viernes, 31 de julio de 2020

Biografía polaca del joven Karol Wojtyla.

Juan Pablo II. George Blazynski.
Cuarta edición en español.
Lasser Press. México. 1983
La gran mayoría de las biografías del papa Juan Pablo II que se han escrito hasta ahora y, muy probablemente, todas las que se escriban en el futuro, están y estarán concentradas en reseñar y analizar su largo pontificado de más de veinteséis años. Admirado por unos y criticado por otros, el papa polaco llegó a ser conocido mundialmente a partir de su elección como Pontífice Romano y será recordado por su desempeño en ese cargo.  Pero Karol Wojtyla fue papa solamente en las últimas décadas de su vida y pocos de los que se ocupan de su figura suelen prestarle mayor atención al hombre detrás del personaje, a sus raíces y las circunstancias en que nació, creció y se formó.
En este sentido, encontré particularmente valiosa y muy interesante la información que brinda el autor polaco George Blazynski en su libro titulado Juan Pablo II, cuya primera edición fue publicada en 1979, apenas un año después de la elección de Wojtyla como papa. En ese momento no había aún mucho que decir sobre su pontificado, que apenas iniciaba, de manera que la mayor parte del libro se ocupa precisamente en reseñar las primeras etapas de la vida del biografiado con el fin de mostrar quién era y de dónde venía este personaje que, por entonces, aún era un desconocido.
La narración es amena y fluida aunque, en la edición que tengo, publicada en México en 1983 por Lasser Press, la traducción tiene algunos tropiezos (verdaderamente pocos, a decir verdad), que supongo se deben a conceptos polacos a los que resultaba difícil encontrarle un equivalente en español. Otro detalle que llamó la atención fue que gran parte de las personas entrevistadas eran citadas como el Sr. M, la señora S, o el padre F. Por alguna razón, el autor o los propios entrevistados, consideraron conveniente que esas personas, que vivían en Polonia, gobernada entonces por un régimen comunista que era bastante policiaco, no fueran identificables a pesar de que sus declaraciones no tuvieran nada de políticas y fueran puramente anecdóticas.  
De hecho, una de las afirmaciones más repetidas en el momento de la elección de Wojtyla era que venía de un país comunista en que la Iglesia era perseguida. Al brindar coordenadas históricas y nacionales, el propio autor aclara que esa afirmación no es del todo exacta. En Polonia, a finales de la década de los setenta, de treinta y cuatro millones de habitantes, más de treinta y tres millones se declaraban católicos, estaban bautizados y frecuentaban la catequesis y los sacramentos. Dentro de esa apabullante mayoría estaban, irónicamente, hasta los propios cuadros, dirigentes y funcionarios del Partido Comunista. Los polacos estaban convencidos de que el sistema comunista era algo impuesto desde afuera y, por ello, consideraban que quienes desempeñaban cargos en el gobierno o en el partido comunista local, eran en el fondo patriotas que hacían lo mejor que podían dentro de las circunstancias existentes. Aunque hasta el propio Cardenal Primado Stefan Wyszynski, así como muchos otros sacerdotes incómodos, fueron arrestados y pasaron temporadas como prisioneros, lo cierto es que las autoridades eclesiásticas, con el propio Wyszynski a la cabeza, también hacían lo que podían dentro de las circunstancias existentes. Más que confrontación, entre la Iglesia y el Estado polaco existía un permanente estado de negociación en que cada parte calculaba en qué puntos podía ceder, hasta dónde y en qué momento. Esas negociaciones dieron sus frutos. En Polonia cada diócesis tenía su propio seminario, los aspirantes al sacerdocio eran tantos que muchos candidatos no eran admitidos, la Iglesia tenía editoriales, medios de comunicación y, como la cereza del pastel, la Universidad de Lublin, tenía la peculiaridad de ser la única universidad católica del mundo que funcionaba normalmente dentro del bloque comunista.
La explicación de este extraño fenómeno se encuentra en la historia. Como es sabido la II Guerra Mundial empezó con Polonia ocupada por la Alemania de Adolfo Hitler y terminó con Polonia ocupada por la Unión Soviética de Josef Stalin. Y si nos vamos más para atrás, vemos que durante siglos Polonia ha sufrido, alternativamente, el ataque del este y el ataque del oeste. Las fronteras polacas se han movido por las incursiones de los vecinos y hasta hubo épocas en que el país simplemente desapareció del mapa, al ser anexado a otras potencias. Buena parte de la identidad nacional polaca radica, precisamente, en su catolicismo, frente a los rusos, que son ortodoxos, y los alemanes, que son protestantes. Como el país no se vio sacudido ni por la Reforma ni por la Ilustración, desde tiempos medievales, los obispos polacos, además de pastores religiosos, han sido considerados por el pueblo como líderes sociales, sea cual sea el régimen político imperante.
