lunes, 28 de diciembre de 2015

Abnegación. Novela de Joaquín García Monge.

Abnegación. Joaquín García Monge.
Ministerio de Cultura, Juventud y
Deportes. Costa Rica, 1977.
No es común que un autor joven escriba tres novelas de un solo golpe para luego no volver a incursionar en el género nunca más en su vida, pero ese fue el caso de don Joaquín García Monge. A los diecinueve años de edad, en el año 1900, publicó dos novelas: El moto e  Hijas del campo. Abnegación, la tercera, apareció en 1901.
Anteriormente, varios escritos suyos habían aparecido en los periódicos firmados por "El lugareño". En las décadas siguientes, don Joaquín se dedicó a la docencia, la edición de libros y el periodismo y, aunque escribió algunos cuentos y ensayos, jamás volvió a publicar una novela.
Sucede con frecuencia que los autores jóvenes imiten en sus primeras obras a sus escritores favoritos. En un testimonio que consignó por escrito, el propio don Joaquín declara que El moto está construida como las novelas de Pereda,  Las hijas del campo está inspirada en las de Zolá y Abnegación inspirada en la obra Resurrección, de Tolstoi. Sin embargo, pese a la confesión de parte, la influencia no es muy evidente.
Abnegación es una novela breve y sencilla en que la ingenuidad está presente desde la primera hasta la última línea. Se trata de una novela romántica sobre un amor idílico, abnegado y no correspondido que, a la larga, acaba concretándose gracias a los azares del destino.
El puñado de personajes se presenta rápidamente. En un pueblito rural encontramos a Bautista Cedeño, "Tista" para los amigos, un joven pobre de solemnidad que vive en un cuartucho sin más muebles que su cama, con las paredes decoradas con su ropa colgando de los clavos y el piso lleno de papeles y cáscaras de frutas.  Tista es poeta y sueña algún día alcanzar la fama gracias a sus versos. Porfirio, el amigo de Tista, es el novio de Engracia, la hija de doña Gertrudis, en cuya casa han acogido a Guadalupe Blanco, Lupita, una huérfana cuya belleza es tan grande como las desgracias de su desafortunada vida.
El 2 de noviembre, día de los fieles difuntos, Tista, Porfirio, Engracia y Lupita, hacen una visita al cementerio. Tras leer la estrofa escrita en una lápida, Lupita hace burla del mal gusto de la gente del campo. Tista, el autor del texto, se siente herido en su amor propio pero se enamora de Lupita. Vienen luego las páginas del diario de Tista en que pone a Lupita por las nubes y da rienda suelta a su gran dolor al saberse despreciado por ella. En algún momento, Tista se atreve a poner en manos de Lupita los versos que le ha escrito y ella, sin mirarlos siquiera, hace los papeles a un lado como quien aparta un estorbo.
Tista decide entonces irse del pueblo y trasladarse a la capital, donde espera alcanzar dos importantes metas. Primero, colocarse como dependiente de comercio, ganar dinero y lograr reunir algunos ahorros para salir de pobre y, segundo, darse a conocer como poeta. Según Tista, cuando tenga un modesto negocito propio y la fama de literato reconocido, Lupita lo considerará un buen partido. Para dejarlo todo claro, antes de marcharse, Tista le declara su amor por carta a Lupita.
Poco después de la partida de Tista, llega al pueblo el médico cubano Oscar González, hombre de mundo, guapo, elegante y atractivo quien, casi desde su arribo, empieza a cortejar a Lupita. La muchacha, que siempre ha despreciado a los aldeanos, se considera afortunada porque aquel galán tan refinado haya puesto sus ojos en ella. El médico, experto en galanteos que no tiene nada de tímido, al poco tiempo logra poner en ella algo más que sus ojos. Porfirio, por medio de cartas, mantiene informado a Tista quien, a pesar de todo, continúa perdidamente enamorado de Lupita.
Como la novela fue escrita en 1900 y publicada en 1902, no hay detalles acerca de lo sucedido entre Lupita y el Doctor. Simplemente se declara que la muchacha, por tonta, "fue ultrajada". El médico, naturalmente, abandona el pueblo y Lupita queda a merced de los chismes de pueblo chico e infierno grande. Doña Gertrudis, quien la tenía a su cuidado, la echa de su casa para evitar la deshonra de su familia.
