sábado, 17 de septiembre de 2016

Tradiciones peruanas de Ricardo Palma.

Tradiciones Peruanas. Ricardo Palma.
Editorial Kapelusz. Argentina. 1957.
El escritor peruano Ricardo Palma (1833-1919) cultivó todos los géneros literarios. Sus primeros poemas aparecieron en El Comercio de Lima cuando apenas tenía quince años de edad. A esa misma edad inició su carrera de periodista como director de El Diablo, un periódico satírico sobre temas políticos tan irreverente como punzante y divertido. Años después cambió la poesía por el teatro, en el que logró cierto éxito. Aunque su primer drama El hijo del Sol no se llegó a representar, otras obras suyas alcazaron gran popularidad. Lamentablemente solamente se conservan dos piezas teatrales de Palma, Rodil de 1851 (cuyo manuscrito apareció cien años después de su estreno) y la comedia El Santo de Panchita, escrita junto con Manuel Ascencio Segura. La razón por la que producción teatral de Palma se haya perdido fue que él mismo le prendió fuego.
Además de poesía y teatro, Ricardo Palma escribió cuentos, novelas, ensayos e investigaciones históricas sobre la Inquisición en Lima. Ejerció el periodismo toda su vida, fue iniciado en la Masonería, formó parte de la armada peruana, sirvió como diplomático y, en 1887, fundó la Academia Peruana de la Lengua, de la que fue su primer presidente. Los trabajos de Palma sobre filología y lingüística, como Neologismos y americanismos (1896) y Papeletas Lexicográficas (1903), abogan por la admisión de nuevos vocablos utilizados en el Español de América dentro del léxico oficial recogido en los diccionarios. 
Pese a esta magna obra, Ricardo Palma es recordado, ante todo, por los deliciosos relatos históricos titulados Tradiciones Peruanas, que comenzó a escribir en 1859. Curiosamente, la primera vez que Palma utilizó el término Tradición Peruana, fue en un relato de 1854, que llevaba por título Infernum el hechicero y que nunca fue publicado dentro de las series que después se hicieron famosas.
Palma encontró la fuente de sus Tradiciones en los documentos antiguos que estaban almacenados en el archivo de la Biblioteca Nacional, institución de la que fue director de 1883 a 1912. Repasando papeles amarillentos de todo tipo: correspondencia oficial, informes de autoridades, sumarios de juicios, testamentos y hasta cartas privadas, Palma empezó a familiarizarse con figuras del pasado virreinal que, lejos de parecer figuras acartonadas, saltaron ante sus ojos como personajes pintorescos y llenos de vida que se veían envueltos en situaciones descabelladas.
La información que constaba en actas era apenas un asomo de lo ocurrido y, para completar la historia, había que imaginar los detalles. Quienes utilizan las categorías de Ficción y No ficción para clasificar las narraciones, se verían en apuros ante las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma. Los acontecimientos y los personajes son históricos, pero los diálogos y la descripción de las escenas son inventados.
Las tradiciones, además, no pretenden estar totalmente apegadas a los hechos ni analizar objetivamente sus antecedentes y consecuencias, como si fueran investigaciones históricas. Tampoco buscan deslumbrar por su estructura o belleza expresiva ya que, en el fondo, no tienen grandes pretensiones literarias. Son, más bien, narraciones ligeras, coloquiales, en que lo sucedido se cuenta en tono chismoso. Al contar un chisme, nadie se pone grandilocuente ni brinda referencias sobre la veracidad de lo sucedido. De una u otra manera, todas las Tradiciones son cómicas, pero no generan carcajadas sino sonrisas. Virreyes, generales, regidores, caballeros y miembros de familias de abolengo, saltan de sus páginas llenos de vitalidad y encanto.
Los historiadores más estrictos, le han criticado a las Tradiciones su ligereza y sus inexactitudes. Los críticos literarios más exigentes le reclaman la simpleza de la prosa. Ni unos ni otros, han logrado comprender que Palma no hacía más que compartir con el gran público lo que iba descubriendo en el archivo.
A partir de 1860, las Tradiciones empezaron a ser publicadas en periódicos, no solamente de Perú, sino de toda América Latina. En Lima se publicaron los dos primeros libros con la colección de las Tradiciones, el primero en 1872 y el segundo en 1891. La edición completa y en tiraje masivo apareció en Barcelona en 1906 en cuatro volúmenes. Tras la muerte de Palma, el gobierno peruano auspició la edición completa de las Tradiciones, que fue de seis volúmenes, publicados por Espasa Calpe entre 1923 y 1939.
La edición que tengo en mi biblioteca es mínima. Un librito pequeño de la Editorial Kapelusz que solamente incluye quince tradiciones. Dado que la colección completa es de seis volúmenes, lo que he leído no pasa de ser algo así como la pequeña muestra que dan a probar para que uno se anime a comprar el queso entero. En mi caso, el propósito se cumplió. Aunque lo que he leído de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma sea poco, ese poco verdaderamente me ha encantado. Todavía no he podido adquirir la colección completa, pero no pierdo la esperanza de conseguirla en algún momento.
