martes, 22 de octubre de 2019

Don Rogelio Sotela y José León Sánchez.

A la izquierda del Sol. José León Sánchez.
Editorial de la Universida de Costa Rica.
San José, Costa Rica. 2012
Un hermoso cuento relata la historia de la breve pero entrañable amistad que nació a partir de un encuentro casual a la orilla de un río. Los amigos, que se conocieron descalzos, con los pies hundidos en la misma poza, tenían edades, temperamentos y experiencias muy distintas. Uno era un hombre sabio, sereno y elegante. El otro, un niño pobre, rebelde y sufrido. El adulto ya era un literato, el joven lo sería muchos años después. Como en todas las amistades, en la la que mantuvieron el poeta Rogelio Sotela y el novelista José León Sáchez, hubo afecto y apoyo, así como también, inevitablemente, enojos y disgustos.
Llegaron al mismo río con distintos propósitos. José León iba a pescar peces, don Rogelio iba a pescar ideas.
Jamás se habría imaginado el poeta que aquel muchachito travieso, que lo escuchaba con atención aunque no comprendiera el significado de muchas de las palabras que le decía, acabaría convirtiéndose en un novelista reconocido a nivel internacional. El niño tampoco sabía en aquel momento que el señor alto de anteojos oscuros que lo llevaba a su casa para que compartiera tiempo en familia, era un gran intelectual, el primer historiador de la literatura costarricense, que había publicado libros de poesía y de ensayo y que, además, había sido diputado, diplomático y miembro del primer Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica. Cada uno era, para el otro, simplemente un amigo.
El niño llegaba al río con un tarro lleno de las lombrices que usaría como carnada. Mientras pescaba, miraba de lejos a aquel señor silencioso que leía un libro, sentado en una piedra, con los pies en el agua. Cuando algún pez picaba, el hombre levantaba la mano y lo felicitaba con una sonrisa.
Aunque el señor mayor se mostraba amable, el niño mantenía la distancia. Debido a los numerosos y frecuentes maltratos que había sufrido en su corta existencia, el niño, a pesar de su naturaleza inquieta y traviesa, ante los adultos se mostraba huraño y desconfiado. Además, el hombre aquel le parecía de alguna manera extraño. En ocasiones hacía a un lado lo que estaba leyendo y se quedaba quieto por largo tiempo, con la mirada fija en el vacío. En el río nunca se hablaron.
Su primera conversación tuvo lugar en circunstancias un tanto bochornosas. El poeta pescó al niño robando frutas en su jardín. El niño supuso entonces que aquel adulto, como otros muchos que lo habían atrapado antes en sus travesuras, le soltaría una severa reprimenda con ofensas y amenazas. Sin embargo, el poeta reconoció al pequeño pescador del río y lo invitó a tomar un refrigerio en su casa. Era un señor solemne que hablaba "con palabras de diccionario", pero el niño descubrió, con algo de sorpresa, que el hombre silencioso que miraba al vacío sin moverse, era un hombre bueno y simpático. Solamente le caía mal cuando le hablaba de la importancia de ir a la escuela, de la que el niño guardaba muy malos recuerdos y de la que huía a toda costa. Por otra parte, el niño descubrió que el poeta tenía una hija muy bonita, más o menos de su edad, por lo que encontró atractivo frecuentar aquella casa en que lo trataban tan bien.
Tuvieron, como todos los amigos, algún disgusto que, como todos los amigos, lograron olvidar. La amistad fue breve, pero el recuerdo acabó siendo imborrable.
Con el cuento El poeta, el niño y el río,  José León Sánchez obtuvo su primer premio literario. Lo escribió en la Isla de San Lucas, donde estaba preso. En 1963 lo presentó a un certamen convocado por la Universidad de Costa Rica, la Asociación de Autores, la Dirección de Artes y Letras y la Editorial Costa Rica. El Jurado le otorgó el primer lugar pero, cuando se supo que el autor era el reo más conocido del país, hubo quienes protestaron y pidieron que el premio no le fuera entregado. Argumentaban que era imposible que un hombre como él hubiera escrito un cuento tan hermoso. El Dr. Constantino Láscaris, que había obtenido el segundo lugar en el certamen, manifestó que no aceptaría el reconocimiento si se le retiraba el premio a José León. El fallo se mantuvo, pero José León no pudo asistir a la ceremonia de entrega en el Teatro Nacional. Sin embargo, la noche de la premiación, aunque estuviera muy lejos, en su celda del penal de San Lucas, José León Sánchez se convirtió en un escritor laureado y reconocido.
