lunes, 31 de agosto de 2020

Todos los cuentos de Juan Aburto.

Cuentos Completos. Juan Aburto.
Hispamer. Nicaragua, 2018
Casi como un acto deliberado de rebeldía, el escritor nicaragüense Juan Aburto no quiso ser, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, un poeta más en la tierra de Rubén Darío. En lugar de versos, se puso a escribir relatos que publicaba, inicialmente, en periódicos y revistas. En 1969 apareció Narraciones, su primer libro, que fue muy bien recibido por los lectores, no solamente por lo agradable de su prosa, sino por la mirada, general y a la vez profunda, con la que observaba los pequeños y grandes dramas que se pueden encontrar en las calles de ya populosa ciudad de Managua. Aburto apostó, no solamente por ser narrador en vez de poeta, sino por ser escritor urbano, en lugar de campesino costumbrista. Su apuesta tal parece que fue acertada porque, especialmente a partir de su libro Se alquilan cuartos, de 1973, Aburto llegó a ser considerado figura clave y verdadero referente de la literatura nicaragüense
En un plazo de apenas diecinueve años, llegó a publicar seis libros de relatos. Narraciones, de 1969, como ya se dijo, fue el primero, mientras que Los recuerdos simultáneos, de 1988, fue el último. Juan Aburto nació en 1918 y, a propósito del centenario de su nacimiento, en el año 2018 apareció, publicado por HIspamer, el libro Juan Aburto Cuentos Completos, que reúne, en un solo volumen, los seis libros que publicó en vida, así como otros relatos dispersos que no fueron incluidos en ninguno de sus libros y una interesante secuencia de reseñas y semblanzas sobre su vida y obra. 
De primera entrada, lo que más llama la atención y llega a ser hasta sorprendente, es que la obra completa de Juan Aburto sea tan breve. De las trescientas quince páginas del libro, más de cien corresponden a textos introductorios escritos por otros. Este hecho encierra una gran lección. En literatura, el reconocimiento no se obtiene arrojándole al público puñados de páginas de manera insistente y constante. A Juan Aburto le bastó escribir doscientas páginas para  alcanzar un puesto fundamental en la narrativa de su país.
Verdaderamente emotiva, y hasta conmovedora, es la semblanza biográfica que hace su hija Alfonsina, en que deja claro que aquel señor metódico, que trabajó cuarenta años como modesto ejecutivo bancario, era, en el plano familiar y doméstico, un padre ingenioso y divertido, que llamaba con nombres exóticos a los alimentos más cotidianos y que, con solamente su imaginación y buen humor, lograba convertir un rutinario paseo dominical en una aventura inolvidable. 
Sergio Ramírez Mercado, quien, cuando era un joven estudiante universitario en León, viajaba semanalmente a Managua para tomar prestados libros de la biblioteca de Aburto y devolverle los de la semana anterior, destaca que más que un cambio de escenario, la obra de Aburto representaba un cambio de visión. Los relatos campesinos, populares por entonces, eran falsos, caricaturescos y puramente folcóricos, mientras que las escenas urbanas de Aburto, eran tan genuinas y auténticas que  sus personajes saltaban a la vista en el propio barrio en que vivía el escritor. Don Sergio cuenta una anécdota simpática. Uno de los cuentos de Aburto, escrito en primera persona, relata un episodio en que, el propio narrador,  acabó siendo seducido por una mujer casada, del barrio Buenos Aires, quien lo pasó adelante para que escampara. No había de qué preocuparse, puesto que el marido de la hospitalaria  señora, estaba destinado, como guardia nacional, en el puerto de Corinto. El cuento era ficción pero el hecho era perfectamente posible. Don Sergio, entonces, quiso jugarle una broma al autor y le escribió una carta haciédose pasar por el guardia cornudo. No solamente consiguió una máquina de escribir, tinta y papel como las que usaba la Guardia Nacional, sino que, gracias a la ayuda de un cómplice, logró que el sobre fuera despachado con el sello de la oficina de correos de Corinto. Juan Aburto anduvo oculto por un buen rato, temeroso de encontrarse en la calle con el personaje salido del cuento que él mismo había escrito.
Juan Aburto.
(1918-1988)
Julio Valle Castillo, por su parte, de manera muy sustentada, se refiere ampliamente a la importancia de la obra de Juan Aburto en la narrativa nicaragüense. El libro incluye también ensayos de crítica académica escritos por Erick Blandón Guevara, Fernando Burgos Pérez, Víctor Ruiz, Ana Ilce Gómez, Lisandro Chávez Alfaro y Marcel Jaentschke. Naturalmente, aunque estos estudios muestran interesantes puntos de vista, no considero adecuado aventurarme en un comentario del comentario y prefiero referirme directamente a los cuentos de Aburto.
