sábado, 14 de enero de 2017

El particular liberalismo del Dr. Gregorio Marañón.

Gregorio Marañón. Radiografía de un
liberal. Antonio López Vega. Taurus.
España. 2011.
Médico, historiador, escritor y columnista, el Dr. Gregorio Marañon (1887-1960), gozó en vida de gran prestigio, pero su figura y su obra fueron recibiendo cada vez menos atención tras su muerte. Hubo una época en que sus escritos eran leídos y comentados a ambos lados del Atlántico. No sé si en España sus libros continúan circulando pero, en América Latina, sencillamente no se consiguen. Su nombre, pese a todo, sigue resultando familiar en ciertos círculos. 
Marañon, como tantos otros, ha alcanzado esa extraña categoría de ser, a la vez, famoso y desconocido.  Muchas personas saben que escribía, pero solamente muy pocas podrían citar el título de alguno de sus más de cien libros. Se sabe que sus opiniones eran muy respetadas en España, pero no se tiene clara su posición sobre tantos acontecimientos que le tocó presenciar y sufrir.
Opinaba sobre política, pero se mantenía alejado de ella. Se declaraba liberal en tiempos en que en España no había ningún partido con ese nombre. Por los intensos conflictos políticos vividos durante la primera mitad del Siglo XX, casi todas las figuras de la época son etiquetadas dentro de alguna ideología en particular. Marañon, que supo mantenerse equidistante de los extremos, pasó a la historia como un moderado. En la posguerra civil, era respetado por ambos bandos, pero no gozaba de la confianza de ninguno. Los republicanos no le perdonaban el haber sido propagandista de Franco y los franquistas no olvidaban el apoyo que brindó a la República en sus inicios.
Nacido en Madrid en 1897, Marañón tuvo una visión bastante crítica de la realidad de su país. El panorama que tenía ante sus ojos no era muy prometedor. En alguna entrevista, Luis Buñuel se atrevió a decir que, en España, la Edad Media había durado hasta la Primera Guerra Mundial. El país en que creció Marañon no parecía vivir en el Siglo XX. El Jefe de Estado, Alfonso XIII, era el único monarca en la historia que había nacido rey. Los políticos se enzarzaban en debates interminables sin prestar mayor atención a la pobreza, el analfabetismo y la condiciones verdaderamente injustas en que vivía la mayoría de la población. El desarrollo industrial y tecnológico era prácticamente inexistente. El propio Marañon, al evocar su juventud, considera "poco científica" la facultad de Medicina en que cursó sus estudios. Como todos sus compañeros de generación, confiaba que pronto llegaría el momento de cambiar el panorama social, científico, social y político, que parecía haberse petrificado.
Marañón soñaba con ver a su país gobernado de manera más racional y eficiente, pero los acontecimientos tomaron otro rumbo. En 1926 fue encarcelado por la dictadura de Primo de Rivera a la que él había brindado su apoyo tres años antes. En 1931 apoyó la República y al año siguiente ya estaba defraudado. En 1936, ante el inicio de la Guerra Civil, se trasladó a vivir a París donde le tocó ver a los nazis ocupar la ciudad. Su hijo, llamado también Gregorio, combatió en el bando nacional. Propagandista pagado de Franco desde 1937, regresó a España en 1942, donde permanecería hasta su muerte, en 1960.
La monarquía absurda de Alfonso XIII, la represión de Primo de Rivera, la furia descontrolada de bandos extremistas durante los años de la República, la sangrienta guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y la asfixiante dictadura de Franco fueron los escenarios en que a Gregorio Marañón le tocó vivir su vida y escribir su obra.
