viernes, 26 de marzo de 2021

Los ojos del antifaz. Novela de Adriano Corrales.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
BBB. Costa Rica. 2020

En determinado momento, David, el protagonista de la novela Los ojos del antifaz, de Adriano Corrales, se mira al espejo y no se reconoce. Aún joven, le cuesta creer que aquel rostro envejecido, maltratado, doloroso y amargo, sea el suyo. No hace mucho que era un muchacho alegre, curioso y enamoradizo que, a falta de un balón de verdad, jugaba con sus amigos utilizando como pelota una vejiga de chancho bien inflada y bien cosida.

Creció en el campo, tan cerca de la naturaleza virgen que, en las noches, se escuchaban los gruñidos de manadas de saínos salvajes que se atrevían a curiosear cerca de la casa. Estaba pequeño cuando, cargada dentro de una carreta de bueyes, venía enroscada una enorme serpiente muerta. Los habitantes del lugar se congregaron curiosos y, para que pudieran verla mejor, la colgaron de un poste. Se aprovechó todo. El cuero, que parecía inagotable, sirvió para hacer zapatos, cinturones y billeteras, la grasa, para remedios caseros y la carne para hacer chicharrones.

Su infancia y juventud las vivió en un lugar mágico, en que los fantasmas hacían visitas para anunciar su propia muerte, las brujas se entretenían anudando apretadas trenzas en las crines de los caballos y el Dr. Ricardo Moreno Cañas operaba en sueños a sus devotos. Las oportunidades de divertirse y socializar eran pocas, pero se aprovechaban al máximo, como la vez aquella en que tuvo su primera, brevísima, pero inolvidable conquista amorosa con la muchachita que hacía fila delante de él para montarse en la rueda de Chicago.

Guy de Maupassant decía que una novela es un ciclo completo de vida, que se toman los personajes en un momento de sus vidas y se les acompaña, durante la transición, hasta el momento siguiente. El David joven, fuerte, sano, juguetón, idealista y soñador que respiraba el aire puro del monte y se bañaba en los ríos, no es el mismo David, joven aún, que se mira al espejo y se percata que, aunque actuó movido por las mejores intenciones y con el propósito de hacer lo correcto, el sueño al que dedicó todas sus energías, por el que hizo enormes sacrificios y en el que hasta puso en riesgo su vida, no fue más que un espejismo.

De mente inquieta, David desde pequeño se cuestionaba todo, hasta la doctrina del catecismo. Era inteligente y curioso, pero acabó volviéndose rebelde y revoltoso, hasta el punto que, siendo apenas un adolescente, Cuzuco, el director del colegio, lo expulsó por haber afeado, con protestas estudiantiles, la visita del Presidente de la República. Fuera de las aulas, sin derecho a matricularse en ninguna institución estatal de segunda enseñanza, David, que podía ser constante cuando se lo proponía, terminó la secundaria y abandonó su verde y mágica tierra natal para ir a estudiar a la universidad.

Deambuló por distintas carreras, se hizo de amigos y, además de compartir parrandas juveniles, acabó involucrándose en una agrupación política que, en la novela, se llama simplemente "La orga". Aunque en el grupo había unos cuantos intelectuales y hasta algunos miembros de otros países, que tenían amplia experiencia en tácticas de agitación, labores de espionaje y hasta de guerilla, lo cierto es que la gran mayoría de los compañeros eran revolucionarios de camiseta y boina. Muchachos que se proponen cambiar el mundo, sin ser capaces de cambiar sus propios hábitos, que pretenden establer otro orden de cosas, sin tener su propia vida en orden.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
Primera edición.
Perro Azul. Costa Rica. 1999.

Aquellos jóvenes, aunque cumplían con entusiasmo las tareas que les asignaban los dirigentes, la mayor parte del tiempo eran simplemente compañeros de tertulia y de parranda. Acabaron viviendo todos juntos en una casa alquilada pero el asunto no funcionó muy bien, porque todos comían y solamente unos pocos aportaban. Los recursos llegaron a ser tan escasos que, en una ocasión, todos intervinieron en el debate oral y público de un juicio que se improvisó por la desaparición de un plátano. En la convivencia quedó claro que la tan cacareada palabra "solidaridad", unos (pocos) la consideraban un deber, mientras que otros (muchos) la aprovechaban como una ventaja gratuita. 

