domingo, 31 de enero de 2016

El nicaragüense. Ensayo de Pablo Antonio Cuadra.

El nicaragüense. Pablo Antonio Cuadra.
Nicaragua, 1974.
Pablo Antonio Cuadra solía calificar su basta obra en dos categorías: lo que había escrito a mano y lo que había escrito a máquina. Para él, el flujo de la poesía surgía de un enlace entre cerebro y corazón que desembocaba en la mano escribiendo con tinta sobre el papel. El periodismo, al que dedicó gran parte de su vida, era otra cosa. En la sala de redacción, siempre llena de interrupciones, como se escribía a prisa, las ideas iban directo desde la mente hasta la tecla. Algo similar sostenía don Alberto Cañas, quien también ejerció los oficios de literato y periodista,  al afirmar que el escritor compone con la cabeza y el reportero redacta con los dedos.
Conocido principalmente como poeta y ensayista, Pablo Antonio Cuadra fue, durante más de cuarenta años (1954-1988), codirector del Diario La Prensa, de Nicaragua. Tras acogerse a su retiro, continuó al frente del suplemento cultural La Prensa Literaria, que él mismo había creado. Desde 1964 hasta poco antes de su muerte en 2002, publicó una columna muy leída, titulada precisamente Escrito a Máquina, en la que solía reflexionar sobre prácticamente todo lo humano y lo divino.
El nicaragüense, publicado en 1974, es un libro que recopila varias de sus columnas, que habían aparecido previamente en el periódico, en las que el poeta abordó diversos temas relativos a su país, su gente, su historia y sus costumbres.
Se refiere, natural e inevitablemente a Rubén Darío, a quien considera modelo de la dualidad nicaragüense porque "siempre quiso ser otro". A la larga, su intento de ser otro fue su modo de saltar hacia sí mismo. Darío no fue solamente el gran poeta de Nicaragua, sino el gran poeta de la lengua española y su influencia se extendió por todo un siglo. Sin embargo, los poetas jóvenes suelen ser parricidas y la Vanguardia Granadina, de la que Pablo Antonio fue figura principal, mantuvo en sus inicios una postura severamente crítica hacia Darío. Le reclamaban el haber sido afrancesado, el concentrar su atención en la mitología clásica y el haberse desviado de su tradición por tomar la ruta europea. Cantó más a Argentina y a Chile que a su propia tierra y, al plasmar el recuerdo de un buey viejo que miró en su infancia, tituló el poema Allá lejos.
Cuando el libro se publicó, ya eran lejanos los tiempos en que los vanguardistas llamaban a Darío "nuestro amado enemigo" y, superado el rechazo juvenil, Pablo Antonio cita a Octavio Paz, quien afirmó que el modernismo de Darío no era una evasión de la realidad americana, sino una fuga de lo local en busca de la actualidad universal.
Pablo Antonio comprende que la fidelidad de Darío a su patria consistió en abandonarla y encuentra, en la vida y obra del gran poeta, un reflejo de la historia de Nicaragua. La dualidad que sufrió Darío entre su carne y su alma, entre su poesía, tan sublime y elevada, y su agobiada vida llena de tropiezos y dificultades, hace inteligible la dramática historia de su país, llena tanto de episodios admirables como dolorosos.
Nicaragua, un pueblo de enorme riqueza cultural, sufre de pobreza material. Es un país en el que surgieron grandes escritores en tiempos en que buena parte de su población era analfabeta.
La geografía, la historia, la literatura y hasta las costumbres y la vida cotidiana de Nicaragua son fascinantes como temas de reflexión y Pablo Antonio, en este libro lo que hace es compartir sus reflexiones acerca de su país. Observa, piensa, recuerda, propone explicaciones y lo escribe todo a máquina, es decir, directamente del pensamiento a la tecla. No se trata de un libro informativo ni de un análisis metódico. En ningún momento intenta describir ni estructurar. De hecho, en el libro hay verdaderamente pocos datos y, ese detalle, lejos de ser un defecto, es más bien uno de los mayores atractivos de estas páginas. No se trata de un estudio formal y estructurado, sino casi de un coloquio, de una conversación de tarde soleada meciéndose en un butaco.
Pablo Antonio salta de lo erudito a lo cotidiano. A partir de El Güegüense, el primer personaje de la literatura nicaragüense, pasa a comentar la actitud burlona, picaresca, igualada y desconfiada de su pueblo. La pieza teatral, que data del Siglo XVI y que Pablo Antonio fue el primero en publicar en 1942, ha sido el deleite del público durante siglos porque el protagonista, desde su primera aparición en escena, suelta frases con doble sentido. Esa ironía a veces puede costar cara, pero no se abandona. Cuenta que una vez le preguntó a un campesino por sus notorias cicatrices y aquel hombre, sin darle importancia al asunto, le respondió: "Son un par de burlas".