Marañón tuvo la oportunidad de tratar de cerca y establecer estrechas relaciones con prácticamente todos los políticos, intelectuales, artistas y escritores de su época. Benito Pérez Galdós era su padrino y José Ortega y Gasset su entrañable amigo. Tuvo una relación estrecha con Miguel de Unamuno, Pérez de Ayala y Azorín, con Ramón Menéndez Pidal y Salvador de Madariaga, con Pío Baroja y García Lorca, con el rey Alfonso XIII y el Presidente de la República Manuel Azaña. Tal parece que Marañón era un hombre tolerante, capaz de establecer y mantener vivo el diálogo y el respeto mutuo con personas que sostenían opiniones diferentes a las suyas. Lamentablemente, esta virtud no era muy común en su época.
En el ejercicio de la medicina, Marañón se dedicó tanto a la práctica clínica como a la investigación. y llegó publicar varios libros de ensayos en los que exponía las conclusiones a las que había llegado a través de sus estudios y experiencias. La sexualidad era uno de sus temas recurrentes y los libros que escribió sobre la materia llegaron a ser verdaderamente populares. Con el tiempo, sus ensayos sobre medicina y sexualidad han perdido la categoría de estudios científicos y han pasado a ser considerados simplemente colecciones de rarezas y prejuicios de otra época. La ciencia de ayer, es la superstición de hoy y la ciencia de hoy, es la superstición de mañana.
Sus biografías e investigaciones históricas también han sido revaloradas con el paso de los años. Más que una recopilación de acontecimientos, personajes, fechas, lugares y citas, los libros históricos de Marañón eran apreciados porque ofrecían un retrato psicológico de los protagonistas. En el rey de Castilla Enrique IV, descubre sus trastornos de personalidad y especula sobre sus conductas depravadas y prácticas sexuales, mientras que al emperador romano Tiberio le diagnostica "una predisposición biológica al resentimiento."  La distancia en el tiempo que separaba a Marañón de Enrique IV (más de cuatrocientos años) y de Tiberio César (casi dos mil), hace prácticamente imposible darle alguna base concreta a sus afirmaciones. Las biografías y los libros de historia escritos por Marañón podrán ser piezas literarias con buen estilo, pero son poco fiables como fuente de datos confirmados.
Para tratar de comprender mejor su pensamiento, leí la voluminosa biografía que Antonio López Vega publicó con el título: Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal, en que salta a la vista que el autor no solo ha investigado la trayectoria del médico madrileño, sino que lo conoce a fondo. Enumera las polémicas en que se vio involucrado y cita detalles íntimos de su correspondencia privada. Al igual que solía hacer su biografado, López Vega en ocasiones se permite especular sobre aspectos personales ajenos a la historia documental. Llega a afirmar, por ejemplo, que Marañón nunca le fue infiel a su esposa, Dolores Moya. "O al menos no hay indicios que prueben lo contrario", dice. Cabría cuestionar tanto el argumento lógico (dar por cierta una suposición solamente por el hecho de que no hay pruebas de lo contrario), como la mención en sí misma. Que un personaje histórico haya tenido o no aventuras extramaritales no se supone que sea algo que interese a la posteridad.
Lo que más me llamó la atención del libro fue el subtítulo: Radiografía de un liberal. De primera entrada supuse que debió haber sido bastante difícil ser liberal para alguien que, durante su vida, le tocó vivir bajo regímenes negadores de la libertad.
El propio Marañón explicó su pensamiento en el libro Ensayos Liberales, de 1946, que aún no he podido conseguir pero que espero llegar a leer algún día. Supongo que estas páginas, publicadas en el período más duro del franquismo, podrían aclarar ciertas posiciones ambiguas que sostuvo.
El liberalismo de Marañón era, por decir lo menos, bastante atípico. El liberalismo defiende la libertad indivual, aboga por limitar la acción del Estado y prefiere las iniciativas personales a las colectivas. Un liberal cree que cada uno debe ser responsable de su propia vida y tener la oportunidad de resolver por sí mismo sus propios problemas. Rechaza privilegios odiosos. aboga por la igualdad de derechos, cree en la democracia y defiende los derechos de cada uno sin distinción de sexo, lengua u origen étnico.
