martes, 2 de diciembre de 2014

El pesimismo de Vargas Llosa.

La civilización del espectáculo. Mario
Vargas Llosa, Alfaguara, España, 2012.
Uno creería que si alguien recibe un reconocimiento importante, seguramente estará alegre, de buen ánimo y optimista. Sin embargo, el primer libro que publicó Mario Vargas Llosa tras haber sido galardonado con el Premio Nobel, es de un pesimismo bastante amargo. 
Bajo el título La civilización del espectáculo, aparecen reunidas varias entregas de Piedra de toque, aquellas famosas notas que el escritor peruano solía publicar en la prensa, junto con otros ensayos que, de alguna manera, enlazan el contenido para que sea una propuesta de conjunto y no una antología.
En los distintos apartados, Vargas Llosa habla de literatura, de arte, de periodismo y de política. Su diagnóstico es negro como un túnel. Según él, todas estas áreas (y otras más a las que se refiere de pasada) se han venido banalizando hasta ser irrelevantes y vacías. Vivimos en una época en que solo se produce literatura light, cine light, arte light. El público no tiene memoria ni criterio, sino que vive pendiente de la novedad. El gran éxito de un libro, a la hora de su lanzamiento, no significa que seguirá editándose y acabará convirtiéndose, a la larga, en punto de referencia. Nada de eso. Lo más probable es que al año siguiente nadie lo recuerde porque alguna otra novedad desechable habrá capturado la atención. 
"La cultura en la que vivimos desalienta esos esfuerzos denodados que culminan en obras que exigen del lector una concentración intelectual casi tan intensas como las que las hizo posibles", se lamenta. Señala también el hecho de que la crítica ha desaparecido y que en su lugar se ha entronizado la publicidad. Las reseñas de libros de los periódicos y revistas son promocionales más que orientadoras. Los análisis literarios de las facultades de Letras de las Universidades están escritas con una jerga profesoral que las aleja del público y las reserva solamente a especialistas. Queda uno que otro crítico literario que, basándose en su solido criterio y experiencia, trata de elevar un poco el debate pero, se pregunta, "¿alguien lee a esos paladines solitarios que tratan de poner cierto orden jerárquico en esta selva promiscua en que se ha convertido la oferta cultural en nuestros días?"  
El arte conceptual es una farsa. Antes, el público iba a las galerías y los museos a observar pinturas y esculturas. Ahora, hasta las galerías más destacadas y los museos más prestigiosos prestan su espacio para mostrar ocurrencias que, despojándolas del cuento teórico con que las acompañan, a nadie le interesaría mirar. Los intelectuales, ensayistas, semiólogos y académicos han llevado su elucubración teórica hasta el absurdo. Los charlatanes dictan conferencias en las universidades en las que cuestionan hasta su propia existencia. Mientras el público masivo se entretiene en la frivolidad del disfrute de obras desechables y huecas, los vanidosos intelectuales se han encerrado en grupúsculos para deleitarse en su juego retórico, esóterico y oscurantista de espaldas al conjunto de la sociedad.
La política ha hecho a un lado la confrontación de ideas y propuestas para convertirse en un truculento juego de alcanzar el poder gracias al marketing. Entre los políticos actuales no hay grandes oradores ni pensadores y ni siquiera hombres de acción, sino personajes mediáticos que prestan más atención a los gestos y la apariencia porque tienen claro que el votante no presta atención a nada más que lo evidente.
Vargas Llosa lamenta que el arte, la literatura, los estudios universitarios, el cine y la política, se hayan convertido en actividades triviales. Afirma que la cultura se ha ido banalizando hasta convertirse un pálido remedo de lo que nuestros padres y abuelos entendían por esa palabra. Vislumbra en el futuro un mundo sin valores estéticos en el que las artes y las letras habrían pasado a ser poco más que formas secundarias de entretenimiento. Denuncia la falta de autoridad de los entendidos para orientar al público y el poco criterio de las mayorías para apreciar en su justo valor lo que acaba consumiendo sin pensar.
Así de oscuro y pesimista es el diagnóstico. El libro cierra sin una luz de esperanza, sin una sola mención a obras o autores que mantengan vivo el optimismo.
No discuto el diagnóstico. Nadie podría hacerlo. Es verdad que las librerías, los cines y las galerías de arte están llenas de productos desechables que logran público y ventas solamente gracias a una campaña publicitaria bien planteada. Es verdad que los intelectuales amantes de las teorías complejas viven en otro planeta. Es verdad que los políticos actuales no tienen ni la cultura, ni la inteligencia, ni la visión de futuro, ni la claridad de ideas de los antiguos líderes. Pero, incluso aceptando como acertado el panorama que pinta, me resisto a creer que dicha situación vaya a mantenerse indefinidamente. La moneda falsa circula solamente por un tiempo. Cada vez más público, al asistir a una exposición de arte conceptual, descubre que le están tomando el pelo. Cada vez más lectores tienen claro que la cantidad de ejemplares vendidos de un libro no tiene nada que ver con su calidad. Los intelectuales soberbios engañan a cada vez menos y su influencia ha quedado reducida a sus incondicionales. El político fotogénico de simpatía fingida y cabeza hueca se reconoce a leguas. 
Estoy seguro que la frivolidad no ganará la batalla. Creo que cada vez más lectores, seguidores del arte y votantes, son capaces de distinguir los diamantes de las cuentas de vidrio. Hay muchos escritores que trabajan arduamente para producir una obra sólida más que un éxito de temporada, así como hay también líderes políticos que piensan en la próxima generación más que en las próximas elecciones. No son figuras de primer plano, lo reconozco, están ocultos detrás de los figurones desechables de turno pero, repito, confío en que pronto se convertirán en protagonistas principales.
Admito que se requiere de mucha paciencia para encontrar propuestas literarias, artísticas o políticas que no sean ni la farsa del producto masivo ni la farsa del grupo intelectual sublime y hermético. Pero que las hay, las hay y el boca en boca acabará destacándolas.
Vargas Llosa es un escritor de gran frescura y energía. En este libro ha hablado como un viejo cascarrabias, que suspira por los tiempos idos, se lamenta de los cambios que ha presenciado y profetiza un futuro negro en que todo irá de mal en peor. 
Comparto su diagnóstico, pero no su pesimismo.

2 comentarios:

  1. Es que tiene razón: danzamos en función de lo que dice la tele, Carlos. En mi último post, precisamente hablo de eso; somos lo que consumimos; y de ello se aprovechan. Yo quiero léermelo, más que nada porque me encanta Vargas Llosa y todo lo que escribe. Me terminé ayer Pantaleón y las Visitadoras.

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    1. Sí, Alex, no lo niego. Tiene razón. ¿Pero es que acaso el fenómeno no se va a revertir en algún momento?

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