Abandonada por todos, Lupita se encamina a la capital, donde no conoce a nadie y, por esas casualidades de la vida, se encuentra con Tista quien, a duras penas, al menos ha logrado obtener la mitad de sus metas. Es apreciado en su trabajo y cuenta con algunos ahorros y buenas perspectivas de negocios. Aunque siendo escribiendo poemas, ya ha descartado su ilusión de obtener renombre como escritor. Publicó algunos de sus poemas en La Prensa Libre y El Heraldo, pero sus inspiradas creaciones solamente le granjearon la admiración de las solteronas cursis. Los escritores de renombre no solamente criticaron severamente su poesía, sino que llegaron al punto de burlarse de ella.
Pese a estar enamorado de Lupita, Tista considera su deber ir a buscar al médico que "la ultrajó" para exigirle que repare el daño infringido casándose con ella. Cuando logra dar con su casa, se da cuenta que el doctorcito es casado y tiene hijos. Viene entonces el final feliz, propuesto por el propio médico. Tista y Lupita se casan y (el libro no lo dice pero hay razones para suponerlo) fueron felices para siempre.
No tengo referencias sobre cómo fue recibida esta novela en el momento de su aparición, pero no me sorprendería que haya tenido la misma suerte que los poemas de Tista: aplaudida por las solteronas cursis y criticada severamente por los colegas escritores.
Abnegación es una novela entretenida, simpática y agradable. A quien la lea a un siglo de distancia de su aparición, quizá le incomode de primera entrada el tono exaltado de las páginas del diario, la rimbombancia de las cartas y hasta la tiesura de los diálogos. Los personajes, más que humanos, parecen cromos de cartón. Tista es un romántico que idealizó a Lupita como don Quijote a su Dulcinea. Porfirio es el amigo leal, Lupita es la ingenua que por despreciar la sencillez del campo, sucumbe al engaño de Oscar González, el conquistador egoísta. No hay contrastes, no hay matices. Un lector de finales del Siglo XX, habría agradecido un poco más de claroscuros, pero la novela, escrita en 1900, corresponde a otra estética. Es interesante que, en el transcurso de cien años, no solamente haya grandes diferencias en la realidad, sino también en la ficción.
En todo caso, un libro no se adapta al lector, sino que es el lector el que debe adaptarse al libro. Una vez que uno entra en sintonía con ese mundo de sentimientos exaltados, coincidencias inexplicables, casualidades hechas a la medida y diálogos recitados con solemnidad de tribuna, la lectura de la novela acaba siendo una experiencia agradable. Además, las novelas de otra época suelen estar llenas de sorpresas y revelaciones. Cuando uno lee una novela contemporánea apenas le presta atención a los detalles del entorno que, por cotidianos, no son interesantes. Esos detalles, serán interesantes para quienes lean la novela cien años después ya que, para entonces, serán verdaderas rarezas.
Más que el argumento o el estilo en que está escrito, en Abnegación me impresionaron particularmente las descripciones de los trajes, la música, el baile y las comidas. Me pregunto cuáles serían esos postres "dulces de sabor amargo" que servían en las fiestas. El libro me hizo recordar una tradición, supongo que antiquísima, que llegué a presenciar cuando era niño. La víspera del día de San Juan, se acostumbraba vaciar una clara de huevo en un vaso con agua que se cubría con un pañuelo. Durante la noche, la clara de huevo, además de tornarse blanca, en su intento de flotar a la superficie, acababa formando figuras caprichosas. Cuando los habitantes de la casa despertaban a la mañana siguiente, retiraban cada uno el pañuelo de su vaso. No había una figura igual a otra. Alguien sin imaginación solamente era capaz de ver una clara de huevo en el agua, pero la idea del juego consistía en descubrir una profecía del futuro. De acuerdo con la tradición, lo que lograra ver en el vaso, se haría realidad antes de un año. A las muchachas casaderas les parecía ver un velo de novia, quienes querían viajar descubrían la forma de un barco. Se contaba de un hombre joven y sano al que se le formó claramente un ataúd con cuatro velas y murió poco después. Al leer Abnegación, recordé que mi abuelita y mi tía Rosa acostumbraban dejar cada una su clara de huevo en el vaso la víspera del día de San Juan. Creo que ya nadie lo hace y la tradición se ha perdido. De no haber sido por este libro, nunca habría recobrado ese simpático recuerdo de mi infancia.
INSC: 1685
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