Marañón, al igual que su buen amigo José Ortega y Gasset, miraba con recelo la democracia, desconfiaba del votante y creía que la sociedad debía ser regida no por la voluntad de la mayorías, sino bajo la guía de minorías rectoras. En cuanto a la solución a los problemas sociales, más que oportunidades para los desfavorecidos, proponía acciones generosas que vinieran desde arriba.
Sostenía, además, que un país debía tener unidad raza, lengua y religión. Llegó a afirmar que "la amistad es más difícil y menos cordial entre personas de raza dispar."
Creía, con el discurso oficial de su época, que existía un espíritu nacional, un alma nacional y una personalidad nacional además, por supuesto, del orgullo nacional.
En teoría, estaba de acuerdo con el derecho a las mujeres al voto, pero en la práctica se oponía. Sus ideas sobre las mujeres resultan en verdad sorprendentes. Para él, hombres y mujeres realizaban distintas actividades, no por tradición social, sino por deternimismo biológico. Había, según él, ciertas habilidades que eran exclusivas de un cerebro varonil. La razón de ser de una mujer era la maternidad y solo los hombres estaban destinados a realizar actividades creativas ya que, según sus estudios y argumentos científicos, la creatividad dependía de la cantidad de testosterona que hubiera en el organismo. A las mujeres, decía, les falta originalidad.
Marañón sostuvo esta tesis incluso después de asistir a una conferencia magistral de Madame Curie, en la que solamente prestó atención a la simpleza de su vestido negro, a su rostro sin maquillaje y a la estructurada claridad de su discurso. Al meterse a realizar una actividad exclusiva de los hombres, como es la investigación científica, Madame Curie se había desfeminizado.
Ante semejantes afirmaciones, otro médico, Santiago Ramón Cajal, llegó a escribir que el concepto de mujer sostenido por Marañón, no pasaba de ser una ocurrencia de café sin ninguna trascendencia.
Un liberal cree en la capacidad de cada individuo por regir su propia vida y defiende la libertad de cada uno de escoger su forma de vida que, sobra decirlo, no está determinada ni por su sexo, ni por su lengua, ni por su origen, ni por ninguna otra circunstancia. Respetuoso de la libertad plena en el ámbito privado, un liberal tampoco pretende imponer gustos a otros. Marañón, por su parte, llegó a mostrar preocupación y disgusto porque el fútbol fuera desplazando en popularidad a la "fiesta nacional" de las corridas de toros.
Médico de cabecera de varios miembros de la familia real, tuvo oportunidad de mirar de cerca el nivel de frivolidad, ignorancia y grosería con que esas personas se desenvolvían. Compartió en varias ocasiones la mesa con el rey Alfonso XIII, a quien acompañó en algunas de sus giras. El monarca, con su mente de muy corto alcance, su cuestionable conducta y sus censurables hábitos, vivía en un mundo paralelo totalmente ajeno a la realidad del país y su caída acabó siendo inevitable.
Cuando la República inició un programa de reforma agraria, Marañón, en vez de celebrar que los campesinos se convirtieran en propietarios, asumió la defensa de los derechos de la nobleza.
Años más tarde, desde su residencia en París, le envió una carta a su hija Belén, en la que se mostraba satisfecho de que la entrada de los nazis en la capital francesa "haya sido pacífica". Cabe anotar, además, que en la Exposición Universal de 1937, Marañón no quiso visitar el pabellón español para no ver el Guernica de Picasso. Para esa época, ya Marañón era propagandista a sueldo de Franco. Cobraba de ochocientas a mil libras anuales por escribir artículos en revistas internacionales sobre temas afines a la causa nacional. Tanto historiadores posteriores como sus propios contemporáneos han criticado severamente esta actividad. En su caso, el dinero no pudo haber sido la motivación. Se comprende que alguien en serios aprietos económicos ponga su pluma al servicio de una causa por pura necesidad. Pero Marañón, médico prestigioso con numerosa y rica clientela, no estaba forzado a hacerlo o, mejor dicho, si lo hizo fue porque quiso.