Desde entonces, El poeta, el niño y el río, ha sido publicado en numerosas ediciones. En 2012 fue publicado en el libro A la izquierda del Sol, publicado por la Editorial de la Universidad de Costa Rica, junto con otros doce cuentos.
En éste, como en todos sus relatos, José León Sánchez se refiere al dolor, el sufrimiento y la injusticia, pero no lo hace como lamento ni como denuncia, sino que es capaz de elevarse hasta un nivel de sabiduría y madurez que está muy por encima del resentimiento. Sus personajes, como él mismo, a pesar de las duras experiencias sufridas, son capaces de mantener en alto la confianza y el optimismo. Sonríen, creen todavía en la buena voluntad de quienes los rodean, se sacuden el polvo después de cada caída y disfrutan los breves y esporádicos momentos de paz y gozo en medio de la tormenta.
En sus charlas, el niño le iba contando al poeta como había su vida. Abandonado desde pequeño, maltratado y rechazado por quienes, se suponía, debían cuidarlo, había ido creciendo solo a brincos y saltos, aguantando hambre y buscando, sin encontrarlo, un poco de afecto. El poeta, que en el río se quedaba silencioso mirando un punto lejano, lo escuchaba atento. Precisamente por la época en que se conocieron, don Rogelio Sotela había publicado un librito pequeño, Apología del dolor, en el que, entre otras sabias máximas, decía que el sufrimiento es como la noche que precede a la aurora, que el dolor es una escuela que nos hace comprender mejor la vida, que cada golpe fortalece y que quienes han sufrido mucho, a la larga logran alcanzar un alto estado de serenidad.

Rogelio Sotela (1894-1943) y José León Sánchez. El primero poeta y el segundo
novelista, compartieron una amistad, salpicada con travesuras, que nació a la orilla
de un río.
INSC: 2772

viernes, 4 de octubre de 2019

Historia de la literatura costarricense. Abelardo Bonilla.

Historia de la Literatura Costarricense.
Abelardo Bonilla. Edictorial Costa Rica.
San José, Costa Rica. 1967
El primer antólogo e historiador de la literatura costarricense fue el poeta Rogelio Sotela, quien publicó, por iniciativa propia y con recursos propios, tres importantes estudios: Valores Literarios de Costa Rica (1920), Escritores de Costa Rica (1923 y una edición ampliada en 1943) y Literatura Costarricense (1927).
Estos libros, además de reseñas biográficas de los autores y datos de referencia sobre títulos y fechas de las publicaciones, incluían además una muestra antológica de las obras mencionadas, muchas de ellas verdaderamente difíciles de encontrar.
El trabajo de recopilación y rescate histórico que hizo el poeta Rogelio Sotela es verdaderamente asombroso y admirable. Quien quiera tener una visión amplia y total de la literatura costarricense, no tiene más que recorrer las casi novecientas páginas de Escritores de Costa Rica, donde encontrará tanto la información, como la muestra, sobre todo lo escrito y publicado en Costa Rica desde los más remotos orígenes coloniales hasta las primeras décadas del Siglo XX,
Lamentablemente, esta obra erudita, rigurosa y completa no ha vuelto a ser reeditada. 
En los años cincuenta, la Universidad de Costa Rica, de cuyo primer Consejo Universitario el poeta Rogelio Sotela había formado parte, en vez de publicar una nueva edición de Escritores de Costa Rica, optó por encargarle a Abelardo Bonilla que escribiera una Historia de la Literatura Costarricense. La tarea, paradójicamente, era a la vez una tarea sencilla y un reto difícil. Tarea sencilla, porque la investigación y recopilación ya estaba hecha. Reto difícil, porque le correspondía ir un paso más allá de una verdadera obra maestra.
La primera edición de Historia de la Literatura Costarricense fue publicada en 1957 y se agotó casi de inmediato. La segunda, ampliada, fue publicada por la Editorial Costa Rica en 1967 y hubo también una tercera edición, de gran tiraje, publicada por la editorial STVDIVM, de la Universidad Autónoma de Centro América, que en diversas reimpresiones, entre 1982 y 1984, alcanzó los catorce mil ejemplares. La primera edición no la he podido conseguir, pero tengo en mi biblioteca sendos ejemplares de la segunda y la tercera.
Historia de la Literatura Costarricense.
Abelardo Bonilla. STVDIVM.
