miércoles, 23 de noviembre de 2022

Presentación para el homenaje a Rafael Cardona.

Rafael Cardona.
1892-1973

Hay varias razones para que un poeta acabe siendo olvidado y, en el caso de Rafael Cardona, se cumplen todas. En primer lugar, está muerto. Mientras un poeta vive, tanto el propio poeta como sus amigos se mueven para que sus creaciones obtengan un poco de atención. Después de que el poeta muere, si sus obras no se reeditan, ni se incluyen en antologías, ni se mencionan en estudios históricos,  a la larga es como si esas obras no hubieran existido. Por otra parte, la poesía, como todas las creaciones artísticas, cambia de temas y de técnicas de generación en generación. Con el paso de los años, lo novedoso acaba siendo anticuado, la sensibilidad y el foco de atención de los lectores cambia con el tiempo y, lo que se admiraba en una época es lo que se rechaza en otra. Son innumerables los ejemplos que podrían citarse de poetas que fueron aplaudidos por sus contemporáneos y acabaron siendo objeto de burla en la generación siguiente.

Todo lo dicho se cumple en el caso de Cardona. Muerto en 1973, sus obras no se reeditan, ni se incluyen en antologías, sus poemas son difíciles de encontrar, quienes han escrito sobre la historia de la literatura costarricense ni siquiera lo mencionan y, para rematar, tanto los temas de los que se ocupa como la forma en que escribe, están a un siglo de distancia de las preocupaciones, los intereses y los gustos de los lectores actuales. A todo esto habría que agregar que. siendo aún joven, Cardona se marchó de Costa Rica, se estableció por un breve periodo en Guatemala y acabó radicándose definitivamente en México. Por otra parte, en determinado momento de su vida, Cardona abandonó la creación poética, se sumió en un profundo aislamiento del mundillo literario en particular y del mundo en general y no se preocupó por difundir su obra. 

El propio año de su muerte, 1973. apareció, publicado por la Editorial Costa Rica, el libro Obra Poética de Rafael Cardona, que el poeta no alcanzó a ver impreso. Se hizo famosa la afirmación que Rómulo Garzunier incluyó en el obituario del poeta, publicado en la prensa mexicana, que decía:"Ojalá que su obra se dé a conocer ahora que no está el para oponerse".

La obra de Cardona, en todo caso, no es extensa. Consta de solamente tres libros: Oro de la mañana (1916) prologado por Ricardo Fernández Guardia, Medallones de la Conquista (1918) y Estirpe (1949) prologado y editado por Joaquín García Monge.  Poco antes de publicar su primer libro, ya Cardona había sido uno de los galardonados en los Juegos Florales de 1914, certamen en que compartió honores no solamente con otra gran revelación, entonces tan joven como él, el gran poeta Rogelio Sotela, sino también con su propio padre, don Genaro Cardona, notable novelista, autor de El primo y La esfinge del sendero.

Porque a la hora de hablar de cualquier Cardona, además de la biografía, resulta inevitable mencionar la genealogía. Don Alejandro Cardona Llorens, español nacido en las Baleares, abuelo del poeta y fundador de su familia en Costa Rica, llegó al país justo a tiempo para sumarse a las filas del ejército que marchó a luchar contra las tropas de William Walker, y fue el compositor del himno patriótico que cantaba la tropa antes de entrar en batalla. Su hijo, Ismael Cardona Valverde fue también compositor y notable violinista. Su otro hijo, Genaro Cardona Valverde, como ya se dijo, fue novelista. Dos hijos de Genaro, Jorge y Alvaro, fueron también escritores. Jorge Cardona Jiménez, por cierto, fue el padre del poeta Alfredo Cardona Peña. Alvaro Cardona Hine fue quien escribió Hombres y máquinas. Figuras contemporáneas de esta familia son el compositor Alejandro Cardona y la violinista Dylana Jenson. Un dato curioso que vale la pena mencionar es que José Luis Cardona Cooper, quien fue durante muchos años director general de protocolo de la Cancillería, fue actor en El Retorno, la primera película costarricense filmada en 1930 y, además, tenía un programa de radio llamado El hombre de la luna, en que contaba relatos a los niños. Rafael Cardona Lynch, hijo del poeta Rafael Cardona Jiménez, llegó a ser un reconocido empresario radial en México, país en que su padre decidió establecerse y donde finalmente murió. Aunque, a diferencia de sus ancestros, tíos y primos, no es recordado por sus dotes en la literatura o la música, otro miembro de esta familia que acabó siendo conocido fue don Edgar Cardona Quirós, sobrino del poeta, combatiente de la revolución de 1948, ministro de seguridad de la Junta Fundadora de la II República, quien intentó darle un golpe de Estado a don Pepe, evento que acabó siendo conocido como El Cardonazo.

