viernes, 27 de mayo de 2016

Eunice Odio en Guatemala.

Eunice Odio en Guatemala. Mario A.
Esquivel T. Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes. Costa Rica.
No indica el año de publicación.
Eunice Odio viajó a Guatemala a recoger un premio y acabó quedándose a vivir en ese país durante cinco años. En 1946, el gobierno guatemalteco convocó un premio centroamericano de poesía cuyo ganador sería anunciado el 15 de setiembre del año siguiente como parte de las celebraciones de la fiesta de independencia.
Una vez leídas las obras presentadas, los miembros del jurado, el periodista Flavio Herrera Hernández, el pintor Abelardo Velásquez y el escirtor Miguel Ángel Asturias, decidieron galardonar a la costarricense Eunice Odio por Los elementos terrestres y al salvadoreño Hugo Lindo por Libro de Horas. Cabe anotar que el premio no fue compartido sino duplicado. Cada uno de ellos recibió la medalla de oro y los ochocientos quetzales que fueron ofrecidos y sus respectivos libros fueron publicados, en 1948, por cuenta del Estado guatemalteco.
Los dos poetas premiados eran jóvenes pero no desconocidos. Hugo Lindo solamente había publicado un libro anteriormente, en 1943, pero su nombre ya gozaba de cierta fama. Algunos poemas de Eunice, por su parte, habían aparecido en Repertorio Americano, la revista que editaba don Joaquín García Monge y que circulaba por toda América Latina. 
Augusto Monterroso, al comentar el fallo del premio, celebra el triunfo de Eunice, cuyos pocos poemas publicados hasta entonces tal parece que le eran familiares.
En setiembre de 1947, Eunice recibió su premio en Guatemala, donde causó gran impresión, dictó conferencias y estableció contactos con revistas y periódicos locales que se mostraron dispuestos a publicar sus colaboraciones. Luego, aprovechando la notoriedad ganada con el Premio Centroamericano, emprendió una gira por los cinco países del istmo, que le permitió conocer en persona a los escritores de la región. Con Claudia Lars la amistad llegó a ser estrecha.
Los Elementos Terrestres, primer libro de poesía publicado de Eunice Odio, se imprimió el 15 de mayo de 1948 en Guatemala. La autora, que había viajado nuevamente a ese país para la ocasión, decidió quedarse a vivir allí. Los motivos de esta decisión no son difíciles de imaginar. Costa Rica estaba atravesando un período difícil. La confrontación entre los distintos grupos políticos, agresiva y violenta desde hacía años, había desembocado en una guerra civil en marzo de 1948. Aunque el conflicto duró apenas un mes, Eunice era opositora al bando ganador. Además, pese a ser colaboradora del Repertorio Americano, Eunice consideraba que en Costa Rica no había suficiente espacio para destacarse como escritora.
Guatemala, por el contrario, vivía en aquel tiempo la época del Dr. Juan José Arévalo, el presidente cuyas acciones en favor de la justicia social y el desarrollo de las artes despertaban entusiasmo entre las mentes progresistas y brindaban protagonismo a los artistas e intelectuales. Eunice Odio no fue la única escritora centroamericana que optó por residir en Guatemala en aquellos años. El poeta nicaragüense Alberto Ordóñez Argüello, por citar otro ejemplo, llegó incluso a ser colaborador cercano del Dr. Arévalo.
Durante los cinco años que vivió en Guatemala (1948-1953), Eunice escribió su segundo libro, Zona en territorio del alba, publicó crítica literaria y artística en periódicos y revistas locales, fue miembro de AGEAR (Asociación Guatemalteca de Escritores y Artistas Revolucionarios), participó en política y sostuvo memorables polémicas en la prensa.
El Licenciado Mario A. Esquivel T. recopiló varios documentos de esta época en una antología titulada Eunice Odio en Guatemala. El libro, publicado por el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, por un error de edición, no consigna el año en que fue publicado. Tras una semblanza de las actividades de Eunice en tierras chapinas, la obra está dividida en tres secciones. La primera es una colección de artículos publicados por Eunice en la prensa local, la segunda es una muestra de los poemas que escribió en aquellos años y la tercera consta de noticias que aparecieron sobre ella.
Verdaderamente interesante resulta leer Exposición sobre política actual de Costa Rica, un larguísimo artículo que Eunice publicó en diciembre de 1947, en el que expone sus punto de vista sobre la confrontación que vivía entonces su país. Aunque posteriormente cambió su posición, en aquellos años Eunice mantenía aún simpatía por las ideas de izquierda y sostiene que, en el fondo, lo que Costa Rica estaba viviendo era un conflicto entre fuerzas revolucionarias y reaccionarias. El artículo es detallado al enumerar los atentados contra la vida de Manuel Mora, pero no menciona nada de las acciones represivas y abusivas de los gobiernos del Dr. Calderón Guardia y del Lic. Teodoro Picado.
Eunice Odio. (1919-1974)
No podía imaginarse entonces que apenas tres meses después de publicado su artículo, el alzamiento de don José Figueres contaría con el apoyo, ni más ni menos, que del propio Dr. Arévalo.
En todo caso, Eunice acabó desilusionada del Dr. Arévalo y, en las elecciones de 1950, se opuso a Jacobo Árbenz y apoyó a Jorge García Granados. Participó activamente en la campaña y acompañó al candidato en sus giras. Tras el triunfo de Árbenz, Eunice, que ya se había distanciado de la izquierda, manifestó su preocupación por el avance del comunismo en Guatemala de la mano del dúo Arévalo-Árbenz.
En Biografía de una generación, Eunice declara que "Costa Rica no ha tenido, ni tiene, ni tendrá, un presidente que se interese por las letras y las artes" y, de nuevo, hace largo repaso histórico que se remonta hasta los tiempos del General don Tomás Guardia.
Ya en el plano literario y artístico, Eunice reseña con aprecio y entusiasmo la obra de Otto Raúl González,  se incluye su hermosa entrevista a don Francisco Gavidia así como su ensayo sobre la pintura de su prima Margarita Berthau.
Hace gala de su famosa y contundente ironía en el artítulo titulado Alejandro Sux corre tras un turista, que se refiere a un señor Cantala, "diz que autor de El insípido, libro idem."
Tras cinco años en Guatemala, Eunice se trasladó a México, donde murió en 1974. Los tres libros que publicó en vida aparecieron: el primero en Guatemala, el segundo en Argentina y el tercero en El Salvador.
Gran escritora y personaje atractivo y singular, a Eunice Odio los costarricenses empezamos a conocerla cuando ya no estaba en este mundo. Se marchó muy joven de nuestro país y nunca regresó. 
INSC: 2234

Julio Cortázar y su Vuelta al día en ochenta mundos.