Era el final de los años setenta y como David era uno de los más entusiastas de la orga, le propusieron entrenarlo para que fuera a luchar como guerrillero sandinista en el frente sur de Nicaragua.  David tenía su novia y sus planes. Fue duro decidir entre Lucía y la lucha revolucionaria pero, se dijo, la lucha está por encima de todo. Además, pensó: "Si me niego, quedaré como un farsante."

Se fue entonces como "voluntario" y, ya en la montaña, llegó a entablar buena amistad con sus compañeros de armas. Eran en verdad muy distintos a los revolucionarios de la universidad y poco a poco fue conociendo sus historias, reales o inventadas, así como las razones por las que explicaban, tanto a los otros como a sí mismos, el que estuvieran allí. Entre los guerrilleros había personajes de todo tipo y hasta niños de doce años de edad, cuya estatura apenas era ligeramente más alta que el fusil que cargaban. Los más viejos, tenían sus razones, pero en cuanto a los chavalitos, aunque eran valientes y arrojados, resultaba difícil de creer que fueran "voluntarios".

A la hora de escoger su nombre de guerrillero, tras descartar muchas opciones, David decidió llamarse Aquiles. Lo más terrible del tiempo de lucha en la montaña no fue el hambre, ni el frío, ni la lluvia, ni el sol, ni las largas caminatas con el equipo a cuestas. Ni siquiera fueron los tiroteos ni la conciencia de que se arriesgaba la vida a cada paso. Lo más terrible fue la muerte, tanto de los compañeros como del enemigo porque, tras los combates, David o, más bien, Aquiles, descubrió que los muertos no solamente tienen un aspecto impactante, que impresiona por lo grotesco, sino también un olor penetrante que queda impregnado por dentro y por fuera de quien se les acerca demasiado.

Cuando Anastasio Somoza abandonó el poder en Nicaragua y los guerrilleros fueron recibidos en las principales poblaciones del país como héroes, por todo lo sufrido, el sabor de la victoria fue amargo y llegó a prestarse para ironías. Hasta la consigna revolucionaria "Hasta la Victoria, siempre", era repetida por los mismos guerrilleros con otro significado, porque en Nicaragua, Victoria es una marca de cerveza.

La madre se curó de todos los males que la tenían postrada en una cama cuando su hijo volvió a la casa. El retorno fue difícil. "¿Cómo se hace para volver?"  A petición de los curiosos, David contaba sus andanzas como si el protagonista de su relato fuera otro y no él mismo. Su mente estaba en otra parte. No le interesaba hacerse el interesante con relatos de aventuras, sino retomar de nuevo su vida, sus planes, volver a encontrarse con su novia, buscar una ruta a seguir, hacer algo después de ese paréntesis en su vida. A veces se preguntaba qué habría sido si nunca hubiera salido del pueblo. Tal vez peón de finca, trabajador del aserradero o dependiente de comercio. 

David quería retomar su vida, pero "La orga", tenía otros planes para él. Decidieron, sin consultarle, aprovechar su experiencia para realizar lo que llamaban "operaciones de recuperación financiera", eufemismo rimbombante que, en buen castellano, significa, simple y llanamente, realizar asaltos para obtener un botín. Bien mirado, la tergiversación de las palabras es hasta irónica. Solamente se puede recuperar lo que a uno le pertenece. Recuperar algo que pertenece a otro es, por feo que suene, robar.

El asalto a una sucursal bancaria salió bien. No hubo heridos, ni muertos ni detenidos. Pero en el segundo golpe las cosas se complicaron y David acabó arrestado e interrogado. Los cuerpos policiales estaban alarmados y tensos. A inicios de los años ochenta estaban sucediendo hechos cada vez más violentos. secuestros de empresarios de otras nacionalidades residentes en el país, tiroteos, asaltos y acciones de organizaciones armadas con algún tipo de connotación política, como las del grupo La Familia, que dejó la muerte de dos guardias civiles durante un enfrentamiento y de la joven Viviana Gallardo Camacho, ametrallada en una celda mientras esperaba presentarse a juicio.

David llegó a pensar que no saldría vivo del interrogatorio. Nadie, ni siquiera él mismo, sabía dónde se encontraba. Pero a fin de cuentas lo dejaron ir. Pudo dormir y, a la mañana siguiente, mientras se aseaba, se miró al espejo.

"Allí, frente a mí, estaba parado un tipo con los ojos amoratados y la cara de una palidez violácea. Un tipo barbado y golpeado por días y años de lucha inútil consigo mismo y con la muerte. Un tipo desconocido, envejecido por los años a la interperie y a salto de mata. No un guerrero, sino un transeúnte por la vía de los que nunca se descubrieron...Ese era el antifaz que había llevado hasta siempre... Ese tipo no era yo, era otro. Los ojos, mis ojos, al fin podían mirar el antifaz. O el antifaz mirar a mis ojos."

