viernes, 25 de noviembre de 2016

Poesía del padre Azarías H. Pallais.

Antología. Azarías H. Pallais.
Selección y prólogo: Ernesto Cardenal.
Editorial Nueva Nicaragua, 1986.
Azarías H. Pallais era alto y enjuto, pero esa no es la razón por la que es recordado como una figura quijotesca. Sacerdote, poeta, protector de los necesitados, punzante periodista, dirigente obrero y severo crítico de la dictadura, tal parece que el padre Pallais, como el Ingenioso Hidalgo, se había propuesto dedicar su vida a enderezar tuertos y deshacer agravios. 
Catequista desde que era niño y profesor desde que era estudiante, cursó sus estudios de Filosofía, Derecho Canónico y Teología en Francia, Bélgica y Roma, donde obtuvo su Doctorado. Autor de numerosos libros de poesía y colaborador habitual en los periódicos, era un sabio al que no le gustaba relacionarse con intelectuales, un poeta que prefería no formar parte de los círculos literarios, un líder popular que no pertenecía a partido alguno y un sacerdote que hacía y decía lo que le parecía correcto sin darle mayor importancia a lo que pudiera pensar, decir o hacer, su obispo.
En 1911, el mismo año que regresó de Europa con su título bajo el brazo, pronunció un sermón tan audaz que, no solo escandalizó a los feligreses más conservadores, sino que le generó una suspención por parte de sus superiores. 
Poco después, en 1917, debutó como poeta con su libro Bajo la sombra del agua y en 1923 lo encontramos arengando a los obreros a no claudicar en la lucha por sus derechos. Los últimos catorce años de su vida los pasará en la costera población de Corinto.
El padre Pallais nació el 3 de noviembre de 1884 en León, Nicaragua, hijo del Dr. Santiago Desiderio Pallais y de doña Jesús Bermúdez Jerez, sobrina del General Máximo Jerez quien, además de caudillo liberal, fue el padrino de bautizo de Rubén Darío. En honor a su abuelo paterno, Henri Pallais, un francés que había emigrado a Nicaragua a principios del Siglo XIX, firmaba como Azarías H. Pallais.
Durante los años que pasó en la Universidad de Lovaina fue pupilo del Cardenal Désiré Joseph Mercier quien es recordado tanto por su profundo misticismo como por sus rigurosos estudios, sus vehementes llamados y sus audaces acciones en favor de la justicia social. Bajo la tutela de su mentor, el padre Pallais hizo una gran amistad con su condiscípulo, el costarricense Jorge Volio, otro sacerdote quijotesco con quien se volvería a encontrar en Nicaragua, luchando contra la invasión de los marines americanos. Durante su permanencia en Europa, por cierto, conoció a Darío.
Junto con Alfonso Cortés (1893-1969) y Salomón de la Selva (1893-1959), el padre Azarías H. Pallais forma parte de la generación de poetas nacidos en León, Nicaragua, inmediatamente posteriores a Rubén Darío. Sus libros, sin embargo, son bastante difíciles de conseguir.
Tras su muerte, en 1954, sus poemas siguieron leyéndose y comentándose, pero no fueron reeditados hasta que, en 1986, Ernesto Cardenal, recopiló toda la poesía de Pallais en una Antología que fue publicada por la Editorial Nueva Nicaragua en un tiraje masivo.
En el prólogo, el Padre Cardenal, quien comparte con Pallais la doble condición de poeta y sacerdote, afirma que, en la vida y obra de Pallais, no pueden separarse esas dos facetas. "Su poesía es sacerdotal y su sacerdocio fue poético." Tampoco se pueden separar su vida y su obra: "Escribió lo que vivió y vivió lo que escribió."
También cuenta impresionantes anécdotas, no solamente las más conocidas, como la vez que fue vetado para un Doctorado Honoris Causa o cuando Anastasio Somoza frustró su viaje a Europa porque: "Si así me ataca dentro del país, ¿Cómo lo hará afuera?"
El retrato que hace Cardenal de Pallais, más que de un Quijote, parece de un Francisco de Asís o Felipe Neri. Llega a afirmar que Pallais era un verdadero santo y, por eso, las personas muy religiosas no lo comprendían.
Azarias H. Pallais. (1884-1954)
Extremada y voluntariamente pobre, Pallais no tenía más posesiones materiales que sus libros, su cama y su escritorio. Todos los regalos que recibía iban a dar, casi de inmediato, a las manos de sus protegidos: los presos, los niños lustradores de zapatos, las prostitutas, los vagos, los borrachines. En su casa no había nada guardado con llave porque los cerrojos, decía, son un invento demoniaco. Daba albergue a quien no tuviera un lugar donde dormir y si, a la mañana siguiente, descubría que le habían robado algo, no le importaba. Una vez le regalaron unos números de lotería y pegó el premio mayor. La persona que le había dado los boletos le escribió para rogarle que guardara algo para él, que no lo regalara todo, pero el padre Pallais le respondió que su carta había llegado demasiado tarde.
Los pequeños comentarios que publicaba en el periódico, con el título de Glosas, iban al grano sin muchos rodeos. Simplemente mencionaba el hecho y cerraba con su opinión. En el libro aparece una formidable.  Unos jóvenes, a los que llama "pequeños ladrones, hermanitos parvulillos que para vivir tienen que robar",  tras ser atrapados por las autoridades, fueron rapados y obligados a caminar por las calles en un desfile ruidoso para que los vecinos los reconocieran. Ante la humillación de que fueron objeto los delincuentes, el padre Pallais da una explicación de los hechos: "¿Qué pasó? Que los verdaderos y grandes ladrones hicieron caminar por la calle a ladroncillos inifinitesimalmente más pequeños."
Con todo y la admiración que muestra por él, Cardenal anota que Pallais se declaraba socialista pero, al mismo tiempo, era un enemigo declarado de los bolcheviques. Doctor en Teología y practicamente de un cristianismo puro e intenso, apoyaba, propiciaba y se deleitaba en las manifestaciones de religiosidad popular que rayaban en la superstición. Críticaba duramente la dictadura de Somoza, pero era admirador de Francisco Franco. Como cualquier otra persona, Pallais en algunos aspectos fue un personaje adelantado a su época y, en otros, un hombre de su tiempo.
Su poesía, como es fácil de suponer, tiene una fuerte carga ética. Alaba la bondad y denuncia las malas acciones. Celebra todo lo bello que hay en la naturaleza y las personas, a la vez que desprecia la vanidad y el egoísmo. También, por supuesto, hay poemas de tema religioso, especialmente en su libro Bello Tono Menor, pero Pallais es mucho más que un cura que escribe poesía. Es un observador atento a todo lo interno y lo externo, lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual.
Sus poemas no son pretenciosos ni grandilocuentes. Todo lo contrario: el vocabulario es simple y las composiones son breves, muchas de ellas de apenas dos versos rimados. Nada de retruécanos, florituras ni imágenes artificiales puramente decorativas. Sus poemas se limitan a plasmar con palabras lo deseado, lo visto, lo vivido o lo pensado. Hubo quienes en su momento, tildaron de absurdo y rebuscado el título de su primer libro Bajo la sombra del agua, sin saber que Pallais compuso la mayoría de esos poemas, escondido detrás de una cascada.
Ideas, imágenes, sentimientos y emociones que se arrojan como lanzas o dardos. Instantes capturados con pocas palabras. Suspiros y anhelos de un alma noble.  Los poemas de Azarías H. Pallais no son los de alguien que vive en su propio mundo, sino los de quien, como Don Quijote, es capaz de ver, detrás de lo ordinario, lo sublime.
INSC: 2414

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...