domingo, 28 de mayo de 2017

La campaña de Oscar Arias en 1986.

El primer domingo de febrero. Guido
Fernández. Editorial Costa Rica, 1986.
Desde la temprana edad de los catorce años, Guido Fernández Saborío (1933-1997) se dedicó al periodismo. Empezó como redactor de sucesos, llegó a entrevistar al General Anastasio Somoza y, tras graduarse como Licenciado en Derecho y cursar estudios de postgrado en California, llegó a ser director del periódico La Nación. Salvo los seis meses en que se desempeñó como asistente del gabinete del presidente Mario Echandi Jiménez, no ocupó cargo público alguno. Ideológicamente, era era considerado (y se consideraba él mismo) un liberal. Su protagónica participación en la ANFE (Asociación Nacional de Fomento Económico) lo ubicaba en las antípodas de la Social Democracia propia del Partido Liberación Nacional.
Las cosas cambiaron en 1985, cuando Oscar Arias Sánchez, candidato presidencial liberacionista, lo invitó a formar parte de su equipo de campaña. La aceptación del cargo causó sorpresa. Todos suponían que Guido Fernández se mantendría fuera de la política y, si en algún momento decidía entrar en ella, lo haría en el bando contrario.
La experiencia estuvo lleno de momentos difíciles. Acostumbrado a ver los toros desde la barrera, pese a estar involucrado en el debate político nacional desde la prensa, Guido Fernández era primerizo en las duras negociaciones que pueden darse al interior de un partido. Puntos que podrían considerarse secundarios y hasta intrascendentes eran objeto de largas discusiones en que era necesario saber imprescindible la habilidad de lograr convencer sin generar rencores.
Como buen periodista, tenía siempre a mano su libreta de apuntes y, durante toda la campaña, llevó un diario con sus impresiones sobre las actividades en que participaba.
Las elecciones, en que Arias salió victorioso, se llevaron a cabo el primer domingo de febrero de 1986 y, poco después, Guido Fernández sorprendió con un libro en que hacía un recuento de su participación en la campaña política recién concluida.
Según anota el propio Fernández en el prólogo de la segunda edición, el libro, titulado El primer domingo de febrero, se escribió en febrero, se imprimió en marzo y se vendió en abril. Esta velocidad de producción nunca había ocurrido antes y ni volvió a ocurrir después. La Editorial Costa Rica, que publicó el libro, se ha caracterizado históricamente por desarrollar los proyectos con cuidado y sin prisa. Por lo general, solamente el dictamen de un manuscrito presentado se lleva al menos un mes. Lo precipitado de esta publicación saltó a la vista casi de inmediato. La primera edición, según admite el autor en el prólogo de la segunda, apareció llena de errores debido al poco tiempo dedicado a la corrección de pruebas.
La segunda edición, que fue la que leí, tampoco está precisamente inmaculada. Además de frecuentes "dedazos" y faltas de ortografía tan groseras como escribir gira con jota, hay errores que solamente pueden ser causados por la prisa o el descuido. Uno puede comprender que haya escrito Rovinsky en vez de Rovinski, pero invertir los apellidos del gobernador de Puerto Rico, Rafael Hernández Colón, por Rafael Colón Hernández ya es otro nivel. Menciona que Oscar Arias fue diputado de 1974 a 1978, cuando en realidad lo fue de 1978 a 1982. De todas las inexactitudes del libro, llama particularmente la atención que diga que Luis Manuel Chacón fue el jefe de campaña del partido Liberación Nacional, cuando era más bien el de la Unidad Social Cristiana. Si la segunda edición es la corregida, no puedo imaginarme cómo habrá aparecido la primera.
