miércoles, 29 de abril de 2015

Autobiografía de Eleanor Roosevelt.

Autobiografía de Eleanor Roosevelt.
Eleanor Roosevelt. Editorial Novaro,
México, 1964.
La vida de Eleanor Roosevelt es mucho más interesante de cómo ella la cuenta. Esta niña huérfana que fue educada para no aspirar a más que ser una abnegada madre y esposa, con los años deslumbró por su gran inteligencia, llegó a ser una de las columnistas más leídas de los Estados, se convirtió en figura mundial por sus luchas en favor de la erradicación de los prejuicios clasistas, sexistas y racistas y, como diplomática en la recién creada Organización de las Naciones Unidas, le correspondió redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 
Nació en el seno de una de las familias más antiguas, ricas y poderosas de la costa este de los Estados Unidos, llena de personajes pintorescos, historias extrañas y tradiciones absurdas. Su padre, Elliott, era el hermano menor del Presidente Theodor Roosevelt. Su madre, Ana Hall, era una delicada princesa de la alta sociedad de Nueva York, cuya fortuna y árbol genealógico no se podían abarcar ni con la más desbocada imaginación. El abuelo materno, Valentín Hall, era tan obscenamente rico que en toda su vida no hizo más que cultivar el ocio. Se construyó una enorme mansión de aspecto tenebroso sobre el río Hudson, en la que todos debían cumplir su santa voluntad. Y digo santa, porque Valentín Hall era un puritano religoso que tuvo siempre en su casa un clérigo, como en otras cosas se tiene un animal doméstico. A su esposa Mary la trataba como a una más de sus hijas. Le escogía los vestidos y las joyas y nunca le permitió contacto alguno con el mundo exterior, al punto que a la muerte de Valentín, la señora Mary, que heredó sus millones, no sabía ni cómo escribir un cheque. Las hijas de ese matrimonio, como es fácil de suponer, tocaban piano, se desenvolvían con modales impecables, paseaban con sombrero y sombrilla y no tenían más tema de conversación que la decoración de la casa y la vida social. 
La madre de Eleanor murió cuando ella era muy pequeña y su padre, Elliott, la dejó al cuidado de Mary, la abuela materna quien, fiel a la tradición familiar se dispuso a convertir a la niña en una decorativa muñeca de porcelana. Eleanor pasó su infancia en la mansión de la abuela, vestida de blanco con encajes, sin derecho a correr, jugar o ensuciarse. A la abuela solamente le importaba que la niña estuviera bien vestida, bien peinada y bien quieta y acabó descuidando otros aspectos de su educación. Por ejemplo, a los nueve años todavía la pequeña no sabía leer ni escribir porque la abuela había olvidado ese pequeño detalle.
El gran amor de su infancia fue su padre, al que idealizó de manera romántica. Le escribía cartas pero pocas veces iba a visitarla. Los ratos que pasaba con él eran para ella los más dichoso. "Durante mi infancia" decía Eleanor, "mi padre era el único que no me miraba como si yo fuera una criminal". Elliott Roosevelt y Ana Hall tuvieron tres hijos, pero la favorita de Elliot era Eleanor, la mayor. Nunca la corregía, nunca la regañaba, era cariñoso con ella, la sacaba a jugar y la llamaba "mi regalo del cielo". Aparte del hecho de que era la única persona que le mostraba amor, a la imaginación de la niña no debía de resultarle nada difícil idealizar al padre que adoraba y extrañaba. Elliott Roosevelt era un magnífico jinete y jugador de polo, nadie le ganaba remando ni nadando, su puntería era infalible tanto con rifle como con pistola y, cuando estuvo en la India, cazando tigres y elefantes, escaló los Himalayas.  La razón por la que Elliott no vivía con sus hijos era que, pese a ser un atleta, sufría desde pequeño de un tumor cerebral, inoperable en aquel entonces, que regularmente le provocaba mareos y dolores de cabezas que lo hacían pegar aullidos. Para superar sus crisis, no tenía más que remedio que abrir la botella de whisky y beber hasta caer inconsciente.
Eleanor y su padre Elliott Roosevelt en
1889. Su padre murió a los 34 años de edad
en 1894 poco antes de que la niña
cumpliera diez años.
En una visita, Eleanor encontró a su padre muy triste. Tras abrazar y besar a la niña, la sentó en su regazo y le informó que Elliot, su hermano, había muerto. Era el que le seguía a Eleanor y tenía solamente ocho años. Su padre le dijo que los únicos amores que le quedaban en el mundo, eran ella y su otra hija Gracie. Le prometió que cuando ella y su hermana fueran grandes las llevaría a viajar por todo el mundo y le pintó un futuro color de rosa.  Al despedirse, le pidió que se convirtiera en una persona de la que él podría estar orgulloso y le prometió visitarla con más frecuencia.  Nunca volvió a verlo. Poco antes de que Eleanor cumpliera los diez años, le avisaron que su padre había muerto. Durante varios días, Eleanor lloró desde que se despertaba hasta que se dormía. Más que su padre, sentía que había perdido su futuro.
Con los años, Eleanor, encerrada en su jaula de oro, llegó a convertirse en una princesita de alta sociedad. Sabía música y llegó a dominar el francés e italiano tras su permanencia en exclusivos internados europeos para señoritas. Pero Eleanor no fue nunca una muchacha bonita. Tenía los ojos y los dientes demasiado saltones, lo que le daba a su rostro un aspecto poco delicado. En una reunión familiar, habría pasado toda la velada sentada en una silla de no haber sido porque su primo Franklin Delano Roosevelt tuvo la gentileza de ser el único que la sacó a bailar.
No se sabe nada de cómo acabaron enamorándose pero lo cierto es que poco después de ese baile, Franlin y Eleanor decidieron casarse. Sara, la sobreprotectora madre de Franklin, se opuso al enlace y, para disuadir a su hijo, se lo llevó de paseo en un largo viaje que duró meses. Sin embargo, los jóvenes primos acabaron casándose. Ambos tenían en común el haber nacido y crecido en una burbuja. Franklin era de los Roosevelt de Hyde Park, también de la aristocracia neoyorkina y había pasado su infancia en la enorme mansión familiar y en el exclusivo internado para varones de Groton, de donde pasó a estudiar leyes en Harvard. Además del Derecho, a Franklin, quien hablaba francés, italiano y alemán, le interesaban la Filosofía, la Historia y la Economía. La joven pareja recibía muchos visitantes, casi todos de la élite intelectual y cultural de Nueva York y Eleanor se sentía incómoda porque no comprendía las conversaciones. Su formación académica era bastante deficiente. Tampoco sabía cocinar ni realizar tareas prácticas y tenía fama de darle a sus sirvientes, en un día, más órdenes de la que ella recibiría en toda su vida. Para no quedar como tonta en las conversaciones inventó un truco. Prestaba atención a lo que se decía y, si alguien le preguntaba su opinión, repetía algunos de los comentarios que había escuchado. Sin embargo, no debió echar mano de ese recurso por mucho tiempo. Se puso a leer, a escuchar y a pensar y se percató de que poco a poco no solo iba comprendiendo todo, sino que se iba formando su propia opinión al respecto. La princesita de alta sociedad, preparada exclusivamente para hacerle la vida agradable al marido, educar a los hijos y atender a los invitados, resultó ser una mujer de gran inteligencia. 
Franklin y Eleanor tuvieron seis hijos, Ana, James, Franklin, Elliott, el segundo Franklin y Johnnie. Una anécdota triste es que una vez, a un visitante un tanto indiscreto, le llamó la atención que llamaran a un niño "Segundo Franklin" y preguntó por qué no lo llamaban Franklin II o Franklin Junior. Debieron explicarle que el tercero de sus hijo, Frankin, había muerto antes de cumplir los ocho meses de edad y, cuando decidieron ponerle el mismo nombre al quinto de sus hijos, para tener presente al fallecido, en casa empezaron a llamarlo "Segundo Franklin".
La relación matrimonial de Franklin y Eleanor parece un drama de telenovela. Durante la Primera Guera Mundial, Frankin, que era Secretario de Marina del Presidente Woodrow Wilson, fue a Europa a visitar las tropas. A su regreso, Eleanor, mientras le desempacaba la maleta, encontró las cartas que le había enviado su amante Lucy Mercer, quien era ni más ni menos que la secretaria de Eleanor. Hubo reunión familiar con gabinete ampliado. Estuvieron presentes, además de Franklin, Eleanor y Lucy, la madre de Franklin, los niños y Louie Howe, mano derecha de Franklin. El divorcio era la única solución posible y todos estuvieron de acuerdo en ello. Todos menos Louie, quien dijo: "Si Franklin se divorcia, no podrá llegar a ser presidente". El propio Roosevelt, sorprendido, replicó: "Yo no pienso ser presidente". Pero Louie, proféticamente sentenció: "Un día vas a ser presidente" y tras la exposición de algunos breves argumentos concluyó: "A todos ustedes les conviene fingir".
Todos aceptaron fingir, salvo Lucy, quien esperaba convertirse en esposa de Franklin tras el inevitable divorcio. Lucy salió de la vida de Franklin y no volvió a encontrarse con él en muchos años. Cuando Franklin Roosevelt murió, Lucy estaba a su lado.
El acuerdo de fingimiento consistía en que Franklin y Eleanor llevarían vidas separadas. Eleanor dispondría de libertad total para hacer lo que quisiera y Franklin cubriría todos sus gastos. Nadie notaría la separación, puesto que tenían dos mansiones en Hyde Park, otra mansión en Monticello, así como apartamentos en las ciudades de Nueva York, Albany y Washington D.C.
Franklin y Eleanor Roosevelt eran primos. Él llegó a ser un
gran estadista que sacó a su país de la Gran Depresión,
lideró a Occidente en la II Guerra Mundial y diseñó el mundo
de la posguerra. Ella, escritora, periodista diplomática y
activista por los derechos de las minorías.
Las relaciones entre ellos, que ya no eran pareja, nunca dejaron de ser corteses. Siempre mantuvieron mutuo respeto y hasta sentían cierto grado de admiración el uno por el otro. Cuando Franklin quedó inválido, Eleanor se mantuvo más cerca de él. En silla de ruedas, Franklin llegó a ser senador, gobernador del Estado de Nueva York y, finalmente, Presidente de los Estados Unidos.