La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Cortázar.
Siglo XXI. México. 1986.
En noviembre y diciembre de 1872, el periódico Les Temps publicó por entregas la novela La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne. Al mes siguiente, enero de 1873, apareció la primera edición del libro con la versión completa. Poco antes de que transcurriera un siglo, Julio Cortázar le dio vuelta al título y llamó La vuelta al día en ochenta mundos al collage gráfico-literario que presentó en 1967. 
Además de la coincidencia de que ambos escritores fueran tocayos, no hay ninguna otra relación entre ambas obras. En la primera página del libro de Cortázar se menciona Phileas Fogg, el protagonista de la novela de Verne, pero los dos libros, como se dijo, son cosas totalmente distintas. El que le da la vuelta al mundo en ochenta días es una novela de aventuras con personajes protagónicos y una trama que se desarrolla paso a paso, mientras que el que le da la vuelta al día en ochenta mundos es una variada colección de dibujos, fotografías, recuerdos personales y notas sobre literatura, música y otros temas ociosos.
Tengo entendido que originalmente el libro de Cortázar apareció en dos tomos, pero no he podido averiguar hasta dónde llegaba el primero y dónde empezaba el segundo. El dato, en todo caso, carece de importancia, dado que la obra no tiene unidad y cada página se refiere a un asunto distinto. 
La vuelta al día en ochenta mundos es un verdadero cajón de sastre. Da la impresión de que Cortázar arrancó páginas al azar de su libreta de apuntes y de su álbum de recortes, las metió en una carpeta y se las entregó a su editor. El resultado es un libro que no puede reseñarse en conjunto, sino página por página. Ya sea que uno esté leyéndolo con agrado o con fastidio, al dar la vuelta a la hoja se encontrará en otro mundo. Tras una reflexión sobre los horarios viene una nota de boxeo, seguida por un artículo de jazz y, luego, por gajes del oficio de traductor. Hay una nota dedicada a Carlos Gardel y otra Jack el destripador. Se salta de lo sentimental a lo trágico y de lo cómico a lo sangriento. 
Contra lo que uno pudiera suponer por el título, no son ochenta artículos, sino cuarenta y seis, de los cuales hubo algunos que realmente disfruté. El chiste del velorio es muy divertido y la nota sobre el dilema de escoger entre "estimado" y "querido" cuando se escribe una carta a alguien que uno no conoce en persona es realmente ameno. Mi llamó particularmente la atención el de Hay que ser verdaderamente idiota, en que Cortázar se refiere a quienes van al teatro a disfrutar de lo que ven y no a filosofar sobre el contenido ni a evaluar el montaje. 
Cuando Cortázar escribe sobre música o deporte, lo hace con intensa pasión y amplio conocimiento. En cambio, cuando escribe sobre literatura, aunque suene contradictorio, se pone pesado y superficial al mismo tiempo. El comentario sobre Mallarmé es tan denso que no fluye y en el que se refiere a la novela Paradiso, de José Lezama Lima,  no fue más allá de lo evidente.
Por estar profudamente ilustrado con dibujos y fotografías, el libro, además de agradable, es bonito. La edición que tengo, realizada en México por Siglo XXI, es de letra grande, impresa en buen papel, con cubierta de tapa dura y generosa en imágenes a página completa. Como desde el inicio queda claro no es necesario ir en orden desde el principio hasta el final, uno tiene la libertad de picotear por aquí y por allá, pasando la mirada en zigzag y leyendo distraídamente como se hace con las revistas en la barbería o el consultorio del dentista.
No creo haber sido el único en haber leído este libro por partes, en diferentes momentos y a saltos para detrás y para adelante. Confieso que no leí completos varios artículos, simplemente porque, tras apenas un par de líneas, no lograron atrapar mi atención. La nota dedicada a la máquina para leer Rayuela, que incluye planos e instrucciones de uso, figura entre las de menor atractivo.
Irónicamente, La vuelta al mundo en ochenta días, apareció originalmente en el periódico, pero era un libro, mientras que La vuelta al día en ochenta mundos, ha tenido ediciones de lujo como libro, pero se lee como un periódico.
Julio Cortázar, autor de memorables cuentos, es hábil en el relato breve. Sus propuestas experimentales, como la novela Rayuela (en que los capítulos se pueden leer en cualquier orden) o 62 Modelo para armar (basada en el capítulo 62 de Rayuela, en que no sabe ni el motivo de los hechos ni las relaciones que existen entre los personajes), aunque fueron populares y atractivas en su momento, una vez pasado el asombro de la novedad, el público ha ido perdiendo el entusiasmo que alguna vez tuvo por ellas,  
La vuelta al día en ochenta mundos es una verdadera rareza en la que se encuentran episodios brillantes, Soy de la opinión de que el gran prestigio de Julio Cortázar no se debe a los libros sino a las páginas que escribió.
INSC:2179
Julio Cortázar. (1914-1984)

sábado, 21 de mayo de 2016

La evolución poética en Costa Rica según Alberto Baeza Flores.

