viernes, 13 de marzo de 2020

Una biografía inexacta de don Pepe Figueres.

José Figueres una vida por la justicia social.
Tomás Guerra. Cedal. San José, Costa Rica.
1987
Sobre don José Figueres Ferrer, como sobre cualquier otro personaje histórico, circulan opiniones encontradas. Figura fundamental de la política costarricense del Siglo XX, fue siempre objeto de controversia y sus actuaciones, alabadas por unos y criticadas por otros, han sido tema de innumerables polémicas. Aunque se han publicado varios libros sobre su vida, obra y pensamiento, soy de la opinión de que no ha aparecido aún una biografía suya que lo retrate de manera integral.
Quienes han escrito sobre él, lo han hecho sin matices ni balance desde la más completa admiración o desde el más abierto rechazo. Son abundantes las investigaciones históricas sobre la guerra civil de 1948 y el gobierno de la Junta Fundadora de la Segunda República, pero verdaderamente escasas las que se ocupan de sus dos gobiernos posteriores. Por otra parte, don Pepe, además de tres veces presidente de Costa Rica, fue un hombre de amplia cultura, un gran pensador, un filósofo, un apreciable ensayista y un notable escritor. Al concentrar la atención en el gobernante, se suele pasar por alto su categoría de hombre de letras, así como sus facetas, también importantes, de empresario agrícola e industrial.
Cuando don Pepe aún vivía, justo al año siguiente de que cumpliera los ochenta años de edad, el Centro de Estudios Democráticos de América Latina CEDAL publicó un libro titulado José Figueres Ferrer Una vida por la justicia social, en el que, además de su biografía, se exploraba también a su trayectoria, obra y pensamiento. De primera entrada, me pareció que el libro podría ser interesante por el hecho de que su autor, el abogado y periodista salvadoreño Tomás Guerra, no fuera costarricense, de manera que, supuse, la obra estaría estaría libre pasiones locales y se concentraría en analizar los hechos investigados. Lamentablemente, muy pronto me percaté que, no solamente las interpretaciones que plantea eran audaces, superficiales y sin fundamento sino que, lo más grave, hasta muchos de los hechos que consigna son erróneos.
Tomás Guerra afirma, por ejemplo, que, en Costa Rica, don Cleto González Víquez fue el padre de la democracia liberal, mientras que don Pepe fue el padre de la democracia social, sin molestarse en explicar con qué criterios llegó a semejante conclusión. En Costa Rica el liberalismo es bastante anterior a don Cleto y las reformas sociales son bastante anteriores a don Pepe. En todo caso, sin embargo, si Tomás Guerra, a fin de cuentas, no hace más que expresar su punto de vista personal, esa opinión, como todas las opiniones, por más discutible que sea, debe respetarse aunque no se comparta.
Algo muy distinto ocurre cuando, para poner otro ejemplo, Tomás Guerra afirma que, como medida previa la nacionalización bancaria, se fundó el Banco Central. En este caso, simplemente se equivoca.  El decreto de nacionalización bancaria es del 29 de diciembre de 1948 y la fundación del Banco Central tuvo lugar el 28 de enero de 1950.
Opinar, incluso sin justificación o fundamento, es totalmente válido. Brindar datos equivocados sobre hechos concretos y comprobables es un descuido que, en una obra seria, no debe ser frecuente.
Algunas de las inexactitudes son hasta divertidas. Como tanto don Pepe como don Julio Acosta García nacieron en San Ramón,  Tomás Guerra dice que fueron amigos cercanos. Es verdad que ambos eran ramonenses, pero cuando don Pepe nació, creció y vivió en San Ramón, don Julio estaba en El Salvador, como cónsul en tiempos de don Cleto, en San José, como ministro de Alfredo González Flores, o en Nicaragua durante la dictadura de Federico Tinoco. Don Pepe tenía apenas catorce años de edad cuando don Julio fue electo presidente y, años después, don Julio fue el primer jerarca de la Caja Costarricense de Seguro Social, fundada por el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia y ministro de Relaciones Exteriores de don Teodoro Picado, es decir, estaba con el bando que combatió don Pepe.