Mientras tanto, Eleanor empezó a brillar con luz propia como escritora gracias a su columna My Day que llegó a ser publicada por numerosos diarios en los Estados Unidos. Eleanor mantuvo My Day durante toda su vida y fue, mientras existió, la nota periodística más leída del país. Debido a que sus problemas de movilidad no le permitían atender muchas de las invitaciones que le hacían y por el hecho de que Eleanor era una mujer inteligente, culta y magnífica oradora, Franklin le encargaba que asistiera en su nombre a numerosos encuentros con todo tipo de organizaciones. Antes de ella, las esposas de los presidentes no solían hacer uso de la palabra en actividades públicas.
En su autobiografía, Eleanor menciona, discretamente, que muchas personas le dirigían cartas porque pensaban que ella podía influir en las decisiones del presidente cuando, en realidad, su marido y ella mantenían agendas separadas y casi nunca se consultaban uno al otro sobre sus asuntos. Franklin ni siquiera se molestó en avisarle que se lanzaría a la presidencia y ella acabó enterándose de las aspiraciones de su marido pocos días antes de la convención del partido demócrata. Por eso se sorprendió mucho cuando Franklin le pidió que preparara unas vacaciones a bordo de un yate con toda la familia. Eleanor se ilusionó con una reconciliación y, muy alegre por poder disfrutar de unos días de descanso con su esposo, sus hijos y sus nietos. Los fotógrafos de los periódicos retrataron a la familia presidencial al subir al yate, pero la ilusión de Eleanor se apagó apenas la embarcación abandonó la costa. Dentro de la nave había varios oficiales con quienes Franklin se encerró todo el día. A la mañana siguiente, ya en alta mar, al lado del yate había un enorme buque de guerra. Franklin ni siquiera se despidió al trasladarse con su hijo Elliott a la otra embarcación. El viaje familiar en yate era una farsa para la prensa. El presidente Roosevelt iba a entrevistarse en secreto, en algún lugar del Atlántico norte, con el Primer Ministro británico Winston Churchill. La reunión era tan secreta que ningún miembro de la familia (ni siquiera Elliott que acabó acompañando a su padre) estaba al tanto de ella.  Por supuesto, si se pone en un lado de la balanza a Hitler, la Alemania Nazi, el fascismo, la situación desesperada y frágil de Inglaterra ante los bombardeos, la ocupación de Francia y de los Países Bajos y la seguridad del mundo en general y, en el otro lado de la balanza, una reunión familiar largamente añorada, definitivamente está claro cuál es la prioridad, pero a Elanor le dolió profundamente la falta de confianza de su marido, quien no le informó cuál era la situación real. 
Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, Eleanor sufrió un cruce de sentimientos encontrados similar al del paseo. Como madre, se angustió muchísimo al saber que sus cuatro hijos varones irían a la guerra sin ningún tipo de privilegio por ser hijos del presidente. Pese a sus justificados temores, tuvo claro que, al igual que las madres de los otros jóvenes soldados, no podría hacer nada para impedirlo y, en su caso, además, ni siquiera tenía derecho a manifestarle a nadie su preocupación.
Con el título de "Primera Dama del Mundo Libre", Eleanor visitó las tropas americanas en Europa, Asia y América Latina. Un dato curioso: Estados Unidos mantuvo numerosas tropas en algunos países latinoamericanos (Guatemala, Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá entre otros) no porque temiera que los alemanes o japoneses atacaran, sino solamente por si acaso surgía en algún país de América Latina un gobierno simpatizante de la causa nazi. A la Argentina fascista del General Perón, Roosevelt la mantenía bajo estrecha vigilancia. Eleanor cuenta que los soldados americanos más aburridos que visitó eran los que estaban acantonados en las Islas Galápagos, que no dispararon un tiro en toda la guerra. 
Aunque lo veía poco, Eleanor continuaba admirando la sabiduría de su marido. Lo que más la impresionaba era su capacidad de ser siempre oportuno. Franklin Delano Roosevelt sabía escoger siempre el mejor momento para hablar tanto como para actuar. Tras haber sacado a los Estados Unidos de la gran depresión se le había venido encima la Guerra Mundial. La inteligencia y el sentido del humor del Presidente se mantenían invariables, pero su estado físico se deterioraba aceleradamente. Roosevelt ha sido el único presidente de los Estados Unidos en ser electo más de dos veces. Fue electo en 1932, 1936, 1940 y 1944. En la última campaña electoral, se barajó la posibilidad de que cediera el puesto a otra persona, pero Roosevelt, pese a su enfermedad, no quería dejar la presidencia antes de que la guerra terminara. Eleanor lo acompañó en las giras y, confiesa, más que el triunfo electoral, que estaba seguro, lo que le preocupaba era que su marido se mojara con la lluvia, se expusiera a brisas frías o se cayera. El Roosevelt robusto y un poco pasado de peso de toda la vida, al final de sus días era un esqueleto pálido de solo huesos y pellejo.
Tras su cuarta juramentación como Presidente de los Estados Unidos, seguramente porque sabía que no le quedaba mucho tiempo, Franklin y Eleanor finalmente hicieron espacio en sus apretadas agendas para pasar unos días junto a sus cinco hijos y sus trece nietos.
Cuando partió para la conferencia de Yalta, en la que junto con Churchill y Stalin definirían el futuro de Europa y del mundo, ya Roosevelt estaba agonizando. Aunque no podía caminar, Roosevelt se ponía armazones de hierro en las piernas y pronunciaba sus discursos de pie. Cuando Eleanor vio que Roosevelt dio su último discurso ante el Congreso sentado, supo que el final estaba cerca.  
Franklin Roosevelt murió dos semanas antes que Adolfo Hitler. Cuando la guerra terminó, el nuevo presidente Harry Truman, en un arranque de euforia, llamó a Eleanor Roosevelt "la Primera Dama del Mundo". Y, consciente de que el sueño más grande de Franklin Roosevelt para cuando la guerra terminara era la creación de las Naciones Unidas, nombró a Eleanor en el equipo encargado de fundar el organismo.
Eleanor sostiene un afiche con la versión en Español de los
Derechos Humanos a la que ella le dio la redacción final.
Irónicamente, Eleanor fue una abanderada de las reivindicaciones
feministas y la versión en español dice "Derechos del Hombre"
en vez de Derechos Humanos. Eleanor hablaba, además de
inglés, francés e italiano, pero no español.
Aquella muchacha que debía memorizar frases ajenas para poder decir algo en ciertas conversaciones, acabó luciéndose como diplomática de alto nivel frente a líderes mundiales de los cinco continentes. Tras largos debates, no solo impuso su criterio sobre la necesidad de una Declaración Universal de Derechos Humanos, sino que se encargó de la redacción final. Los Derechos Humanos fueron la causa de Eleanor desde mucho antes de ser proclamados. Se manifestó en contra de la discriminación de la mujer y abogó por crear oportunidades para los sectores menos favorecidos de la sociedad. Su posición firme contra cualquier manifestación de racismo, hizo que el presidente Kennedy la pusiera al frente de organismos federales para los derechos civiles en un momento en que los conflictos raciales resurgieron con gran crudeza. 
Al quedar viuda, Eleanor no quiso seguir viviendo en la enorme mansión de Hyde Park, que donó al gobierno federal para que se hiciera un museo en memoria de su marido, cuya tumba está en los propios jardines de la propiedad. Ella se trasladó a una de las casitas pequeñas de la villa. La casita, además de los apartamentos para la servidumbre, contaba con dos vestíbulos, numerosos despachos, dos salones, un comedor y ocho habitaciones. 
Eleanor Roosevelt fue una intelectual, activista, escritora y periodista que, con los años, acabó convirtiéndose en un verdadero ícono de fortaleza y determinación. Es irónico que la primera Primera Dama, la primera esposa de presidente con agenda y voz propia, haya logrado un papel tan destacado, precisamente porque su matrimonio no anduvo bien.
Eleanor Roosevelt escribió sus memorias en cuatro entregas. Esta es mi historia, sobre su infancia y recuerdos familiares. Esto es lo que recuerdo, sobre su papel como figura pública. Por mi propia cuenta, sobre sus actividades diplomáticas y políticas tras la muerte de su marido. Y, finalmente, En busca de entendimiento, sobre sus impresiones de sus viajes a la Unión Soviética, sus ideas sobre el futuro de los Estados Unidos y las tareas pendientes que tiene la humanidad para crear un mejor futuro para todos. Las traducciones al español suelen reunir los cuatro libros en uno solo bajo el título Autobiografía de Eleanor Roosevelt.
Como inevitablemente, por la educación puritana que recibió, Eleanor fue una mujer discreta y reservada respecto a sí misma, sus memorias están escritas en un tono frío y analítico en el que se eluden muchos detalles de su vida personal y familiar. Para esta nota, además del libro de la señora Roosevelt, debí recurrir a los escritos de su hijo Elliot quien, bastantes años después de muertos sus padres, reveló sin tapujos en Los Roosevelt de Hyde Park, la compleja vida de su familia. 
Al igual que su marido, Eleanor Roosevelt fue una gran optimista. En sus luchas contras las situaciones injustas, más que por la denuncia, la queja y el recuento de problemas, optó por proponer soluciones e insistir en que el cambio, además de urgente y necesario, es posible. Las palabras de Franklin Delano Roosevelt, en su primer día como presidente, "No debemos tener miedo a nada más que al miedo mismo", acabaron siendo tan famosas, como las de Eleanor quien, dirigiéndose a los marginados dijo: "Debes hacer las cosas que crees que no puedes hacer y recuerda que nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso".
Eleanor Roosevelt. (1884-1962)