Evolución de la poesía costarricense.
1574-1977 Alberto Baeza Flores.
Editorial Costa Rica. 1978
La poesía es algo tan personal que resulta en verdad difícil referirse a ella cuando el marco es muy amplio. Entre los poetas puede haber afinidad de preocupaciones, recurrencia de temas, coincidencias de estilo e imitación de trucos, pero cada uno tiene su propio mundo (tanto real como imaginario), así como su manera particular de expresarlo. Los historiadores de la literatura, y muy especialmente los de la poesía, tienen claro que las corrientes estéticas no coinciden necesariamente con un período cronólogico. Hay poetas precursores y audaces que vivieron muchos años antes de que la forma que eligieron para expresarse se volviera común, así como hay poetas que optan por mantenerse apegados a normas de tiempos pasados y hasta remotos.
Se sabe que "El que mucho abarca poco aprieta" y, acatando la sabiduría del viejo refrán, quienes se ocupan de literatura tienen claro que la manera más apropiada de decir algo que sea digno de atraer y mantener la atención es referirse a un tema específico que se pueda observar a fondo. No faltan, sin embargo, las obras pretenciosamente enciclopédicas.
El libro Evolución de la poesía costarricense 1574-1977, de Alberto Baeza Flores, me llamó la atención por lo ambicioso. Antes de empezar a leerlo me puse a sacar cuentas: de 1574 a 1977 hay cuatrocientos tres años y el libro tiene cuatrocientas doce páginas. Supuse entonces que, pese a ser un libro gordo, su contenido no podría ir más allá de una mirada rápida y panorámica. Sin embargo, la obra no llegó ni a eso.
Para empezar, tiene un vacío de más de tres siglos. Los primeros versos escritos en Costa Rica de que se tiene noticia son los de Domingo Jiménez El Coplero,  conquistador español que nació en 1535 y murió en 1610, cuyas rimas satíricas hicieron enojar a las autoridades y lo hicieron salir huyendo de la ciudad de Cartago, de la que había sido alcalde. Siempre me ha parecido simpático que el primer poeta de mi país fuera perseguido por su sarcástico sentido del humor. Al referirse a él, Baeza cae en el mismo error que Abelardo Bonilla quien, con gran arrogancia, tildó de "mediocre" los versos de El Coplero y, en vez de presentar el autor, la obra y las circunstancias de la época, se pone a evaluar sus versos con el lápiz rojo del evaluador implacable.
De Domingo Jiménez solo quedan unas pocas páginas y durante los trescientos años siguientes no se publicó en Costa Rica ni un solo libro de poesía. Los poemas circulaban en hojas sueltas o aparecían en los periódicos. Indignado y ofendido de que en una antología publicada en España no se incluyera a ningún tico, Máximo Fernández mandó imprimir, en 1890, La Lira Costarricense, primer libro de poesía de Costa Rica, en que incluyó a varios autores, muchos de los cuales posteriormente editaron libros con sus poemas de manera individual.
Al igual que muchos otros investigadores, Baeza salta directamente de El Coplero a La Lira Costarricense. 
Ya en ese punto, Baeza propone clasificar la poesía costarricense en seis generaciones cronológicas, de las cuales la primera sería la de los del cambio del siglo XIX al XX (Aquileo Echeverría, Lisímica Chavarría et alia). Vendrían luego la de quienes publicaron en Repertorio Americano o Surco (Arturo Echeverría Loría, Francisco Amighetti, Max Jiménez et alia). La tercera sería la de los nacidos entre 1915 y 1930 (Alfredo Cardona Peña, Eunice Odio et alia).  En la cuarta estarían quienes nacieron entre 1930 y 1945 (Carmen Naranjo, Jorge Charpentier, Ana Antillón, Carlos Rafael Duverrán et alia). La quinta abarcaría a los nacidos entre 1946 y 1965 (Diana Avila, Lil Picado, Ana Istarú, Rosibel Morera et alia). Y la sexta y última a los poetas nacidos después de esa fecha que, más que jóvenes, serían niños o adolescentes, puesto que el libro fue publicado en 1978.
Al hacer la clasificación, me parece que Baeza optó por el camino fácil y equivocado. Ser contemporáneo no implica tener afinidad creativa. A nadie se le ocurriría agrupar pintores, escultores, músicos o arquitectos por su fecha de nacimiento. Agruparlos de esta forma, en vez de facilitar el retrato de conjunto, lo complica.
Incapaz de proponer una visión de conjunto, Baeza opta por referirse a cada poeta en particular. A la gran mayoría los menciona de manera apresurada mientras que a otros (Roberto Brenes Mesén, Isaac Felipe Azofeifa, Eunice Odio, Jorge Debravo y Alfonso Chase) les dedica extensos apartados. 
Detenerse en cada peldaño (y en algunos por bastante rato) no brinda una visión integral de la escalera.
El libro, además, se distrae con frecuencia del tema. Hay ocasiones en que, para dar una idea del contexto nacional o mundial, aparecen largas parrafadas en que se consignan datos de almanaque que no vienen al caso ni brindan aportes de importancia. 
Como dijo Oscar Wilde: "Cuando alguien pretende agotar un tema, lo único que logra es agotar a quienes le ponen atención". Uno comprende que, pese a que distinguieron principalmente como novelistas, los poemas de don Joaquín Gutiérrez Mangel y don Fabián Dobles merezcan ser mencionados, pero los poemas de don Alberto Cañas o de Daniel Oduber no pasan de ser datos curiosos.
Verdaderamente poco elegante, además de inexplicable, es el hecho de que Baeza se cite a sí mismo en tercera persona con nombre y dos apellidos. "Alberto Baeza Flores escribió una elegía..."
Pero lo verdaderamente extraño, entre todas las pérdidas de rumbo de este libro, es la atención excesiva que le presta a la astrología. Sobre este punto, vale la pena citarlo textualmente:

"Carlos Rafael Duverrán nace en San José de Costa Rica, con el signo de Tierra bajo la dominante de Venus, que es un planeta simbolizado por la diosa del amor, de las bellas artes y de la poesia. Freud es un hijo del signo Tauro, que es el de Duverrán."

Por distraerse en asuntos astrales, olvidó consignar la fecha de nacimiento de Duverrán, omisión que se repite en el caso de Mariamalia Sotela:

"Bajo el signo de Fuego, bajo el dominante de Júpiter, el planeta de la gran fortuna y la energía en estado puro, nace Mariamalia Sotela."

En el caso de Alfonso Chase, sí anotó el dato, pero se extendió más de lo necesario en el plano cósmico:

"Alfonso Chase nació en la ciudad de Cartago el 19 de octubre de 1945. Esto quiere decir que su signo es Libra, signo del aire bajo la dominante de Venus, punto de equilibrio entre el día y la noche, la luz y las sombras. (...) Ha nacido bajo el signo que marca la salida y la puesta del sol, Venus es la diosa de la belleza -es la Afrodita dela Mitologia griega- y es la dominante del signo Libra, que es el de Chase. El día del nacimiento de Chase corresponde ala influencia de Sagitario, noveno signo del Zodiaco."