También dice que don Pepe fue seguidor del Partido Reformista de Jorge Volio, cuando en realidad, no solo don Pepe en persona declaró que, en su juventud, simpatizaba con el Partido Agrícola de don Alberto Echandi Montero, adversario de Jorge Volio, sino que durante la guerra civil Jorge Volio combatió contra las fuerzas figueristas y, tras el conflicto, fue destituido tanto de su cargo de director del Archivo Nacional como de su cátedra en la Universidad de Costa Rica.
De manera similar, todo lo que menciona sobre la independencia, el período liberal, la reforma social de los años cuarenta, la guerra civil, la abolición del ejército y la constituyente está equivocado. Insisto en que no se trata de apreciaciones de juicio que respondan a su particular punto de vista, sino de una interminable secuencia de datos erróneos. Vale la pena citar un último ejemplo. El partido comunista fue fundado en 1931 y, doce años después, por iniciativa de sus propios dirigentes, cambió de nombre y pasó a llamarse Vanguardia Popular. Tomás Guerra afirma que el cambio de nombre tuvo lugar en 1932 por orden del Congreso.
Cansado de tropezarme en cada página con errores de este tipo, hubo un momento en que estuve a punto de suspender la lectura. Sin embargo, acabé leyendo el libro completo. De hecho, si se toma con buen humor, para quienes, como yo, son aficionados a la historia patria, marcar con un lápiz los errores de este libro podría tomarse como una manera de divertida de examinarse en la materia.
Aunque el dominio de Tomás Guerra sobre historia de Costa Rica sea, por decir lo menos, bastante pobre, con toda ligereza se deja llevar por su entusiasmo y, en tono de prédica, se echa un editorial lleno de prejuicios y lugares comunes. Según él, el periodo liberal propició la acumulación de grandes capitales en manos de unos pocos, la reforma social de los años cuarenta no representó ningún cambio estructural, la CIA propició la invasión de 1955, los dictadores centroamericanos tenían una red de conspiración oculta llena de alianzas que cambiaban constantemente
Por más que uno esté dispuesto a escuchar e intentar comprender, con todo respeto, las opiniones ajenas, algunas de las que Tomás Guerra plantea llegan a ser incomprensibles. Afirma, por ejemplo, que "el pueblo costarricense es dócil y sumiso pero sabe utilizar la violencia con más justificación que otros." 
Es triste decirlo pero lo mejor de este libro, lo único en que no hay ni inexactitudes ni afirmaciones gratuitas, es en las citas textuales de declaraciones de don Pepe que, afortunadamente, son abundantes.
La biografía de don Pepe es un libro que aún no se ha escrito. Entre los muchos intentos que se han emprendido hasta ahora, el de Tomás Guerra es, sin lugar a dudas, el peor logrado. Es verdad que quienes se han referido a la vida y obra de don Pepe lo han hecho desde una perspectiva parcializada, pero tanto sus críticos como sus admiradores, aunque difieran en sus apreciaciones, han tenido el cuidado de ofrecer al público investigaciones serias, a las que se les pueden cuestionar las conclusiones, pero no los datos sobre los hechos.
INSC: 2204

viernes, 6 de marzo de 2020

El continente imaginario de Montaner.

Para un continente imaginario.
Carlos Alberto Montaner.
Libro Libre. San José, Costa Rica. 1985
No es lo mismo ser un comentarista que un analista. Para hacer un comentario, basta con observar una situación y decir los primero que venga a la mente. Del comentarista, se espera, simplemente, que sea ingenioso y conciso. El análisis es otra cosa. Para empezar, requiere que quien lo realice cuente con amplia información previa y, más allá de valorar lo evidente, sea capaz de mostrar causas tanto las causas como las consecuencias que no saltan a la vista.