lunes, 27 de abril de 2015

Espejo del artista. Poemario de Francisco de Asís Fernández.

Espejo del artista. Francisco de Asís
Fernández. PAVSA, Nicaragua, 2005.
En el poema Primeros amores, con que abre este libro, Francisco de Asís evoca la Chabela Mora, quien tuvo las mejores pantorrillas de Granada y una sensualidad hecha de carne morena, pechos breves y nalgas altaneras. La Chabela tendría unos cuarenta o cincuenta años de edad cuando Chichí, que era un niño de diez o doce, le ponía su rostro y su cuerpo a la Venus de Boticelli o a las desnudas de Cezanne. La Alma Bernard, en cambio, que era de su edad, lo deslumbraba como un ángel de Fra Angélico o como una niña dorada en los parques de Renoir.
La belleza, que unas veces es terrenal y otras celestial, fascina de manera intensa pero distinta según el caso. Francisco de Asís Fernández es un poeta no solo de cuerpo entero, sino de cuerpo y alma. Es capaz de celebrar la pasión de los sentidos y la sensualidad de los placeres y apetitos carnales, así como de explorar la melancolía almacenada en lo más profundo de su ser y elevarse hasta las más altas cumbres de los misterios del alma. La poesía de Chichí, como su vida, aunque se inclina a veces a lo mundano, no renuncia ni por un instante a lo espiritual y, aunque en ocasiones se torna filosófica y divagatoria, jamás despega los pies de la tierra.
Chichí ya tenía la estatura de poeta reconocido y admirado muchos años antes de publicar su antología Celebración de la Inocencia, pero en el año 2005 sorprendió con Espejo del Artista, una obra de madurez colmada de sabiduría y belleza. Aunque algunos de los poemas son nostálgicos, hay en todos ellos cierta actitud risueña. Chichí es la antítesis del poeta atormentado que no tiene más musa que el sufrimiento. Él ha sabido convertir su vida en una fiesta del alma y del cuerpo, en la que hasta las lágrimas se convierten, a la larga, en motivo de gozo. En este libro, escribe sobre su amada Granada, Nicaragua, la pequeña ciudad colonial, situada entre un volcán y un lago, en la que numerosos campanarios sobresalen entre los techos de tejas de las casonas de adobe con frescos corredores y amplios jardines. "En Granada, los ángeles y los demonios luchan por la virtud, tocándose en la oscuridad, haciéndose la guerra y el amor como llenando un pozo vacío".
Evoca a su familiares ya idos, a su padre el poeta don Enrique Fernández Morales, a su madre Rosa Victoria Arellano Arana, a su hermana Blanca Fernanda fallecida en la infancia, así como a sus abuelos Faustino y María Luisa y Fernando y Blanca Berta.  Como no podían faltar en el recuento, en este libro se incluyen los maravillosos poemas Elogio a la locura de mi tío David y Mi comadre Mercedes interpretaba mis sueños, que ya habían sido publicados en libros anteriores.
Chichí escribe sobre sus sueños, sus angustias, sus anhelos y sus dudas. Reflexiona sobre su existencia saltando del hecho trivial al recuerdo borroso, de la sus mayores alegrías a sus más intensos temores. En su obra, él es su propio tema. Pero al repasar su vida, este simpático Narciso acaba brindando luces que permiten conocer más a fondo la vida propia, la vida de todos.
INSC: 1942

Son muchos los poemas de este libro que me gustaría compartir, pero he escogido la evocación a la muerte de su hermana Blanca Fernanda, que Chichí leyó con su voz fuerte y clara en la inauguración del I Festival de Poesía de Granada en 2005.

Cuando murió mi hermanita Blanca Fernanda


Yo tenía dos años en 1947
cuando en sus ocho meses de edad, siendo un ángel prematuro,
murió mi hermanita Blanca Fernanda
y empezamos a ver las correntadas de lágrimas de mis padres,
inundándolo todo. Arrasándolo todo.
Sus lágrimas nos caían del tejado y nos empujaban
y en pocos años su avalancha destruyó su unión matrimonial
las casas de adobe y taquezal de mis abuelos,
las haciendas y el paisaje, las calles y sus puentes,
y quedamos mi hermana Marimelda y yo,
viajando en los arroyos de El Llanto en una balsa sin remos,
entre Granada y Managua, entre Escila y Caribdis,
entre mi padre y mi madre.
Mis piernas se quedaron amarradas a mi padre
y mis brazos, desgarrados, a mi madre.

Delicada y efímera la vida no vivida de la Blanca Fernanda,
pero su muerte desató el vendaval.
¿Hubiera tenido el cabello negro y los ojos paganos?
Las almas bajan y suben al cielo con la luz de la luna.

Cada vez que se hablaban mis padres
un brazo del río de lágrimas se abalanzaba sobre los corredores
y todos los pobladores de la casa,
mucha familia y muchas empleadas, quienes eran como de la familia,
nos teníamos que anudar a los pilares, a las balaustradas de los quioscos
o al altar de la capilla de la casa dedicada a la Virgen de la Flor,
para no ser arrastrados por la corriente de El Llanto.
A mi hermana Marimelda la sujetaba mi abuela Blanca Berta,
mi Mamita Bebeta, quien murió con muchos padecimientos y dolor,
a mí, las ternuras de mi Comadre Mercedes
quien dedicó, abnegada y dulce, setenta años de su vida a mi familia.

Cada vez que se miraban mis padres
se desentejaban los tejados,
porque el río se nos venía encima como lluvia incontenible
y se acabaron las mañanas llenas de esplendor,
y las lunas hermosas de Granada;
y cuando la Marimelda y yo comenzamos a llorar,
las lágrimas salían de las paredes de adobe y de los chorros,
y las lágrimas rebalsaron las pilas que almacenaban el agua para el verano.

Esa casa se deshizo, como mi niñez,
pero mi corazón no acaba de morir.
Allí en mi corazón, en un estanque quieto de lágrimas,
están los pedazos de las paredes y el lujo desperdiciado de los muebles,
las pinturas, los libros, mis jugueteras y los reclinatorios de la capilla.

Allí estamos mi hermanita Memena y yo, 
llorando, apretados el uno contra el otro,
tratando, desesperadamente, que el amor nos salve. 

Francisco de Asís Fernández Arellano. Chichí. 

domingo, 26 de abril de 2015

Otilio Ulate recordado por Mariano Sanz.