No acabo de entender cómo, para comprender mejor el aporte de los libros de Alfonso a la evolución de la poesía costarricense, me pueda ser de utilidad saber que nació bajo el signo de Libra con ascendente Sagitario. En todo caso, si esa información es relevante, tal vez habría sido mejor que Baeza hubiera agrupado a los poetas por su signo zodiacal en vez de por su año de nacimiento. 
En la contraportada aparece el acta del jurado que le otorgó a este libro el Premio Editorial Costa Rica de Ensayo.
Enrique Macaya Lahmann, Roberto Murillo e Isaac Felipe Azofeifa, al otorgarle el galardón, consideraron como el principal mérito de esta obra su considerable labor de investigación. Curiosamente, no se supone que el género de ensayo se distinga por referencias y descargas abrumadoras de datos. De un ensayo, más bien, se espera todo lo contrario. Por otra parte, la abundante recopilación de títulos, autores y años de publicación, sería en todo caso el punto de partida y no la meta en una obra de este tipo. 
En el libro hay un larguísimo apartado que se dedica exclusivamente a elogiar, de manera laudatoria, la poesía de Isaac Felipe Azofeifa. Por ello, es poco elegante que don Isaac Felipe, como miembro del jurado, haya dado su voto para darle un premio a una obra en que se le lanzaban flores y se le quemaba incienso.
Evolución de la poesía costarricense, con todo y todo fue una lectura interesante. Me agradó la forma en que se refirió a don Rogelio Sotela, me pareció desmedida y desproporcionada la importancia que le dio a Brenes Mesén, consideré bastante pobres los comentarios sobre la poesía de Eunice Odio y me parecieron acertadas y reveladoras las apreciaciones sobre Jorge Debravo. Ya sea que estuviera de acuerdo o en desacuerdo con lo que leía, a todo lo largo del libro encontré siempre algo que mantuvo despierto mi deseo de seguir adelante. Alguien que lee poesía, siempre está dispuesto a prestar atención a lo que otros han descubierto en los mismos libros en que él se ha sumergido.
INSC: 2146

domingo, 15 de mayo de 2016

For Sale. Poesía de Joan Bernal.

For Sale. Joan Bernal.
Ediciones Espiral. Costa Rica. 2011.
Por la época en que presentó For Sale, el poeta Joan Bernal, haciendo gala de su característico sentido del humor y luciendo su eterna sonrisa, solía bromear diciendo que tenía la esperanza de que su cuarto libro se agotara  de inmediato. "Con semejante título", afirmaba "Sería el colmo que no se vendiera."
Hay que mencionar que su bien ganado prestigio también jugaba a favor. Su primer libro Premonición (1996), tuvo una edición modesta y de tiraje limitado. Muchos de sus fans ni siquiera saben de su existencia. Fue a partir de Homenaje a la Ceniza (2006) que empezó a tomar renombre y, desde antes de que apareciera Vivo Delirio (2010), ya sus poemas eran reproducidos en revistas de prestigio y traducidos a diversas lenguas. Recuerdo, con particular emoción, la vez que Ghadeer Abu-sneineh le entregó la publicación en que aparecían sus poemas en árabe. Joan y yo nos quedamos mirando las páginas en silencio por largo rato, como si estuviéramos leyendo, aunque no éramos capaces de reconocer ni una sola letra. 
For Sale es un libro que incluye tanto material añejo como fresco. Empieza con Los Sentidos del Paraguas, una serie de poemas breves que Joan escribió hace ya bastantes años y en los que, a partir de imágenes alegóricas, logra retratar una relación amorosa en la que no caben ni la cursilería ni el patetismo.  Tras declararle a la mujer que inspiró sus versos que la ama con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, le aclara: 

Nuestro amor es un paraguas
Lo llevamos en la mano
para pasar la tormenta
si hay sol y salimos
lo dejamos en la casa

Lo único que espera de un paraguas, como de un amor sobre el que no se imaginan pronósticos, es que brinde protección y amparo. Sin entrar en meditaciones metafísicas, de lo que se trata es de no mojarse, de lograr sentirse cubierto y abrigado incluso a la interperie. Sencillos, construidos apenas de alambre y nylon, los paraguas dan sombra pero no fruto, su forma se asemeja tanto al árbol de la vida como al hongo atómico. Las capas, sustitutos del paraguas, son para solitarios porque les cabe menos gente.
Tras estos poemas iniciales, de alguna manera románticos aunque son su toque de ironía y desencanto, en las páginas que siguen contiúa presente tanto la inclemencia del entorno en que se debe deambular, como el agua que aplaca la sed. 
Joan observa el entorno, cuestiona hábitos, conductas y prejuicios. Decir "la gente" es un eufemismo que curiosamente, en ciertas ocasiones se refiere a los otros que no conocemos y, en otras, podría sustituirse por la palabra "yo".
Ante el patriotismo y las opiniones prefabricadas, el poeta invita a bajarse de la nube y poner los pies en la tierra. En su mirada crítica al entorno, hay un tono de protesta ciertamente intenso pero que, al no rebajarse hasta la consigna,  logra ser más contundente que ruidoso. Aunque a veces lo parece, el sentimiento no es tanto de pesimismo como de desencanto. Un muerto es igual a otro muerto y es inmoral graduar la intensidad del dolor por el lugar en que pereció el caído. Quien puede pensar con su propia cabeza, es capaz también de nadar contra corriente en vez de seguir la vía fácil de repetir lo que todos dicen para no correr el riesgo de apartarse del montón.
Tras declarar, acertadamente, que son los ricos quienes llaman a otros pobres, plantea reflexiones sobre la pobreza que van mucho más de la simplemente material.
Y luego de un recorrido profundo que despierta meditaciones novedosas sobre temas inquietantes, el libro cierra con poemines y otras tiradas de tono alegre y gran frescura.
Hubo quienes, en su momento, llegaron a criticar con protestas airadas y buenas dosis de sarcasmo, el hecho que Joan hubiera incluido poemas sobre fútbol y otros asuntos cotidianos. En opinión de estos exquisitos (tan valientes que no se atrevieron poner su firma a los dardos que lanzaban) al escribir sobre temas ligeros se pone en riesgo tanto la calidad de la obra como el prestigio del autor.
Ante los cuestionamientos, que pese a no haber alcanzado la categoría de avalancha llegaron a ser numerosos y frecuentes, Joan reaccionó con elegante indiferencia ya que, al no creer en cuentos ni en poses, pasó por alto el asunto. Ajeno a la vanidad y sed de protagonismo, tan común en el gremio, nunca ha pretendido hacer el papel ni de poeta maldito ni de poeta sublime. Simplemente escribe sobre cualquier asunto que lo inquiete, que bien puede ser un asunto filosófico, social o humano, como el autobús de su barrio, el ladrido de un perro o el sonido de los pasos de una mujer por una largo zaguán que permite presentir cómo se acerca, o como se aleja.
Con lo difícil que es vender libros de poesía, la edición completa de For Sale se agotó inmediatamente después de su lanzamiento y, personalmente, no creo que haya sido por el título.
INSC: 2550

Mi propio sermón


Pobre el hombre que en la sonrisa solo
ve una absurda mueca de estar vivo
pobre el animal cansado
de ladrarle a todo lo que pasa
pobre el que en reírse
solo vierte ofensas
pobre el que maldice
sin convencimiento
Pobre en fin el que no puede
respirar sin aire ajeno
el aire que le toca respirar
por sí mismo
pobre el hombre que se alaba
con temor con hartas dudas
pobrecito el hombre solo
que se asusta de estar solo

Presentación sin el objetivo de aburrir a nadie


Hagan de cuenta
que vengo de una cueva
tal vez no los convenza
pero de hacerlo mírenme
traigo la humedad
           propia
de las cuevas
si todavía dudan:

huelan estos versos

Joan Bernal. El poeta frente a una página en blanco.