Al final de la Guerra Civil española, Marañón afirmó que los españoles solamente querían "paz con un mínimo de libertad".  Palabras verdaderamente extrañas en boca de alguien que se declara liberal.
Según Antonio López Vega, el sueño de Marañón era que España se convirtiera en una democracia con régimen parlamentario. Ante el triunfo de Francisco Franco ese sueño se desvanece y Marañón no tuvo más remedio que acomodarse a las circunstancias.
Pasa por alto, sin embargo, que hubo un buen número de intelectuales de renombre que no tenían la oportunidad de acomodarse y también otros que, aunque podían haberse acomodado, prefirieron no hacerlo.
La democracia, en España, tardó en llegar y Marañón no alcanzó a verla.
Más que especular sobre si Marañón le fue infiel a su esposa o no, valdría la pena analizar el grado de fidelidad que Marañón mantuvo con las ideas que pregonaba.
La lectura de Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal me sirvió para conocer mejor la figura, la vida y la época del famoso, aunque desconocido, médico y escritor madrileño. Al liberal, debo confesar, no lo vi en ninguna parte.
Gregorio Marañón. (1897-1960), Médico, historiador, escritor y filólogo español.

INSC: 2565

sábado, 7 de enero de 2017

Destacadas mujeres costarricenses.

Galería de Valores Femeninos
Costarricenses. Jorge Luis Soto Soto.
Costa Rica, 1975.
En la historia de Costa Rica, las mujeres destacadas son también las mujeres olvidadas. Pocos saben que, en nuestro país, las mujeres podían ejercer el Derecho y hasta ser jueces antes de que la Constitución de 1949 reconociera su derecho al voto. Debió transcurrir más de un siglo antes de que en las escuelas se mencionara el nombre de Pancha Carrasco, la humilde campesina de Cartago que acompañó añ ejército que fue a luchar contra los filibusteros de William Walker. En 1919, durante la dictadura de los Tinoco, las maestras de escuela (Carmen Lyra entre ellas), salieron a la calle para encabezar una marcha de protesta que acabó en el incendio del diario La Información, propagandista del régimen. 
Años más tarde, durante el gobierno de Teodoro Picado, cuando de nuevo la voluntad popular parecía que iba a ser burlada, ocho mil mujeres desfilaron hasta la Casa Presidencial para exigirle al mandatario garantías electorales. En el desfile participaron las esposas e hijas de los viejos patricios y hasta la propia hija del Presidente Picado. A pesar de la presencia de distinguidas damas de alta sociedad, la manifestación fue disuelta por la fuerza, con golpes y disparos al aire. Curiosamente, aquellas mujeres fueron atropelladas por la policía por pedir transparencia en unas elecciones en las que ellas no podrían votar.
Pero la participación política es solo una de las muchas facetas en que las costarricenses han tenido una actividad que, pareciera, a nadie le interesa recordar. 
Ante el desdén con que los libros de historia ignoran la participación femenina, el educador alajuelense Jorge Luis Soto Soto publicó, en 1975, un libro con setenta biografías de mujeres costarricenses titulado Galería de Valores Femeninos. El libro no tuvo la difusión apropiada y la mayor parte del tiraje quedó almacenado. Tras la muerte del autor, sus familiares encontraron varios ejemplares y dispusieron ponerlos en buenas manos. Estoy muy agradecido de que hayan tenido la gentileza de enviarme uno a mí.
La secuencia de biografías aparece en estricto orden alfabético y, por pura coincidencia, arranca con Angela Acuña Braun, la primera mujer costarricense en obtener el bachillerato en el Liceo de Costa Rica y la primera centroamericana en graduarse como abogada. La señora Acuña Braun, además, escribió el prólogo del libro.
