sábado, 13 de mayo de 2017

Tradiciones puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste.

Leyendas Puertorriqueñas. Cayetano Coll
y Toste. Veron Editores. España, 2003.
Lo más asombroso de las Leyendas Puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste es que la dosis de fantasía, si la hay, es mínima. Aunque de un tiempo acá se ha puesto de moda calificar las narraciones en las categorías de Ficción y No ficción, la verdad es que, en los libros, la línea que separa lo ocurrido de lo imaginado es verdaderamente tenue.
En las obras históricas, incluso las que presumen de científicas, inevitablemente abundan las suposiciones y conjeturas. De no ser así, no habría manera de enlazar los hechos documentados.
Los cuentos y las novelas, por su parte, están llenos de personajes y situaciones tomados de la vida real. 
La imaginación tiende a ser prudente, mientras que la realidad no conoce límites. Quien inventa una historia, pretende que parezca verosímil, mientras que entre los acontecimientos que suceden cada día, hay unos tan insólitos que desafían toda lógica. A veces, en los archivos históricos, en los expedientes de juzgados y hasta en las noticias del periódico, se encuentran relatos dignos de figurar en una antología de literatura fantástica.
Rebuscando entre papeles antiguos, Cayetano Coll y Toste, además de las fechas, nombres y datos que consignaba en su boletines como Historiador Oficial de Puerto Rico, encontró historias fascinantes, casi siempre protagonizadas por personajes humildes. Curiosamente, los boletines históricos de Coll y Toste, rigurosos, documentado y exhaustivos, acabaron siendo referencias de uso exclusivo para especialistas, mientras que sus sencillas y curiosas Leyendas Puertorriqueñas siguen deleitando a nuevas generaciones de lectores.
Cayetano Coll y Toste (1850-1930).
No logro comprender por qué Cayetano Coll y Toste decidió llamar Leyendas a estas narraciones. Las leyendas son historias populares, sin autor conocido, que nacen y se amplían de boca en boca y que, por lo general, carecen de una base documental. Lo que el eminente médico, político y escritor puertorriqueño hizo es algo bien distinto. Con un estilo dulzón, como el de los cuentos que se solía leer a los niños al caer la noche, rescató del olvido episodios históricos que parecen salidos de una fábula.
La historia de América Latina está llena de rebeliones indígenas contra conquistadores españoles, pero Coll y Toste encontró, en una de ellas, la conmovedora historia de amor de Don Cristóbal de Sotomayor y la borinqueña Guanina, quienes al intentar llegar a Caparra, para huir de la matanza, fueron asesinados y acabaron siendo sepultados juntos.  En el lugar de su tumba (no se sabe si por los indígenas o los españoles) fue sembrada una ceiba que creció enorme rodeada de amapolas y lirios.
Triste es la historia de Antonio Orozco y Juan Guilarte, modestos colonos de Caparra que un buen día decidieron ir a las montañas a buscar un yacimiento de oro. En el fondo de un precipicio, Guilarte encontró una pepita enorme pero, al volver a subir por la escalera (hecha de bejucos y tablas) que Orozco sostenía arriba, un escalón se le rompió. Con tal de no soltar la piedra, le pidió a Orozco que tirara de la escalera hasta subirlo. Orozco lo hizo, pero los bejucos se rompieron con el roce contra las rocas y Guilarte cayó, junto con el oro, en el fondo del abismo. En la Cordillera Central de la isla hay una cumbre, denominada La Sierra de Guilarte, que recuerda el suceso.
Juan Alonso Tejadillo, un joven andaluz nacido en Cádiz, llegó a Puerto Rico cuando acababa de cumplir los veinte años de edad. Tocaba la guitarra, era ingenioso y simpático, pero no tenía ni una moneda en el bolsillo, por lo que, pese a que la serenateaba frecuentemente, no se atrevía a pedir la mano de su amada Mónica. Juan Alonso era soldado y decía ser muy hábil disparando el cañón, pero no había tenido ocasión aún de demostrarlo. La oportunidad llegó cuando Sir Francis Drake, al frente de veinticinco naves bien equipadas, llegó de noche por sorpresa y empezó a disparar contra el Morro. Medio dormido, Juan Alonso era incapaz de ver los barcos y debió utilizar como guía los fogonazos de los disparos enemigos para poder apuntar el cañón. El primer y único tiro dio en la nave principal, atravesó el comedor y mató a John Hawkings, pariente muy querido de Sir Francis Drake quien decidió emprender la retirada sin esperar un segundo disparo. El gobernador de Puerto Rico, don Pedro Suárez, como señal de agradecimiento, le regaló a Juan Alonso una sortija de diamantes, que sirvió para que el andaluz le propusiera matrimonio a Mónica. Juan Alonso nunca hizo fortuna. Al retirarse del servicio militar, puso un establecimiento de aguardiente en el mercado de verduras. Los clientes, atendidos por la siempre sonriente Mónica, tenían la oportunidad de admirar, al recibir su vaso, la impresionante sortija de diamantes.