   


viernes, 13 de mayo de 2016

Costa Rica en los espejos de Stefan Baciu.

Costa Rica en seis espejos.
Stefan Baciu. Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes. Costa Rica.
1976.
No tengo claro cómo, cuándo ni por qué Stefan Baciu, un rumano que ejerció el periodismo en Brasil y luego fue profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Hawaii, se interesó en los escritores costarricenses. Según él mismo afirma, durante una recepción ofrecida por Rogelio Sinán, que entonces ocupaba un cargo diplomático en México, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Eunice Odio. También parece que visitó en repetidas ocasiones Costa Rica, donde frecuentaba a don Paco Amighetti, con quien mantuvo una asidua comunicación epistolar. Durante la década de los setenta y todavía incluso en los primeros años de los ochenta, de vez en cuando aparecía un artículo de Baciu en La Nación, casi siempre sobre artes o libros.
En 1976, el Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, dentro de su serie Nos Ven, publicó Costa Rica en seis espejos, un libro de ensayos en que Baciu se ocupa de cinco poetas costarricenses. A Max Jiménez le dedica dos escritos y los restantes, uno por cabeza, tratan de Asdrúbal Villalobos, Francisco Amighetti, Jorge Debravo y Eunice Odio
La lectura, tanto del libro en general como de cada apartado en particular, es desconcertante por lo caótica. Salta a la vista que Baciu es un hombre culto que ha acumulado abundantes lecturas y experiencias, pero a la hora de consignar sus impresiones por escrito se le hace una maraña de referencias y acaba soltando ideas dispersas sin secuencia estructurada  ni argumento lógico. Mezcla impresiones y recuerdos personales con abundancia de citas textuales que, muchas veces, no vienen al caso. Intenta plantear una propuesta de lectura pero, ante la más mínima distracción, pierde el rumbo y salta de una cosa a la otra. 
El ensayo dedicado a Amighetti, por ejemplo, arranca con un rodeo tan extenso que acaba mencionado por primera vez a don Paco cuando ya lleva más de seis páginas de andarse por las ramas. En el de Jorge Debravo, nota en el poeta turrialbeño la influencia de Joaquín Pasos, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal, la cual es bastante evidente, pero intenta establecer además un paralelismo con el expresionismo alemán (con el que Debravo difícilmente habría estado familiarizado) y se hunde en un intento de literatura comparada tan pesado como inoportuno. Con Eunice Odio y Max Jiménez se deja vencer por la carga anecdótica. Es verdad que Max Jiménez era un hombre muy adinerado y Eunice Odio tenía unos hermosos ojos verdes pero ¿eso qué tiene que ver con su poesía?
Don Paco Amighetti es el único de los autores que aún vivía en el momento en que el libro fue publicado. Asdrúbal Villalobos, un poeta herediano casi desconocido de las primeras décadas del Siglo XX, publicó solamente un libro en 1929. Max Jiménez, quien publicó su obra y expuso sus pinturas y esculturas en distintos países de Europa, Norte, Centro y Sur América, murió en Buenos Aires en 1947. Eunice Odio, quien no llegó a publicar un solo libro en Costa Rica (publicó en Guatemala, Argentina y El Salvador), murió en 1974 enMéxico, donde se dedicaba al periodismo y la crítica literaria y artística. La obra de Eunice no fue conocida en Costa Rica sino hasta varios años después de su muerte. Jorge Debravo, por su parte, falleció en un accidente de tránsito en 1967 con apenas veintinueve años de edad. De alguna forma, la vida de cada uno de estos poetas cuenta con material suficiente para convertirlos en leyenda. Allí están grandes artistas trotamundos (Max y don Paco), poetas poco conocidos (Villalobos y Eunice) y un hombre de orígenes humildes que logra notoriedad gracias a sus versos (Debravo). En Costa Rica, como en cualquier otro sitio, los poetas tienen orígenes y desarrollos diversos. Sin embargo, como ya se dijo, los ensayos de Baciu, carecen por completo de enfoque y de estructura y no pasan de ser un compendio de ideas sueltas que no logran brindar una imagen clara ni del autor, ni de su obra.
En escritura, como en docencia, la falta de esfuerzo en un extremo repercute en el lado opuesto. Los escritores y los maestros que se toman su trabajo en serio y preparan cuidadosamente sus exposiciones, reducen el esfuerzo de sus lectores y pupilos. Quienes, por el contrario, como Baciu, sueltan peroratas sin orden ni coherencia, acaban poniéndole el camino cuesta arriba al lector, quien debe esforzarse por entresacar, en medio de la palabrarería inoportuna, alguna idea o algún dato de interés.
En este libro se reproducen dos cartas que César Vallejo le escribió a Max Jiménez desde París. Una de noviembre de 1924 y la otra de diciembre de 1926. En ellas, Vallejo le agradece a Max su amistad y ciertos favores recibidos, entre ellos el que le haya permitido vivir en su apartamento parisino. El poeta peruano menciona que recibe constantemente el Repertorio Americano que editaba don Joaquín García Monge. Se incluye además una larga cita de Ernesto Moore, quien también fue huésped de Max en la capital francesa, que evoca detalles acerca de la amistad que existía entre los escritores latinoamericanos que vivían en París durante los años veinte.
Es triste decirlo pero, de no ser por la reproducción de estos documentos, el libro Costa Rica en seis espejos no tendría nada digno de ser recordado. Las únicas páginas que vale la pena leer, en este libro, son precisamente las que no escribió el autor.
INSC: 1165

domingo, 8 de mayo de 2016

El libro del adiós. Poesía de Osvaldo Sauma.

