jueves, 6 de noviembre de 2014

De la vida a la literatura.

Los azules días. Joaquín Gutiérrez Mangel.
Editorial de la Universidad de Costa Rica
Costa Rica, 2000.
Aunque la vida de don Joaquín Gutiérrez fue larga y rica en experiencias, sus memorias, tituladas Los azules días, es un libro breve en que la vida de don Joaquín apenas se asoma. El libro, más que una autobiografía, es una colección de relatos autónomos sobre diversos momentos y personajes. Hay, por supuesto, una que otra anécdota personal pero, además de escasas, todas están ubicadas en su infancia y juventud. Cuenta la vez que su madre, que pintaba cuadros, lo castigó por haber metido mano a una de sus obras. Don Joaquín, en ausencia de su madre, tomó el pincel para agregarle un par de detalles al cuadro que su madre estaba pintando, con la esperanza de que ella no se diera cuenta. Doña Stella lo castigó, no por haber pintado en su cuadro, sino por haberlo hecho tan mal. En la casa de Limón, la familia tenía un mono como mascota y un exministro de seguridad como vecino. El exministro era calvo y usaba peluca y tenía la costumbre de quitársela a la hora de leer el periódico en la mañana para que su cráneo recibiera algo de sol. Un buen día el mono saltó al patio vecino y le robó la peluca. La empleada doméstica del vecino tocó la puerta para decir que por favor le devolvieran "eso". Don Joaquín y su hermano, haciéndose los tontos, solamente preguntaban qué era "eso", pero la empleada contestaba simplemente "eso, eso".
Los azules días, como todos los libros de don Joaquín, está lleno de sonrisas. En el libro no menciona nada de sus tiempos en la Unión Soviética ni en Vietnam, tal vez por haberse ocupado de ellos en otros libros. Tampoco habla de su trabajo en la editorial Quimantú, en Chile, en tiempos de Allende ni de la proeza que fue salir del país tras el golpe de Pinochet. Tampoco menciona su estrecha amistad con Pablo Neruda ni sus triunfos en el ajedrez. Sobre su familia, su esposa y sus dos hijas, tampoco se ocupa. Al escribir sus memorias, don Joaquín optó por llamar la atención sobre otros más que sobre sí mismo. Dedica un capítulo aparte a cada uno de los grandes personajes de su vida: a Monseñor Sanabria, su profesor de literatura, a don Joaquín García Monge, el mentor literario de su generación y a sus contemporáneos Yolanda Oreamuno, Carmen Lyra, Max Jiménez, Francisco Amighetti, Carlos Luis Fallas, Manuel Mora y Juan Manuel Sánchez.
Por tratarse de las memorias de un escritor, encontré en el libro dos revelaciones sorprendentes. La primera fue la influencia de su tío Agustín Gutiérrez Ross, tío Tin, quien tenía una imaginación extraordinaria y al caer la tarde, cuando regresaba a casa del trabajo, reunía en torno suyo a los sobrinos (don Joaquín incluido) para contarles historias de aventuras. El tío Tin iba inventando las historias conforme las iba contando pero, antes de empezar, secreteaba con la tía Carmen para saber cuáles sobrinos se habían portado bien y cuáles mal. A los que se habían portado bien, los ponía de capitanes de barcos que resistían el ataque de los piratas y a los que se habían portado mal los dejaba solos en el globo en que estaban dando la vuelta al mundo, o los ponía de cocineros mientras los que se portaban bien iban a cazar tigres y elefantes. Me pregunto hasta dónde habrán influido las historias del tío Tin en la vocación literaria de su sobrino.
El otro detalle que me llamó la atención, fue que encontré, en las memorias de don Joaquín, a varios personajes de sus novelas. Estoy seguro de que don Joaquín se inspiró en su padre, don Paco Gutiérrez Ross, para construir el personaje de don Héctor, el finquero de la novela Puerto Limón. Otro personaje de la misma novela, que aparece en las memorias, es el negro Tom Wilkelman, a quien don Joaquín presenta como su ángel de la guarda. Era un gigante, alto, fuerte y musculoso, que tomaba al pequeño Joaquín y lo montaba sobre sus hombros. Desde allí arriba, bien agarrado al cabello del peón, el futuro escritor avanzaba por la finca esquivando las ramas. Un trabajo frecuente, en una zona tan lluviosa como Limón, consistía en hacer zanjas que sirvieran como desagüe. Cuando Tom paleaba, lanzaba por lo alto la pelota de barro. A los otros peones se les volvía a llenar la zanja con el siguiente aguacero, pero no a Tom, gracias a la distancia a que podía lanzar su paletada. En la novela Puerto Limón, Tom maneja un motocar, pero a quien lea las memorias y la novela, no le cabrá duda de que se trata del mismo Tom.
En las memorias, don Joaquín recuerda a una perrita, Pirula, que fue la mascota consentida de su casa. La perra favorita de Federico, en la novela Murámonos Federico, también se llama la Pirula y, al igual que la del mundo real era capaz de sonreír.
Don Joaquín se encontraba en Moscú cuando le avisaron que su padre, don Paco, se encontraba muy enfermo. Envío inmediatamente un telegrama que decía: "Salgo mañana, llego ayer" y fue tomando aviones que lo fueran acercando a Costa Rica. Tuvo buena suerte con las conexiones y al día siguiente estaba tocando la puerta de la casa en San José. Lo recibieron con gritos de sorpresa, ya que arrivó apenas pocos minutos después de que llegara el telegrama. Don Joaquín cuenta cómo vio morir a su padre. Esa misma escena, en todos sus detalles, está en Murámonos Federico para contar la muerte de Colacho.
En otra entrada mencioné que el propio don Joaquín me contó que al Marqués, el personaje de su novela Te acordás hermano, no lo inventó, sino que lo conoció.
A veces, ante un libro lleno de historias asombrosas y personajes memorables, uno se asombra ante la imaginación de escritor, cuando es muy probable que esas historias y esos personajes, el escritor no los haya inventado, sino que se los haya encontrado a lo largo de su vida.

INSC: 1703

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...