sábado, 9 de enero de 2016

Viajes de Carl Hoffmann en Costa Rica.

Carl Hoffmann Viajes por Costa Rica.
Notas, prólogo y selección por
Carlos Meléndez Chaverri.
Ministerio de Cultura, Juventud y
Deportes. Costa Rica. 1976
Además de haber sido el médico de las tropas costarricenses que lucharon contra los filibusteros de William Walker en 1856, el Dr. Carl Hoffmann fue quien dio a conocer a la comunidad científica de su época, el pueblo, la flora, la fauna y la geografía de Costa Rica.
Nació el 7 de diciembre de 1823 en Stettin, un poblado que en aquella época formaba parte del reino de Prusia. Antes había pertenecido a Suecia y actualmente es la ciudad de Szcecin, en Polonia. 
Estudió en la Universidad de Berlín, fundada por Wilhelm von Humboltd (el hermano de Alexander), donde obtuvo su título de médico y cirujano en 1846. Recién graduado, debió participar en la atención de enfermos de cólera morbus, peste que hacía estragos en la Europa de aquel entonces y a la que le correspondió volver a combatir en Costa Rica una década después.
Las cosas no andaban bien en el viejo continente y los jóvenes europeos, ya fueran campesinos, artesanos o profesionales, buscaban nuevos horizontes con mayores oportunidades. La gran mayoría emigraba a los Estados Unidos pero, a la hora de dar el paso, Hoffmann optó por Costa Rica. Desde hacía tiempo mantenía correspondencia con Fernando Streber, un abogado alemán que residía en San José y le contaba maravillas del país.  El propio Alexander von Humboltd acabó de convencerlo. Cuando Hoffmann le consultó si sería una buena idea trasladarse a aquel remoto y pequeño país centroamericano, el gran naturalista lo alentó a emprender el viaje. Gracias a su profesión de médico tendría trabajo asegurado y, en el plano científico, gozaría de la oportunidad de hacer investigaciones en una región poco explorada. 
En compañía de dos amigos, el Dr. Alexander von Frantzius y el Sr. Julián Carmiol Grasneck, el joven médico se embarcó rumbo a Costa Rica. En el bolsillo traía una carta de recomendación de Humboltd dirigida al Presidente de la República, don Juan Rafael Mora Porras. No se trataba de un viaje de exploración. Aquellos tres valientes alemanes habían decidido hacer de Costa Rica su hogar y, de hecho, salieron de Alemania para nunca más volver.
El barco los dejó en San Juan del Norte, entonces también llamado Greytown. Allí quedaron asombrados por la inmensa altura de los árboles. Hoffman le disparó a un pajarito de colores que estaba en una rama alta y, segundos después, cayó a sus pies un enorme papagayo. En una embarcación pequeña remontaron el río San Juan y entraron a territorio costarricense por Sarapiquí. Siguieron luego por Vara Blanca, Barva, la Villa y Heredia. Allí los tres alemanes se separaron. Frantzius se fue a vivir a Alajuela, Carmiol se estableció por un tiempo en Puntarenas y Hoffmann continuó hasta la capital, San José.
Apenas llegó, empezó a ejercer la medicina y el comercio. Casi de inmediato logró ganarse el respeto y el aprecio de los vecinos. Como no lo dominaba la avaricia, cuando atendía pacientes, era más que razonable a la hora de cobrar sus servicios y, en su actividad comercial, vendía productos de calidad a precios accesibles. Gran apasionado de la democracia, trataba a todas las personas con el mismo respeto y cortesía.
El 1 de marzo de 1856, día de la movilización general decretada por don Juanito Mora contra William Walker, Hoffmann cerró su tienda y se puso a las órdenes del presidente, quien lo nombró médico en jefe del ejército.
En la batalla de Rivas, el 11 de abril de 1856, Hoffmann tomó un fusil y logró matar al artillero enemigo que operaba el cañón. En sus memorias, La Guerra de Nicaragua, William Walker no le da ninguna importancia al incendio que provocó Juan Santamaría. Simplemente dice "Quemaron algunas casas". Pero el filibustero sí lamenta, y mucho, la muerte del artillero, ya aquel cañón pudo haber jugado un papel decisivo aquel día.