El libro del adiós. Osvaldo Sauma.
Perro Azul. Costa Rica. 2006.
Además de los dulces recuerdos que se evocan con nostalgia, cada romance que se vive acaba dejando su cuota de dolor, muchas veces marcada con profundas cicatrices. La ilusión inicial con frecuencia se transforma en frustración continua. Se puede llegar a un punto en que quienes dijeron amarse sin medida, terminen, también sin medida, haciéndose daño uno al otro.  Pese a ser necesario y hasta inevitable, el rompimiento no deja de ser doloroso.  No hay tristeza más profunda que la de quien termina aplastado por el castillo que construyó en aire. Se pierde la fe en el amor, se lamenta el tiempo perdido y la energía desperdiciada en una relación que nunca fue lo que uno creyó que era. Tras la despedida definitiva, se experimenta un sentimiento de liberación, pero no de alivio.
Sin embargo, el espacio vacío no queda desocupado por mucho tiempo. Tras una experiencia agotadora, desgastante y dolorosa, surge de repente alguien capaz de devolver la esperanza en un futuro prometedor en el que, esta vez sí, la soledad llegue a ser vencida.
Esa montaña rusa de emociones está formidablemente retratada en El libro del Adiós, del poeta Osvaldo Sauma. Las páginas iniciales son desgarradoras, dolorosas y, en algunos casos, hasta violentas. Los Treinta y tres epigramas para una amante difunta, empiezan declarando que "Que quizá toda separación es oportuna y todo despecho es una salvedad." Al aceptar que no hay reparación posible y que la farsa debe terminar porque los actores están cansados de hundirse en el abismo que construyeron juntos, se abre espacio para la recriminación, la queja y el lamento. Con la misma furia con que le reclama a la amante sus traiciones, admite las propias. Llega a decirle que, en el fondo, pese al tiempo compartido, nunca lograron comprenderse, que sus almas jamás fueron capaces de alcanzar el nivel de unión al que llegaron sus cuerpos. La conversación, entre los amantes, no era más que un intercambio de quejas.
Tras la separación, sientiéndose traicionado, burlado y herido, opta por abrazar su soledad como única compañera. 
Estos poemas iniciales, que por su furia y contundencia son ciertamente memorables, fueron y siguen siendo ampliamente comentados y reproducidos. Sin embargo, El libro del adiós es mucho más que el diario de un corazón roto.  Tras la tormenta, viene la calma. Aplacada la frustración, renace la esperanza. Despedirse de alguien es, en el fondo, abrir espacio para recibir con bienvenida optimista a quien sea capaz de devolver la fe y la esperanza que se creían perdidas. 
Los poemas de la segunda y tercera parte del libro, tituladas La memoria del deseo y La mano que nos busca, retoman la ilusión del enamorado que de nuevo es capaz de mirar con una sonrisa tanto el presente como el futuro. No se trata de equilibrar la balanza y, tras escribir de manera violenta contra una mujer, idealizar a otra. Una cosa son los poemas románticos de un ingenuo que suspira sin saber en lo que se está metiendo y otra, muy distinta, es que quien acaba de salir del infierno redescubra que aún es capaz de enamorarse. "Abrázame", le ruega a la amada, "Soy Lázaro, que regresa de sus muertes, con una rosa negra entre los labios.
De todos los libros de Osvaldo Sauma, quizá sea este el más íntimo y personal. Aunque siempre su fuerte figura se mostraba con claridad, en Las huellas del desencanto, Asabis, Retrato en Familia, Madre Fértil Tierra Nuestra y su formidable obra maestra Bitácora del Iluso, se refirió a diversas preocupaciones y obsesiones artísticas, literarias y sociales. En El libro del adiós, con la profunda sabiduría y belleza expresiva que le son características, al compartir su dolor y esperanza, ha hecho la crónica de un trago amargo que todos, en algún momento, hemos probado. 


II

ahora la soledad
es una buena compañera
y en estos casos
ocupa el lugar
de todas las que se han ido

cierto que cuando la abrazo
abrazo el vacío
de todas las que abracé ayer
y que el olvido no basta
para sanar
el vértigo de las noches largas

pero qué le íbamos a hacer
ya en las líneas de la mano
estaba escrita nuestra separación
como una muerte hace tiempo anunciada

y solo nos imponíamos
nuestros propios infiernos

ya no sabíamos amar sin odiarnos

Mirándola dormir

todo hombre es su propio sol
en la media noche del hastío
cuando los grillos chillan
como fuego endemoniado
y las estrellas
están más distantes que nunca

bajo la luz del aguardiente
todo hombre
                      apaga
la lumbre interior de la nada
mientras mira dormir
a la mujer que le cedió el destino

no la que le inventó la ilusión
todo hombre
que como yo se emborracha
junto a la mujer
que nos huye en sueños
evade la necesidad del otro
hace de su fracaso
un tintineo abstracto
y se bebe en silencio su perdición

Paradoja


no sé bien
si se aman
 o se odian entre sí

si realmente les importamos
o la batalla
es exclusivamente entre ellas

si hay una buena
y otra mala
como en las telenovelas

lo cierto es que
si una nos hunde
otra nos saca a flote

INSC: 2033

domingo, 1 de mayo de 2016

Testimonios de combatientes de la Guerra Civil de 1948.