De las setenta biografiadas, tuve la oportunidad de conocer en persona a seis. De las obras de algunas otras estaba ligeramente enterado, pero debo confesar que los nombres de la gran mayoría no los había escuchado nunca.
María Ester Amador León. (1902-1928)
Colaboradora del Repertorio Americano.
Su único libro Atardederes, fue publicado
póstumamente por don Joaquín García Monge.
Las sorpresan abundan. En literatura, naturalmente, se incluyen las biografías de Carmen Lyra, Yolanda Oreamuno, Amalia Montagné de Sotela y Carmen Naranjo. pero aparece también una joven que murió de apenas veintiséis años de edad, María Ester Amador León, discípula de Omar Dengo y vecina de San Pedro de Montes de Oca, cuyo único libro Atardeceres, publicado de manera póstuma en 1929 por don Joaquín García Monge, recibió elogios de Carmen Lyra y Carlos Luis Sáenz.
También menciona a la escritora y periodista Rosalía Muñoz Picado quien, en 1954, publicó una biografía de Florentino Castro.
Como la docencia era casi la única actividad en que una mujer talentosa podía destacarse, cerca de la mitad de las biografiadas son maestras. Aparecen no solamente las famosas, como Estercita Silva, Julia Lang, Vitalia Madrigal o Emma Gamboa, sino también docentes rurales como doña Livia Hernández Quesada, primera maestra del cantón de Atenas.
Se destacan los aportes de Margarita Esquivel Rohrmoser y Olga Franco Cao en danza, de Albertina Moya y Ana Poltronieri en teatro, de Margarita Bertheau en pintura, de Julita Araya Rojas, Lolita Castegnaro, Marcelina González y Zelmira Segreda en música, de Angelita Pacheco Zamora en escultura, de Carmen Granados en la radio y de Hilda Chen Apuy, Lilia Ramos y Victoria Garrón de Doryan en la investigación histórica y literaria,
Completan la lista Margarita Ortiz Alvarado (diplomática), Edith Chaverri (primera costarricense ingeniera agrónoma), Graciela Morales Flores (fundadora del Servicio Social de la Caja Costarricense del Seguro Social), además de una empresaria, una obstetra, una microbióloga, una socióloga, una farmacéutica, dos médicas y tres abogadas.
Me sorprendió un poco que no mencionara a doña Yvonne Clays Spoelders, primera diplomática del Servicio Exterior costarricense y fundadora, junto con un grupo compuesto exclusivamente por mujeres, de la Orquesta Sinfónica Nacional. Supongo que la omisión pudo deberse a que doña Yvonne no nació en Costa Rica, sino en Bélgica. Otra omisión notable fue la de la Doctora Concepción Cruz Meza de Coblentz, primera odontóloga de Costa Rica, graduada en la Universidad de Tulane, New Orleans, en 1905. Extrañé también una nota sobre doña Adela de Jiménez, la valiente mujer que, tras la muerte de su esposo, el Ing. Lesmes Jiménez, tomó las riendas de su empresa constructora.
A quienes estudian el aporte de mujeres destacadas en la historia suele molestarles, con toda razón, el hecho de que las mujeres no sean mencionadas por sus méritos propios sino por su parentesco con varones famosos. Cuando se menciona al ingeniero Jorge Manuel Dengo, por ejemplo, se hace referencia a su carrera personal y no se considera necesario recordar que era hijo de Omar Dengo. Sin embargo, doña María Teresa Obregón de Dengo y doña María Eugenia Dengo Obregón, a pesar de sus méritos individuales, son presentadas, respectivamente, como la esposa y la hija de Omar Dengo.
Marcelina González Zeledón. (1867-1930)
Cantante de ópera nacida en Costa Rica que
curso estudios y desarrolló toda su carrera en
la ciudad de Nueva York.