Cada una de sus narraciones es una obra individual, planteada y cerrada en sí misma, que nada tiene que ver con las otras. Sin embargo, al tener la oportunidad de leer todos sus cuentos, me ha parecido encontrar, no solamente un denominador común, sino también una evolución verdaderamente fascinante.
Al desarrollar sus historias y mostrar sus personajes, Aburto mantiene, en todos sus cuentos, una expresión contenida, de emoción atenuada. Ya sean cómicos o trágicos, divertidos o dolorosos, el escritor no pretende provocar carcajadas ni lágrimas. Simplemente narra los hechos sin retruécanos, sin florituras, sin malabarismos retóricos, sin distracciones. Incluso en los relatos extensos, no hay ni una línea superflua o prescindible.
Esta condición de narrador puro, de llegar a ser alguien que nada más cuenta una historia es, para todos los cuentistas, una cima difícil y, para muchos de ellos, hasta  imposible de alcanzar.
Aunque todos  los cuentos de Aburto tienen en común el mérito de ser narrados con naturalidad y fluidez, sin adornos ni decorados, llama la atención que sus temas fueran pasando de lo cotidiano a lo fantástico.
En Narraciones, su primer libro, Aburto es un observador, un caminante atento que recorre las calles como un fotógrafo dispuesto a captar las escenas que encuentra desde un buen ángulo. Atento al paisaje en general y al detalle en particular, logra curiosear sin inmiscuirse, escudriñar sin acercarse demasiado. Escribe en primera persona, ya que lo único que sabe de los hechos y los protagonistas es lo que percibe con su ojos. Más que acontecimientos, muestra imágenes. La descripción es amplia.
Pero en su segundo libro, El convivio (1972), ya aparecen micro cuentos. Relatos brevísimos como una ráfaga de viento a la que basta un segundo para volcar lo que llevaba rato de estar quieto. En Se alquilan cuartos (1973), el escritor que antes solamente observaba se hace a un lado para darle voz a los personajes y dejarlos hablar por sí mismos. Aparecen entonces cuentos planteados, desarrollados y resueltos a puro diálogo, como los que escribía su amigo granadino Fernando SilvaContame amor contame y El hijo pródigo, son dos maravillosas muestras de que basta mostrar lo que alguien dice para que quede claro lo que siente o lo que piensa.
Aburto poco a poco se va convirtiendo, de un narrador testigo, en un narrador omnisciente, al punto que sabe, desde que era solamente una ramita que asomaba en el suelo, que aquello no era un árbol de jocote.
También poco a poco la imaginación va sustituyendo a la observación. Siempre dentro de los barrios capitalinos azotados por el sol y el polvazal, los personajes siguen siendo tan simples y familiares como el vecino de al lado, pero cada vez ofrecen mayores sorpresas. Un hombre que se arrancó un diente flojo, por seguir traveseándose la boca, acabó sacándose la mandíbula y, yendo cada vez más profundo, continuó sacándose todos los huesos. Sin ponerse folclórico, Aburto escribe sobre figuras populares de espanto, como la Cegua o la carreta nagua pero, en vez de irse al terreno de la leyenda, se los trae al suyo, al mundo cotidiano en que hasta lo más extraño ocurre con la mayor naturalidad. 
No acostumbro etiquetar las obras literarias, pero para utilizar el lenguaje de quienes ponen etiquetas, diría que lo más asombroso de la obra de Aburto es que, desde el realismo, pasó a la literatura fantástica, sin dejar por eso de ser realista. Empezó como un fotógrafo que sale a la calle sin más intención que lograr el retrato fiel, pero cuando le dio rienda suelta a su imaginación y creó situaciones y personajes fantásticos, sus cuentos no perdieron nada del realismo que les es característico y hasta las situaciones más descabelladas son escritas (y leídas) como un episodio cotidiano que le puede pasar a cualquiera.
Figura fundamental del cuento, no solo nicaragüense, sino centroamericano, Juan Aburto, a un siglo de su nacimiento, tiene mucho que contar, mostrar, demostrar y enseñar, a los lectores de hoy y mañana que, sin lugar a dudas, disfrutarán de su obra refrescante, amena y sorprendente. No sé, y el libro no lo menciona, si alguna vez Aburto se atrevió a escribir un poema. En todo caso, hizo bien en no ser un poeta más en un país de poetas. La narrativa era lo suyo.
Esta edición de sus cuentos completos, recopilada por sus hijas Alfonsina y Gilda, en cooperación con Sergio Ramírez Mercado y Erick Blandón Guevara, en verdad se agradece. Es maravilloso tener la oportunidad de adquirir la obra completa de un escritor cuando vale la pena leer toda su obra completa.
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