Durante años, décadas más bien, Carlos Alberto Montaner ha sido un activo comentarista en la prensa latinoamericana. Sus columnas de opinión, que se publican en periódicos de varios países, han llegado a ser muy leídas, tanto por quienes comparten como por quienes adversan sus puntos de vista.
Ingenioso y ameno, Montaner es capaz de dejar caer una gota de humor incluso cuando comenta situaciones verdaderamente serias y hasta dramáticas. Sus columnas son por lo general breves y en ellas logra plantear su punto de vista de manera clara y concisa.
Sin embargo, pese a ser un efectivo escritor de artículos de opinión, Montaner, que ha llegado a ser popular como comentarista, se queda en verdad corto cuando pretende ser analista.
Es perfectamente normal y aceptable que un comentarista exponga sus esperanzas, suposiciones y temores, pero del analista se espera más bien que sea capaz de hacerlos a un lado. Es válido que el comentarista haga propaganda para su causa, pero del analista se espera que brinde una explicación bien fundamentada sobre una realidad, indiferentemente si esa realidad le gusta o no.
La reflexión viene al caso porque, aunque leo con interés desde hace años sus columnas en la prensa, quedé francamente defraudado por su libro Para un continente imaginario, publicado por la Editorial Libro Libre, en 1985. La publicación, en todo caso, no se trata de un estudio que fuera concebido y desarrollado como una obra de conjunto, sino que es, más bien, una recopilación de artículos y conferencias que datan de diferentes épocas.
El libro está dividido en tres secciones. La primera, sobre América Latina, la segunda, sobre Centroamérica y la tercera sobre Cuba. En los tres apartados salta a la vista que la opinión de Montaner no es más que una apreciación personal y superficial, que no está basada en un estudio metódico y profundo de los hechos ni de las ideas sino, simplemente, en sus propios prejuicios y suposiciones.
Para empezar, no se puede escribir sobre una sociedad partiendo del menosprecio. América Latina ha tenido su historia particular que debe ser estudiada y comprendida tal. y como fue.  Montaner, con verdadera insistencia, se lamenta que América Latina sea tan diferente a Europa y a los Estados Unidos y, también de manera insistente, plantea que los países latinoamericanos, más que desarrollar soluciones a sus propios problemas, deben imitar el modelo de sociedad norteamericano o europeo. Los países latinoamericanos, según él, no son más que sociedades inmaduras que requieren que otras sociedades, más desarrolladas y exitosas, les señalen el camino a seguir.
Esta visión colonialista llega rozar extremos de verdadero racismo. Los comentarios que hace sobre los pueblos indígenas, en contraposición a lo que llama "la cultura europea", parecieran sugerir que tanto la pobreza como la riqueza está determinada por los genes. Repite prejuicios, tan comunes como poco fundamentados, como que América Latina es capaz de producir artistas, pero no es terreno propicio para que se desarrolle la ciencia ni la técnica. Su "continente imaginario" al que hace alusión en el título, es uno guiado por "la razón y el sentido común" que, según él, han estado ausentes de la historia latinoamericana.
Si, en su mundo de fantasía, espera que un buen día los latinoamericanos amanezcan convertidos en blancos sin sangre indígena que decidan de pronto olvidar su historia y tradiciones y adaptar su sociedad a imagen y semejanza de Estados Unidos, definitivamente está delirando. Al plantear esa propuesta como algo posible y hasta deseable, Montaner es un propagandista más que un analista y no hace más que evidenciar sus prejuicios.
Su visión histórica es, no solo superficial, sino también, en muchos aspectos, abiertamente errónea. Las inexactitudes históricas de este libro, que elevan habladurías a la categoría de hechos, son tan frecuentes que resultan innumerables. Las afirmaciones que hace en este libro sobre los presidentes de Estados Unidos James Folk y Theodore Rossevelt parecen sacadas de folletines humorísticos y poco serios y no corresponden, en absoluto, con la figura, el pensamiento y el actuar de los aludidos.