Por cierto, una de las críticas que se le han hecho a Juan Pablo II es que en ocasiones parecía no comprender, como Pastor Universal, que la Iglesia, en distintas partes del mundo, Africa, Asia, América Latina, los Estados Unidos, los distintos países de Europa e, incluso, la misma Italia, a nivel social e histórico se había desarrollado de manera muy distinta a la de su Polonia natal, por lo que obispos, clero y fieles (incluyendo los más apegados al Magisterio) se movían dentro de una dinámica que a él, con frecuencia, le resultaba difícil de aceptar.
Karol Wojtyla junto a su padre, que se llamaba también Karol Wojtyla.
Pero no nos distraigamos con el Papa y concentrémonos en el hombre. Karol Josef Woytila nació en 1920, apenas dos años después de que Polonia, tras la Primera Guerra Mundial, volviera a aparecer como Estado independiente y soberano en el mapa de Europa. Fue parte entonces de la primera generación de niños nacidos con nacionalidad polaca en más de siglo y medio. Su padre, que también se llamaba Karol, era un capitán del ejército austrohúngaro que se había retirado con una pensión bastante baja, por lo que mantenía la familia con cierta estrechez económica. El abuelo paterno, Maciej Wojtyla, trabajaba como sastre en una aldea rural.  Su madre, Emilia Kaczorowska, era de Silesia, por lo que desde que aprendió a hablar pudo hacerlo en tres idiomas: polaco, alemán y checo. Aunque el pequeño Karol nació en una remota aldea de apenas quince mil habitantes donde todos hablaban polaco, su madre le hablaba mayormente en alemán y a veces también en checo, por lo que el niño, al igual que ella, creció hablando varios idiomas. Por ser políglota de nacimiento y por herencia, en la escuela secundaria, destacó en las clases, que eran verdaderamente difíciles para otros, de latín y griego clásico. Antes de cumplir los veinte años ya hablaba francés. Fascinado por los textos de San Juan de la Cruz, aprendió español. Recién ordenado sacerdote fue enviado a estudiar a Roma donde aprendió italiano. Pronto llegó a dominar también el inglés, el holandés y el portugués y, como era aficionado a las obras literarias, históricas y filosóficas, por su facilidad para los idiomas, desde joven tuvo oportunidad de leer los libros que le interesaban en la lengua original en que fueron escritos.
Su conducta juvenil, sin embargo, no era la del típico ratón de biblioteca. Como fue electo papa a los cincuenta y ocho años de edad, el autor del libro tuvo oportunidad de entrevistar a numerosos amigos, vecinos y compañeros de escuela, quienes lo recordaban como un muchacho alegre que cantaba bien, bailaba bien, tenía gracia para contar chistes, le gustaba ir de excursión y acampar en las montañas, era bueno nadando y remando, cuando jugaba futbol lo hacía como portero y era en verdad difícil meterle un gol y, como si fuera la cosa más normal del mundo, organizaba con sus amigos paseos de ciento cuarenta kilómetros en bicicleta. Tanto él como sus amigos eran pobres, pero se las arreglaban para divertirse. Por ejemplo, jugaban hockey con cualquier pelota, empujándola con la escoba que cada uno había tomado prestada de la casa.
Aunque ya era Papa, todos los entrevistados se referían a él como Lolek, el diminutivo de su nombre. Karol es Carlos en polaco, por lo que Lolek sería Carlitos. 
La casa donde nació Karol Wojtyla, hoy convertida en un museo en su memoria, es una mansión de varios pisos. Naturalmente, una residencia así estaba fuera del alcance de los recursos de un capitán retirado con una pensión mínima. En realidad, la construcción era un edificio de apartamentos en que numerosas familias alquilaban cuartos estrechos, mal ventilados y mal iluminados, muchos de los cuales no contaban ni siquiera con cañería y los habitantes debían traer el agua en baldes desde una pila común que había en el patio.
