lunes, 11 de abril de 2016

El padre Alberto Mata recuerda a Monseñor Sanabria.

Monseñor Dr. Víctor Manuel Sanabria.
Alberto Mata Oreamuno.
Casa Gráfica. Costa Rica, 1985.
El 17 de enero de 1985, día en que Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez habría cumplido ochenta y seis años de edad, el padre Alberto Mata Oreamuno publicó un pequeño libro con recuerdos personales del célebre Arzobispo de San José.
Además de clérigo, Monseñor Sanabria fue periodista, propietario de un periódico, profesor de literatura, genealogista, autor de varios libros de historia, traductor y figura clave en la historia de Costa Rica. Su participación en la promulgación de las Garantías Sociales y el Código de Trabajo, su protagonismo antes, durante y después de la Guerra Civil de 1948 y sus frecuentes intervenciones, por carta pero de manera pública, sobre los debates de la Asamblea Constituyente, hacen que su figura sea con frecuencia objeto de juicios encontrados.
Son muchos los autores que se han referido a las múltiples facetas de Monseñor Sanabria. Quizá por ello, el padre Mata, al escribir sobre él, en vez de repetir datos conocidos o entrar en discusiones por largo tiempo abiertas, optó por retratar al hombre de carne y hueso, al moreno y nervioso hijo de campesinos que conoció muy bien y fue su amigo de muchos años.
Víctor Manuel Sanabria Martínez, octavo y último hijo de don Zenón Sanabria Quirós y doña Juana Martínez Brenes, nació el 17 de enero de 1898 en San Rafael de Oreamuno. Sus padres y sus hermanos eran agricultores. A los catorce años manifestó su deseo de ser sacerdote, por lo que su padre le pidió a don Francisco Aguilar Barquero, el abogado de su confianza, que le sacara una cita con el padre Agustín Blessing Presinger, rector del Seminario, para presentarle a su muchacho.
Cuando salieron del encuentro, don Zenón le preguntó a su hijo: "Vos entendiste lo que don Francisco y el Padre Blessing decían?". El joven, por respeto, respondió que no.
Años después, Francisco Aguilar Barquero llegaría ser Presidente de la República y tanto Blessing como Sanabria serían ordenados obispos. Don Zenón, el cuarto asistente a aquella cita, seguiría siendo un campesino de cultura y vocabulario muy limitados que, con frecuencia, se quedaba sin comprender lo que la gente "leída" decía su alrededor. 
En el Seminario, Víctor Manuel Sanabria destacó por su privilegiada inteligencia. Por ello, cuando terminó el bachillerato, el Obispo Stork no consideró prudente que continuara sus estudios eclesiásticos en el país y decidió enviarlo a Roma, donde fue ordenado diácono y sacerdote y donde, de nuevo, se lució como estudiante.
En el Colegio Pío Latino Americano, donde estudiaban los jóvenes clérigos más talentosos procedentes de todos los países americanos de habla hispana, Víctor Manuel Sanabria obtuvo, con Summa Cum Laude, su Doctorado en Derecho Canónico. La idea era que continuara estudiando para que lograra igualar a otro costarricense, Monseñor Rafael Ottón Castro Jiménez quien, en la misma institución, había obtenido tres doctorados: el de Derecho Canónico, el de Filosofía y el de Teología. Sin embargo, Sanabria debió regresar al país debido a que su padre estaba muy delicado de salud. Ni siquiera pudo asistir al acto de graduación en que el propio Papa Pío XI le iba a hacer entrega, no solamente de su diploma, sino de la medalla al mejor estudiante de su promoción.
Sanabria regresó a tiempo para despedirse de su padre y celebrar sus funerales. El clero en Costa Rica era escaso, por lo que le pidieron que, en vez de volver a Roma a seguir estudiando, iniciara de inmediato su labor pastoral. Unas semanas más tarde, lo llamaron de la Nunciatura para entregarle el diploma y la medalla que el Papa le había enviado. La medalla, jamás se la enseñó a nadie y Sanabria nunca antepuso a su nombre el título de Doctor.
La amistad de Sanabria con el padre Mata inició en la juventud. Se conocieron en la estación de Cartago, cuando Sanabria tomaba el tren para Limón, a donde iba a embarcarse rumbo a Europa. Sanabria solamente había recibido las órdenes menores y Mata no había decidido aún ser sacerdote.