A la mañana siguiente, mientras los sobrevivientes enterraban a cerca de quinientos muertos, Hoffmann debió atender a más de trescientos heridos. En las siete amputaciones que realizó en aquella dura jornada tuvo como asistente a Pancha Carrasco. Poco después, como se sabe, vino la peste del cólera, que obligó al ejército costarricense a regresar a la capital trayendo consigo la propagación de la enfermedad. Hoffmann, como es fácil de suponer, tuvo mucho que hacer por entonces. Recomendaba, para combatir el mal, el alcanfor.
En lo que se refiere a sus exploraciones científicas por territorio costarricense, solamente se conservan tres escritos suyos. Uno sobre un viaje al volcán Irazú, otro al volcán Barva y un tercero sobre Orosi y Cartago. Los tres fueron publicados en Alemania en 1856, 1858 y 1860 respectivamente.
En 1976, el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes publicó Karl Hoffmann Viajes por Costa Rica, un libro en que, además de una traducción al español de los tres artículos que dejó el alemán, se incluye una reseña biográfica elaborada por don Carlos Meléndez Chaverri y se trascriben la carta de recomendación de Humboltd y la que Hoffmann le dirigió a don Juanito Mora una hora antes de su muerte.
La lectura de este libro es fascinante. Hoffmann, que escribe dirigiéndose a científicos alemanes, procura ser detallado en sus descripciones. Por tratarse de un documento ya bastante antiguo, las unidades de medida que menciona con frecuencia son indescifrables. Habla de pies ingleses y millas alemanas. Dice que la temperatura del Valle Central es de 40 grados R. Quienes vivimos aquí, sabemos que nunca ha estado tan frío como 40 grados Farenheit ni tan caliente como 40 grados centígrados. En un primer momento supuse que R significaba Rankine, pero luego me di cuenta de que la escala Rankine es de 1859 y el artículo de Hoffmann fue escrito en 1855. Luego averigué que la R en realidad significaba Reamur, que era la escala que se utilizaba para medir la temperatura desde 1731. Menciono el dato solamente como curiosidad, ya que, actualmente, los escritos de Hoffmann, más que por sus mediciones científicas, llaman la atención por su valor histórico y testimonial.
Dr. Carl Hoffmann. (1823-1859)
Las poblaciones de Curridabat, Tres Ríos y La Uruca, son descritas como pequeñas aldeas de apenas un puñado de casas. Menciona grandes cultivos de plátanos, en Heredia, y de caña de azúcar, en Cartago. Cerca de la hacienda de don Jesús Jiménez, por el lado de Paraíso, había una mina de cobre. Los ríos Torres y Virilla eran caudalosos y limpios. En Ochomogo había una enorme laguna llena de garzas blancas. La población de Barva, donde Hoffman por primera vez miró un quetzal y probó el palmito, estaba habitada exclusivamente por indígenas y, en sus alrededores, era común toparse con monos y tapires, así como encontrar abundantes anonas y fresas silvestres. Le llamó mucho la atención que las cercas que delimitaban las propiedades fueran de setos vivos. Los más utilizados eran el poró, el güitite, el jocote y el itabo. No había, en aquel tiempo, ni un solo hotel ni restaurante, por lo que tanto para comer como para dormir debía recurrir a la hospitalidad de los vecinos, quienes, no solo lo atendían lo mejor que podían sino que, con frecuencia, lo acompañaban en su expedición.
Algunas cosas, sin embargo, no han cambiado. Ya en aquel entonces en Cartago se cultivaban las papas para todo el país y la impuntualidad tica era la norma. El alemán, muy metódico, preparaba un plan y siempre, por algún inconveniente de último momento, la partida se demoraba de una a varias horas.
En la subida al volcán Irazú, Hoffman anota que ningún árbol le es conocido. Tiembla de frío en la altura, especialmente cuando la niebla lo empapa y le impide mirar hasta el suelo donde va a dar el paso. Descubre, sorprendido, que en aquella montaña hay senderos que los indios utilizan para caminar hasta el mar Caribe. Descansó cerca de la cima, en la Hacienda San Juan (imagino que el actual San Juán de Chicuá), que estaba entonces abandonada. Cuando llegó al cráter del volcán la mañana estaba despejada y Hoffmann y sus acompañantes permanecieron largo rato en silencio, asombrados por el hermoso paisaje. Tras beber un trago "para aclarar la vista", fue capaz de mirar desde allí tanto el Caribe como el océano Pacífico.