En Centroamérica abundan las obras testimoniales de guerrilleros pero, por lo general, son de corte propagandístico o apologético en las que el protagonista es retratado como héroe o como víctima. Los ojos del antifaz no va por ahí. Es una novela en la que, más que en la referencia histórica, la atención está concentrada en el drama humano, más que en la lucha social, el argumento se concentra en la experiencia individual. Independientemente de las posiciones políticas o ideológicas que pudiera tener quien la lea la novela, acabará comprendiendo a David y, hasta me atrevería a afirmar que, conforme avance el lectura, llegará hasta a sentirle afecto.

No sé si Adriano los escogió deliberadamente o si ni siquiera se dio percató del detalle, pero encontré profundamente simbólicos los dos nombres del protagonista. David, como el pastorcillo que, siendo apenas un niño, derribó con su honda a un guerrero gigante armado hasta los dientes, y Aquiles, el invencible que tenía, sin embargo, un punto vulnerable.  A pesar de la fortaleza de sus palabras, sus ideas y sus acciones, de alguna forma es evidente que, en el fondo, el personaje que está detrás del antifaz es una criatura frágil. A la larga, él mismo se percata que el punto débil de su ser es más que el talón y que el enemigo que pretendía derribar es mucho más grande que Goliat.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
EUNED. Costa Rica. 2007.

El sueño se volvió una pesadilla de la que fue triste despertar. A lo largo del libro hay reflexiones filosóficas, éticas, estéticas e históricas de gran interés y profundidad. Hasta las alucinaciones, o premoniciones, de la vez que durmió tres días seguidos son fascinantes. David sufrió al lado de la sarta de vagos de la universidad, en los duros tiempos de la guerrilla y en las operaciones clandestinas en las que lo involucró "la orga", pero disfrutó de la serenidad de las nostálgicas charlas con sus caseros doña Luz y don Toño. David, en el fondo, era un pensador y un artista más que un guerrilero o un redentor de la sociedad.

Mientras leía Los ojos del antifaz,  reafirmé mi convicción de que los movimientos de izquierda, pese a su prédica contra la discriminación de clase, en la práctica son bastante clasistas. Están, para empezar por lo más alto, los que llamo "los comunistas gourmet" o, como les dicen en Europa, "La gauche", que son pura pose, como las preciosas ridículas de la comedia de Moliére. Luego están los dirigentes, que dan la cara y pronuncian discursos, pero nunca se ensucian las manos. Y, en lo más bajo de la pirámide, están quienes, como el David de la novela, hacen cualquier cosa que les manden y son capaces de poner a un lado hasta sus aspiraciones personales con tal de contribuir a la causa.

Los de arriba son una farsa. Los de abajo de verdad se creen el cuento. Su idealismo y su compromiso son auténticos, pero acaban siendo utilizados como peones de una partida en la que otros deciden sus movimientos. Uno no puede dejar de preguntarse cómo alguien que, siendo apenas un muchacho, ponía en apuros a la maestra de religión por cuestionar la doctrina y el catecismo, luego, ya más crecido, no solo abrazó sin objeciones de ningún tipo la religión, la doctrina y el catecismo de "la orga", sino que hasta cumplió sus órdenes sin cuestionarlas en lo más mínimo.

El ideal por la justicia social lo llevó a la delincuencia. Se jugó el riesgo de matar, de que lo mataran o de ir a parar la cárcel, con tal de obtener un botín del que ni siquiera recibiría una parte, puesto que debía entregarlo a los de arriba, a los que dan órdenes sin arriesgar nada.

Lo irónico, y lo triste, es que los más comprometidos y obedientes, cuanto todo acabó, fueron los más olvidados. Los otros, los que hablaban de revolución pero tuvieron el cuidado de mantenerse lejos de los disparos, hospedados en buenos hoteles mientras sus compañeros se escondían en charrales con el enemigo al frente, al final siguieron politiqueando y encontraron su campito en los partidos que antes combatían.

Sereno, sin dolor y sin resentimientos, David llega a decir que si un largo periodo de su juventud se puede considerar como un montón de años perdidos, confía al menos que no acabe siendo también una memoria perdida. Y se propone entonces escribir su historia personal novelada.