La madre de Karol murió cuando él tenía nueve años. Su único hermano, Edmundo, murió cuatro años después. Al quedarse solos padre e hijo, se trasladaron a vivir a la cercana ciudad de Cracovia, donde alquilaron una habitación en un sótano. El lugar era tan oscuro y estrecho que los vecinos lo llamaban "Las catacumbas". Al principio, el padre limpiaba, lavaba y cocinaba para que el hijo se dedicara a sus estudios, pero el señor enfermó y debió quedarse en cama. Por ese tiempo, Karol trabajaba en una cantera picando piedras con mazo y, al cobrar el sueldo, iba al mercado a comprar comida, pero debía recurrir a familias amigas, o a sus primas que vivían en el piso de arriba, para que le cocinaran lo que había conseguido y después poder llevárselo a su papá. Una tarde que fue a dejarle la cena, lo encontró muerto. Con apenas veinte años de edad, ya había perdido a toda su familia más cercana. De parientes, solamente le quedaban su tía Estefanía (hermana de su padre), con quien pasaba la Navidad y la Pascua, así como algunas primas. Una de ellas, María Wisdrowska, era su madrina. La señora aún vivía cuando su ahijado se convirtió en Papa y le parecía increíble que aquel niño recién nacido que ella había sostenido en sus brazos cuando recibía el agua del Bautismo se hubiera convertido en pastor universal de la Iglesia.
Karol Wojtyla en la Legión Académica, servicio militar
que debía cumplirse para entrar a la universidad.
El libro aclara dos puntos importantes. Hay una fotografía en que Karol Wojtyla aparece con uniforme, alineado con otros soldados. La imagen se ha prestado para interpretaciones erróneas y algunos han supuesto que el futuro Papa participó en la defensa de Polonia ante la ocuapción nazi. En realidad la foto es anterior al inicio de la guerra y se trata de lo que se llamaba "La legión académica", un breve servicio militar que debían prestar los estudiantes antes de ser admitidos a la universidad. El segundo punto es la razón por la que Karol trabajó, primero como peón en una cantera y luego como obrero en una fábrica de productos químicos. Además de la necesidad económica, ya que la devaluada y ya de por sí baja pensión del padre apenas daba para cubrir lo más elemental, en la Polonia ocupada por los nazis, si una patrulla alemana detenía en la calle a un hombre joven que no tuviera un trabajo fijo, corría el riesgo de que lo arrestaran y lo enviaran a un centro de trabajos forzados en condición de esclavo. El temible campo de concentración de Auschwitz era la opción más cercana. 
Cuando entró a la universidad, Karol, que era gran lector y hablaba ya varios idiomas, eligió la carrera de Filología polaca. Las clases del profesor Urbanczyk, gran autoridad en lingüística y literatura, eran muy exigentes y ponían a los estudiantes a sudar frío en cada examen oral. Karol admiraba la erudición del profesor pero no estaba de acuerdo con su método. En la Facultad de letras, entabló una gran amistad con un compañero de su misma edad, Juliusz Kydrynski, quien llegaría a convertirse en un escritor muy popular en Polonia. Poco después de la guerra, Kydrynski publicó una novela autobiográfica titulada Tapima, en que su amigo Karol aparece como personaje. El Karol de la novela es un joven alegre y optimista que trabaja en una cantera volando mazo y llevando piedras en carretillo.  
A diferencia de su amigo Kydrynski, Karol no escribía narrativa, sino poesía. Hay un poema juvenil suyo sobre las manos callosas y agrietadas de un peón que resulta en verdad conmovedor, entre otras cosas por el hecho de que el poema no tiene nada de pose artificial ni visión idílica, sino que en realidad fue escrito por Wojtyla con sus manos callosas y agrietadas de trabajador.
Desde que estaba en la primaria, además, Wojtyla era actor de teatro y, en su época de estudiante universitario llegó también a escribir obras dramáticas. En 1940, durante la ocupación nazi, se integró a un grupo llamado Rhapsody, que organizaba veladas para representar obras clásicas de la literatura polaca. Las funciones, que eran clandestinas, se realizaban en recintos pequeños y, en vista de que no contaban con escenografía, utilería, vestuario y ni siquiera espacio para moverse, se hacían solamente recitadas. Lo que se quería presentar, en todo caso, era el texto.
Karol Wojtyla en sus tiempos de obrero.
Después de la guerra, Wojtyla publicó sus poemas, obras teatrales, así como artículos de opinión y crítica literaria con el pseudónimo de Andrzej Jawien. No los publicaba con su nombre porque, como ya para entonces era sacerdote, no le parecía apropiado que sus feligreses se enteraran que su párroco dedicaba parte de su tiempo a escribir y comentar literatura, sobre todo por el hecho de que los más beatos de su comunidad le recriminaban sus constantes salidas al cine y al teatro.