Cada vez que Montaner hace una mención histórica, queda en evidencia que no tiene la más mínima idea del contexto.
Precisamente por su escaso conocimiento histórico, con frencuencia Montaner se deja llevar por sus temores. Escrito a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando aún existía la Unión Soviética, el libro es un buen ejemplo de la paranoia que imperó durante la Guerra Fría. Al referirse a la realidad centromericana, una vez más Montaner comete el grave error de pretender explicar algo que no comprende y acaba reduciéndo toda la situación a un choque de fuerzas ideológicas manejadas desde fuera.  Para Montaner, lo que ocurría en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala y Costa Rica no era más que el reflejo de la confrontación de la influencia norteamericana con la influencia soviética. Esta interpretación, además de simplista, es errónea. El complejo escenario político de cada uno de los países centroamericanos durante los años ochentas, respondía a circunstancias más locales que globales.
Montaner escribe sobre América Latina con menosprecio, sobre Centroamérica con desinformación y sobre Cuba con resentimiento. Su explicación sobre la caída de Fulgencio Batista y la entronización de Fidel Castro, es más terrorífica que exacta. La advertencia de las páginas finales, escrita en un tono verdaderamente alarmista, sobre el peligro inminente de que Cuba esté "al acecho" de Puerto Rico es, por decir lo menos, desmesurada.
Carlos Alberto Montaner es un propagandista más que un analista. Un narrador más que un pensador. Ha llegado a ser altamente popular como columnista porque al comentar la realidad suelta frases ingeniosas y se luce con su buen humor pero su superficial conocimiento histórico y su inclinación a dejarse vencer por el pánico, lo convierten en un comediante que no debe ser tomado en serio.
INSC: 1867
Carlos Alberto Montaner.


lunes, 2 de marzo de 2020

Escarceos literarios de don Víctor Guardia Quirós.

A mi amigo Tomás Guardia Yglesias, nieto de don Víctor.

Escarceos Literarios.
Víctor Guardia Quirós.
Imprenta Borrasé, San José, Costa Rica. 1938
Los abogados pasan la mayor parte de su tiempo leyendo y escribiendo. Sin embargo, no por eso se les considera grandes lectores ni, mucho menos, grandes escritores. Muchos de ellos, después de pasar todo el día leyendo notificaciones y expedientes, no están dispuestos a leer ni una página más en sus ratos de ocio. Tras haber redactado apelaciones, escrituras, actas y contratos, no les queda energía ni paciencia para escribir un poema, un cuento o una reflexión sobre  alguno de los tantos aspectos de la vida.
Los libros que publican los abogados, generalmente son de interés exclusivo para los colegas, aunque siempre hay honrosas excepciones. Don Víctor Guardia Quirós (1873-1959), cuyo nombre aparece de manera fugaz pero constante en los libros de historia de Costa Rica es una de ellas. Hijo del General Víctor Guardia Gutiérrez y de doña Esmeralda Quirós Morales, cursó sus estudios de Derecho en La Sorbona, donde se graduó en 1897. Fue muy activo en el ejercicio de su profesión y, además de los numerosos e importantes clientes que atendía en su bufete, tuvo una brillante carrera de servicio público. Magistrado desde 1908, llegó a ser Presidente de la Corte Suprema de Justicia, cargo al que renunció, podría decirse que de manera ejemplar y hasta heroica, cuando sus compañeros magistrados, presionados por el poder ejecutivo, se echaron atrás en un recurso de Habeas Corpus que ya habían votado favorablemente. En el primer gobierno de Don Cleto González Víquez, don Víctor fue subsecretario de Relaciones Exteriores. También fue electo diputado, pero estuvo en el cargo solamente durante unos pocos meses. Ocupó su curul en mayo de 1916 pero, en enero del año siguiente, por el golpe de Estado de Federico Tinoco, el Congreso del que formaba parte se desintegró.