Una vez, le pregunté a Adriano si este libro se podía considerar como unas memorias o un testimonio de su experiencia personal. Tras un profundo respiró, simplemente me respondió: "Los ojos del antifaz es una novela."

Una novela, por cierto, que lleva años generando interés y atrayendo lectores. Su primera edición fue publicada en 1999 por Perro Azul, en 2001 fue editada en Argentina por el sello Piel de leopardo, la EUNED la incluyó en sus colección de literatura costarricense en 2007 y la edición más reciente la realizó BBB en el año 2020.

INSC: 1091, 2777

lunes, 22 de marzo de 2021

Boris Spassky y Bobby Fischer. El torneo de ajedrez del siglo, 1972.

Spassky Fischer.
Todas las partidas del 
Match del Siglo.
Lorenzo Ponce-Sala
Bruguera, España. 1972

Nunca antes, y nunca después, el ajedrez acaparó tanta atención como cuando, en 1972, se disputó el campeonato mundial entre el ruso Boris Spassky, que defendía su título, y el norteamericano Bobby Fischer, que era el retador.

"El sereno mundo del ajedrez", como lo llamaba el propio Spassky, es un ambiente de competencias largas, lentas y silenciosas, premios modestos y escaso público. Un torneo de ajedrez no tiene momentos espectaculares para quien no comprenda el juego y, con mucha frecuencia, ni para los propios entendidos tampoco.

Sin embargo, tal vez por el tenso ambiente de la guerra fría, que enfrentaba en aquel tiempo a la Unión Soviética y a los Estados Unidos, el hecho de que el campeonato de 1972 tuviera a un norteamericano como retador de un campeón ruso, logró que el evento fuera llamativo, quizá más desde el punto de vista político que del propiamente deportivo.

Las actitudes de los contendientes eran verdaderamente distintas. "Yo compito por mi patria y por mi bandera", decía Spassky, mientras que Fischer declaraba sin pelos en la lengua, "Más allá del título, a mí lo único que me importa es el dinero." 

La diferencia de edad entre ellos era mínima (Spassky era solamente siete años mayor que Fischer), pero por la personalidad y el aspecto de los jugadores. daba la impresión de que en el encuentro se enfrentaba un hombre maduro, serio, elegante y sereno contra un muchacho flaco, rubio, atarantado e inquieto.

Aunque nacieron y crecieron en sociedades muy distintas, en las vidas y costumbres de ambos había muchas coincidencias. Los dos fueron hijos de familias de escasos recursos y los dos crecieron sin la presencia del padre. El de Spassky murió cuando el futuro campeón ruso era un niño pequeño y el de Fischer abandonó la familia cuando el futuro campeón americano era también un niño pequeño. Tanto Spassky como Fischer aprendieron a jugar ajedrez antes de aprender a leer y a escribir. Compartían además la afición por los mismos deportes e intereses, ambos jugaban tenis y practicaban con frecuencia la natación, eran grandes lectores que devoraban un libro tras otro, estudiaban a fondo cuanta publicación de ajedrez encontraban y compartían un gran interés y facilidad para aprender idiomas.

Consultado sobre esas coincidencias, Spassky decía: "La única diferencia entre Fischer y yo, es que yo no fui un niño prodigio. Yo fui aprendiendo poco a poco. Fischer parece que lo sabía todo desde la primera vez que se sentó ante un tablero."

Había también otra diferencia. Boris Spassky completó sus estudios y se graduó en la universidad como periodista, carrera que, sin embargo, nunca ejerció. Boby Fischer abandonó la escuela en la adolescencia y se dedicó exclusivamente a jugar ajedrez. Para ganarse la vida, cobraba por sus partidas, sus torneos, sus simultáneas, sus presentaciones y hasta por sus entrevistas.

"La ventaja de los rusos", decía Fischer, "es que los ajedrecistas son profesionales. Reciben un estipendio del gobierno para que se dediquen a tiempo completo a perfeccionar su juego. En los Estados Unidos y en el resto del mundo, hay muchos talentos que se pierden porque no pueden jugar ajedrez competitivamente y ganarse la vida al mismo tiempo."

Cuando alguien que no sabía jugar ajedrez le preguntaba a Fischer por el juego, con una gran sonrisa le afirmaba: "Es muy divertido y muy fácil. Y aunque ser un gran jugador de ajedrez no está al alcance de cualquiera, ser un buen jugador de ajedrez sí es algo que cualquiera puede lograr. Es como el baile. No cualquiera es un gran bailarín, pero el mundo está lleno de buenos bailarines."