Otilio Ulate antes, durante y después del
48. Mariano Sanz. Memorias. Imprenta
Lil, Costa Rica, 2001.
Conforme pasan los años, la figura de Otilio Ulate se torna cada vez más opaca. Fue electo presidente de Costa Rica en 1948 y la anulación de esas elecciones desencadenó la guerra civil. Sin embargo, al conmemorarse los cincuenta años del conflicto, en 1998, el nombre de Ulate ni siquiera se mencionó. En buena medida motivado por esta omisión, su amigo el periodista Mariano Sanz, quien fue muy cercano al expresidente toda su vida, publicó el libro Otilio Ulate antes, durante y después del 48.
En el caso de Otilio Ulate, su anecdotario es mucho más amplio que su ideario. Ulate no era un intelectual, aunque fingía serlo. En sus artículos y discursos citaba libros que no había leído, opinaba sobre temas que no dominaba, lanzaba serias acusaciones sin más fundamento que el de su imaginación y era capaz de escribir párrafos enteros, enrevesados y grandilocuentes, sin llegar a decir nada trascendente. El propio Mariano Sanz cuenta en el libro que don Otilio presumía de haber escrito un largo artículo sobre el abacá, sin saber si el abacá era un animal, un vegetal o un mineral. Ulate fue periodista desde muy joven y llegó a ser propietario de varios periódicos. Sin haber escrito ni un solo libro en su vida, llegó a formar parte de la Academia Costarricense de la Lengua.
Otilio Ulate tenía un verbo aguerrido y no se medía a la hora de agraviar a sus oponentes. Durante los convulsos años cuarenta, cuando los ánimos políticos estaban más que caldeados, soltó su famosa frase: "No le compre, no le venda", en que instaba a sus seguidores a romper todo tipo de relación con los del bando contrario.
Sin embargo, a pesar de su agresividad verbal, de la que no escapó casi nadie, Otilio Ulate era un personaje al que sus contemporáneos consideraban simpático. Contaba chistes, coqueteaba con las mujeres y bebía de pie en el mostrador de las cantinas. Una de sus anécdotas más conocidas es la de cuando, siendo presidente, fue atropellado por un hombre en bicicleta. Don Otilio vivía en Barrio Amón y todas las mañanas se iba caminando a la Casa Presidencial. Al cruzar la calle, justo frente a la Presidencia, un ciclista que venía demasiado rápido chocó con él y ambos cayeron al suelo. El guardia de la puerta, que no había reconocido al Presidente, se le acercó diciéndole "¡Fue su culpa! ¡Fue su culpa!" pero, cuando vio que era don Otilio el que estaba tirado en el suelo, aclaró que el "¡Fue su culpa!" se refería al ciclista. La noticia que circuló internacionalmente se concentró en el hecho de que el Presidente de Costa Rica caminaba por la calle sin escolta alguna. Como veinte años después, el presidente guatemalteco Miguel Ydígoras Fuentes estuvo a punto de ser golpeado por una bicicleta durante su visita a Costa Rica y, recordando el hecho, le dijo al ciclista: "No me confunda, yo soy Presidente de Guatemala, no de Costa Rica."
Mariano Sanz Soto. Periodista y gran
amigo y colaborador de don Otilio Ulate.
Tal vez por lo muy conocida que es, Mariano Sanz no incluye la anécdota de la bicicleta en su libro, pero cuenta otras verdaderamente divertidas. Sanz y Ulate viajaron juntos a Europa como periodistas al final de la II Guerra Mundial. En Inglaterra les mostraron las zonas destruidas por las bombas y en Alemania les mostraron más bien las zonas que no fueron destruidas por las bombas. Sanz notó que la coquetería del presidente, quien nunca revelaba su edad, lo hacía quitarse un par de años cada vez que en un documento oficial debía consignar su fecha de nacimiento. Como Ulate llegaba siempre tarde, uno de los anfitriones ingleses lo reprendió: "Ulate (lo pronunció en inglés U late) You are always late!"
En Berlín, tuvieron la oportunidad de visitar al matrimonio puntarenense de don Orlando Grütter y doña Lía Jiménez, cuya hija, Virginia Grütter,  era una niña que le enseñaba a sus amiguitas alemanas a cantar La Cucaracha. Aunque Ulate no hablaba inglés, cada día le echaba un vistazo a los periódicos y, fiel a su costumbre de sacar sus propias conclusiones a partir de lo que suponía haber comprendido, en una ocasión le dijo a Sanz que en Inglaterra se celebraba la navidad en julio. Sanz tomó el periódico y descubrió que lo que se celebraba era el Día de la Marina, Navy Day, que en su traducción libre Ulate había tomado por Navidad.
Tras observar por unos días los juicios de Nurenberg, regresaron a Costa Rica. Como recuerdo, Ulate se trajo dos jeeps, una para su finca La Vieja, en San Carlos, y otro para su periódico El diario de Costa Rica.
Sanz, además de colega periodista, se convirtió en su amigo, asistente, chofer, guardaespaldas y hombre de confianza.
En 1948 Ulate fue candidato a la presidencia de la República. Su contrincante era el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia, quien había sido presidente de 1940 a 1944. Ulate ganó holgadamente las elecciones pero el voto salvado de un magistrado del Tribunal Electoral hizo que, de acuerdo con la Constitución de entonces, el resultado de las elecciones debiera ser decidido en el Congreso, donde había una amplia mayoría calderonista. El Congreso anuló las elecciones y, debido a esa decisión, don José Figueres se levantó en armas. Al mencionar este momento tan delicado, Mariano Sanz consigna una información equivocada. Dice que "los 27 diputados oficialistas han tenido el descaro de anular la elección", olvidando la honrosa excepción de don Arturo Volio Guardia quien, pese a ser diputado oficialista, votó a favor de que se respetara el veredicto popular.  Esta omisión es inexplicable, puesto que un hermano de don Arturo, mi queridísimo amigo don Claudio Antonio Volio Guardia, fue Ministro de Agricultura e Industrias durante la administración de Ulate.
Ulate estaba junto con Sanz y otros compañeros en la casa del Dr. Carlos Luis Valverde Vega cuando se supo que las elecciones habían sido anuladas. Una patrulla del gobierno, al mando de Tavío, llegó a las puertas de la residencia, cuando el Dr. Valverde, dueño de la casa, salió a decirles que no les permitiría entrar, fue asesinado con ráfagas de ametralladora. Ulate y los demás ocupantes debieron salir a través de casas vecinas.
Al día siguiente ocurre un hecho insólito. El Arzobispo Víctor Manuel Sanabria visita a Ulate y le plantea un ultimatum del Presidente Teodoro Picado: "Puede escoger entre refugiarse en la Embajada de Venezuela mientras sale al exilio o ir a la cárcel."
¿Por qué debe ir al exilio o a la cárcel quien ha ganado las elecciones? ¿Por qué el Arzobispo se prestó como mensajero para esta propuesta?
Don Otilio, sin reparar en lo extraño de la situación, escogió ir a la cárcel. Tavío llegó a buscarlo a la Penitenciaría, pero los guardias, que sabían a lo que iba, no lo dejaron entrar.
Días después, con la guerra civil ya en marcha, Monseñor Sanabria hace una propuesta a todos los bandos en conflicto. Les pide que lo acepten a él como árbitro y dejen en sus manos la solución. Pese a lo extraño de la propuesta, Ulate es el único en aceptarla.
El libro entra luego en un tema polémico que, seguramente, nunca será aclarado. Figueres se levantó en armas para derrocar al gobierno por la anulación de las elecciones. ¿Por qué Ulate no se unió a la lucha armada? Figueres, en sus memorias, sostiene que Ulate no se integró porque no quiso y, de manera un tanto irónica, sostiene que su "prudencia" lo mantuvo al margen. Mariano Sanz sostiene que Ulate que no se integró a la lucha armada porque los mismos revolucionarios no se lo permitieron. En todo caso, cuando el triunfo de Figueres era evidente, don Jaime Solera Bennet reunió en su casa a Ulate y Figueres, quienes firmaron el pacto por medio del cual Ulate aceptaba que Figueres integrara la Junta Fundadora de la II República que convocaría a una Constituyente y gobernaría sin congreso durante dieciocho meses, al final de los cuales Ulate asumiría la presidencia. Así se hizo.
El gobierno de Ulate, de 1949 a 1953, se caracterizó por la prudencia en la administración de los fondos públicos. Se realizaron importantes obras, como el aeropuerto internacional El Coco, sin recurrir a endeudamiento. Se fundaron instituciones como la Contraloría General de la República y el Banco Central y, tras los convulsos años cuarenta, llenos de intrigas, corrupción y violencia, Costa Rica retornó a la vida serena y tranquila que permitía que, apenas saliendo de una guerra civil, el Presidente de la República caminara por la calle sin escolta.
Un dato interesante es que tanto el Dr. Calderón Guardia como don Pepe Figueres, fueron seriamente cuestionados por malos manejos de fondos públicos. En la administración Ulate, por el contrario, la administración de los recursos del Estado fue impecable, al punto de ser el último gobierno costarricense en dejar las arcas del Estado con superávit en vez de déficit. Sin embargo, las simpatías políticas costarricenses se dividieron entre la Democracia Cristiana de Calderón y la Social Democracia de Figueres. Hasta los colaboradores más cercanos de Ulate optaron por integrarse a una de estas dos fuerzas y, al final de la vida del expresidente, el ulatismo no era más que su grupo de amigos íntimos.
Como periodista, Ulate fue severo y crítico con la labor del gobierno. Mientras fue presidente, los dos periódicos de su propiedad, El Diario de Costa Rica y La Hora, fueron totalmente complacientes con la labor del gobierno, por lo que perdieron credibilidad y llegaron a desaparecer poco después de que su propietario abandonara la presidencia.
Cada vez son menos quienes recuerdan y conocen algo de la vida de Otilio Ulate. Quizá por ello Mariano Sanz escribió y publicó por sus propios medios este libro.
El monumento a Otilio Ulate, en el costado suroeste de la Sabana, nunca es objeto de homenajes y la casa de Ulate en Barrio Amón, 25 metros al sur del Bar Limón, del que era buen cliente, ha sido convertido en un hotel que alquila habitaciones por horas.
INSC: 2613
Otilio Ulate regresa a su casa después de la ceremonia de investidura como Presidente
de la República. El inmueble, ubicado en Barrio Amón, 25 al sur del Bar Limón, es
actualmente un hotel que alquila habitaciones por horas.





jueves, 23 de abril de 2015

Manglar. Primera novela de Joaquín Gutiérrez Mangel.