UACA. San José, Costa Rica, 1984.
 Los nombres, fechas, títulos y datos que se consignan en los libros de Rogelio Sotela y de Abelardo Bonilla son casi los mismos. En cuanto a estructura, la obra de Bonilla está prácticamente calcada de la Sotela. Sin embargo, cada estudio responde a intenciones muy distintas. Rogelio Sotela, como historiador literario, se limitó a consignar. Investigó en archivos, recopiló información, la estructuró sistemáticamente y reprodujo muestras representativas de cada obra estudiada. El suyo es un trabajo exhaustivo y completo, una gran obra de referencia que no entra en valoraciones personales, estéticas ni políticas. Rogelio Sotela ofrece los datos, pero no pretende influir en el juicio que se pueda hacer de ellos.
Abelardo Bonilla tomó un camino distinto. Para empezar, no solo eliminó la muestra antológica (con la promesa de reunirla en otro libro) sino que también se tomó la libertad de eliminar de la recopilación las obras que, a su juicio, eran "de escasa importancia". 
Abelardo Bonilla, según afirma él mismo en el prólogo, para escribir la obra se trazó un plan y procedió con la "eliminación deliberada de los nombres y manifestaciones que no calzan con el plan."
En la introducción, afirma que su libro "no reclama otro mérito que ser objetivo y sincero."  En cuanto a sincero, no cabe duda que lo es, puesto que el autor se permite manifestar sus opiniones personales sin pudor y sin medida pero, precisamente por eso, el libro no tiene nada de objetivo. Es, de hecho, toda un desplante de subjetividad.
Empieza con una afirmación muy discutible. Afirma que en Europa, "por la cultura y por la raza" hay un orden basado en la razón, mientras que en América, "por la juventud y el aporte indígena", hay un orden basado en la emoción. No se detiene sin embargo, a exponer las razones que lo han llevado a esa conclusión que, tal parece, él da por un hecho. Podría discutírsele que, a pesar de las diferencias culturales, por marcadas que sean, la conducta de todos los seres humanos, independiente de donde vivan, responden a motivaciones tanto racionales como emocionales.  
Casi de inmediato, al referirse a la producción intelectual a este del Atlántico, suelta otra sentencia contundente que tampoco se molesta en explicar. Dice que del pensamiento latinoamericano "no vemos ninguna perspectiva ni sentimos su conveniencia." Mientas otros autores, al ocuparse de los escritos de una región en particular tratan de descubrir sus características propias, Abelardo Bonilla deja claro que la única cultura racional es la que viene de europea y ni siquiera es conveniente que otra sea posible. Considera que el localismo, además de "errado" es "deleznable", ya que conduce "al error de crear una limitación inconveniente en la universalidad de la cultura."
Como cree que hay una manera correcta y una manera equivocada de hacer las cosas, al referirse a la poesía costarricense, considera "negativa" la influencia que en ella tuvo el colombiano Julio Flores y "nefasta" la del mexicano Salvador Díaz Mirón.
Abelardo Bonilla Baldares. (1898-1969)
Ya entrando en materia, al referirse a la literatura costarricense, como un maestro severo ante los aprendices, procede a evaluar la obra de los autores que va mencionando. Encuentra los versos de Domingo Jiménez, el coplero, como "textos de mediocre composición." Critica En una silla de ruedas, de Carmen Lyra, por su "exceso de sentimentalismo", mientras que las dos novelas de María Fernández de Tinoco, Zulay y Yontá, les reprocha su "lenguaje ingenuamente femenino". Afirma que Yolanda Oreamuno es una narradora excepcional al repasar recuerdos pero que, al entrar en temas reflexivos, su prosa es "inferior" ya que revela "una concepción del mundo y de los hombres pesimista, sobria y cruel." Reprocha que la poesía de Francisco Amighetti sea "escasa y limitada a temas menores." El libro Atardeceres, de María Ester Amador León, es calificado como "una colección de setenta poemitas en prosa.
Además de etiquetar los libros con criterios tan subjetivos, Abelardo Bonilla también los califica entre mejores y peores. Al referirse a la obra de don Joaquín García Monge, afirma que Abnegación es "de menor mérito" que El Moto y que La mala sombra y otros sucesos es "su mejor obra". De las tres novelas que escribió Claudio González Rucavado, dice que Egoísmo, es "inferior" a las otras dos. Sostiene que Pedro Arnáez es la mejor novela de José Marín Cañas, mientras que Ese que llaman pueblo, es la mejor de Fabián Dobles.