Al campeón cubano José Raúl Capablanca lo llamaban  "El Mozart del ajedrez", elogio con el que también han distinguido al actual campeón mundial, el noruego Magnus Carlsen. Bobby Fischer, en su momento, también fue llamado "El Mozart del ajedrez",  no solamente porque las partidas que jugó Fischer siendo un niño, como las piezas musicales que compuso Mozart siendo niño, son de una audacia asombrosa, sino porque para ambos ese nivel de calidad les parecía fácil de lograr y lo alcanzaban de manera espontánea, sin esfuerzo. Se sabe que en los manuscritos de Mozart no hay ni una sola corrección. Fischer, muchas veces, incluso en torneos importantes, ni siquiera se tomaba la molestia de escribir sus partidas. Ambos tenían una memoria prodigiosa. Mozart era capaz de tocar cualquier composición después de haberla escuchado una única vez y Fischer podía reproducir de memoria en un tablero cualquier partida que hubiera jugado, presenciado o estudiado.

De hecho, una de las primeras cosas que llamó la atención en el campeonato mundial de ajedrez de 1972, fue que el campeón ruso llegó al encuentro con un equipo de asesores, entre los que se encontraban cuatro maestros que habían derrotado a Fischer anteriormente. Fischer, en cambio, llegó solo y se mantuvo solo durante todo el encuentro. "Nadie puede ayudarme a analizar mi juego", dijo Fischer.

Spassky y Fischer ya habían jugado en cuatro ocasiones y, aunque Fischer demostró ser un digno rival, nunca había logrado derrotarlo. Ganaba Spassky o empataban.

Que un campeón mundial, acompañado de un equipo asesor de grandes maestros, se enfrentara a un retador que estaba completamente solo, fue visto en su momento como una alegoría del colectivismo soviético frente al individualismo norteamericano.

Fischer estaba desde hacía años acostumbrado a estar solo. No tenía novia ni amigos. Solicitó a los organizadores que tuvieran a alguien disponible por si deseaba jugar tenis, pero no quería hablar con nadie durante el torneo. Solo, sin asesores y sin compañía, las sesenta y cuatro figuras del tablero serían sus mejores y únicos amigos durante las semanas en que se jugarían las partidas por el campeonato mundial.

Parecía inevitable que el ruso acabaría manteniendo el título. Especialmente porque Fischer perdió la primera partida y no se presentó a la segunda. Sin embargo, cuando Fischer empezó a recuperar terreno, empató en puntos al campeón y, luego, tomó la delantera, quedó claro que aquello era un verdadero duelo de titanes.

Conforme avanzaba el torneo, empezó a ganar más y más atención. Las partidas empezaron a ser transmitidas por televisión. Los periódicos de todo el mundo reseñaban y comentaban cada partida. En Colombia, el diario El Tiempo colocó un tablero gigante en la fachada de su edificio, que acabó generando congestionamientos de tránsito, ya que la multitud congregada al frente era enorme a todas horas. Hasta las emisoras de música popular, en Islandia, la Unión Soviética, los Estados Unidos y distintos países europeos, latinoamericanos y asiáticos, interrumpían la canción que estaba sonando cada vez que había un movimiento. En los clubes de ricachones, grandes industriales, comerciantes y ganaderos, que no sabían nada de ajedrez, hacían fuertes apuestas por el triunfo de su jugador favorito. Las noticias reportaban que, incluso en grandes ciudades, era imposible conseguir un juego de ajedrez, porque las tiendas ya los habían vendido todos.

La fiebre que desató el encuentro Sapssky Fischer, se mantuvo durante toda la década de los años setenta, en la que, ya sea mal o bien, una gran número de personas de toda edad, jugaban al ajedrez o, al menos, sabían cómo se movían las piezas y se apuntaban a aceptar un reto. Eran comunes los torneos de barrio y se hacían campeonatos de ajedrez en oficinas, instituciones, fábricas y hasta en las cárceles.

Mi tío Gilbert fue quien me regaló mi primer tablero de ajedrez. No solamente me enseñó cómo se juega, sino también cómo se escribe. Cuando ya fui capaz de leer y reproducir una partida, me regaló el libro "Spassky Fischer. Todas las partidas del match del siglo", en que, comentadas por el español Lorenzo Ponce-Sala, se recopilan completas las veintiún partidas del enfrentamiento por el campeonato mundial de 1972, así como las otras cuatro partidas que habían sostenido previamente Spassky y Fischer antes de disputarse el título de campeón del mundo. Ese libro, fue el primer libro de ajedrez que tuve y, aunque con los años he ido adquiriendo y revisando otros, sigue siendo el más apasionante que tengo y lo repaso con frecuencia.