Políglota, lector voraz y de intereses muy amplios, aficionado a las películas, los conciertos y las representaciones escénicas, Wojtyla, curiosamente, nunca tuvo radio ni televisor, porque consideraba que esos aparatos solamente servían para perder el tiempo.
Era muy sociable, le gustaba conversar con todo el mundo. Disfrutaba conocer gente nueva y no perdía el contacto con amigos de otros tiempos. Su mejor amigo de la infancia, Kluger, a quien visitaba todos los días, era judío hijo de rabino. Tenía amigos de barrio, de escuela, de deporte, de literatura, de teatro, de filología, de excursiones y estaba pendiente que ninguno se le desapareciera por mucho tiempo. Todos los años se reunía con sus compañeros de escuela primaria y, cuando fue nombrado obispo y, posteriormente, cardenal, la cita anual se celebraba en el Palacio Episcopal. Nunca olvidaba una cara ni un nombre y, cuando conocía a alguien se interesaba por saber detalles de su vida. En su afán de mantenerse al tanto de la andanzas de todas las personas que conocía, a veces se ponía demasiado preguntón y sus amigos de más confianza, para detener el interrogatorio, le hacían ver, en su propia cara, que uno de sus principales defectos era que le gustaba mucho el chismorreo.
Todos los que lo trataban sabían que Karol era creyente, que iba a Misa, que se detenía todos los días un momento en una iglesia para orar, pero ninguno creyó nunca que tuviera intenciones de ordenarse sacerdote. Con lo hablantín que era, se mostraba muy reservado con su espiritualidad, que procuraba mantener en privado, casi en secreto. En lo religioso, su gran guía y mentor no fue un cura sino un laico, Jan Tyranowski, un hombre viejo, pobre y sin estudios, que vivía solo, trabajaba de sastre y reparaba zapatos, con quien se reunía para rezar el rosario y compartir devociones. El estudiante brillante, el gran intelectual lector de filosofía, el erudito que dominaba más de media docena de idiomas, consideraba que aquel anciano analfabeto que vivía en la miseria era quien le mostraba la verdad de la fe y quien realmente lo acercaba a Cristo. El primer artículo publicado de Wojtyla, titulado "El apóstol" fue escrito en memoria de Tyranowski.
Nadie sabía que Wojtyla había tomado la decisión de ser sacerdote. Por el día trabajaba en la fábrica, vivía solo en un cuarto alquilado y los estudios eclesiásticos los realizaba a escondidas, en citas clandestinas con los formadores, que apenas daban tiempo para recibir textos, entregar la tarea y compartir unas cuantas palabras. El 6 de agosto de 1944, cuando ya los nazis la estaban viendo fea en todos los frentes, las patrullas de la Gestapo y de las SS se tiraron a las calles de Cracovia y, con sus ametralladoras, realizaron una matanza en la que solamente les perdonaron la vida a las mujeres, los niños y los ancianos. Los cadáveres de todos los hombres adultos que encontraron a su paso quedaron tendidos en la calle. Por si hechos como los de ese día, que fue conocido como Domingo Negro, llegaran a repetirse, el Arzobispo Adam Sapieha dispuso que todos los jóvenes que de manera secreta se preparaban para el sacerdocio, se trasladaran a vivir en el Palacio Episcopal.
Karol Wojtyla desapareció de la fábrica y del cuarto que alquilaba. En noviembre de 1946 fue ordenado sacerdote. Tuvo la intención de ingresar a la orden carmelita, pero el Arzobispo Sapieha tenía otros planes. Lo envió a Roma a sacar un doctorado y lo que vino luego ya es conocido. Fue profesor universitario, obispo, arzobispo, cardenal y finalmente, fue electo papa con el nombre de Juan Pablo II.
La imagen que ha quedado de él es la de un anciano que fue en vida, y sigue siendo tras su muerte, objeto de discusiones y controversias. Pero quienes se ocupan de él, hablan de Juan Pablo II, el papa, y no de Karol Wojtyla, el joven lector, deportista, dramaturgo, poeta, actor y políglota que nació y creció en la pobreza y que a los veinte años ya había perdido a su familia inmediata. Si no hubiera sido electo papa y, es más, incluso si no se hubiera ordenado sacerdote, tal vez no habría llegado a ser conocido más allá de Cracovia pero, en todo caso, seguiría siendo un personaje interesante.
INSC: 0175
Karol Wojtyla en una de sus habituales excursiones.

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