Tanto su padre, don Víctor Guardia Gutiérrez, como su célebre tío, el General Tomás Guardia Gutiérrez, participaron como oficiales en la Campaña Nacional contra los filibusteros de William Walker. Muchos años después, en 1921, cuando parecía que iba a estallar una guerra entre Costa Rica y Panamá, a don Victor Guardia Quirós también le tocó empuñar las armas y movilizarse hasta la frontera, pero al final no fue necesario que entrara en combate ya que el asunto se resolvió por las buenas.
Publicó varios tratados de Derecho y numerosos ensayos especializados. Hombre de amplia cultura gran lector de filosofía y obras literarias, ejerció también el periodismo. Inevitablemente afrancesado por su años de estudiante en París, su prosa fue en algún momento comparada con la de Renán, por su elegancia, y con la Voltaire, por su ironía. Desde 1912, además de editoriales y reportajes, publicaba cuentos, reseñas, reflexiones y hasta poemas en La República, periódico que dirigía. En 1951, ingresó a la Academia Costarricense de la Lengua.
Las referencias que tenía de don Víctor eran principalmente como abogado. Algunas personas mayores que lo recordaban, me lo describían como un señor severo que, cuando resultaba apropiado y oportuno, era capaz de sorprender con su ingenio chispeante y su humor afilado. Sin embargo, no había tenido oportunidad de leer ni una sola de sus creaciones literarias que, como dije, fueron publicadas de manera dispersa en el periódico. Por eso, casi salté de alegría cuando mi amigo Tomás Guardia Yglesias, sin darle mayor importancia al asunto me dijo: "¿Te gusta leer? Tomá, te regalo un libro que escribió mi abuelo."  Y puso en mis manos un ejemplar de Escarceos literarios, publicado en 1938.
La estampilla de Nicaragua, de 1937, en que aparece parte de
costa de Honduras como territorio en disputa.
El libro tiene su historia. En 1937, el primer año que Anastasio Somoza era presidente, Nicaragua publicó una estampilla con el mapa del país en que aparecía, como parte de su territorio, un sector de la costa caribeña que, según un laudo de Alfonso XIII en 1906, pertenecía a Honduras.
Las protestas de Honduras fueron airadas y la tal estampilla, que estuvo a punto de provocar una guerra, desató una intensa polémica de Derecho Internacional. Don Víctor Guardia Quirós metió la cuchara y publicó un artículo, que fue reproducido por periódicos de Managua y Tegucigalpa, en el que le daba la razón a Honduras. El Dr. Pedro Joaquín Chamorro Zelaya le respondió con argumentos en favor del reclamo territorial de Nicaragua, que consideraba que la zona incluida en el mapa estaba aún en disputa. Don Víctor Guardia Quirós, en la réplica al Dr. Chamorro, le señaló los errores en que incurría, aportó nuevos datos y argumentos y dejó bien claro que Honduras tenía toda la razón en su reclamo.
Por su intervención, don Víctor se vio convertido, de repente, en algo así como un héroe nacional hondureño. El Presidente de Honduras, Tiburcio Carías, le envió una emotiva carta de agradecimiento, el Colegio de Abogados de Honduras lo nombró miembro honorario, la prensa hondureña publicó elogios a la contundente retórica de don Víctor y el público de aquel país quiso tener compilada en un solo tomo sus intervenciones en la polémica, así como conocer algo más de su creación literaria. De hecho, el libro, editado en Costa Rica por la imprenta Borrasé y prologado por Moisés Vincenzi, tiene impreso en la parte de atrás el precio de venta al público: tres colones, en Costa Rica, y un lempira y medio, en Honduras.
Además de la reproducción de los artículos sobre el conflicto limítrofe, que aparecen en el inicio del libro, se reproduce cierta correspondencia con Joaquín Vargas Coto y Víctor Raúl Haya de la Torre y se incluyen también una pequeña selección de las creaciones literarias que don Víctor publicaba en la prensa. El cuento Los sabaneros es una hermosa estampa guanacasteca en que don Víctor recuerda la camaradería y buen humor que imperaba entre quienes arriaban ganado por el lado de Bagaces. Cuando los acompañaba a caballo bajo el sol en medio de las reses, era apenas un muchachito joven del valle central, por lo que aquellos curtidos jinetes lo llamaban cariñosamente "Cartaguito".