Los entendidos han repetido mil veces que el juego de Spassky fue muy cauteloso, mientras que el de Fischer fue muy agresivo. Pero hubo en este torneo ciertas jugadas fuera del tablero bastante notorias. Aunque era Fischer el que protestaba por todo, por la luz, por el ruido, por el sillón, por la mesa y hasta por el tamaño y material del tablero y las piezas, a la larga fue Spassky el que acabó estando más nervioso, al pundo de solicitar el aplazamiento de la partidas número nueve y número catorce por sentirse indispuesto.

Aunque se jugaba con reloj y el tiempo podía ser un factor determinante al final de la partida, Fischer, así jugara con las negras o con las blancas, solía llegar tarde, cuando la partida ya estaba iniciada, mostrando con ello que no le importaba perder varios minutos de su tiempo. Spassky, que era famoso por su puntualidad, nunca llegó tarde pero, como para dar a entender que a él tampoco le preocupaba mucho el reloj, en una ocasión que jugaba con las blancas, dejó correr el reloj diez minutos antes de hacer la jugada inicial. El tiempo, en todo caso, nunca llegó a ser protagonista en el torneo, ya que todas las partidas terminaron cuando a ambos jugadores aún les quedaba como media hora disponible. Consultado si sus llegadas tardías eran un práctica intimidatoria, Bobby Fischer lo negó: "Yo soy impuntual. Los impuntuales llegamos tarde, pero no lo hacemos a propósito."

Cuando Fischer ganó el derecho de disputar el campeonato mundial, se barajaron varias sedes para el encuentro. El Dr. Max Euwe, holandés y campeón mundial de 1935 a 1937, quien era presidente de la Federación Internacional de Ajedrez, dispuso que el torneo no se disputara ni en la Unión Soviética ni en los Estados Unidos. El Dr. Euwe, por cierto, era en aquel momento el último campeón mundial de otra nacionalidad distinta a la rusa, ya que, después de él, ocho rusos fueron campeones mundiales desde 1937 hasta 1972.  

Spassky prefería jugar en Europa y Fischer en América. Las dos opciones americanas eran Argentina (preferida por Fischer) y Colombia. Al final la sede elegida fue Islandia, porque ofreció un mejor premio. Sin embargo, el monto de ciento veinticinco mil dólares de premio le pareció poco a Fischer, quien amenazó con no presentarse si no ofrecían más. Un banquero de Londres salvó el torneo al aportar cien mil libras esterlinas extra al premio. Según parece, el dinero sería repartido en un sesenta por ciento al ganador y un cuarenta por ciento al perdedor.

La dinámica del torneo era bastante sencilla. Ambos contendientes jugarían veinticuatro partidas. En cada partida, cada uno tendría dos horas y media de tiempo. Si a alguno se le acababa el tiempo, perdía, pero, como ya se dijo, el tiempo no fue determinante para ninguno de los dos. Por cada partida ganada, el triunfador se llevaba un punto. Si los jugadores acordaban un empate, o dejarla "tablas" como se dice en ajedrez, cada uno obtendría medio punto. El torneo terminaría cuando alguno de los dos alcanzara doce puntos y medio. Al que lo lograra, se declararía ganador y no se jugarían las partidas restantes, puesto que ya no podrían cambiar en nada el resultado final. En caso de empate, es decir 12 y 12 puntos, se daría por ganador al que ya ostentaba el título.

Una de las características más bellas del ajedrez es que, de cierto nivel para arriba, casi nunca hay un jaque mate. Los grandes jugadores son capaces de prever las jugadas que vienen y, cuando se dan cuenta que sus posibilidades de ganar o empatar son nulas, se retiran del juego y conceden la victoria al oponente. "Un buen ajedrecista nunca es derrotado", decía Bobby Fischer, "porque él solo se da cuenta en qué momento no vale la pena seguir adelante."

Los que con frecuencia no se dan cuenta de cómo están las cosas cuando los jugadores se retiran son los miembros del público, que no pueden ver más de unas cuantas jugadas por adelantado y se hace necesario, entonces, que alguien explique las jugadas posibles y la razón por la que el triunfo es para tal o cual contendiente. En el libro, Lorenzo Ponce-Sala con frecuencia debe explicar perspectivas que para el común de los mortales, como uno, no saltan a la vista.