Manglar. Joaquín Gutiérrez Mangel
Editorial Nascimento, Chile, 1947.
En esta novela es muchísimo más lo que se insinúa que lo que se cuenta. En sus pocas páginas, porque es un libro breve, todo está insinuado más que expuesto, sugerido más que descrito. Las pocas palabras con que se presentan los personajes bastan para hacerlos reconocibles y memorables. El paisaje se pinta con pocos trazos y hasta los acontecimientos se retratan con imágenes y situaciones fugaces. No hay ni una descripción exhaustiva, ni un solo diálogo extenso, ni una sola escena que se limite a un momento y un lugar determinado. Cada sitio evoca otro, cada hecho del presente lanza la memoria al pasado, cada reflexión despierta otra nueva. 
Pese a estar narrada de manera elíptica, la historia se sigue sin tropiezos ni complicaciones. Cecilia es una joven maestra recién graduada que, en vez de buscar un puesto en una escuela de la capital, decide irse a trabajar a una pequeña comunidad de Guanacaste. Solamente llegar hasta allá fue una aventura que casi le cuesta la vida. Resbaló en el embarcadero y mientras estuvo sumergida bajo el agua, mirando las burbujas, cada vez más grandes que se le escapaban de la boca, su mente se disparó en diversas direcciones: hacia su pasado, hacia su entorno y, muy especialmente, hacia el interior de ella misma. Esa será una constante en todo el libro. Ya sea que esté descansando sobre la rama de un árbol de naranja mirando el enorme y silencioso paisaje despoblado, o en medio de un tumulto en un baile amenizado con marimba y quijongo, o en el silencio de la primera noche lejos de casa en el destartalado cuarto de una pensión, la mente de Cecilia inevitablemente repasa lo poco que ha vivido y lo mucho que no logra comprender. 
Frágil, joven e inexperta, viaja sola hacia un mundo que no conoce y al que no pertenece. Tiene claro que su trabajo será difícil pero está dispuesta a asumir lo que venga sin arrugar la cara. Los compañeros de viaje tratan de ser amistosos. Una señora le aconseja ahuecar el alma para que los golpes no le den de frente. "Claro que para esto hay que saber vivir, y para saber vivir hay que vivir y viviendo es como se aprende."
Cecilia trata de ser cortés, pero en el fondo le molesta que le den consejos cuando ella en realidad lo que quería (y necesitaba) era equivocarse por sí misma para ir aprendiendo. Ella quiere llegar a ser ella misma y aunque aún no tenga claro quién es.
En la escuela (una casa destartalada con un pizarrón y unos cuantos bancos) ella será la única maestra de niños y adultos de todas las edades. El primer día, al pasar lista, le informaron que uno de los estudiantes se había ahogado en el río, pero que su hijo seguiría yendo a la escuela en su lugar. El muchacho le explica que su padre decía que con uno que leyera en la casa era suficiente. Aunque sus estudiantes son pocos, es difícil preparar las clases y realizar actividades que sean de interés tanto para los niños pequeños como para las señoras y señores mayores. También cuesta mantener el orden porque los muchachos jóvenes quieren hacerse los graciosos ante la maestrita. Los recursos son mínimos, las dificultades son muchos y los progresos, si los hay, apenas se notan. Como maestra siempre tuvo predilección por los torpes: niños frente al pizarrón con la tiza en la mano cariacontecidos
Fidel, un muchachito sin familia, huraño pero obediente, que también le ayudaba al maestro anterior, vive con ella en la escuela.  Aunque la diferencia de edad es poca, Cecilia considera a Fidel algo así como un hijo y, al ir observando y conociendo la vida de animalito libre del aquel muchacho, la suya llega a parecerle una burbuja de vidrio. El cura del pueblo considera impropio que ella, tan joven, viva sola con ese muchacho y así se lo manifiesta, pero si lo echa, ¿a dónde iría esa pobre criatura que no tiene familia? 
Grajales, uno de los estudiantes, bueno con el lazo y experto en curar las reses, se interesa por la maestra y un día logra que le acepte una invitación para ir de caza. Fidel los acompaña. Grajales desprecia la agricultura, por considerarla una actividad femenina. Para él, el trabajo de un hombre es con el ganado. El chino de la pensión le debe la vida, porque una vez, en la Línea, Grajales le quitó de encima una serpiente que se le había enroscado sobre el vientre mientras dormía. El rudo sabanero le hace un regalo a la maestra, pero no logra que Cecilia le corresponda. 
En aquella remotidad vive, desterrado por sus padres, un hombre de San José que estudió en París y regresó casado con una francesa que no fue muy bien recibida por su familia. La visita que le hace Cecilia a esta pareja es, como todo lo que vive Cecilia por esos lares, una experiencia extraña, un tanto absurda, entre cómica y horrible.
De regreso en San José, por un azar del destino, Cecilia debe curar a un hombre herido de bala y, con una navaja, logra extraerle el proyectil. También se ve involucrada en actividades políticas clandestinas y vive un par de experiencias en las que ella fue la mayor sorprendida por su propia reacción. 
Aunque ni ella sabe quién es ni qué pretende, intenta comprender a sus padres quienes, desde mucho antes de su larga ausencia en Guanacaste, le parecían un par de desconocidos misteriosos. Su padre, casi hablando para sí mismo, le dice que todo, absolutamente todo, las angustias, los odios, los rencores... todo debemos convertirlo en inteligencia. Solo así podremos ser algo algún día.
Manglar, la primera novela de don Joaquín Gutiérrez Mangel, es una delicia de principio a fin. Antes de esta obra, había publicado dos libros de poemas y al incursionar por primera vez en la narrativa, que sería a la larga su fuerte, don Joaquín mantuvo la concisión, la musicalidad, la fuerza de las imágenes visuales y la profundidad y altura de reflexión propias de los poetas. Manglar es una novela fascinante, conmovedora, transparente y enigmática al tiempo.
Para mí, el título mismo de la novela es un misterio. La he leído varias veces y en ninguna parte he encontrado ninguna mención a un manglar.
Los historiadores de la literatura costarricense han señalado como importantes el hecho de que la protagonista principal de la obra sea una mujer y que la acción se desarrolle en Guanacaste, porque antes de Manglar, publicada en 1947, ni los personajes femeninos ni la región noroeste del país habían sido protagonistas de primera línea. Los aficionados a repetir lugares comunes, por su parte, analizan los contrastes entre ambiente rural y urbano y destacan el compromiso del autor con la denuncia social. 
Como yo no leo para analizar, ubicar, clasificar ni etiquetar, prefiero concentrarme en otros méritos de esta obra. Su estilo, por ejemplo, es impecable. Como decía el Marqués de Te acordás hermano, las palabras tienen que amarse unas a otras y detrás de cada una de ellas debe estar la vida palpitando. Ese principio se cumple plenamente en Manglar. Por cierto, es en Manglar donde aparecen las aves que "se desgajan" al ser abatidas, tal como lo recomendó el Marqués.
Por otra parte, el mayor contraste que encuentro en esta novela es entre el mundo exterior y el mundo interior de Cecilia. Alrededor de ella ocurren muchos acontecimientos interesantes y sorpresivos, pero me parece que la novela narra, principalmente, la enorme transformación que ocurre muy al fondo de ella misma.
Hay una metáfora en el mismo libro que lo expone de manera hermosa. En la infancia somos como una flor y en la juventud la flor se transforma en fruto. Conforme el tiempo pasa, el aspecto y la textura del fruto se deteriora pero, por dentro, la semilla se endurece. Al final el fruto acabará marchitándose y pudriéndose, pero eso no importa, porque la semilla, que es lo que permanecerá, estará lista para seguir adelante. Al principio del libro, Cecilia es tan joven como un fruto fresco. Al final del libro también, pero en el fondo de su personalidad el hueso de su fruta se había endurecido.
INSC 0686

lunes, 20 de abril de 2015

Autobiografía de Rubén Darío.