Hay casos en que ni siquiera la relación cercana con un hombre célebre ha salvado el nombre de una mujer del olvido. Todos los costarricenses estamos familiarizados con el nombre de Manuel González Zeledón, Magón, el ingenioso autor de los cuentos que se leen en la primaria y secundaria, pero casi nadie sabe que su hermana, Marcelina González Zeledón, era una cantante de voz privilegiada que estudió, vivió  y obtuvo grandes éxitos en la ciudad de Nueva York. Marcelina, nacida en 1867, se marchó de Costa Rica a los veinte años de edad y nunca más regresó. Antes de irse, como despedida a su pueblo, ofreció un concierto en la Catedral Metropolitana de San José, llena hasta el tope. Cuando Marcelina se fue, ni siquiera se había empezado a construir el Teatro Nacional. Su voz, lamentablemente, no tenía nada que hacer aquí. Mientras su nombre era olvidado en su patria, Marcelina logró triunfar ante el exigente público neoyorkino. Algo similar le ocurrió a Zelmira Segreda Solera (1879-1923), nacida en Heredia, quien llegó a cantar en la Scala de Milán.
Bastantes años después de ellas, apareció el tenor Melico Salazar, quien cantó también en Nueva York y Milán. Lo curioso es que el nombre de Melico Salazar pasó a la historia, se le levantó un monumento y un teatro lleva su nombre, pero nadie recuerda a Marcelina ni a Zelmira.
Berta González Quesada de Gerli, hija de Magón y sobrina de Marcelina, fue, por cierto, una de las fundadoras de la Orquesta Sinfónica Nacional y Julita Pacheco Pérez, la esposa de Alejandro Morera Soto, fue una gran impulsora de la educación técnica profesional para mujeres.
Angelita Pacheco Zamora. (1893-1979)
Escultora. Fue quien estableció la devoción
a San Pancracio en San José. Su casa,
conocida precisamente como "La casa de
San Pancracio", al costado norte de la
Iglesia de la Soledad, es actualmente
la sede de la Academia Costarricense
de Ciencias Genealógicas.
Otro caso interesante, esta vez sin parientes destacados, es el de la escultora Angelita Pacheco Zamora (1893-1979), quien cursó sus estudios de arte en España. Verdaderamente hábil con el modelaje, la talla directa y el vaciado, le encargaron realizar numerosos bustos de figuras históricas, entre los que cabe destacar el de Monseñor Stork (al costado norte de la Catedral), el del Dr. Ricardo Moreno Cañas (en el Hospital San Juan de Dios), el de Rafael Yglesias Castro (en el Ferrocarril al Pacífico), el del Marqués de Peralta (en Cartago) y el de don Cleto González Víquez (en Barba de Heredia), Pues bien, pese a que su obra es visible en distintos sitios públicos, ningún libro de historia de la escultura en Costa Rica menciona el nombre de Angelita Pacheco Zamora.
Su caso no es único. Los historiadores de la música en Costa Rica, suelen referirse a la labor pionera del Conservatorio Nacional de Música, dirigido por el pianista Guillermo Aguilar Machado, pero olvidan mencionar que Julita Araya Rojas era la codirectora.
Aunque las biografías que ofrece el libro son breves, tienen el doble mérito de dar a conocer figuras casi olvidadas y despertar la curiosidad por querer saber más sobre ellas.  Desde que el libro fue publicado, en 1975, el número de mujeres costarricenses destacadas ha crecido. Si alguien pretendiera, en estos días, emular el esfuerzo y ofrecer una edición aumentada y actualizada, el resultado sería verdaderamente voluminoso. Sin embargo, más que una nueva lista aparte, lo que verdaderamente valdría la pena esperar es una visión más equitativa de los personajes históricos, en la que las actuaciones de las mujeres dejen de ser menospreciadas.
INSC: 0964

Tres maestras. A la izquierda, Estercita Silva (1866-1957). Al centro, Vitalia
Madrigal (1882-1927). A la derecha, Julia Lang (1863-1907).


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