Estos libros son como mis hijos

Gracias a la confianza que mis amigos tienen en mí, he trabajado en la producción de varios libros. Siempre que algún autor o editor ha creído que mi ayuda podría serle útil, he tratado de no defraudarlo. Desde algo tan serio como definir si un libro merece ser publicado o no, hasta algo tan sencillo como revisar el texto con lupa para limpiarlo de cualquier basurilla, cuando he podido aportar mi granito de arena lo he hecho. 
Son tantos los libros en que he trabajado, que sería imposible citarlos todos. Pido disculpas a los escritores y editores que se sientan olvidados. 
Hay muchos libros que considero que son como sobrinos míos a los que en algo he servido. Pero los libros en que me han permitido inmiscuirme en cada detalle, hacer observaciones, sugerir cambios, proponer opciones de formato y diseño, les tengo un gran cariño, como si fueran mis hijos. Hay un libro, también, al que considero un hijo pródigo, pero hijo al fin.
De todos los libros en que he trabajado. Estos son los que considero como mis hijos.


Ataúd de uso de Rosa María Britton es una encantadora novela panameña ambientada en un pueblito aislado del mundo, lleno de pequeños dramas y pintorescos personajes. Se publicó por primera vez en 1982. El entusiasmo del público fue desbordante y se reeditó con frecuencia en tirajes masivos. A partir del 2005 la novela es publicada por Punto de Lectura. La novela, muy bella, muy bien planteada, desarrollada y resuelta, tenía sin embargo una que otra cosilla que debía ser corregida. Punto de Lectura me encomendó la tarea y la edición del 2013 ya viene con una que otra peinadita que es obra de mis manos.



No soy amigo de ponerle etiquetas a los libros, pero si tuviera que etiquetar a D. Juan de los manjares de Rafael Ángel Herra, diría que es una novela erótica, policiaca, detectivesca y gastronómica. Leí el manuscrito sin saber quién era el autor. Rafael Ángel es un intelectual de distintas facetas, filósofo, articulista, poeta y novelista. Yo estaba al tanto de su obra, pero nunca lo había tratado. Un día lo vi por casualidad en el cine y, a la salida, me presenté: "Don Rafael Ángel, mi nombre es Carlos. Yo voy a ser el editor de su próxima novela." Trabajamos el libro a fondo y, junto a Alejandra Coto, entre otras que había realizado el diseñador Ricardo Bolaños, elegimos la portada del ojo. ¿La razón? Olvidé mencionarlo. Otra etiqueta para esta obra es de novela voyerista. Apenas salió, la novela recibió el premio Áncora.


A mi tocayo Carlos Cortés lo conozco de toda la vida. Con esta obra, entonces con un título mucho más largo, ganó el Premio Monteforte Toledo. Trabajamos juntos cada detalle de la edición. Es un libro muy doloroso. En momentos, por crudo, llega a ser grotesco. Carlos no se dejó nada adentro, lo sacó todo haciendo a un lado cualquier tipo de pudor o discreción. Hay quienes dicen que cuando alguien cuenta sus momentos dolorosos, pretende hacerse el héroe o la víctima. Carlos repasa situaciones verdaderamente traumáticas, sin asumir ninguno de los dos papeles. Así fue y así lo cuenta. En el fondo, el libro de alguna forma es un homenaje, pero un homenaje amargo. De ahí el ramo de flores marchitas. Yo escribí unas líneas para la tapa de atrás del libro. Carlos las aprobó sin cambiar ni una coma.


Daniel Gallegos ha estado vinculado al teatro toda su vida pero, en las últimas décadas, ha incursionado también en la novela. Me correspondió colaborar, de manera mínima por cierto, en la edición de La Marquesa y sus tiempos, una novela acerca de un personaje misterioso que ha presenciado acontecimientos importantes en distintos sitios del orbe a lo largo de un tiempo tan largo que no cabría en una vida humana. Don Daniel fue muy gentil con todos los que participamos en el proceso de producción de su libro pero, con la firmeza de un director teatral severo, mantuvo fuertemente las riendas en todo momento. Al final, el libro salió enteramente como él había planeado.