Aunque, a nivel académico, se suele echar mano de métodos y teorías, siempre he creído que la crítica literaria es, en el fondo, un género de opinión. Por ello, no cuestiono que Abelardo Bonilla manifieste sus impresiones personales, pero le reclamo que las opiniones que manifiesta no estén justificadas. No le cuestiono, por tanto, que Abelardo Bonilla que manifieste sus impresiones personales, pero le reclamo que no las explique. Si el crítico literario simplemente opina, se espera que esa opinión sea fundamentada. Si afirma que una obra es "mejor" o "peor" que otra, debería decir por qué.
Abelardo Bonilla no solamente califica las obras, sino también los autores. Dice que Jenaro Cardona es "el más brillante poeta del período", que Alfredo Castro es "el más genuino de nuestros autores dramáticos" y que Alfredo Cardona Peña es el poeta "que ofrece frutos estéticos de más altos quilates", pero no se detiene a exponer cómo llegó a esa conclusión.
En ocasiones, al opinar sobre escritores, sus comentarios se centran en lo personal más que en lo literario. Sostiene que la vida de Teodoro Yoyo Quirós "no tuvo rasgos notables", que Rafael Angel Troyo fue "un millonario que derrochó su fortuna", o que Max Jiménez era "un hombre muy rico cuya personalidad indisciplinada le impidió seguir estudios superiores." Llega al punto de afirmar que "por su carácter serio e introvertido, por su espíritu religioso y por su dedicación a los estudios filosóficos, Luis Barahona Jiménez es el escritor contemporáneo mejor capacitado para el ensayo."
Además de evaluar y etiquetar tanto libros como autores, Abelardo Bonilla, en sus comentarios, señala la influencias de autores de otras latitudes que ha notado en las obras costarricenses. Las de Francisco Soler y las de Max Jiménez se le parecen a la de Ramón del Valle Inclán, la de Diego Braun Bonilla a la de Gustavo Adolfo Becker y la de Aquileo Echeverría a la de Francisco de Quevedo. La ironía de Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, le recuerda la picaresca española, en las novelas de Fabián Dobles descubre "visibles influencias" de Emile Zolá y Fiodor Dostoievski, mientras que a Manglar, la primera novela de don Joaquín Gutiérrez, le descubre influencias de John Dos Pasos y James Joyce. Habría sido interesante saber un poco más acerca de cómo estableció tales paralelismos pero, de nuevo, Abelardo Bonilla optó por manifestarlos sin molestarse en explicarlos.
El concepto de "Literatura Costarricense" es, en este libro, bastante amplio, puesto que, además de poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, incluye también apartados sobre Historia, Derecho, Economía y Periodismo. Las dosis de atención que presta a cada autor son, como muchas otras en este obra, inexplicables e inexplicadas. En la brevísima mención a José Ramírez Sáizar, simplemente dice que su obra se refiere a la "pintoresca" región guanacasteca. Uno no puede evitar preguntarse por qué considera a Guanacaste particularmente "pintoresco", cuando también podría serlo cualquier otro rincón del país.
En el apartado de periodismo, por ejemplo, no se menciona a Pío Víquez, pero Abelardo Bonilla dedica un largo elogio a  Otilio Ulate Blanco, quien había sido su patrón durante los muchos años que trabajó en el Diario de Costa Rica. Al mencionar a don Alberto Cañas Escalante, aclara que "no es un periodista profesional pero ha realizado una vasta labor en órganos de prensa." Lo curioso del caso es que en Costa Rica ningún periodista era profesional. No se impartían clases de periodismo y los colaboradores de periódicos se dedicaban también a otras actividades.
En todo caso, queda claro que la Historia de la Literatura Costarricense de Abelardo Bonilla, más que un estudio metódico y antológico sobre la producción literaria de Costa Rica, es más bien la valoración personal que, sobre esa literatura, tiene quien la escribió. Con todo y lo discutibles que son las opiniones expuestas, es un libro interesante de leer, pero  no atractivo de repasar.
El que sigue siendo un libro de referencia y consulta frecuente es, más bien, el anterior y primero, Escritores de Costa Rica del poeta Rogelio Sotela. Es entonces inexplicable, además de lamentable, que mientras el libro de Bonilla ha contado con varias ediciones desde su aparición, en 1957, el de Sotela no haya vuelto a editarse desde 1942.
INSC: 1826  2765
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