Pablo Antonio va al mercado y entabla una conversación con la señora indígena que le vende frutas. Su historia es como de las de muchas otras mujeres solas (es decir, sin marido) que trabajan de sol a sol para sacar adelante a sus hijos. Ella tiene a los suyos estudiando, pero dice que la escuela cuesta "un chiquinil". Al poeta, gran conocedor de culturas precolombinas, le pareció viajar en el tiempo. Un chiquinil equivalía, en la época de la Colonia, a ocho mil granos de cacao, una verdadera fortuna. Recuerda entonces que los cronistas coloniales, tanto Oviedo como Bobadilla, consignaron que entre los indígenas nicaraguas, solamente a las mujeres se les permitía comerciar en el tiangue o mercado. A los hombres no los dejaban ni mirar desde afuera. Si alguno entraba, lo apaleaban. Preguntándose por qué el comercio era, en los pueblos ancestrales, una actividad exclusivamente femenina, Pablo Antonio regresó a su casa y le mostró a su señora lo que había comprado. Al enterarse, por medio de su esposa, que el precio que había pagado era abusivo, comprendió por qué los hombres no debían ir al mercado.
Particularmente interesantes son las observaciones que hace sobre la vivienda nicaragüense, cuya principal característica es la sencillez. Tradicionalmente, a la hora de construir ha imperado más el sentido práctico que el lujo. Si se trata de un campesino pobre, levanta un rancho fuerte y espacioso con pocas ventanas. Si es rico, una casona con patio central en que la luz y la ventilación vienen de dentro y no de fuera. En ninguno de los dos casos se presta especial atención a los elementos decorativos.
Como para marcar contraste, pone de ejemplo a Costa Rica, en que hasta las casas de piso de tierra se mantienen primorosamente encaladas y las carretas se pintan de colores vistosos. En Nicaragua, una buena casa basta con que sea espaciosa y de una buena carreta solamente se espera que sea fuerte. Ese gusto por la sencillez, lo encuentra también en la poesía. Hasta Darío, con todo su esplendor versallesco, desnuda su poesía de ornamentación cuando se refiere a Nicaragua.
El libro incluye también artículos sobre los ídolos de piedra precolombinos, el traslado de poblaciones y ciudades enteras, el eterno sueño del canal interoceánico y la antigua rivalidad entre León y Granada que, pese a estar ubicadas, respectivamente, al norte y al sur, son conocidas a nivel histórico como el oriente y el occidente.  Pablo Antonio sostiene que, por las dos antiguas ciudades, en Managua llaman "arriba" al este y "abajo" al oeste. Sin entrar a discutirle, creo que el Sol también podría ser un motivo de esa forma particular de referirse a los puntos cardinales. Verdaderamente reveladora es la observación de que León, ciudad conservadora, fue la cuna del Partido Liberal, mientras que en Granada, ciudad liberal, surgió el Partido Conservador. La historia y política, en todo caso, son temas en los que, lamentablemente, no profundiza. Los nombres de Rafaela Herrera, William Walker, Anastasio Somoza y Augusto César Sandino aparecen solamente una vez cada uno y como de pasada. A Máximo Jerez no lo menciona.  En cambio, ofrece abundantes semblanzas de personajes humildes como, por ejemplo, un viejo pescador del lago.
Nicaragua, como cualquier otro país, va cambiando. El mismo Pablo Antonio observa cómo los viejos hábitos son sustituidos por otros nuevos y, aunque las transformaciones son inevitables, se muestra algo preocupado por el futuro. Dice que si en la época precolombina hubiera hecho tanto calor como el de los tiempos en que escribe, el calor habría sido un dios, pero los indígenas vivían a la sombra de unos árboles que sus descendientes se empeñaron en talar.
Debido precisamente a las variaciones que trae consigo el paso del tiempo, los libros que, en su momento, describen un pueblo, a la larga acaban describiendo una época. 
El libro no tiene prólogo, pero en las páginas finales hay un epílogo, titulado Sobre la Universalidad del nicaragüense, escrito por José Coronel Urtecho, en que, con gran fluidez, el poeta hace un repaso de la historia de Nicaragua en que plantea el paralelismo de acontecimientos locales y globales. 
Siempre he creído que el interés por lo universal no está reñido con el interés por lo local. Conociéndose a uno mismo, es más fácil comprender al otro. Conociendo al otro, uno logra una mayor comprensión sobre sí mismo. Conocer el mundo te ayuda a comprender la aldea. Y conocer la aldea, te ayuda  a comprender el mundo.
INSC: 1409


Pablo Antonio Cuadra (1912-2002). Poeta, ensayista y periodista nicaragüense.

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