Volando Bala. Nicolás Pérez Delgado.
Costa Rica, 1998.
El 13 de marzo de 1948, en el tranquilo pueblo de El Tejar del Guarco, tuvo lugar la batalla más sangrienta de la guerra civil costarricense. El combate entre las tropas figueristas contra un contingente formado por fuerzas oficiales del gobierno de Teodoro Picado y brigadas comunistas, se prolongó durante todo el día. Cuando cesó el fuego, se amontonaron en una zanja doscientos treinta y cinco cadáveres de combatientes de ambos bandos. Como procede en estos casos, por medida sanitaria, antes de cubrirlos con tierra, los restos humanos fueron rociados con gasolina e incinerados. La escena, según quienes la presenciaron, fue horrible. Por la acción del fuego algunos cuerpos levantaban una mano o una pierna y hasta se sentaban. En los días siguientes, al patrullar la zona, aparecieron más muertos repartidos en los potreros de los alrededores. 
El conflicto armado de 1948 se ha estudiado y comentado muchísimo. Abundan los libros que analizan sus causas y consecuencias, pero son realmente escasas las investigaciones sobre los hechos. Que yo sepa, ni siquiera se ha realizado una lista de víctimas. Tal parece que a los historiadores les ha interesado más interpretar los acontecimientos que conocer sus detalles.
Por ello, el libro Volando bala, del periodista cubano Nicolás Pérez Delgado, es verdaderamente valioso y revelador. No se trata de un libro más, de los muchos que hay, que hacen un recuento de los gobiernos de Calderón y Picado, analizan las posiciones calderonista, comunista, cortesista, ulatista y figuerista y especulan sobre los intereses que podrían representar cada una de ellas. El objetivo de esta obra no es explicar el trasfondo ni las razones del conflicto sino, simplemente, recopilar los recuerdos de los protagonistas.
Apenas se trasladó a vivir a Costa Rica, Pérez Delgado se interesó por el tema, no como historiador, sino como periodista. Además de estudiar la amplia blibliografía disponible, se dedicó a entrevistar combatientes de distintos bandos. Cada uno le daba el nombre de otro y llegó a grabar extensas conversaciones con veinticinco de ellos pero, al final, el libro es narrado con treinta y tres voces.
Como muchos de los protagonistas principales ya habían muerto cuando inició su investigación, para incluir sus testimonios se valió de lo que habían dejado escrito. Las declaraciones de Carlos Luis Fallas (hijo), Eduardo Mora Valerde, Edgar Cardona, Max Tuta Cortés, Enrique Pencho Alvarado, Álvaro Montero Vega, Róger Bejarano, Abelardo Cuadra, Gonzalo Monge o José Ruiz Herrero, entre otras, las obtuvo en persona. Las de don José Figueres Ferrer, Teodoro Picado, Calufa, Manuel Mora, el padre Núñez, Arnoldo Ferreto y Frank Marshall, las tomó de sus escritos. Por cierto, las memorias de Frank Marshall que se citan en esta obra, cuya existencia misma es una gran sorpresa, continúan inéditas.
Acomodando fragmentos intercalados de los testimonios, los hechos son narrados por los propios protagonistas. Así, poco a poco, mientras se salta de lo que dijo uno a lo que dijo otro, se va reconstruyendo el ambiente previo al inicio de hostilidades, la muerte de Rigoberto Pacheco Tinoco, el primer caído del conflicto en el primer día de combate (12 de marzo), el arribo de las armas que envió el presidente de Guatemala Dr. Juan José Arévalo por avión,  la batalla de San Isidro del General, que duró treinta y seis horas y en la que murió el General Tijerino, la marcha fantasma para la toma de Cartago, los enfrentamientos en la carretera interamericana, la toma de Limón, las acciones del frente norte en San Ramón y el ambiente tenso en la ciudad de San José.
No hay más prueba, en estos recuerdos, que la palabra de quien los vivió. Con los años, la memoria falla. Es posible que algunos grandes hechos se minimicen y hasta se olviden. También, en sentido contrario, suele ocurrir que acontecimientos insignificantes se magnifiquen. No falta tampoco el riesgo de que alguien, por vanidad, quiera elevar su protagonismo o su heroísmo. Sin embargo, con todo lo que puedan tener de tergiversado, inventado o exagerado, lo importante de los testimonios es recopilarlos.
Curiosamente, en muchos casos los recuerdos de combatientes de bandos opuestos suelen coincidir y complementarse, mientras que quienes lucharon del mismo lado recuerdan los acontecimientos de manera distinta y hasta contradictoria.
Los mismos involucrados repasan con frecuencia conflictos, rivalidades y enfrentamientos internos. Teodoro Picado Lara, hijo del presidente, les vendió armas del arsenal del Estado a quienes pretendían derrocar a su padre. El coronel Pencho Alvarado, calderonista, desconfiaba de los comunistas y solamente les facilitaba armas viejas casi inservibles. La actitud prudente de Otilio Ulate, (más que prudente ambigua), lo llevó a ofrecerle al ministro de seguridad, René Picado, mantenerlo en su puesto en un eventual gobierno suyo. Entre el Dr. Calderón Guardia, su hermano Paco, el presidente Picado y Manuel Mora no había gran coordinación. Todas las declaraciones de Manuel Mora, son desmentidas y calificadas como falsas por Arnoldo Ferreto, su compañero de partido. Don Pepe, quien tenía como uno de sus principales lugartenientes a Edgar Cardona (ulatista más que figuerista), se veía obligado a intervenir como árbitro en las constantes disputas que protagonizaban los líderes de su tropa.
Figueres era arrojado. "Gano o me matan", le dijo a Monseñor Víctor Manuel Sanabria cuando fue a visitarlo. Ulate se limitó a esperar el resultado sin comprometerse. Don Teodoro Picado se quedó solo. El Dr. Calderón Guardia acabó alejado de sus seguidores y entró en conflicto con su hermano. Manuel Mora y su hermano Eduardo, veían la mano invisible del Departamento de Estado Americano hasta detrás de los hechos más insignificantes.
Edgar Cardona sostiene que Otilio Ulate no se sumó a la lucha armada porque creía que iba a fracasar. El temor tenía fundamento, ya que hasta pocos días antes que que empezaran a sonar los tiros, don Pepe solamente tenía a su lado siete hombres: Max Tuta Cortés, Edgar Cardona, Ricardo Figuls, Pepino Delcore, Frank Marshall, Alberto Lorenzo y Manuel Antonio Quirós. Pero en cuanto llegaron las armas de Guatemala muchísimos campesinos de Desamparados, la zona de los Santos, el Valle del General, Cartago y otras regiones se integraron a la causa. Cincuenta hombres caminaron desde Puriscal hasta la finca La Lucha, por la montaña y sin provisiones, para servir como soldados. Alfonso Saborío, uno de ellos, cuenta la historia. 
Las motivaciones de los reclutas eran diversas. Oscar Saborío, por ejemplo, cuenta que se integró a la la lucha armada para poder sacarse un clavo.