Al retorno de Sanabria, fue nombrado párroco de San Ignacio de Acosta, donde al ya entonces seminarista Alberto Mata le tocó pasar una temporada acompañándolo a visitar las comunidades más alejadas de la zona. Cuando el padre Mata celebró su primera misa, en la Capilla del Colegio de Sión, Sanabria hizo de acólito. Cuando Sanabria fue nombrado obispo de Alajuela, llamó al padre Mata para que lo acompañara en las visitas pastorales a las parroquias de su diócesis que, en aquel tiempo, incluían todo el territorio de Guanacaste. 
El padre Mata, que lo conoció muy de cerca, menciona que tanto la personalidad como la actividad de Sanabria eran asombrosas. Como había estudiado en Roma, dominaba el latín perfectamente. Hablaba en inglés con los funcionarios de la Embajada Americana, en italiano con el Nuncio, en francés con las monjas del Colegio de Sión y en alemán con los padres paulinos del Seminario. Leía un libro nuevo cada tres días y pasaba todo el tiempo escribiendo notas en cuadernos. Era además muy piadoso. Celebraba la misa al amanecer, rezaba todos los tiempos de la Liturgia de las Horas y, completamente solo, hacía una prolongada visita al Santísimo cada tarde.
Su temperamento era muy nervioso, parpadeaba de manera intermitente y violenta, caminaba de un lado para otro y siempre, incluso en las celebraciones litúrgicas más solemnes, movía sin cesar la cabeza, las manos y los pies. Aunque nunca lo hizo en público, fumaba precipitada y aceleradamente varios cigarrillos al día. Para refrescarse, bebía café negro sin azúcar. Hablaba muy rápido y siempre, incluso en reposo, respiraba con esfuerzo, jadeaba y sudaba copiosamente. En la actualidad, no hace falta ser médico para saber que si un fumador tiene problemas para respirar y suda en abundancia sin motivo, eso puede ser una señal de que su corazón no anda muy bien. Acostumbrados a sus movimientos nerviosos y a su carácter hiperactivo, quienes lo rodeaban no vieron ninguna señal de alarma y recibieron sorprendidos la noticia de que el Arzobispo había muerto de un infarto a los cincuenta y cuatro años de edad.
Los recuerdos del padre Mata dejan constancia que Sanabria, además de su profunda religiosidad, su aguda inteligencia y su vasta cultura, se distinguía por su ingenio y su sentido del humor. Se reía con estrepitosas carcajadas cuando veía a alguien imitar la cara, los gestos y la forma de hablar de algún personaje conocido, así se tratara de él mismo. Incluso en las reuniones más importantes, contaba chistes, hacía bromas y replicaba con dichos y expresiones campesinas. Sabía ser elegante y distinguido cuando tenía que serlo, pero le molestaban la pompa y los tratamientos protocolarios. Le agradaba la forma en que lo trataba el padre Bellut quien, por haberlo conocido cuando era joven, incluso ya era Arzobispo metropolitano continuó llamándolo "Víctor".
Recién nombrado Arzobispo de San José, en su primera reunión con el clero de la arquidiócesis, le dijo a sus sacerdotes: "Solamente una monedita de oro le cae bien a todo el mundo. Si yo no le simpatizo a alguno de ustedes al punto de que se sienta incómodo conmigo, no hay problema. Yo con mucho gusto puedo tramitar su traslado a otra jurisdicción. Si algún otro quiere también irse, no hay problema, puede hacerlo. Pero si un tercero quiere irse, en ese caso el que se va soy yo".
El libro del padre Mata sobre Monseñor Sanabria es en verdad simpático. Lo único que se le podría criticar es que es demasiado breve. Los personajes históricos acaban siendo recordados por sus acciones y sus palabras. En los libros y en las aulas, las nuevas generaciones se familiarizarán con sus nombres y rostros así como con lo que hicieron o dijeron. Pero la persona de carne y hueso seguirá siendo de alguna manera desconocida. Solamente cuando, como en este caso, quienes los trataron de cerca dejan escrito un testimonio sobre ellos, es que los personajes de los libros de historia adquieren un rostro cálido, humano y cercano.
Poco antes de su muerte, mientras bebía café y se fumaba un cigarrito, Monseñor Sanabria le dijo a Luisa Gómez, su cocinera y empleada doméstica de toda la vida: "Me imagino el día que yo me muera. Las grandes campanas de la catedral: Din, Don, Din, Don. Todo el mundo en apuros y carreras, el Nuncio, los obispos, los sacerdotes y seminaristas... el gobierno, la prensa y la gente de la calle comentando "¡Murió el Arzobispo!" y luego, unos tres meses después... ya nadie se va a acordar de mí." 
INSC: 0258
Don Alberto Mata Oreamuno, Monseñor Sanabria, obispo de Alajuela y el
Presidente León Cortés Castro en Liberia.

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