamericana. Es bastante extenso a la hora de comentar a dos contemporáneos suyos, el venezolano Arturo Uslar Pietri y el Guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Sobre Asturias, cuenta una anécdota muy interesante. En una ocasión Asturias le comentó a Carpentier que tenía casi lista una novela titulada Malevolge. "¿Por qué Malevolge", preguntó el cubano, "¿Qué cosa es un Malevolge?" Asturias le explicó que en los cantos del Infierno de la Divina Comedia de Dante, los condenados estaban sumidos en unos agujeros llamados Volge y que el peor de todos era el Malevolge. Carpentier le dijo a Asturias lo mismo que le habríamos dicho usted o yo: que ese título no servía, que nadie lo iba a entender y que se buscara otro. Al final la novela se llamó El señor presidente.
Personalmente, no me gusta ponerle atención a un autor cuando habla de su obra. Me parece que un pintor al hablar de sus pinturas, un compositor de su música o un autor de sus libros se están ubicando en un lugar que no les corresponde y en el que poco pueden aportar. Sin embargo, las páginas en que Carpentier se refiere una por una a sus novelas son verdaderamente reveladoras. Se refiere a El Reino de este mundo, Los pasos perdidos, La guerra del tiempo, El acoso y El Siglo de las luces. Cuenta desde la idea inicial que despertó su interés por el tema, la forma en que esa idea fue tomando forma, la manera en que seleccionó, acomodó y descartó los elementos que quería incluir en la trama y su apreciación, como autor, del resultado obtenido. Cualquier aprendiz de escritor, como yo, escucha con la boca abierta a un maestro cuando habla sobre el oficio. Como muchas otras cosas importantes en la vida, la idea que acaba convirtiéndose en una gran novela aparece por casualidad y sin previo aviso. En 1956, Carpentier, que por entonces residía en Venezuela, acababa de publicar Los pasos perdidos, había tenido buena respuesta del público y de la crítica y hasta se había ganado un premio y se dirigía a Francia con la idea de escribir algo sobre la Revolución Francesa. El avión aterrizó en la isla de Guadalupe y allí el aparato tuvo un desperfecto. Una de las hélices quedó inservible y en la isla no había un respuesto, por lo que nuestro escritor quedó atrapado en un hotelito en el que, un compañero de mesa, para meterle conversación, le hablo de Victor Hughes, el misterioso personaje que había traído las ideas de la Revolución Francesa al Caribe. Carpentier quedó encantado con el personaje y decidió escribir sobre la Revolución Francesa pero ubicando la historia a miles de kilómetros de París y Victor Hughes acabó siendo el personaje principal de su gran novela El siglo de las luces. 
En sus apreciaciones sobre la novela latinoamericana, Carpentier llega hasta los últimos exponentes. Un escritor mexicano que a sus treinta y seis ya había conseguido cierto renombre, llamado Carlos Fuentes y un jovencísimo peruano de veintiocho años llamado Mario Vargas Llosa, cuya novela La ciudad y los perros logró ganar la atención y los elogios del gran maestro cubano.
No menciona a Gabriel García Márquez por una razón muy sencilla. Cien años de Soledad se publicó en 1967 y el libro recopila conferencias de 1964.
Alejo Carpentier (1904-1980). Musicólogo, erudito, formidable novelista y,
además, excelente conferencista.

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