miércoles, 9 de septiembre de 2015

El cacique Garabito.

Garavito nuestra raíz perdida.
Oscar Bakit. Jiménez y Tanzi,
Costa Rica, 1981.
Todas las biografías tienen su dosis de ficción. No hay ni un solo personaje histórico cuyas andanzas en este mundo estén fuera de duda. Hasta los historiadores más serios deben echar mano de su imaginación para reconstruir episodios sobre los que no hay muchos documentos. Cuanto más antiguo sea el personaje biografiado, menor será la información disponible y, por tanto, mayor será la carga legendaria basada únicamente en suposiciones. 
El libro Garabito nuestra raíz perdida, de Oscar Bakit es un buen ejemplo. Sobre Garabito no hay más referencias que las pocas menciones consignadas por los conquistadores españoles. No sabe cuándo nació ni cuándo murió, ni cuáles eran sus dominios, ni a cuál comunidad pertenecía. Ninguno de los conquistadores lo vio en persona y existen dudas sobre su verdadero nombre. Con todo y esta carencia de datos, Garabito es un personaje fascinante precisamente por lo misterioso.
La teoría comúnmente aceptada es que Garabito era el cacique que regía la costa pacífica de Costa Rica por la época en que inició la conquista española. Al norte, en territorio chorotega, se fundó Nicoya en 1522. Francisco Hernández de Córdoba, en 1524, el mismo año en que había fundado León y Granada en Nicaragua, fundó el primer poblado español en Costa Rica, llamado Villa Bruselas, en algún lugar entre Chomes y Orotina. La hermosa ciudad de Granada sigue en el mismo sitio, de León Viejo quedaron algunas ruinas, pero de Villa Bruselas no quedó nada. La población desapareció antes de cumplir cinco años de haber sido instalada. 
Las atrocidades de Pedrarias Dávila circulaban de boca en boca entre los distintos grupos indígenas de la zona y tal parece que al territorio de la actual Costa Rica, la mala fama de los conquistadores llegó antes que ellos. 
Por los tiempos de la corta vida de Villa Bruselas, el cacique Garabito debió haber sido un niño o hasta es probable que no hubiera nacido aún. Quien sí consta que estuvo en Villa Bruselas fue un capitán español llamado Andrés de Garabito, que servía a las órdenes de Hernández de Córdoba. Al igual que su tocayo indígena, se sabe poco de él. Protagonizó un par de escándalos, fue enjuiciado, escapó y se le perdió la pista. 
Tras el fracaso de Villa Bruselas, los españoles tardaron varios años en intentar una nueva incursión. En 1561, arriba Juan de Cavallón acompañado de una tropa numerosa y bien armada que incluía hasta un sacerdote, don Juan de Estrada Rávago, quien ya había hecho algo de fortuna y, en vez de regresar a España, financió la expedición. Se supone que la primera misa celebrada en Costa Rica la ofició el padre Estrada, pero no sabe cuándo ni dónde.
Cavallón y sus hombres exploraron Orotina y llegaron hasta Esparza, pero no les fue muy bien ya que el cacique Garabito les puso las cosas cuesta arriba. Los ataques eran sorpresivos, frecuentes y rápidos. Los hombres de Garabito aparecían de repente, causaban bajas a los españoles, se retiraban y volvían a emboscarlos a los pocos días. Garabito nunca logró ser identificado porque, para despistar, varios de sus hombres se hacían pasar por él. Cavallón llegó a atrapar y a ejecutar a uno de esos falsos Garabitos. 
A pesar de los constantes ataques, Cavallón logró llegar hasta el valle central del país, donde fundó Garcimuñoz, en recuerdo a su pueblo natal en Castilla La Mancha. Uno de sus exploradores, Ignacio de Cota, atravesó la cordillera y llegó hasta el Guarco. El sargento portugués Antonio Álvarez Pereira le salvó la vida a Cavallón en uno de los tantos ataques de Garabito. Se dice que Álvarez Pereira, además, logró secuestrar a la esposa y dos hijos de Garabito, pero ni así logró capturar al cacique. Cavallón, con total honestidad, dejó por escrito el testimonio de todas las veces que tuvo que salir huyendo. Como sabía que Garabito la tenía contra él, Cavallón decidió mudarse a México.
El nuevo conquistador, don Juan Vásquez de Coronado, en una carta a Felipe II le dice: "Esté Vuestra Majestad cierto que en Costa Rica no hay indio de paz... el más dañoso para la pacificación de esta provincia es un cacique llamado Garabito."