El Beato Juan de Palafox y Mendoza, (1600-
1659), Obispo de Puebla, presenció en Puerto
Rico, en vez de una corrida de toros, una
corrida de tiburón.
En 1640, llegó a Puerto Rico el Virrey de Nueva España, Marqués de Villena y Duque de Escalona, acompañado del obispo don Juan de Palafox y Mendoza, que iban rumbo a México. En la cena de bienvenida que les ofreció el gobernador Agustín de Silva y Figueroa, los viajeros mencionaron que, durante la travesía, habían pescado un monstruo de cuatro varas de largo y con la boca llena de dientes afilados. Nunca habían visto una criatura como esa que, según les informaron, abundaba en las aguas cercanas y lo llamaban tiburón. El gobernador, que pensaba ofrecer como entretenimiento a los ilustres visitantes una corrida de toros, cambió de planes y decidió organizar una corrida de tiburón. Un indígena llamado Rufino, vecino de Aguadilla, era famoso por haber matado a varios escualos a puro cuchillo. Al principio se negó pero, finalmente, aceptó dar el espectáculo por ocho pesos y una onza de oro. A las diez de la mañana, desde uno de los barcos atestados de público que hacían rueda en la bahía, se arrojó al agua un perro herido y sangrante para que sirviera como cebo. En cuanto llegó el tiburón, todos los asistentes estuvieron de acuerdo en cancelar la actividad, pero Rufino, ignorando las advertencias, se lanzó al agua cuchillo en mano. Era muy difícil observar quién iba ganando. Solo se veían las aletas y la cola del animal y, muy de vez en cuando, los brazos, las piernas o la cabeza de Rufino que salía a tomar aire. Finalmente, en medio de las olas teñidas de rojo, asomó el rostro sonriente de Justino, mientras el animal flotaba inmóvil, ya sin vida. Tirado en la playa, el tiburón se veía más grande que en el agua. Justino, herido pero alegre, recibía regalos de sus admiradores. Los marinos del puerto llenaron su sombrero de monedas. El Virrey, al darle dos onzas de oro (una más de lo prometido), le suplicó: "Nunca vuelvas a hacer esto."  Justino acató el consejo y, con lo recaudado, se compró un bote y arregló su casa, en cuya entrada lucía, como una reliquia, el pequeño cuchillo rodeado de dentaduras de tiburones.
Cayetano Coll y Toste, médico, poeta, narrador, ensayista y político puertorriqueño, nació en Arecibo el 30 de noviembre de 1850, hijo de padre catalán y madre descendiente de portugueses. Pasó su infancia en Ponce y cursó sus estudios en el Colegio Jesuita de San Juan. Viajó a España y realizó los estudios de medicina y humanidades en Barcelona, donde contrajo matrimonio con Adela Cuchí, Tras su regreso a Puerto Rico, en 1875, se dedicó al periodismo y, a lo largo de su carrera, fue director de numerosos periódicos y revistas. En diversas ocasiones formó parte del gobierno y ocupó los cargos de secretario de Agricultura, de Comercio y de Hacienda. En 1913 fue nombrado Historiador Oficial de Puerto Rico. Incansable investigador, Cayetano Coll y Toste murió poco antes de cumplir los ochenta años, el 19 de noviembre de 1930, en Madrid, España, donde se encontraba realizando consultas en los archivos históricos.
Los primeros relatos de tradiciones y leyendas puertorriqueñas fueron publicadas entre 1924 y 1925, pero la primera edición completa apareció en Barcelona en 1930.
Curiosamente, la edición que tengo, aunque la compré en Puerto Rico, también fue editada en Barcelona y, quizá por ello, viene con un glosario muy oportuno. gracias al cual supe lo que es un areyto y un guanín, pero que, lamentablemente, dejó sin explicar qué es guaitiao.
En todo caso, es normal que una que otra palabra o referencia no suenen familiares. Se trata de un libro de principios del siglo pasado sobre acontecimientos de los siglos recontra pasados. Pero esas lagunillas de misterio y duda no afectan el deleite general de las Leyendas Puertorriqueñas de Cayetano Toll y Tosque que, sin lugar a dudas, continuarán reeditándose y leyéndose tanto dentro como fuera de la Isla del Encanto.
INSC: 1985
Casa natal de Cayetano Coll y Toste en Arecibo, Puerto Rico.

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