martes, 4 de octubre de 2022

Anotaciones al margen de los faroles de Zingonia Zingone.



Anotaciones al margen de los faroles.
Zingonia Zingone.
Abstracta Ediciones.
España, 2019
Un 3 de octubre, víspera de la fiesta de San Francisco de Asís,
Zingonia Zingone arribó a la bella ciudad andaluza de Córdoba. Viajaba sola y llevaba en su bolso una pequeña libreta negra en la que iba anotando sus impresiones. Los apuntes eran breves y el viaje fue corto. Por eso, el libro Anotaciones al margen de los faroles, publicado por la editorial Abstracta, que recoge las impresiones de Zingonia en su viaje cordobés, es un tomito pequeño, encuadernado en pasta dura, con una cinta para marcar las páginas que, imagino, no debe ser muy distinto de la libreta negra en que se plasmó, sobre la marcha, su borrador.

No se trata sin embargo del típico libro de viajes. Las crónicas de viajeros suelen ser descriptivas y anecdóticas y, por lo general, no hacen más que evocar un tiempo, en un lugar. Zingonia hizo algo distinto. No escribió ni sobre la ciudad ni sobre sus andanzas en ella sino que, haciendo a un lado el entorno y  concentró su atención únicamente en ciertos detalles significativos. La memoria, y muy especialmente la memoria del viajero, es selectiva. Lo que a la larga acaba siendo inolvidable de un viaje no son los datos históricos, geográficos o arquitectónicos del lugar que, en todo caso, son accesibles hasta para quienes nunca lo han visitado, sino más bien ciertos acontecimientos mínimos que ocurrieron sin buscarlos ni esperarlos. La mayor atracción turística a la larga deja un recuerdo borroso, mientras que alguna escena callejera o el rostro de una persona desconocida, sin saber por qué, se recuerdan con cierta frecuencia, incluso muchos años después del fugaz instante del encuentro.

Ese tipo de memorias, las pequeñas y memorables, son las que Zingonia comparte en su libro. Y, curiosamente, yéndose a lo más pequeño, Zingonia logra asomarse a lo más grande. Anotaciones al margen de los faroles, son unos apuntes de viajes que van más allá del espacio y más allá del tiempo. Naturalmente disfruté enormemente de la forma de plantear relatos, emociones y refexiones, así como de los poemas que inserta ocasionalmente entre sus apuntes. Pero para mí la lectura de este libro fue ante todo una profunda alegoría espiritual.

Quien escribe viajaba sola, pero de alguna manera sabía que de alguna manera estaba acompañada. Era consciente que el pavimento de piedra guardaba ecos de voces lejanas. Las páginas de un libro le permitían entrar en contacto con el poeta Azarías Pallais, cuyas palabras, escritas hace mucho tiempo, guardaban un mensaje para ella que, por alguna misteriosa razón, la alcanzó en el inicio de su recorrido.

Vagando sin plan y sin rumbo, se encuentra ante la tumba del poeta Luis de Góngora y, poco después, también sin buscarla, encuentra la casa en la que el poeta falleció. Levanta la vista en una esquina cualquiera y se percata que se encuentra en la calle San Felipe Neri, dedicada a la memoria del santo florentino que quiso ser misionero en tierra de infieles y acabó siéndolo en la propia Roma. Zingonia reza por el eterno descanso de un cuñado que no conoció. Recuerda a su hijo que, como todo joven, empieza forjar su propio destino. Por casualidad, se encuentra un par de veces a un muchacho con cara de estar hambriento. Un hombre se le aproxima, le estrecha la mano, le dice un par de palabras y se marcha. Zingonia supone que es un ángel y es casi seguro que en verdad lo sea. La palabra ángel significa "enviado" y, con frecuencia, la misión de los ángeles no es tanto hacer algo, como anunciar algo.

Uno nunca viaja solo. El recuerdo de los seres queridos que, aunque estén lejos, tenemos siempre presentes; las palabras de los escritores con los que, a través de los libros, hemos mantenido un coloquio prolongado; la memoria de quienes ya no están es este mundo, la intercesión protectora de ángeles y santos, así como los rostros desconocidos, ya sean bellos, sonrientes, severos o tristes, que encontramos en el camino,  nos demuestran a cada paso que la soledad es en realidad aparente.

Cuando uno viaja, carga en la mochila la propia vida entera, con sus preocupaciones, temores, tristezas, alegrías, esperanzas, deseos y aspiraciones. Durante el viaje, uno tiene presente que el tiempo que uno podrá estar en ese sitio es limitado, que igual que como llegó, en algún momento tendrá que marcharse. Lo mismo ocurre, aunque con frecuencia lo olvidemos, con la vida misma. Todo es fugaz, los años se construyen con instantes que pasan. Planeamos cosas que no suceden y nos suceden cosas que no planeamos. Con frecuencia, tanto lo mejor como lo peor que nos ha ocurrido, ha sido lo inesperado.

Bellísimo, simplemente bellísimo, es este libro de Zingonia. Un libro de viajes en el que no hay descripciones ni narraciones detalladas, sino solamente anotaciones breves sobre instantes pasajeros que, al menos a mí (y espero que a otros lectores también) me hicieron descubrir, en pequeños detalles, grandes verdades sobre esta maravillosa aventura que es la vida.

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