Vásquez de Coronado envió un centenar de hombres a atrapar a Garabito, pero fracasaron. Es imposible capturar a alguien que no se puede identificar. Para contrarrestar la mala fama de Pedrarias y no sufrir las constantes derrotas de Cavallón, Vásquez de Coronado optó por la vía diplomática y se dispuso a hacer amigos. En sus relaciones con los pueblos indígenas, prefería negociar a imponerse. Llegó a establecer una buena relación con el cacique Corohore, a quien describió como "el indio más lindo que he visto". A Garabito, de más está decirlo, nunca lo vio. 
Dulcehe, la hermana de Corohore, estaba secuestrada por un grupo rival. Vásquez de Coronado logró liberarla y en vez de castigar a los secuestradores, les pagó el rescate que pedían para quedar bien tanto con los vencidos como con los aliados. Dulcehe, bautizada luego como doña Inés, acabó emparejándose con Antonio Álvarez Pereira, que ya era capitán y de esa unión descienden grandes familias de la aristocracia costarricense. 
Don Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno, en su libro Noticias de antaño, publicado en 1948, trata de contar la historia de sus ilustres ancestros, pero se acaba confundiendo nombres y afirma que Dulcehe era la esposa de Garabito. Don Norberto Castro Tossi realizó un estudio sobre el tema, pero murió antes de publicarlo y el manuscrito se perdió. A Garabito, que se supone era el señor de la costa pacífica, algunos autores le atribuyen ser el padre del cacique de Turrialba. 
Poco a poco la presencia de españoles en Costa Rica fue aumentando, se logró establecer una coexistencia con los pobladores indígenas y los ataques de Garabito cesaron. No se sabe si el cacique guerrero murió, fue derrocado o se aisló con su gente.
Los documentos sobre Garabito, además de escasos son contradictorios. Perafán de Rivera confunde a Garabito con Coyoche, el cacique chorotega. Gil González Dávila, por su parte, al remontar el río grande Tárcoles, tuvo noticias del cacique Huetara y llamó al pueblo de Garabito "los huetares". Los conquistadores españoles, en todo caso, no estaban aquí haciendo investigaciones etnográficas y, ante esos nombres nuevos para sus oídos, confunden caciques con poblaciones o grupos sociales enteros. Las investigaciones sobre los pueblos indígenas costarricenses son aún escasas y recientes y en ellas las crónicas de los conquistadores han aportado más confusión que claridad. 
Hace bastantes años, en Ecuador, se estableció un parque dedicado a guerreros indígenas. Óscar Bákit realizó la escultura de Garabito que representaría a Costa Rica. Una réplica de dicha escultura estuvo durante algún tiempo en el Parque Central de San José antes de ser trasladada al parque del Barrio Don Bosco. El día de la inauguración del monumento, asistieron representantes de la municipalidad, de ministerios y de la universidad que, según declara el propio Bákit en su libro, saltaba a la vista que no tenían idea de quien fue Garabito. La placa, además, repetía el error de Perafán de Rivera y confundía a Garabito con Coyoche. 
Además de que la información sobre Garabito es mínima y confusa, los investigadores la cuestionan. En 1572, Fray Diego Guillén declara en una carta que el cacique rebelde y misterioso tomó su nombre del capitán Andrés de Garabito. Trescientos años después, el Marqués de Peralta desacredita el documento al afirmar: "Esa carta desfigura los hechos". Carlos Gagini sostuvo, en su momento, que es poco probable que un cacique indígena que lucha contra los españoles haya tomado su nombre de uno de ellos. Bákit tampoco lo cree y dedica varias páginas de su libro a especulaciones sobre el posible significado de la palabra Garabito en una lengua indígena que ni siquiera se molesta en determinar. 
El caso da para pensar. Hay un documento de la época que dice una cosa y tres investigadores, el Marqués de Peralta, Gagini y Bákit, le restan credibilidad porque no calza con la historia que quieren contar. Especialmente atrevida, por decir lo menos, es la afirmación del Marqués que habla de "hechos" a tres siglos de distancia.
Es sabido que, por motivos que podríamos llamar mágicos, algunos indígenas prefieren no revelar su nombre. En ese caso, no tendría nada de raro que el guerrero hubiera escogido un nombre del enemigo para mantener en secreto el propio.
El libro de Bákit, divagatorio y lleno de suposiciones, no logra definirse entre la historia y la ficción. Si hubiera optado por narrar una vida legendaria, debería haber sido una novela. Si se hubiera limitado a los hechos, habría sido de muchas menos páginas. 
INSC: 2206

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