La edición de este libro es una hermosa y aromática flor que, con orgullo, puedo poner en el ojal de mi solapa. En otra entrada de este blog me refiero a este libro. Al igual que muchísimos centroamericanos, yo había esperado la aparición de este libro durante más de veinte años. El Dr. Hugo Spadafora fue un médico panameño graduado en Italia, alto funcionario del gobierno de Omar Torrijos, revolucionario en Guinea Bissau y, en dos ocasiones, guerrillero en Nicaragua. Contra Somoza, primero y contra los sandinistas, después. Luchó contra la dictadura de Noriega en Panamá y fue asesinado en 1985. Pasarían más de veinte años antes de que se escribiera un libro a la altura de su vida. Amir Valle fue tan generoso que, no solo incluyó mi nombre en los agradecimientos, sino que me dijo: "Este libro es tan tuyo como mío."

Yo formo parte de esa reducidísima minoría que lee pero no escribe poesía. Ni siquiera lo he intentado. El poeta Francisco de Asís Fernández, una vez me preguntó "¿Vos escribís poesía?" Y cuando le dije que no exclamó: "¡Así que sos vos el que está al otro lado del escritorio!" Nunca he escrito un poema, pero soy amigo de varios poetas. Entre ellos, Joan Bernal quien, muy joven, había publicado el libro Premonición. Los años pasaban, la voz poética de Joan se iba fortaleciendo y reafirmando y su único libro estaba agotado desde hacía tiempo. Cuando tuvo la oportunidad de publicar de nuevo, Joan llegó a mi casa con una carpeta llena de papeles. Me pidió que le ayudara a hacer la selección y yo, que nunca he escrito un poema, tuve el honor de digitar en la computadora los poemas seleccionados, todos escritos a mano.

Este es mi hijo pródigo. Inspirado en los libros titulados Retrato, que Galaxia Gutemberg había editado en honor de Sábato, Cela y Carlos Fuentes, tuve la idea de editar un retrato de don Joaquín Gutiérrez con miras a publicarlo cuando cumpliera ochenta años. Hablé con doña Elena, su esposa y estuvo de acuerdo. Hice el plan, recopilé el material, le pedí colaboraciones a ciertos autores y cuando tanto los textos como las fotos estuvieron listas me dispuse a empezar el proceso de edición. Doña Elena, sin embargo, ya con el material reunido, con gran cortesía y gran cariño me dijo que ella prefería realizar el proceso por su cuenta, me dio las gracias y me pidió que me alejara del asunto. Lo único que le pedí a doña Elena fue que el trabajo no se perdiera y que el libro saliera. Años después, recibí una llamada de Rodolfo Arias en que me dijo que había incluido unas anotaciones mías en un libro que había preparado sobre don Joaquín. Rodolfo se sorprendió cuando le dije punto por punto, todo el material que contenía. Yo no escribí el texto que aparece en el libro con mi nombre. Alguien recogió líneas de distintos artículos y los unió como si fueran uno solo. Además, escribo tan mal que quien hizo el rejuntado tuvo la gentileza de cambiar la redacción y, aunque el rejuntado aparecería con mi nombre, no consideró necesario que yo lo revisara antes de imprimirlo. Mi fecha de nacimiento está equivocada porque parezco más joven de lo que soy. Al menos en este punto pude haber hecho una corrección si hubiera podido pero, como dije, cuando vi el libro ya estaba impreso. Me alegró mucho la publicación de este libro por el enorme cariño y admiración que le tengo a don Joaquín. Me alegra que el trabajo que hice no haya sido en balde, aunque haya sido publicado como hecho por otro. Lo único que lamento es que este libro no salió para los ochenta años de don Joaquín, como era mi plan, sino dos años después de su muerte.













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