Fischer perdió la primera partida y no se presentó a la segunda. Con ese marcador inicial de dos a cero, sus posibilidades de éxito parecían muy remotas. Todo le molestaba, todo le incomodaba, de todo se quejaba. Al principio rogaba y al final exigía todo tipo de cambios. El caballeroso Spassky soportaba con paciencia los berrinches de su oponente y consentía que le dieran gusto en todo lo que pidiera. Spassky era gentil y accesible con los periodistas. Fischer les huía y esto, como es fácil de suponer, le generó mala prensa. Los periódicos presentaban a un ecuánime y sereno caballero soportando pacientemente las rabietas de un muchacho malcriado.

Se creyó que Fischer solamente hacía un show porque iba a perder, pero ganó la tercera partida, empató la cuarta y ganó la quinta. El torneo parecía volver a empezar de cero. Estaban dos y medio a dos y medio.

En la sexta partida, Fischer, que jugaba con las blancas, dio la gran sorpresa al abrir el juego con peón cuatro dama. Nunca había empezado una partida así. Esa era, más bien, la forma más común de movimiento inicial de Spassky. Fischer no estaba jugando como Fischer, sino como Spassky. A lo largo del juego, el campeón ruso quedó desconcertado por movimientos inesperados del norteamericano y, en la jugada 49, abandonó la partida. Fischer había tomado la delantera tres y medio a dos y medio. En la sétima partida quedaron tablas, por lo que la ventaja de un punto,a favor de Fischer, se mantuvo.

A partir de la octava partida, los encuentros fueron transmitidos por televisión en los Estados Unidos y en Europa. Y en esta primera partida televisada, Boris Spassky, el campeón del mundo acabó acostando su rey, declarándose derrotado. La novena quedó tablas y la décima la ganó Fischer, porque Spassky se retiró. La posición final de esta décima partida aún hoy es un quebradero de cabeza para los estudiosos. Fischer había quedado con dos torres y dos peones, mientras que Spassky tenía una torre, un alfil y un peón. Además de la ventaja de piezas, Fischer tenía ventaja de posición, pero aún así hay quienes dicen que no todo estaba perdido para Spassky y que no debió haberse retirado.

Spassky ganó la partida once, empató la doce y perdió la trece. La catorce fue tablas, por lo que, al inicio de la partida quince, Fischer llevaba ya una ventaja de ocho y medio a cinco y medio. Las partidas quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho y diecinueve fueron tablas, pero estos empates solamente favorecían al retador.  

Aunque el reloj nunca fue protagonista, en la partida diecinueve llamó la atención que, en cuarenta movimientos, el ruso utilizara dos horas y veinte minutos, frente a una hora y cincuenta minutos del norteamericano. Pese a su acostumbrado aspecto impasible, sin gestos ni ademanes, Boris Spassky se veía tenso y, pese a su inevitable temperamento inquieto, caminando alrededor sosteniéndose la cabeza con las manos, Fischer se veía relajado.

Cuando parecía que Fischer iba directo a coronarse campeón, Spassky gana la partida número veinte. La posición en que abandonaron la partida, en la jugada treinta y uno, da mucho que pensar. Spassky tiene ventaja, pero hay quienes dicen que Fischer pudo haber todavía buscado el empate. Fischer, en muchas entrevistas posteriores, explicó que no tenía manera de evitar perder este juego.

Independientemente de que ganara uno, ganara el otro, o quedaran tablas, los ajedrecistas alrededor del mundo coincidían en que el juego de ambos era impecable, magistral, asombroso, perfecto. Pero en la partida número veintiuno ocurrió lo que nadie se esperaba. Spassky cometió un error o, al menos, hizo una jugada inexplicable. El campeón ruso se percató de inmediato de que, de todas las opciones que tenía, eligió la menos conveniente. No había manera de reparar la situación y Fischer tomó una ventaja apabullante. La partida fue suspendida y Spassky no se presentó cuando fue reanudada. Bobby Fischer fue proclamado entonces como campeón del mundo.

Boris Spassky elogió a su sucesor. "Fischer no solamente derrota a sus oponentes, sino que los destruye, los aniquila." El periódico Pravda, órgano oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética publicó: "Spassky esperaba un error de Fischer. Spassky se equivocó. Fischer no se ha equivocado nunca."

