jueves, 13 de noviembre de 2014

Una juventud inquieta.

Desconciertos en un jardín
tropical. Magda Zavala.
Guayacán, Costa Rica, 1999.
Entre el desorden de papeles de Bernal, Gabriel se encuentra un panfleto sin firma en el que, a propósito de cualquier anécdota, se proclama que todo lo que sucede en este país se debe a que hay una alianza de las clases dirigentes contra los intereses populares. Cuando termina de leerlo, con un gesto desdeñoso pero a la vez nostálgico, Gabriel exclama: "Ya nadie se acuerda de esas varas".
La memoria es corta. Todo pasa. Las aguas vuelven rápidamente a su nivel y la generación de jóvenes que en los años setenta protestaba por Alcoa, no tardó mucho en acomodarse en los puestos mejor remunerados que el oportunismo permitiera alcanzar. De la época de luchas, a la mayoría no le quedó más que la pose, la memoria llena de consignas y proclamas y el recuerdo nostálgico de los encontronazos con la policía.
La generación que vivió su juventud en las décadas de los sesenta y setenta, independientemente de lo que haya hecho luego, se caracterizó por estar sedienta de cambio. Un grupo de esos jóvenes inquietos y cuestionadores, llenos de inquietudes sociales e inquietudes artísticas, desgranan sus ideas y sus sueños en Desconciertos en un jardín tropical, novela de Magda Zavala. La rebeldía propia de quien descubre que el mundo no es lo que podría ser, desasosiega a estos muchachos josefinos tanto en lo político como en lo estético.
En lo que se refiere a las letras, aquellos muchachos pretendían, entre otras cosas, sacar de la literatura el estilismo cursi, el cuadro de costumbres y realismo tieso, tanto como la imitación de tendencias vanguardistas.
En la novela nos encontramos con un héroe colectivo: la pandilla de estudiantes convencida de que el mundo requería un cambio y que creía de corazón que era posible realizarlo.
Esos jóvenes viven en la tranquila ciudad de San José, donde la represión no pasa de la indiferencia y el único instrumento de tortura del que pueden ser víctimas es el serrucho. En esa ciudad cómoda y apacible, en la que por más enemigos que tengan o crean tener su integridad física está fuera de peligro, manifiestan su solidaridad con las injusticias que se cometen en las naciones vecinas.
"Quien sea indiferente en este valle o meseta de lágrimas", declara tajante uno de los protagonistas, " es porque tiene el pellejo duro."
El pellejo de aquellos muchachos, de más está decirlo, era tan sensible como el de cualquiera que alrededor de los veinte años de edad, al realizar las primeras lecturas transgresoras, abre los ojos para descubrir que era un mito lo que siempre le habían enseñado como verdad absoluta.
"Es más sencillo contar con los dedos de la mano los países en que no se masacra ni hay miseria extrema", dice más adelante otro de estos muchachos que acabaron alineándose en la izquierda como respuesta a su indignación ante la injusticia.
Los protagonistas son un grupo de todólogos (o de diletantes, como los calificarían quienes se complacen en el fracaso ajeno), que se reúnen en distintos sitios para mantener vivos los temas de varias conversaciones que tardaron toda su juventud en consumirse.
El tono del libro, dividido en episodios autónomos, es distendido, coloquial y ameno, muy alejado del deseo ingenuo de "sonar bonito". Por otra parte, todo el texto viene salpicado con abundantes gotas de un humor, además de fino, afilado.
Independientemente de que el lector recuerde o no los hechos aludidos, pronto se llega a desarrollar una profunda simpatía por esos personajes inquietos y llenos de energía, profundamente idealistas y encantadoramente ingenuos.
Casi todos ellos escribían y sus textos circulaban en hojas de papel periódico, escritos a máquina con poca tinta y mucha fuerza. Algunos cometieron el error de creerse geniales y se asustaron luego al descubrir que apenas llegaban a imitadores. El que no escribía a lo Cardenal, escribía a lo Dalton. Para muchos, las pretensiones literarias se fueron diluyendo hasta desaparecer. Los sueños de un proyecto político también se gastaron contra el tiempo y la dura realidad.
A fin de cuentas, fue más lo que hablaron que lo que hicieron. Las horas interminables de cafetín, hablando de literatura, no se vieron traducidas en la producción de obras innovadoras que reflejaran las propuestas de esas tertulias. Fue mucho el disertar acerca de lo que había que hacer en el país, pero poca la disciplina necesaria para intentar hacerlo.
Aunque Desconciertos en un jardín tropical está ubicado en una época y una sociedad específica, lo cierto es que refleja la mentalidad de la juventud inquieta, al punto de que los jóvenes de otras generaciones u otras latitudes, que no recuerdan ni conocen las luchas y polémicas a las que se refiere el libro, probablemente se identifiquen con los protagonistas. Las coordenadas de juventud tienen más peso, en este libro, que las geográficas o de época.
Este es un libro que hay que leer poco a poco para poder adentrarse en su mundo, para poder ir identificando y conociendo a esos muchachos a través de sus mordaces comentarios y sus siempre cambiantes y estrafalarias ideas.

INSC: 1112

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