Desde la antigüedad clásica, los historiadores concentraron su atención en los conflictos políticos y militares generados en las altas esferas del poder. No ha sido sino hasta muy recientemente que los historiadores han vuelto su mirada al pueblo llano y se han dedicado a investigar la vida cotidiana en las diferentes épocas. En este sentido, Ricardo Palma puede considerarse un precursor de la tendencia. 
En una de sus tradiciones cuenta que de los primeros tres olivos traídos de España que fueron sembrados en Perú, uno fue robado y sirvió de inicio para un olivar famoso en Chile. El punto es que las aceitunas fueron, durante la época colonial y las primeras décadas de la independencia, un manjar apreciado pero escaso y terriblemente caro. Incluso en los grandes banquetes, a cada comensal se le servía solamente una aceituna. Existía el dicho "Aceituna, una". Cuando la producción creció y se llegaron a venderse cuatro aceitunas por un real, se servían cuatro aceitunas por cabeza pero, para evitar abusos, el nuevo refrán era: "Aceituna, oro es una, la segunda plata y la tercera mata", por lo que los invitados solamente comían dos y dejaban las otras dos sin tocar en el plato. Se acostumbraba acompañar con una aceituna la copa de aguardiente, de manera que, para no mencionar el licor por su nombre, los caballeros del Siglo XIX, incluyendo a Bolívar a San Martín, en vez de decir, "Vamos a tomar un trago", decían "Vamos a remojar una aceituna". La palabra aguardiente tiene once letras y, por ello, cuando no había aceitunas, se decía "Vamos a tomar once", expresión que, aunque con distinto significado, en la actualidad, se mantiene en algunos países de América del Sur.
Otro dicho al que Palma le encontró explicación en los papeles del archivo, tiene que ver con un romance entre Margarita, una niña inocentona que a los dieciocho años todavía jugaba con muñecas, y Luis, un joven elegante y apuesto que, aunque era sobrino de un viejo muy rico, no tenía ni dónde caerse muerto. Cuando se destapó el asunto, don Raimundo, el padre de Margarita, se opuso a que su hija se casara con un "pobretón". La palabra ofendió a don Torcuato, el tío de Luis, quien salió a dar la cara por su sobrino. Los jóvenes se amaban y deseaban casarse, pero los viejos se habían declarado enemigos. Don Raimundo intentó disculparse y estuvo dispuesto a entregar la mano de su hija junto con una generosa dote. Don Torcuato, por su parte, sostuvo que solamente aceptaría el enlace con la condición de que don Raimundo no entregara dote ni le diera regalo de bodas a su hija ya que su sobrino no era ningún "pobretón", que necesitara de nada más que el apoyo de su tío para fundar una familia. Don Raimundo insistió que quería obsequiarle algo a su hija. "Ni un alfiler", fue la respuesta de don Torcuato. Tras múltiples negociaciones, don Torcuato accedió que don Raimundo le regalara solamente una camisa. La sorpresa fue que la camisa estaba tenía, en vez de botones, valiosas joyas. Los hechos tuvieron lugar en 1765 y todavía a principios del Siglo XX en Perú se acostumbraba decir: "Me salió más caro que la camisa de Margarita Pareja."
Pero no todo son refranes. El azar tiene un gran peso en la vida de las personas. Sin mencionar nombres, cuenta la historia de un oficial del ejército español quien, desesperado por los atrasos de su sastre, que no le entregó un traje a tiempo, sacó su arma y lo mató. La misma noche del crimen, le confesó lo sucedido a su superior. En vez de arrestarlo y juzgarlo, que era lo que correspondía, su jefe le ofreció una puerta de escape. Si se hubiera enterado del asesinato por medios oficiales, tendría que abrirle una causa, pero como lo supo por la confidencia de un amigo, le sugirió que escapara antes de que el cadáver fuera descubierto y le llegaran con la noticia. El asesino del sastre, que no sabía hacer otra cosas que ser militar, se integró al ejército libertador y llegó a ser uno de los héroes de la batalla de Ayacucho. De no haber matado al sastre, habría luchado en el bando contrario.
Como pasa con todos los escritores populares, Ricardo Palma creó escuela. En mi país, Costa Rica, Ricardo Fernández Guardia, Gonzalo Chacón Trejos y Ricardo Blanco Segura, entre otros, han publicado narraciones breves sobre hechos simpáticos, asombrosos, absurdos o jocosos que encontraron mientras revisaban páginas amarillentas en los archivos. La historia no es tan aburrida como insisten en presentarla los profesores y los libros de texto. Los historiadores, cuando tienen buen sentido del humor y se permiten sazonar con un poco de imaginación sus hallazgos, son capaces de deleitarnos con narraciones que generan sonrisas.
INSC: 1706
Ricardo Palma (1833-1919). Poeta, narrador, historiador, lingüista y autor de
Tradiciones Peruanas.

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