Víctor Guardia Quirós.
(1873-1959)
Aunque no era un hombre particularmente religioso, sí tenía una profunda sensibilidad espiritual y su poema "Oración profana" es una larga letanía de los santos, en que se refiere, entre otros, a Santa Teresa de Avila, Santa María Magdalena, San Francisco de Asís y, muy emotivamente, a Santa Teresita del Niño Jesús, la joven y bella monjita de clausura francesa, que murió el mismo año que él se graduó de abogado y de la que era, si no devoto, al menos gran admirador.
Llenos de belleza y sabiduría son los versos que dedica al Delta del Reventazón, y profundamente emotivo es el largo poema "Amable simbolismo" dedicado a la memoria doña Zoila Guardia Tinoco, que murió a los treinta y cinco años de edad y dejó al partir siete hijos pequeños. Doña Zoila era hija de Rudecindo Guardia Solórzano, hijo del General Tomás Guardia y, por tanto, primo hermano de don Víctor. Además, doña Zoila era la esposa de don Arturo Volio Jiménez, quien era el gran amigo de don Víctor. Su amistad era tan estrecha, que don Víctor fue el padrino de don Claudio Volio Guardia, hijo de don Arturo, y don Arturo fue el padrino de Gastón Guardia Uribe, hijo de don Víctor. La muerte de doña Zoila sin lugar a dudas fue un hecho muy doloroso para sus familiares pero, en el poema que escribió como tributo, don Víctor se refiere a la placidez con que las aguas pasan de estero al golfo y del golfo al océano, en un tránsito natural, sereno e inevitable.
El texto que cierra el libro, dedicado a la vejez, fue escrito cuando el autor tenía apenas cuarenta y un años y, desde esa edad tan temprana, acepta con calma que llegará un día en que las cosas ya no serán como eran antes pero, a fin de cuentas, la transformación no implicará necesariamente una pérdida.
Víctor Guardia Quirós no se atrevió a llamarse escritor y tituló su libro "Escarceos Literarios" como si sus escritos fueran apenas una tentativa preliminar. Creía, y así lo manifiesta en su libro, que la creación literaria es mucho más que una manera de disfrutar el ocio. Para él, cultivar la poesía y la narrativa es algo así como un sacerdocio y el hombre de letras, al compartir sus preocupaciones, penas y alegrías, de alguna manera se convierte en oráculo para el pueblo al que le escribe. En vista que tenía un concepto tan elevado de la literatura y los escritores, es comprensible que haya considerado sus creaciones simples escarceos. Sin embargo, tras leer el libro, me entró la sospecha de que, quizá, don Víctor haya más bien puesto en el título un significado oculto. El fluir del agua, en los ríos, las pozas y el mar, es una imagen a la que él recurre con mucha frecuencia. Un escarceo es un intento preliminar, es cierto, pero se llaman escarceos también a las pequeñas olas que se forman en la superficie del agua cuando hay corrientes debajo. Más que intentos preliminares, las páginas literarias que escribió don Víctor podrían considerarse leves ondulaciones que responden a una fuerza interior intensa, pero oculta. En todo caso, ambas interpretaciones del título reflejan una gran modestia.
Como abogado, juez, magistrado, profesor de Derecho y jurista, don Víctor Guardia Quirós debió de haber escrito y leído miles de páginas a lo largo de su carrera. Afortundamente, tuvo la energía, la voluntad y la paciencia para escribir también reflexiones, relatos y poemas. En sus alegatos y sentencias quedó constancia de su profunda preparación y riguroso análisis. En sus escritos literarios, se aprecia su faceta más emocional y profundamente humana: su sensibilidad artística, su pensamiento, su espiritualidad y su amor por la naturaleza.
INSC: 2777
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