Autobiografía de Rubén Darío. Edición
escolar. No indica Editorial ni año de
publicación.
Rubén Darío, el Príncipe de las Letras Castellanas, nació en un pueblito que se llamaba entonces Chocoyos, luego se llamó Metapa y desde 1920, en su honor, lleva el nombre de Ciudad Darío. El poblado está actualmente en el Departamento de Matagalpa, Nicaragua, pero en los tiempos en que nació el poeta toda la zona formaba parte de Las Segovias. En Ciudad Darío se conserva como una reliquia la casa en que Darío vino al mundo, pero la verdadera casa del poeta, a la que llegó siendo un bebé recién nacido, a la que volvía cada vez que estaba en su patria y en la que finalmente lo sorprendió la muerte, se encuentra en la ciudad de León. Es una casa esquinera con un hermoso patio interior que, convertida actualmente en un museo dedicado a su memoria, conserva muchos muebles originales así como cartas, documentos y objetos personales del escritor.
En León, a pocas calles de su casa, me encontré en una venta de libros usados su autobiografía en una edición tan sencilla que ni siquiera indica la editorial ni el año de publicación. Tal parece que el libro iba dirigido a escolares, puesto que al final incluye un cuestionario de comprobación de lectura.
Darío escribió su autobiografía a los cuarenta y cuatro años, cuando ya era un poeta admirado e imitado a ambos lados del Atlántico. A la larga, como todos sabemos, la poesía de Rubén Darío acabaría siendo referencia fundamental durante casi todo el Siglo XX. Hay quienes recalcan el hecho de que los escritores latinoamericanos del Siglo XIX se tardaron en encontrar un estilo propio y muchos de ellos no hacían más que imitar a los autores españoles. Con Darío, la corriente de la influencia dio vuelta y sus admiradores e imitadores estaban no solamente en toda América Latina, sino también en España. Dicha apreciación me ha parecido siempre un tanto regionalista y la consigno solamente para discutirla. Juzgar la importancia de una obra literaria por el lugar de origen del autor no es, en mi opinión, un buen punto de partida ni de conclusión.
La casa de Rubén Darío en León, Nicaragua.
Numerosos biógrafos y estudiosos de Darío se han mostrado desilusionados con su autobiografía, tanto por la forma como por el contenido. El estilo dariano, musical y solemne, no aparece por ninguna parte en estas páginas, escritas con concisión y limpia simpleza. Por otra parte, aunque habla de sí mismo, Darío es muy discreto y no hace grandes revelaciones.
Al inicio, se refiere a su nacimiento y sus primeros recuerdos. Era hijo de don Manuel García y doña Rosa Sarmiento y fue bautizado con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento. El general Máximo Jerez fue su padrino. Sus padres se separaron antes de que él naciera y fue confiado al cuidado de su tío el coronel Félix Ramírez, por lo que, de niño, en sus cuadernos escolares escribía su nombre como Félix Rubén Ramírez. Un tatarabuelo se llamaba Darío y en la ciudad de León todos sus descendientes eran conocidos como "los daríos", al punto que su bisabuela ya firmaba Rita Darío. 
El niño Rubén era inteligente, curioso, asustadizo y enamoradizo. Por las noches la casa se llenaba de lechuzas y de fantasmas. Le costaba conciliar el sueño y sufría de pesadillas. Algunas escenas de su infancia lo aterrorizaron toda su vida, como la vez que presenció un pleito a machetazos en que el ganador le cortó la mano al contrincante. También le horrorizaban un par de enanos, madre e hijo, que vivían en casa de don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica en León. Enamorado de una saltimbanqui, cuyo nombre nunca pudo olvidar (Hortensia Buislay), quiso unirse al circo, pero fue rechazado. Cuando no leía, Rubén se entretenía adivinando figuras en las brasas del fuego o jugando con Laberinto, su perro.
Aprendió a leer a los tres años y en un armario encontró la Biblia, el Quijote, los Oficios de Cicerón y otras obras que él mismo califica como "extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño". Leyó todos esos clásicos mucho antes de que le compraran libros de cuentos con dibujos.  Ni él mismo es capaz de recordar a qué edad escribió sus primeros versos, pero supone que fueron coplas para ser declamadas en las procesiones de Semana Santa. Siendo un niño le pedían que escribiera obituarios en verso y poemas para bodas y eventos sociales.  
Rubén Darío (1867-1916) 
Educado en un ambiente profundamente religioso, entró al colegio de los jesuitas y los padres estimularon su talento orientando sus lecturas. Muy joven, por su madurez precoz y su inteligencia excepcional, fue admitido en la logia masónica.
Ya era un adolescente cuando un día llegó a su casa una señora vestida de negro que, llorando, lo abrazó y lo cubrió de besos. Era su madre, que no lo había visto desde que era un bebé recién nacido y a quien, después de esa ocasión, no volvería a ver en más de veinte años. Averiguando, supo que don Manuel García, conocido como Manuel Darío, el señor que visitaba a veces en su tienda, era su padre. 
A los catorce años empezó a trabajar como redactor en La Verdad, el periódico local. Unos señores importantes, impresionados por la fama del "poeta niño" se lo llevaron a la capital, Managua, donde gozó de la protección del granadino don Pedro Joaquín Chamorro, del guatemalteco Lorenzo Montúfar y del cubano Antonio Zambrana. 
Se trasladó luego a El Salvador, donde el presidente Rafael Zaldívar le encargó el discurso en honor del centenario de Simón Bolívar. Fue don Juan Cañas quien le recomendó: "Vete a Chile". "¿Cómo me voy a ir a Chile si no tengo recursos?" "Pues vete a nado, aunque te ahogues en el camino."
A partir de este punto, el libro deja de ser un relato para convertirse en recuento de los países que visitó, de los periódicos en que trabajó, de las amistades que hizo y de los personajes interesantes que llegó a conocer. La lista es tan larga que el autor no entra en muchos detalles. A uno le gustaría saber más de sus impresiones sobre los países en que pasó largas temporadas, los amigos que tuvo o los encuentros afortunados que pudo disfrutar, pero todas las menciones son breves.
Casa donde nació Rubén Darío. Ciudad Darío, Nicaragua.
En El Salvador, además de su amistad con Francisco Gavidia, tuvo bajo sus órdenes, cuando era director del periódico La Unión, a Aquileo Echeverría. Durante los meses que vivió en Costa Rica nació su primogénito Rubén Álvaro Darío Contreras, trabajó con Pío Víquez, gozó del mecenazgo de don Lesmes Jiménez y conoció a Antonio Maceo. Un dato curioso es que los amigos que más frecuentaba en San José, Rafael Yglesias, Ricardo Jiménez, Cleto González Víquez y Tomás Regalado, llegaron a ser presidentes, los tres primeros de Costa Rica y el último de El Salvador. Cuando estuvo en Guatemala, Darío logró que Enrique Gómez Carrillo viajara a España y fue el propio escritor guatemalteco quien, años después, hizo posible que Darío se estableciera en Madrid, donde trató de cerca a la Pardo Bazán, a Pedro de Alarcón, a Benito Pérez Galdós, a Ramón de Campoamor, a Juan Valera, a Marcelino Meléndez Pelayo, a Gaspar Núñez de Arce y a José  Zorrilla, con quienes entabló una amistad estrecha. Darío, muy lejos de ser, como podría suponerse, un humilde escritor centroamericano en medio de las estrellas de la literatura española del momento, era más bien el centro de atención y la voz cantante del grupo y llegó a sentirse abrumado, aunque agradecido, por las constantes muestras de admiración que recibía. El colombiano Vargas Vila y el mexicano Amado Nervo, eran también sus grandes amigos. 
Sin llegar a desarrollar una amistad, Darío tuvo encuentros casuales con otras figuras. Pasó una tarde entera con José Martí en Panamá. Participó en un par de tertulias con Verlaine.  Cuando le presentó credenciales a Alfonso XIII, el monarca elogió su obra literaria. En su audiencia con el papa León XIII fue presentado como redactor del diario del general Mitre de Argentina, pero el Papa, quien escribía poemas en latín, sabía a quién tenía al frente. En París, sostuvo una conversación con Oscar Wilde que verdaderamente lo impresionó. "Rara vez he encontrado una distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil." 
No se crea, sin embargo, que el largo recuento de viajes y encuentros es una crónica de las altas esferas sociales y culturales en que Darío se desenvolvía. Darío gozó de fama, de prestigio, de reconocimiento, de éxitos literarios y periodísticos; su talento era reconocido en cualquier país al que llegara, las puertas de los círculos más exclusivos estaban siempre abiertas para él pero, en medio de esta agenda social intensa, el poeta muestra sin pudor y sin complejos una vida económicamente inestable, llena de angustias y de apuros. Darío nunca fue un hombre rico. Ni siquiera tuvo ingresos regulares. Le atrasaban los sueldos, no sabía rendir el dinero cuando lo tenía y en muchas ocasiones, en todos los países en que vivió, se vio en la necesidad de comer de fiado. En las fondas y las pensiones le daban crédito y el poeta, aunque estaba siempre en apuros, había aprendido a llevar su vida adelante con resignación, optimismo y buen humor. Una vez, en Argentina, Darío estaba sin un céntimo y, aunque el suizo del restaurante en que comía no le cobraba las cuentas atrasadas, ya lo atendía con mal semblante. En eso lo llaman de La Nación y le piden el obituario de Mark Twain, que estaba muriéndose. Más de una vez, la muerte de un escritor famoso le había salvado la vida, ya que le pagaban muy bien las notas necrológicas. Darío preparó el artículo y, contando con el dinero que iba a recibir, invitó a sus amigos a una cena "opípara y bien humecida". Pero el artículo no fue publicado. En su lugar apareció en el periódico una nota que informaba que Mark Twain había recobrado la salud. Dice Darío que el escritor norteamericano, con su recuperación, le había propinado una broma del humor negro que lo hizo famoso. Felizmente, logró modificar el artículo para que fuera publicado (y pagado) días después.
En su autobiografía, Darío tiene la altura y la nobleza de no mencionar nunca a quienes lo maltrataron, lo ofendieron o le hicieron daño. No habla muy bien del escritor José Etchegaray ni de Crisanto Medina, su jefe en España, pero lo que dice de ellos no llega ni a una línea. Con honestidad, pero también con gran discreción y delicadeza, Darío menciona en un par de ocasiones las serias crisis que sufrió por su alcoholismo. Salta a la vista que, además de gran poeta, Darío fue un hombre de nobles sentimientos y de temperamento alegre. De joven se interesó por el espiritismo, práctica que estuvo de moda entre los intelectuales de principios del Siglo XX, pero pronto abandonó esas andanzas porque descubrió que él era una poderosa antena que captaba mucho más de lo que podía soportar. Lo que para otros era un entretenimiento morboso y, en buena medida, una farsa, para él era una fuente de experiencias terroríficas de un realismo espantoso. Definitivamente, Darío tenía además un espíritu muy elevado.
Al final de su libro dice: "Y aquí pongo término a estas comprimidas memorias que, como dejo escrito, he de ampliar más tarde." No podía saber el poeta que solamente le quedaban cinco años de vida y, contra su deseo, nunca pudo ampliar el relato de sus recuerdos.
Darío vivió en El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Chile, Argentina, Brasil, México, Cuba, España, Francia y los Estados Unidos. Visitó Italia, Alemania, Venezuela y Colombia. Pero su hogar era León, Nicaragua. 
Muy enfermo, Darío regresó a Nicaragua para pasar sus últimos días abrigado por las paredes de la casa en que había crecido. Murió en febrero de 1916, pocas semanas después de haber cumplido cuarenta y nueve años de edad y fue sepultado en la catedral de León. 
Tumba de Rubén Darío. Catedral de León, Nicaragua.
INSC: 2010