Es sabido que con don Pepe combatieron dieciocho legionarios no costarricenses provenientes de distintos países centroamericanos y de las Antillas. Al lado del gobierno, hubo también oficiales de otras nacionalidades, entre los que destacan los generales nicaragüenses Leyva y Tijerino, quienes en la década anterior habían sido enemigos. El primero había formado parte de la Guardia Nacional de Somoza y el segundo había luchado al lado de Sandino. Cuando ya el movimiento rebelde iba tomando fuerza, Anastasio Somoza ofreció enviar armas al gobierno, pero con la condición de que con cada rifle vendría un hombre.
Combatientes de ambos bandos debieron enfrentarse a sus compañeros no costarricenses cada vez que intentaron fusilar prisioneros. En la batalla se lucha a muerte, pero la vida de un prisionero enemigo se defiende con la propia. Ante semejante argumento, los venidos de fuera, más sin asco ante el derramamiento de sangre, desahogaban su frustración diciendo: "¡Estos ticos son unos pendejos!" Pero se quedaban con las ganas de matar a alguien indefenso.
Roberto Güell cuenta una anécdota jocosa. Cuando las tropas figueristas tomaron San Marcos de Tarrazú, desarmaron a los calderonistas y los encerraron en la escuela. Al día siguiente, admitieron que sus esposas e hijos se les unieran. Los familiares trajeron comida, cocinas, refrigeradoras y colchones. "Así solamente teníamos que vigilarlos y nos quitamos de encima el tener que atenderlos". Cuando debieron hacer frente a un ataque de tropas del gobierno, los figueristas se olvidaron de sus prisioneros pero, al regresar a la escuela, allí estaban todos. "¿Por qué no aprovecharon para escapar?" Les preguntó Güell. A lo que los cautivos le contestaron que él había sido tan amable que no quisieron hacerlo quedar mal con sus superiores.
El consumo de licor era un problema serio. Cada vez que tomaban una población, lo primero que hacían era asaltar la cantina local. Los borrachos son un fastidio, pero los borrachos con armas son, además, una amenaza. Como ya habían ocurrido situaciones peligrosas, en una ocasión el mismo Roberto Güell se adelantó y puso todo el guaro en una bodega cerrada con candado. Cuando Frank Marshall, al frente de un grupo de sedientos compañeros, le pidió la llave, Güell se negó rotundamente a entregársela. Entonces Frank, sabiendo que de nada valdría amenazarlo con el uso de la fuerza, lo miró a los ojos y le dijo: "Señor... ten piedad de nosotros." A pesar de la original súplica, el guaro, como los prisioneros, permaneció en su encierro.
Los soldados de ambos bandos pasaban hambre. A sus posiciones les enviaban refuerzos, armas y municiones, pero nadie se acordaba de mandarles al menos café, tortillas o tapas de dulce. Los vecinos simpatizantes de cada causa, eran quienes, cuando tenían ocasión de aproximarse, mataban un novillo, gallinas o un cerdo para ellos. Con todo y esa severa limitación, se mantenía la mentalidad de guerra. Una vez, un grupo de exploradores que llevaba días sin probar bocado, se encontró, en un campamento enemigo abandonado, ollas aún calientes con arroz, cubaces y carne. Con la boca hecha agua, lo botaron todo porque podía estar envenenado.
Las tropas regulares permanecieron en San José. Los rebeldes que pretendían derrocar al gobierno no tenían uniforme y los voluntarios que lo defendían tampoco. En esas circunstancias era difícil identificar al enemigo. Por eso, en la batalla del Tejar, Álvaro Montero Vega propuso a sus compañeros que, en caso de tener que pelear cuerpo a cuerpo, se quitaran la camisa y machetearan a cuando hombre con camisa se encontraran.
Hubo éxitos que surgieron por casualidad. Don Pepe tenía sus reservas sobre la importancia de tomar el puerto de Limón, pero cuando esa acción se ejecutó y se abrió el frente norte en San Ramón, el gobierno dispersó sus tropas y eso facilitó que los rebeldes se afianzaran en Cartago. El cuartel general, instalado en el Colegio San Luis Gonzaga, se llenó de "paracaidistas", es decir, muchachos que no habían participado en los combates y se sumaban al moviento al verlo ganador.
Cada página del libro está llena de sorpresas y revelaciones. Los prisioneros calderonistas en Cartago tuvieron como vigilantes a mujeres armadas. Cuenta Arnoldo Ferreto que don Luis Paulino Jiménez Ortiz les facilitó a los comunistas las instalaciones del Anexo del Hotel Costa Rica para que instalaran su cuartel general. José Joaquín Peralta Esquivel, quien había sido ministro de Picado, daba refugio a figueristas perseguidos. Los señores mayores, como don Juan Dent, don Fernando Ortuño o don Arturo Volio Jiménez se comportaron con tanta valentía como caballerosidad cuando de alguna forma fueron afectados por el conflicto.
Frank Marshall menciona a su compañero Alfredo Trejos, abuelo del poeta del mismo nombre. En su arriesgado viaje  a La Lucha, en que al cruzar zonas en conflicto corrió el riesgo de ser ametrallado por cualquiera de los bandos en pugna, el arzobispo Sanabria llevaba como únicos acompañantes a don Ernesto Martén y al Dr. Fernando Pinto Echeverría. El primero, padre de Alberto Martén y el segundo padre de la escritora Roxana Pinto.
Tras escuchar el recuento de seis semanas de combates, aparecen las expresiones de éxito de los ganadores, así como las de tristeza de los perdedores. Pencho Alvarado cuenta que el avión en que partió el Dr. Calderón Guardia rumbo a Nicaragua tenía una capacidad para cincuenta pasajeros, pero iban más de cien. Como si fuera un autobús, iba gente de pie en el pasillo. El depuesto presidente Picado, escoltado hasta el aeropuerto por el Embajador de México y el Nuncio Apostólico, confiesa que al abandonar el país, en vez de angustia, sintió un gran alivio. Manuel Mora, más que por su propia persona, estaba preocupado por su gran amiga Carmen Lyra, que estaba muy enferma. Arnoldo Ferreto, quien permaneció en el país, critica el que Carmen Lyra y Manuel Mora hayan optado por irse sin consultar al partido.
Los triunfadores, por su parte, también tuvieron sus amarguras. En el desfile de la victoria marcharon en primera fila muchos advenedizos de última hora que ni pasaron hambre, ni durmieron a la interperie ni dispararon un solo tiro, mientras otros que en verdad se jugaron el pellejo fueron los últimos en recibir su uniforme.
La idea general es que la guerra civil fue relámpago. Los libros de historia, concentrados en sus causas y consecuencias, no suelen referirse a los hechos concretos del conflicto. Al leer Volando Bala, lo que más impresiona es la enorme cantidad de muertos que hubo del 12 de marzo al 29 de abril de 1948.
Los historiadores suelen despreciar el recuento de datos anecdóticos y prefieren concentrarse en la interacción de grupos sociales, en la confrontación de intereses de clase y en la influencia de ideologías. Pero en una guerra, así sea breve, se ponen en riesgo muchas vidas que, ya sea que se pierdan o se salven, merecen ser recordadas. 
INSC: 1535
No hay fotografías de don Pepe con sus siete primeros hombres. En esta imagen son siete,
pero solamente hay tres de los primeros. El arrodillado a la izquierda
es Edgar Cardona y el de la derecha Frank Marshall. El que tiene casco es Max Tuta Cortés.
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