Aunque no hace mucho todas estas figuras mencionadas estaban vivas y activas, sus nombres, sus obras y sus andanzas, evocados hoy, parecen salir de un pasado remoto que solamente pocos recuerdan. Sin embargo, aunque a veces resulte difícil observar con claridad la conexión, lo que hayan hecho quienes estuvieron antes, constituye la base de lo que nosotros podamos hacer ahora.

Hay poetas jóvenes que creen que no le deben nada a Rubén Darío, como hay músicos que creen que no le deben nada a Mozart. A quienes así piensan, hay que recordarles que no descubrieron el fuego, sino que recogieron una antorcha que ya venía encendida. Es natural que la juventud tenga su mirada puesta en el futuro, pero debe tener claro que si va a lograr llegar hasta extremos a los que no se había llegado antes, se lo deben en parte a que, quienes los precedieron, empujaron hacia adelante el punto de partida.

Me alegró muchísimo, cuando el poeta Mateo Desolá me contactó para informarme que un grupo de escritores jóvenes estaba organizando un homenaje al poeta Rafael Cardona. El hecho de que poetas activos en la segunda década del Siglo XXI le presten atención a un poeta que surgió en la primera década del Siglo XX es alentador. En la apreciación de la poesía, como en todas las artes, debe prevalecer el criterio antes que el gusto o la afinidad. Naturalmente, en estos tiempos, a estas alturas del partido, es poco probable que algún poeta joven quisiera imitar el estilo de Cardona, pero saben que su obra y su figura son dignos de respeto y, precisamente para formar criterio, tienen claro que vale la pena conocerlo.

Cardona escribía sobre temas que los poetas de hoy no desarrollarían, en un estilo que los poetas de hoy no estarían dispuestos a imitar. Cada generación tiene sus propias preocupaciones y su manera particular de expresarlas. Pero quienes estén haciendo algo hoy, deben estar al tanto de qué fue lo que se hizo antes. Un creador que se tome en serio su oficio, no debe darle la espalda a quienes hacen las cosas de manera distinta a cómo él las hace. Para tener una idea del ancho panorama, no hay que mantenerse en la afinidad, sino más bien prestarle atención a la diversidad.

Felicito y saludo a los organizadores del homenaje a Rafael Cardona, un poeta que cumple todas las condiciones para estar sumido en el olvido y, sin embargo, aún se le recuerda

martes, 4 de octubre de 2022

Anotaciones al margen de los faroles de Zingonia Zingone.



Anotaciones al margen de los faroles.
Zingonia Zingone.
Abstracta Ediciones.
España, 2019
Un 3 de octubre, víspera de la fiesta de San Francisco de Asís,
Zingonia Zingone arribó a la bella ciudad andaluza de Córdoba. Viajaba sola y llevaba en su bolso una pequeña libreta negra en la que iba anotando sus impresiones. Los apuntes eran breves y el viaje fue corto. Por eso, el libro Anotaciones al margen de los faroles, publicado por la editorial Abstracta, que recoge las impresiones de Zingonia en su viaje cordobés, es un tomito pequeño, encuadernado en pasta dura, con una cinta para marcar las páginas que, imagino, no debe ser muy distinto de la libreta negra en que se plasmó, sobre la marcha, su borrador.