Bobby Fischer comentó, en una entrevista, que cuando despertó a la mañana siguiente de haber ganado el campeonato mundial de ajedrez, en vez de una sensación de éxito, experimentó una sensación de vacío. Anteriormente había dicho que, cuando fuera campeón del mundo, seguiría dando presentaciones, aceptando retos y defendiendo su título, pero más bien, tras ganar el Campeonato Mundial, desapareció de la escena pública, como si se lo hubiera tragado la tierra. Nadie sabía que hacía ni dónde vivía y no volvió a participar en competencias. Ni siquiera defendió su título en 1975.

Curiosamente, a Spassky, que en un primer momento dijo que esperaba recuperar su título en la primera oportunidad que tuviera, también se lo tragó la tierra. En 1976 abandonó la Unión Soviética y se trasladó a vivir a Francia. No fue sino hasta poco antes de cumplir los ochenta años que regresó a vivir a Moscú. Pero a esos dos grandes ajedrecistas, los únicos campeones mundiales que fueron noticia de primera página alrededor del mundo, dejaron de generar atención en la prensa y se apartaron, también, del sereno mundo del ajedrez.

Al cumplirse los veinte años del famoso torneo, en 1992, Spassky y Fischer volvieron a jugar en Yugoeslavia por un jugoso premio de cinco millones de dólares, tres y medio para el ganador y uno y medio para el perdedor. Ni siquiera lo elevado del monto en disputa logró despertar interés. Hasta los ajedrecistas admiradores de los dos campeones miraron con desdén esta repetición del duelo de veinte años atrás. Se llegó a decir que ver un encuentro de ajedrecistas de hace veinte años, es como ver un encuentro de boxeadores de hace veinte años. El combate se observa con nostalgia, pero sin asombro ni emoción. Fischer ganó el torneo y, al aceptar el dinero del premio, se convirtió en fugitivo del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, que previamente le había advertido que no debía aceptar dinero de Yugoeslavia, por estar ese país sancionado debido a su guerra civil. 

Un triste paralelismo en la vida de los dos campeones es que ambos, por distintas circunstancias, llegaron a perder su posesiones. Ambos se lamentaban de los atropellos que sufrieron y coincidían al decir que lo que más les había dolido perder, fueron sus respectivas bibliotecas, que habían logrado reunir a lo largo de toda la vida. 

Aunque abandonó la Unión Soviética, Spassky fue siempre muy discreto en sus declaraciones y no llegó a ganarse grandes enemigos. Fischer, en cambio, no se medía a la hora de hablar y, en cuanto tenía un micrófono enfrente, despotricaba contra todo lo que se moviera y no dejaba títere con cabeza. En sus últimos años, sostenía opiniones muy radicales y bastante extrañas. El Departamento de Justicia de los Estados Unidos giró orden de captura internacional contra él y Fischer fue arrestado en Japón. Para evitar que Fischer fuera encarcelado en Estados Unidos y en recuerdo al histórico encuentro que se jugó en su capital, el gobierno de Islandia le otorgó la ciudadanía y Fischer residió hasta el fin de sus días en la ciudad en que se coronó como campeón del mundo.

La muerte de Fischer, aunque no fue suicidio, sí fue voluntaria. Estaba muy enfermo, pero se negó a someterse a cirugías, recibir tratamientos o tomar medicinas. Como él mismo decía: "Uno sabe el momento en que no vale la pena seguir adelante", Muchos que nunca lo trataron en persona, se han atrevido a diagnosticarle algún tipo de demencia. Su amigo, Boris Spassky, que lo trató de cerca y le tuvo siempre gran aprecio, niega que Fischer estuviera fuera de sus cabales. Dolido por la muerte de su amigo y contrincante, Spassky dijo: "Fischer creía que había personas confabulando para hacerle daño. Yo le decía que eso no era cierto, pero él no me creía. Fischer decía cosas terribles, pero no era un hombre de malos sentimientos. Jugando ajedrez era un niño genio. En el mundo exterior, cuando no jugaba ajedrez, era un niño acorralado. Yo lo conocí bien y puedo afirmar que el alma de Bobby Fischer tenía una pureza tan limpia como el alma de un niño."

Repaso con frecuencia las partidas del campeonato de ajedrez de 1972 y me alegra tener un libro en que esté registrado todo lo que ocurrió en el tablero. Me gustaría que algún día alguien escriba el otro libro, sobre lo que sucedía fuera del tablero, sobre la vida oculta y trágica de los dos grandes jugadores que protagonizaron el torneo del siglo, así como de la amistad que nació entre ellos, compartieron a lo largo de los años y mantuvieron hasta el final.

INSC: 0920

Boris Spassky y Bobby Fischer (1943-2008).


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