domingo, 21 de octubre de 2018

Las tentaciones de la luz. Poesía de Zingonia Zingone.

Las tentaciones de la Luz. Zingonia
Zingone. Anamá Editores.
Nicaragua, 2018.
El mayor contraste que podemos encontrar en este mundo (y muy probablemente en el otro también) es el de la luz y la oscuridad. En esta vida, cuando nos toca recorrer zonas oscuras, nos movemos temerosos y dudamos al elegir la ruta porque los peligros podrían estar cerca sin que lo sepamos. Al transitar por un espacio iluminado, en cambio, avanzamos con confianza al poder ver con claridad no solamente el terreno donde vamos a posar nuestro siguiente paso, sino también, a lo lejos, el destino al que aspiramos arribar.
Al final de esta existencia, no habrá otra opción más que el resplandor más intenso o las tinieblas más absolutas. Unos creen que, cuando su vida termine, acabarán sumidos en la profunda oscuridad de la nada. Otros esperamos alcanzar la luz eterna que aclarará todos los misterios y hará desaparecer todas las dudas y temores.
Tanto la luz como la oscuridad tienen su atractivo. De lo oscuro nos atrae el misterio, el ansia de descubrimiento, el cosquilleo de correr riesgos, la curiosidad de enfrentarse a lo inesperado, el reto de enfrentarse cara a cara con lo desconocido.
La luz, por su parte, también nos tienta, pero de una forma distinta. Nos llama a encontrar un lugar sereno para el descanso en que la paz y la armonía con todo y con todos no sea una sensación pasajera, sino un estado permanente. 
En su libro de poemas Las tentaciones de la LuzZingonia Zingone, con profunda sabiduría y delicada dulzura, muestra que el ansia de sumirse en lo luminoso, más que a un deseo, una necesidad o un capricho, responde a un destino ineludible marcado en lo más profundo del ser desde el propio origen.
Creemos, equivocadamente, que andamos en busca de algo que nunca tuvimos, cuando en realidad, más bien, todos nuestros esfuerzos responden al anhelo de recuperar algo que perdimos, pero que, definitivamente, una vez fue nuestro. En esta vida llena de confusión y sorpresas, que a veces aturde, a veces cansa y a veces aburre, que en momentos parece avanzar a toda prisa y en otros da la impresión de haberse detenido en una interminable pausa, hay en nuestra memoria un eco lejano, un recuerdo borroso, de una vida más alta, más completa, más intensa y más serena. 
Una vez leí que hay ciertas personas (entre ellas los verdaderos poetas), que son capaces de recordar el inicio del tiempo, cuando los primeros seres humanos vivían en el Paraíso en perfecta armonía con el Creador y las otras criaturas y que, precisamente, la nostalgia por el Paraíso acabó marcando sus vidas con una gran sensación de vacío y, a la vez, con un gran sentido de plenitud.
Adán, el primer hombre, en este libro es un personaje cansado de andar errante por sitios a los que no pertenece, ansioso de recuperar aquel feliz estado en que él mismo era una rama de árbol y podía pasear desnudo bajo el sol sin temor ni deseos de ocultarse.
Al igual que Adán, Zingonia ha tenido una vida errante. Los poemas de este libro han sido escritos en distintos sitios, en los que ha compartido diversas experiencias con toda clase de personas que se ha encontrado en su camino. Pero ya sea en el paisaje solitario o en las ciudades llenas de multitudes, el eco paradisiaco que resuena en su memoria de poeta, la ha hecho comprender que, pese a que el retorno no está permitido y se debe avanzar sin volver el rostro, correr hacia el destino es correr hacia el origen. La meta, a la larga, es el punto de partida.
En este mundo en que todo tuvo principio y todo tendrá final, hay una luz que nos permite comprender que, de alguna forma, todo tiene un sentido y un propósito. La vida terrenal, esa gran aventura de recorrer este mundo cambiante y sorprendente, no es más que un breve paseo que empezó cuando el Creador nos llamó a la existencia y que terminará el día que nos llame de nuevo a su lado.
Los poemas de Las tentaciones de la luz, tienen un alto contenido espiritual, pero no son, de ninguna manera, ni exaltaciones místicas, ni alegorías religiosas ni especulaciones teológicas. El libro, aunque evoca directamente pasajes de las Sagradas Escrituras, nunca se desvía en doctrinas, prédicas ni alabanzas. Quien escribe, no se dirige al Creador que le dio la vida ni a los prójimos con quienes la comparte, sino más bien al fondo de su propia alma, capaz de descubrir que, en el largo camino recorrido en las afueras del Edén, aún en medio de la duda y el cansancio, le han sido reveladas verdades luminosas.
Un auténtico creyente solamente habla de Dios desde su experiencia. No se trata de lo que piensa, de lo que sabe, de lo que supone y, ni siquiera, de lo que cree. Va más allá: trata de lo que ha vivido en carne propia. El libro cita episodios bíblicos, no para evocar acontecimientos que ocurrieron hace mucho tiempo, sino más bien para mostrar su fresca actualidad. No son historias que Zingonia haya leído, sino experiencias que ha vivido. Y al repasar su camino, a lo largo del cual fue descubriendo que origen, rumbo y destino son una sola cosa, logró que esa bitácora íntimamente personal, llegara a ser universalmente humana. Quien entra en contacto con lo eterno, logra comprender su propia vida. Y quien comparte su experiencia espiritual con absoluta franqueza, logra narrar la vida de quienes lo escuchan.
La reacción en cadena, aunque clara, no deja de ser misteriosa. El dolor, la esperanza, la angustia, la duda, la alegría o la tristeza de cualquiera de los poemas de este libro, son los de Zingonia. Y, al leerlos, fueron los míos. Zingonia escribió el libro porque pudo hacer propias la tragedia o la dicha de los otros. Yo, cuando leí el libro, encontré que sus páginas parecían tener origen en mis propias vivencias.
En la última parte del libro, verdaderamente conmovedora, hay un Via Crucis que, a diferencia de los tradicionales, es más glorioso que doloroso. Al evocar la Pasión de Cristo, Zingonia no quiso enfocarse en lo sangriento del hecho, sino en el profundo acto de amor que se muestra en cada episodio. A cada estación del Via Crucis dedica un poema en que invita a posar la mirada sobre detalles poco apreciados de cada escena.
Leer Las tentaciones de la luz fue para mí una profunda experiencia espiritual que logró hasta iluminar ciertos momentos oscuros de mi memoria.
El libro, publicado por Ediciones Anamá, en Nicaragua, ha tenido muy buena acogida. Ha sido ampliamente comentado y ha logrado atraer la atención de un numeroso y variado público en distintos países de América Latina y Europa. Estoy muy agradecido con Zingonia por haberme concedido el honor de presentar su libro en Costa Rica. Sin embargo, lo que más le agradezco, casi tanto como el libro mismo, es la escueta dedicatoria de la primera página. Quizá para muchos ese sencillo: "a SFN" que aparece al inicio les parezca enigmático. Si ella no quiso poner su nombre completo, no voy a revelarlo, pero reconocí de inmediato, con gran alegría, que el libro está dedicado a un queridísimo amigo que tenemos en común, verdaderamente luminoso.
INSC: 2750
Osvaldo Sauma, Zingonia Zingone y yo, Carlos Porras, en la presentación de
Las tentaciones de la Luz. San José, Costa Rica. Setiembre 2018.

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