domingo, 12 de abril de 2015

Vivir para contarla. Memorias de Gabriel García Márquez.

Vivir para contarla. Gabriel García
Márquez. Memorias. Grupo Editorial
Norma, Colombia, 2002.
Gabriel García Márquez tenía la intención de escribir sus memorias en tres tomos pero solamente llegó a publicar uno, Vivir para contarla, en que se refiere exclusivamente a sus años de infancia y juventud. El libro, publicado en el 2002, fue recibido con severas críticas. Hubo quienes se atrevieron a afirmar que García Márquez había llegado al punto de imitarse a sí mismo y que sus últimas obras, entre las que incluían sus memorias, no eran más que concesiones a un público numeroso y poco exigente que no esperaba de él más que paisajes exóticos, personajes pintorescos y situaciones inverosímiles narradas en prosa ingeniosa y cantarina. En mi opinión, esos críticos solamente leyeron los primeros capítulos del libro que, en verdad, son de un estilo recargado y efectista que, con frecuencia, fastidia al punto de querer abandonar la lectura. El largo viaje de retorno a la casa familiar que se relata en las primeras páginas, no solo parece que no va acabar nunca, sino que no va a ninguna parte. Sin embargo, conforme el libro avanza empieza a tomar buen ritmo, se abandonan los decorados innecesarios y la acción pasa a primer plano. 
Por tratarse de las memorias de sus primeros años de vida, la obra hace un recuento de personajes y anécdotas de su familia, de sus compañeros y profesores del colegio y de la universidad, de sus primeros amores, de sus amigos y de su ingreso al mundo del periodismo y de la literatura. Aunque no es amplio en detalles, los breves trazos con que retrata la vida de los diferentes sitios en que vivió en aquellos años son verdaderamente hermosos. Aracataca, Medellín, Santa Marta, Bogotá y Cartagena de Indias son ahora poblaciones muy distintas de cómo eran cuando aquel muchacho curioso e inquieto que ya se había dejado el bigote, deambulaba por ellas tratando de rendir al máximo los pocos centavos que llevaba en el bolsillo. Tenía solamente dos calzoncillos, el que llevaba puesto y el que estaba secándose, vivía en pensiones que toleraban su atraso en los pagos y trabajaba como colaborador en periódicos que le disimulaban y corregían sus faltas de ortografía. Vale la pena mencionar que, con los años, su situación económica mejoró sustancialmente, pero su dominio de las reglas ortográficas se mantuvo como en sus tiempos de estudiante, al punto que el propio autor agradece que los correctores de sus obras tengan siempre la gentileza de suponer que las palabras mal escritas son solamente torpezas de mecanógrafo. 
El libro está lleno de sabrosas anécdotas. Una hermana compró un número de lotería y otro hermano, solamente para molestarla, lo escondió. Cuando la muchacha llegó gritando a la casa porque había ganado, el pobre hermano, de la impresión, olvidó dónde había escondido el billete y tuvieron que volver la casa al revés para encontrarlo. García Márquez no tiene empacho en contar algunas aventuras de alcoba con sus primeras amantes, entre quienes hubo al menos un par de mujeres casadas. Una era la esposa de un marino que, para saludarla, tocaba el pito de la nave cuando llegaba a puerto, por lo que había tiempo para salir sin prisa y evitar el encuentro con el cornudo. Otra era la esposa de un policía que, al descubrirlos in fraganti, retó al joven galán a jugar ruleta rusa. Un dato curioso y poco conocido: Rodrigo, el primer hijo de García Márquez, fue bautizado por Camilo Torres, el cura que acabó siendo guerrillero, y el padrino fue Plinio Apuleyo Mendoza. La amistad con Álvaro Mutis es repasada con cariño y agradecimiento. Las páginas dedicadas al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, son un verdadero testimonio histórico escrito por un testigo de primera línea.
Quienes sean aficionados a los detalles curiosos que hay detrás de los libros, encontrarán material abundante en estas memorias. Se sabe que Macondo era el nombre de una finca cercana a Aracataca y que el coronel Nicolás Márquez, abuelo materno del escritor, le sirvió de modelo para su novela El coronel no tiene quien le escriba. Tanto La hojarasca, la primera novela que escribió cuando tenía solamente veintidós años de edad, como El amor en los tiempos del cólera, que apareció mucho después, están basadas en viejas historias familiares. Cuando se dedicó a estudiar a fondo la guerra de los mil días con miras a escribir una novela, su amigo Manuel Zapata Olivella le regaló un testimonio de un veterano de aquel conflicto, cuyo nombre hasta el propio García Márquez confiesa haber olvidado, pero cuyo apellido, Buendía, acabó siendo mundialmente conocido. La casa, el título original de Cien años de soledad, definitivamente no sonaba tan interesante como el definitivo. 
Con La mala hora, tercera novela del escritor, sucedieron varios hechos inauditos. García Márquez envió el único manuscrito que tenía a un concurso. Ganó, pero el padre Félix Restrepo, presidente de la Academia Colombiana de la Lengua, que había presidido el jurado, exigió que le cambiara el título original de Este pueblo de mierda. Más tarde, el mismo padre Restrepo le pidió a García Márquez que cambiara dos palabras inadmisibles: "preservativo" y "masturbación". Salomónicamente, García Márquez accedió a cambiar solo una y permitió que el censor escogiera cuál. El libro fue publicado en España, pero el corrector de pruebas, además de corregir las faltas de ortografía, le metió mano al estilo. Cuando García Márquez lo leyó impreso, desautorizó la edición y mando destruir los ejemplares que no se hubieran vendido. Como ya no tenía el manuscrito, debió volver a escribir la novela tomando como base la edición alterada. Esta versión reescrita y corregida fue publicada en México por la editorial Era como primera edición.
García Márquez quedó tan impresionado por el asesinato de Cayetano Gentile que quiso utilizarlo como tema literario. Su madre, doña Luisa Santiaga, se lo prohibió rotundamente. Cayetano y su familia eran amigos y escribir sobre su muerte era faltarle el respeto a personas cercanas y queridas. Treinta años después de los hechos, doña Luisa Santiaga le informó a su hijo que doña Julieta Chimento, la madre de Cayetano, había muerto y finalmente dio su visto bueno para que Gabriel escribiera sobre el tema. Puso una condición: "Trátalo como si Cayetano fuera hijo mío". El relato Crónica de una muerte anunciada se publicó dos años después, pero doña Luisa Santiaga no quiso leerlo porque "Una cosa que salió tan mal en la vida no puede salir bien en un libro".
Entre las anécdotas periodísticas que cuenta, mi favorita es la de Comprimido, el periódico más pequeño del mundo.  Era una hoja con las noticias del día que podía ser leído en diez minutos. García Márquez lo escribía en una hora antes del medio día. Tras la corrección ortográfica de rigor pasaba a imprenta y era distribuido a las cinco de la tarde, cuando los trabajadores regresaban a sus hogares. Comprimido fue un verdadero éxito, pero solamente durante tres días. Al cuarto día abandonaron el proyecto por insostenible. Incluso si publicaran anuncios comerciales, serían tan pequeños y tan caros que no habría forma de seguir publicándolo.
García Márquez no era muy bueno para bailar. Tomó clases con las señoritas Loiseau, seis hermanas inválidas de nacimiento que daban clases de baile sin levantarse de sus mecedoras. Sin embargo, aunque el baile no era su fuerte, desde niño cantaba muy bien, al punto que decidió participar en un concurso de radio. Hasta entonces se había identificado como Gabriel José García, pero su madre, ilusionada por que su hijo cantara en un programa tan prestigioso, le pidió que se presentara con su apellido materno. Desde entonces eliminó el José y pasó a llamarse Gabriel García Márquez. 
En el Colegio de San José, regentado por los padres jesuitas, García Márquez escribía poemas satíricos sobre sus compañeros y profesores. El padre Arturo Mejía capturó uno, lo leyó con el ceño fruncido y se lo guardó en el bolsillo. Días después, el mismo sacerdote le propuso que las sátiras decomisadas fueran publicadas en la revista Juventud, órgano oficial de los alumnos del colegio. Aunque la propuesta lo llenó de una combinación extraña de sorpresa, vergüenza y felicidad, García Márquez simplemente respondió "Son bobadas mías." Y con el título de Bobadas mías y la firma de Gabito, las sátiras aparecieron en el siguiente número. Fue su primera publicación.
Ya siendo estudiante de Derecho en Bogotá, poco a poco fue leyendo obras fundamentales de la literatura. Tras leer por primera vez La metamorfosis de Kafka, quiso retomar el tema del cadáver consciente y escribió el cuento La tercera resignación y, por un impulso inexplicable, fue a dejarlo al periódico El Espectador, donde no conocía a nadie. Cuando el cuento salió publicado, García Márquez no tenía los cinco centavos que costaba el periódico y debió pedirle a un señor que se bajaba de un taxi, con El Espectador bajo el brazo, que se lo regalara. El Espectador siguió publicando sus colaboraciones, sin pagárselas, hasta que un día el director le pidió que le hiciera el favor de escribirle una nota pequeña que necesitaba, le señaló un pequeño escritorio con una vieja máquina de escribir ante la cual el escritor permaneció sentado durante años.
El libro termina evocando la historia de amor de García Márquez con Mercedes Barcha, a quien el escritor le propuso matrimonio desde que era un niño de trece años y, pese a esquivarlo diciendo: "Mi papá dice que no ha nacido el príncipe que se case conmigo", acabó siendo su compañera de toda la vida.
Es una verdadera lástima que García Márquez no haya tenido oportunidad de publicar los otros dos tomos de memorias que tenía en mente. Habría sido interesante conocer sus impresiones sobre los años en que fue un escritor famoso y popular. Creo que fue Hemingway quien dijo que toda la obra de un escritor está siempre relacionada con sus primeros años de vida. Quizá sea cierto. En todo caso, Gabriel García Márquez nos dejó las memorias de sus años juveniles. Lo que vino luego de alguna manera es materia conocida.
INSC: 1516
Gabriel García Márquez. (1927-20014)