No se trata sin embargo del típico libro de viajes. Las crónicas de viajeros suelen ser descriptivas y anecdóticas y, por lo general, no hacen más que evocar un tiempo, en un lugar. Zingonia hizo algo distinto. No escribió ni sobre la ciudad ni sobre sus andanzas en ella sino que, haciendo a un lado el entorno y  concentró su atención únicamente en ciertos detalles significativos. La memoria, y muy especialmente la memoria del viajero, es selectiva. Lo que a la larga acaba siendo inolvidable de un viaje no son los datos históricos, geográficos o arquitectónicos del lugar que, en todo caso, son accesibles hasta para quienes nunca lo han visitado, sino más bien ciertos acontecimientos mínimos que ocurrieron sin buscarlos ni esperarlos. La mayor atracción turística a la larga deja un recuerdo borroso, mientras que alguna escena callejera o el rostro de una persona desconocida, sin saber por qué, se recuerdan con cierta frecuencia, incluso muchos años después del fugaz instante del encuentro.

Ese tipo de memorias, las pequeñas y memorables, son las que Zingonia comparte en su libro. Y, curiosamente, yéndose a lo más pequeño, Zingonia logra asomarse a lo más grande. Anotaciones al margen de los faroles, son unos apuntes de viajes que van más allá del espacio y más allá del tiempo. Naturalmente disfruté enormemente de la forma de plantear relatos, emociones y refexiones, así como de los poemas que inserta ocasionalmente entre sus apuntes. Pero para mí la lectura de este libro fue ante todo una profunda alegoría espiritual.

Quien escribe viajaba sola, pero de alguna manera sabía que de alguna manera estaba acompañada. Era consciente que el pavimento de piedra guardaba ecos de voces lejanas. Las páginas de un libro le permitían entrar en contacto con el poeta Azarías Pallais, cuyas palabras, escritas hace mucho tiempo, guardaban un mensaje para ella que, por alguna misteriosa razón, la alcanzó en el inicio de su recorrido.

Vagando sin plan y sin rumbo, se encuentra ante la tumba del poeta Luis de Góngora y, poco después, también sin buscarla, encuentra la casa en la que el poeta falleció. Levanta la vista en una esquina cualquiera y se percata que se encuentra en la calle San Felipe Neri, dedicada a la memoria del santo florentino que quiso ser misionero en tierra de infieles y acabó siéndolo en la propia Roma. Zingonia reza por el eterno descanso de un cuñado que no conoció. Recuerda a su hijo que, como todo joven, empieza forjar su propio destino. Por casualidad, se encuentra un par de veces a un muchacho con cara de estar hambriento. Un hombre se le aproxima, le estrecha la mano, le dice un par de palabras y se marcha. Zingonia supone que es un ángel y es casi seguro que en verdad lo sea. La palabra ángel significa "enviado" y, con frecuencia, la misión de los ángeles no es tanto hacer algo, como anunciar algo.

Uno nunca viaja solo. El recuerdo de los seres queridos que, aunque estén lejos, tenemos siempre presentes; las palabras de los escritores con los que, a través de los libros, hemos mantenido un coloquio prolongado; la memoria de quienes ya no están es este mundo, la intercesión protectora de ángeles y santos, así como los rostros desconocidos, ya sean bellos, sonrientes, severos o tristes, que encontramos en el camino,  nos demuestran a cada paso que la soledad es en realidad aparente.

Cuando uno viaja, carga en la mochila la propia vida entera, con sus preocupaciones, temores, tristezas, alegrías, esperanzas, deseos y aspiraciones. Durante el viaje, uno tiene presente que el tiempo que uno podrá estar en ese sitio es limitado, que igual que como llegó, en algún momento tendrá que marcharse. Lo mismo ocurre, aunque con frecuencia lo olvidemos, con la vida misma. Todo es fugaz, los años se construyen con instantes que pasan. Planeamos cosas que no suceden y nos suceden cosas que no planeamos. Con frecuencia, tanto lo mejor como lo peor que nos ha ocurrido, ha sido lo inesperado.

Bellísimo, simplemente bellísimo, es este libro de Zingonia. Un libro de viajes en el que no hay descripciones ni narraciones detalladas, sino solamente anotaciones breves sobre instantes pasajeros que, al menos a mí (y espero que a otros lectores también) me hicieron descubrir, en pequeños detalles, grandes verdades sobre esta maravillosa aventura que es la vida.

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