domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Qué leían los abuelos?

El que quiera divertirse. Iván Molina.
EUNA EUCR, Costa Rica, 1995.
Este libro me sacó de una duda. Siempre me había preguntado por qué, en la literatura costarricense, la poesía no había llegado tan alto como la novela. Mientras en otros países latinoamericanos las grandes figuras literarias son poetas, en Costa Rica son novelistas. Rubén Darío llegó a decir que en Costa Rica la poesía no se daba bien y hay que reconocer que tenía razón. A principios del Siglo XX los poetas eran escasos y poco interesantes. Para entonces ya teníamos, en cambio, bastantes novelas meritorias. La generación del cuarenta fue eminentemente de novelistas: don Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles, Carlos Luis Fallas y Yolanda Oreamuno. Max Jiménez es más audaz como novelista que como poeta. Todos ellos nos legaron novelas formidables.
En la poesía no nos ha ido tan bien. Nunca tuvimos un gran romántico, ni un gran postromántico, ni un gran modernista, ni un gran vanguardista, como sí los hubo, en abundancia, en otros países vecinos. En materia de poesía no es sino hasta muy recientemente que han aparecido voces de peso.
Tras las grandes novelas de los años cuarenta, en Costa Rica continúan apareciendo novelas de gran valor. La poesía escrita por ticos, a pesar de las honrosas y cada vez más numerosas excepciones, continúa siendo desabrida y anticuada.
¿Por qué en Costa Rica se desarrolló más la novela que la poesía?
Encontré la respuesta, o al menos una explicación digna de tomarse en cuenta, en el libro El que quiera divertirse, de Iván Molina. Es un libro sobre libros, verdaderamente interesante.
La investigación muestra las obras que formaban parte de las colecciones privadas más antiguas de que se tiene noticia, cuáles eran los temas y títulos más frecuentes y cómo la composición de las bibliotecas fue variando dependiendo de ciertos acontecimientos como la independencia, la exportación de café, la introducción de la primera imprenta y la consolidación del Estado Nacional.
Molina expone paso a paso cómo el libro fue sufriendo una metamorfosis que, partiendo de ser un objeto valioso, llega a bifurcarse en arma ideológica, fuente de información útil o de estímulo recreativo.
Durante la Colonia, eran pocos los que sabían leer y escribir e, incluso entre ellos, más pocos los que tenían libros. El libro era un objeto tan raro como una joya. Se atesoraban como los candelabros de plata, no tanto para usarlos como para venderlos y heredarlos. En la investigación se consigna que un cura le dejó de herencia veintiocho libros a una pareja analfabeta. En aquella época, la mayoría de los libros de los que se tiene noticia eran religiosos.
En 1814, con la fundación de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, era de imaginarse que la circulación de libros aumentaría, pero no fue así. El presupuesto se iba en cubrir el sueldo de los maestros y, solamente si sobraba algo, se mandaba a traer algún libro. La Casa de Enseñanza de Santo Tomás nunca tuvo una gran biblioteca. Los estudiantes y los maestros tampoco eran aficionados a consultarla. Se conserva el testimonio de un viajero alemán que pudo ver los libros en armarios con puertas de vidrio pero, como nadie sabía dónde estaba la llave, tuvo que hacerse una idea de la biblioteca revisando las grasientas páginas del catálogo.
Hubo también por esa época una biblioteca abandonada en un galerón en el que se almacenaba carne de cerdo.
Gracias a Ricardo Jiménez Oreamuno y Pedro Pérez Zeledón, entonces dos jóvenes abogados, la biblioteca de Santo Tomás se vio enriquecida con libros de ensayos laicos, modernos e ilustrados.
La Universidad de Santo Tomás cerró en 1888 y sus tres mil seiscientos cincuenta y tres volúmenes se convirtieron en el arranque de la Biblioteca Nacional.
Unas décadas antes, en 1856, se fundó en San José la librería El Álbum y hubo un momento en que había más ejemplares y más títulos en esta librería que en la biblioteca.
Gracias al establecimiento de El Álbum, empezó a despertar en Costa Rica el gusto de la lectura como una forma de entretenimiento. Hasta entonces los libros eran vistos como objetos vendibles y heredables (por los que no leían) o como fuentes de información (por los que leían).
La literatura de ocio no fue recibida con buenos ojos. El obispo Bernardo Augusto Thiel advertía que "ningún género de escrito infiltra más suave y mañosamente el veneno de la incredulidad y de la corrupción que el de la mala novela, que ha sido piedra de escándalo contra la cual se han estrellado la fe y las buenas costumbres de una gran parte de nuestra sociedad." Los liberales también tacharon de superfluo el pasatiempo de leer, pero las clases altas, enriquecidas por el café, queriendo darse aires de gran mundo, se deleitaban con las novelas de Dumas y Sir Walter Scott.
En la Librería Española, fundada por el catalán Vicente Lines en 1884, se vendían libros de Tostoi y de otros autores europeos. Desde cincuenta años antes, por cierto, en los periódicos aparecían novelas por entregas.
No solo la importación, sino la impresión de libros en Costa Rica, creció constantemente debido a la demanda de un público aficionado a leer en las tardes de lluvia. Tomando en cuenta el alto analfabetismo que tuvo nuestro país hasta bien entrado el Siglo XX, y considerando también el hecho de que los libros no eran baratos, resulta asombrosa la producción editorial en la segunda mitad del Siglo XIX. En la década de 1850 se publicaron en nuestro país cincuenta y un libros. Setenta y uno en la década de 1860. Noventa y siete en la de 1870. Ciento sesenta y ocho en la de 1880 y trescientos dos en la de 1890. Entre 1903 y 1914, por otra parte, se publicaron ciento un revistas y ochenta y seis periódicos.
¿Qué era lo que tanto leían los abuelos? Ante todo, y sobre todo, novelas. En la oferta de la librería El Álbum, en 1858, figuraban ciento sesenta y tres títulos de novelas y solamente veintidós títulos de libros de poesía. Ese dato, considerando el desarrollo posterior de nuestra literatura, es más que elocuente. Los escritores costarricenses estaban familiarizados con distintos tipos de novelas de diversos autores y disponían de poca información sobre los nuevos caminos que se había abierto la poesía. Eso explica por qué, en Costa Rica, las grandes novelas se cuentan por docenas y los libros de poesía realmente valiosos con los dedos de la mano.

INSC: 1191



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