miércoles, 8 de abril de 2015

El retrato de Dorian Gray. Única novela de Oscar Wilde.

El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde.
Salvat, España, 1970
El pintor Basil Hallward, profundamente impresionado por la belleza juvenil de Dorian Gray, le hace un retrato en que logra plasmar, además de su lozana imagen, la pureza y candidez de su alma. Dorian Gray, además de apuesto, es ingenuo, inocentón y de nobles sentimientos. Basil está orgulloso de su obra en la que, dice, ha puesto mucho de sí mismo. Su amigo, Lord Henry Wotton, se burla de la afirmación del artista, ya que el joven retratado en el lienzo es un Adonis y el pintor está muy lejos de parecérsele. Basil le explica que más allá de la imagen, ha logrado vertir en ella de forma particularmente intensa sus sentimientos más profundos.
Aunque es amigo de ambos, Basil no quiere que Lord Henry y Dorian se conozcan. Dorian, ya se dijo, es un muchachito inocente y noble que da sus primeros pasos en la vida. Lord Henry es un viejo aristócrata lleno de misterios, cínico, escéptico, de ironía punzante y, aunque es un hombre culto, refinado y encantador, no es precisamente un dechado de virtudes. Su escala de valores está diametralmente opuesta a la de la sociedad en que se desenvuelve. Suele desdeñar las preocupaciones profundas y prestarle gran atención a las más mínimas frivolidades. En su opinión, el placer es una prioridad antes que el deber, los jóvenes son más sabios que los viejos porque están delante en la vida y la belleza es un atributo más valioso que la inteligencia. Las sentencias lapidarias de Lord Henry generan risas nerviosas en las reuniones sociales porque, más que convincentes, suenan como indiscutibles.
Basil cree que Lord Henry sería una mala influencia para Dorian. Sin embargo, por un encuentro casual en su propio estudio, el pintor se ve obligado a presentarlos. Lord Henry, al elogiar el juvenil aspecto de Dorian, logra hacerlo sentir celos por el retrato. Inevitablemente, Dorian irá envejeciendo mientras el retrato se mantendrá siempre joven. En algún momento, por tanto, contemplar su propio retrato, más que placer le producirá envidia. "En un mes", le dice, "ya el retrato será más joven que usted".
Para tristeza de Basil, Dorian y Lord Henry se hacen buenos amigos y, tal y como había supuesto, la influencia del aristócrata de alguna manera empujó a Dorian por caminos oscuros. Poco a poco Dorian fue convirtiéndose en un hombre egoísta, frívolo y sin escrúpulos, pero su belleza se mantenía tan lozana y fresca como cuando era un inocente joven puritano. Un noche, tras un percance trágico, Dorian descubre en su retrato una mueca desagradable. Poco a poco iría notando más cambios. Cuando se percató que el retrato estaba envejeciendo mientras que él se mantenía joven, lo descolgó del salón y lo almacenó bajo llave en un recinto al que solamente él tenía acceso. De vez en cuando iba a verlo. Su deteriorado aspecto era consecuencia de la vida que llevaba. Pero, frente al espejo, Dorian era el mismo de siempre. Una vez, un hombre que había jurado matarlo se lo encontró en la calle pero, al tenerlo al frente, lo dejó ir. La afrenta que quería cobrar había ocurrido hacía muchos años y aquel muchacho, aunque era idéntico al que odiaba, no podía ser quien andaba buscando.
La novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, fue publicada en la revista mensual Lippincotts en 1890. La versión definitiva, ampliada y corregida, apareció como libro al año siguiente y, desde entonces, no ha dejado de ser leída y comentada.   Además de ser un relato fascinante, esta obra es también todo un manifiesto estético y filosófico. Irónicamente, a pesar del protagonismo constante de Lord Henry y sus sentencias provocadoras, es también, de alguna forma, una obra de intención moralista. 
Jorge Luis Borges le criticaba a esta novela la abrumadora saturación de epigramas y el excesivo lujo. Ciertamente las numerosas páginas que dedica a determinados temas como los perfumes, los rituales sagrados y las piedras preciosas, pueden resultar una lectura un tanto pesada. Las frases lapidarias de Lord Henry son tan contundentes, numerosas y frecuentes que apenas dejan tregua para asimilarlas.  
Sin embargo esta novela, como el propio Dorian Gray, se mantiene joven y fresca a pesar de los años. Ha sido una lectura placentera e imprescindible durante ya más de un siglo y son muchos los nuevos lectores que se acercan a ella para sumergirse en su mundo que es tan refinado como grotesco, tan brutal como fantástico.
Por lo general, las novelas suelen publicarse sin preámbulos. El capítulo uno aparece inmediatamente después de la portada. En una novela, las palabras preliminares sobran. Pero esta regla, como todas, tiene sus excepciones. El prólogo de Alejo Carpentier a su novela El reino de este mundo, o el de Guy de Maupassant a Pedro y Juan son imprescindibles. Así mismo, el prefacio introductorio de Oscar Wilde a El retrato de Dorian Gray es un documento que no puede pasarse por alto. En estos tres libros, tanto la crítica como el público han rechazado las ediciones que omiten las páginas introductorias por ofrecer una obra mutilada.
Oscar Wilde, como se sabe, escribía cuentos y obras de teatro. El retrato de Dorian Gray es su única novela. Escribir una novela es crear un mundo. Logro difícil y complejo que muchos autores de grandes méritos han tardado en alcanzar o no han logrado del todo. Por eso siempre me han impresionado quienes han logrado crear una gran novela en su primer y único intento. Emily Bronte y Margaret Mitchel, por citar un par de ejemplos, solamente escribieron un libro, Cumbres Borrascosas Lo que el viento se llevó. Roque Dalton, poeta y ensayista, también escribió una única y formidable novela Pobrecito poeta que era yo.
Volviendo al retrato de Dorian Gray, pese a su trama llena de crímenes y excesos, cerca del final, en un diálogo tan breve que hasta puede pasar inadvertido, aparece la nota moralista.
Lord Henry, conversando con Dorian, como quien no le da importancia al asunto le dice: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde... ¿Cómo sigue la frase?"
Dorian, sorprendido, se sobresalta: "¿Por qué me lo pregunta a mí?"
Y Lord Henry simplemente suspira: "Porque creo que usted podría contestarme."
INSC: 0708
Oscar Wilde. (1854-1900) Autor de poemas, cuentos, obras de teatro y una única
novela El retrato de Dorian Gray.

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