Además del reporte escrito, Hoffman, al igual que sus amigos Frantzius y Carmiol, quienes exploraron otras regiones del país, enviaban muestras de plantas, pieles de animales y pájaros disecados al museo de Berlín. Particularmente valioso fue el envío de pieles de pumas y jaguares, ya que en aquel tiempo en las universidades europeas se enseñaba que en Centroamérica no había grandes felinos.
Hoffman deja claro que gatos siempre han habido, de todos colores y tamaños. Lo que no había eran ratones. Los ratones llegaron la década de 1830 y las ratas en las de 1840, en embarques de mercadería procedentes de Inglaterra.
En una región de bosque cerrado y tupido, Hoffman relata lo duro que es abrir un espacio para la agricultura o la ganadería. Se empieza talando con hacha los grandes árboles. Los troncos se retiran con yuntas de bueyes o son aserrados en el sitio. Luego se le prende fuego al lugar. Cuando se apaga el fuego, se riega maíz en el campo. Después de recoger las mazorcas, se mete ganado para que se coma la maleza y pise el terreno. Se intenta sacar entonces las raíces de los árboles. La rutina de fuego, maíz y ganado, se repite una y otra vez y así, al cabo de unos tres o cuatro años, se obtiene un terreno limpio para ser arado o mantener como pastizal.
Hoffmann anota que la recolección del grano
de café era realizada por mujeres, como aparece
en la famosa pintura del Teatro Nacional.
Hoffman destaca que el cultivo del café es la principal actividad del país y que la inmensa mayoría de terrenos de Heredia, San José y Cartago está cubierta de cafetales. La recolección del grano, en tiempos de cosecha, era realizada exclusivamente por mujeres y niños.
En su expedición a Barva, Hoffmann se interesa en los casos de personas que, por haber sido picadas por serpientes en repetidas ocasiones, han llegado a ser inmunes al veneno.
Aunque sus intereses más marcados son la geografía, la botánica y la zoología, en su artículo sobre Orosi, brinda valiosas observaciones sociológicas. Alrededor del convento, fundado en 1790, y al que llama "el edificio mejor construido que he visto en Costa Rica", los indígenas de la zona, pese a estar bautizados con nombres españoles, mantenían su estilo de vida tradicional. Los hombres cazaban y pescaban y las mujeres se ocupaban de la agricultura. Las tierras de Cachí y Orosi le pertenecían a la comunidad y no había títulos de propiedad a nivel individual. Los indígenas no utilizaban dinero y de los artículos que podían ofrecerles los criollos a cambio de sus productos solamente había dos que aceptaban: las hachas y los machetes. En sus casas no había ni un solo clavo, ya que las construían atando los troncos con bejucos. Hoffman tuvo oportunidad de observarlos pescando en los ríos. Como había un cierto tipo de pez, muy apetecido, que no picaba el anzuelo, lo pescaban con lanza.
Los indígenas elaboraban preciosas vasijas de cerámica, pero Hoffmann afirma que nunca los vio usarlas para cocinar. Sobre las brasas, sin recipiente alguno, ponían los peces, la carne, la yuca, las mazorcas, las papas y los plátanos.
En Orosi, Hoffman escuchó la leyenda de "La loba negra que aúlla", una combinación del Cadejos con La Llorona.
El médico eminente, ciudadano distinguido, héroe de guerra e incansable explorador, era un hombre fuerte, alto y corpulento, pero acabó enfermo de un mal pulmonar que, se supone, era tuberculosis. En busca de un clima más benigno se trasladó a vivir a Puntarenas. Mientras agonizaba, justo una hora antes de su muerte, dicta una carta a su amigo, el Presidente Juan Rafael Mora, para felicitarlo por su reelección. "He nacido en un suelo muy distante", le dice antes de manifestar su agradecimiento a la república que "tan benignamente" lo acogió. Hoffman estaba tan débil que ni siquiera pudo firmar la carta. Murió el 11 de mayo de 1859, con apenas treinta y cinco años de edad. Fue sepultado en Esparza. En 1929, año en que se inauguró el monumento a don Juanito Mora frente al correo, los restos del Dr. Carl Hoffmann fueron trasladados al cementerio general de San José.
INSC: 2720

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