Con todo y todo, el libro tiene su valor testimonial. La primera intención de Guido Fernández, al trabajar por primera vez en una campaña política, era elevar el nivel de la propaganda política con mensajes ricos en contenido, planteados en lenguaje decente y sin golpes bajos al adversario. Conforme la carrera electoral fue calentando, ese objetivo acabó haciéndose a un lado. Se realizaron anuncios de televisión en que se caricaturizaba al adversario, el lenguaje utilizado fue subiendo de tono hasta rayar el insulto y los golpes bajos no tardaron en aparecer. A veces, este tipo de campaña era aprobada desde el comité central y, en otras ocasiones, grupos de simpatizantes publicaban por su cuenta hojas sueltas que lograban ofender la sensibilidad hasta de los líderes del mismo partido al que se suponía que apoyaban.
En la campaña hubo episodios más que lamentables. Los dos partidos mayoritarios se vieron envueltos en un debate de amas de casa verdaderamente bochornoso. Todo empezó por un comercial de televisión en que aparecía una señora, habitante de un tugurio, que opinaba en contra de un partido político. Los del partido contrario, en vez de pasar por alto el asunto, pusieron a responder a una vecina de la señora y entonces empezó la historia de nunca acabar.
Mientras dos humildes mujeres discutían en anuncios televisados, los candidatos no debatían. Antonio Alexandre García, director de Notiséis, se valió de un truco para ponerlos frente a frente, aunque estuvieran a distancia. Envió un equipo de televisión a la casa de cada uno de ellos y, cuando estaban ambos al aire, enlazó la transmisión. Así fue el primer debate televisado entre candidatos. Por haberse realizado por sorpresa y sin anuncio previo, no fue muy visto. A partir de la campaña de 1990, los debates de televisión han pasado a ser parte de la rutina del proceso electoral.
En aquellos años, todavía las reuniones de plaza pública eran la principal actividad de la campaña. Guido Fernández menciona que Víctor Ramírez opinaba que cuando en cada casa hubiera un televisor, las manifestaciones con tribuna pasarían a la historia. Definitivamente, don Víctor salió profeta y, en la actualidad, los partidos políticos celebran cada vez menos reuniones de este tipo. Para que mantengan su atractivo, en vez de discursos encendidos, suelen programar conciertos musicales.
El libro consigna que, para el cierre de la campaña liberacionista de 1986, vino a Costa Rica el cantante español Luis Eduardo Aute pero que, por incovenientes de último momento, no pudo hacer su presentación.
Un tema que resulta interesante es el manejo de las adhesiones de figuras públicas y el manejo de las relaciones con la prensa dentro de las normas legales impuestas por el Código Electoral. En ocasiones, la publicación de un simple folleto requería innumerables trámites y consultas.
Quizá por tener su origen en un diario llevado sobre la marcha, El primer domingo de febrero está lleno de menudencias y presta más atención de la que merecen a hechos que solamente fueron importantes en el momento en que ocurrieron.
Hay páginas y páginas llenas de acontecimientos sin importancia. La reunión empezó a tal hora, en tal lugar, estaban fulanito y menganito, zutanito manejaba el automóvil. A veces dan ganas de sacudir el libro para ver si, en medio de tanto detalle intrascendente, sale algún dato revelador.
Vivido, pensado, escrito, editado y publicado a toda prisa, este es un libro al que le falta reposo. Acostumbrado, por su larga carrera periodística, a escribir contra reloj, Guido Fernández quiso hacer un libro como se hace una nota de periódico. Los periodistas viven en el día a día, pero los autores de libros no se ponen a escribir acerca de lo que les sucedió antier y, si lo hacen, no lo publican de inmediato. Ni uno mismo comprende lo que ha hecho inmediatamente después de haberlo hecho. La historia no se escribe al día siguiente.
Los altos y bajos de la campaña, que unas veces daba la impresión de tener el triunfo seguro y otras parecía que caminaba al fracaso, dejan de ser importantes cuando se llega al conteo de votos. El interés por los detalles internos del proceso electoral, se diluye con el tiempo. El primer domingo de febrero, tuvo dos ediciones, una en marzo y otra en noviembre de 1986 pero, como era fácil de suponer, no ha vuelto a llamar la atención desde entonces. 
INSC: 2039

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