martes, 27 de octubre de 2015

El domador de pulgas de Max Jiménez.

El domador de pulgas. Max Jiménez.
Editorial Costa Rica. 1999.
Otros domadores alquilaban brazos para alimentar a sus pulgas, pero al de esta historia le parecía una traición darle a sus pulgas otra sangre que no fuera la suya. Su brazo lleno de piquetes era la verdadera encarnación del amor que sentía por sus animales.
Un buen día decidió no exhibirlas más en el pequeño circo en que las ponía a tirar de una diminuta carreta o caminar por la cuerda floja. Prefirió dejarlas en libertad, dentro de su cuarto miserable, para que ellas hicieran con sus vidas lo que quisieran. El domador les daba su sangre, pero no sus palabras, y se limitó a observarlas sin intervenir en sus decisiones. Las pulgas se reprodujeron y la población llegó a ser numerosa. La comunidad se volvió compleja y cada pulga, a nivel individual, tomó su camino propio.
El domador se dio cuenta de que lo que hace falta en la vida es solo un impulso inicial. Sus pulgas dejaron de ser animalitos saltones y poco a poco fueron separándose en grandes masas, pequeños círculos y hasta pulgas solitarias. Cada pulga empezó a hacerse distinta a las otras. Los animales de la misma especie son difíciles de distinguir, pero llegó el momento en que no había una pulga igual a otra.
Por sus diferencias tan marcadas, empezaron a haber riñas, asesinatos y disputas de honor. Para el domador fue terrible darse cuenta de los actos de violencia que ocurrían en la comunidad de sus amadas criaturas, pero confió en que ellas mismas serían capaces de encontrar la solución a sus problemas. Por iniciativa propia, las pulgas crearon leyes, tribunales y presidios.
En la sociedad de las pulgas, algunas empezaron a destacarse por su talento, mientras que otras se degradaban por sus vicios. La pulga filósofa, por ejemplo, ocupaba su tiempo en reflexionar sobre asuntos profundos y elevados. Su vida era regida por la razón, las ideas y los principios. Solamente se comportaba como animal a la hora de aparearse, como si perdiera la gravedad de su pensamiento al quitarse los pantalones y solo fuera de capaz de recobrarla al recogerla de donde, al igual que los pantalones, la había dejado tirada al descuido.
Pulga artista, por su parte, agobiada desde su niñez por su absoluta conciencia, tenía una vida dolorosa. En todas partes y a cada momento se encontraba con un NO en mayúscula que, a fuerza de repetirse, y por la redondez de la O, acabó convirtiéndose en su mundo. Cada fracaso en el arte era un peldaño firme y eterno para desarrollar su inevitable impulso creativo. Solo quien tiene una gran fortaleza puede alcanzar lo sublime tras una larga cadena de fracasos. Había pulgas medio artistas, que se amoldaban a lo que fuera con tal de no complicarse la vida, pero la pulga verdaderamente artista se levantaba con fuerza como las olas del mar, sin importarle que cada arremetida acabara convertida en espuma.
Las pulgas se entretenían chismeando sobre los defectos de las otras. Cualquier desliz poco virtuoso era comentado con saña y entusiasmo. A la que no había caído, pero se balanceaba en la cuerda floja, las pulgas chismosas la empujaban con la lengua. Elogiaban a la pulgas virtuosas, pero no las respetaban 
La pulga buena era la peor de todas. Era imbécil, inútil, fastidiosa, aguafiestas y un estorbo para la comunidad, pero cada vez alguien se atrevía a mencionarlo, lo callaban de inmediato: "No digás eso, ¿no ves que es muy buena?" Y se le perdonaba estupidez tras estupidez, error tras error, solamente porque era muy buena. Las pulgas principales llegaron a convencerse que la lástima que inspiraba la palabrita "buena", era una alcahuetería que acabaría creando, a la larga, una sarta de inútiles. Inútiles de vida impecable, pero inútiles al fin y al cabo. Ser capaz de mostrar una vida intachable era, en la comunidad de las pulgas, el síntoma más evidente de absoluta ineptitud.
La pulga rey lo tenía bien claro y, por ello, procuraba destacarse por sus defectos que, al alcanzar límites verdaderamente fuera de lo común, acaban generando admiración entre las pulgas plebeyas. La pulga dictador, eliminaba sin clemencia a las pulgas peligrosas y, por sus grandes logros en esa delicada materia, era vitoreada por la multitud cada vez que se asomaba al balcón. La pulga lírica, que escribía poemas tan sublimes que nadie era capaz de apreciar en su verdadero valor, pese a ser incomprendida por las pulgas profanas, era severa e implacable a la hora de juzgar las creaciones de otras pulgas líricas.
Aunque la gran mayoría de las pulgas eran ordinarias y había entre ellas muchas definitivamente tontas, torpes y hasta dementes, llegaron a considerarse seres superiores cuya vanidad debía extenderse incluso más allá de su muerte. Muchas se hicieron aficionadas a las sesiones espiritistas para comunicarse con las pulgas del más allá. La pulga medium era una farsante. Una vez una pulguita joven le preguntó si podía ver cómo se encontraba su papá. La pulga medium, en medio del trance, le informó que su papá estaba muy bien porque había entrado al cielo. "¿Cómo? ¿Ha muerto?", exclamó asustada la pulguita, "Si antes de venir aquí lo dejé en la casa con un ligero dolor de cabeza". La pulga medium, sin inmutarse y con tono solemne le respondió: "Te he revelado una verdad muy delicada: tu verdadero padre está en el cielo."
La creación es una forma de rebelarse contra la muerte. El artista busca manifestarse, confirmar su vida dándosela a otros, por el temor de desaparecer completamente. Los libros tienen el sentido de almacenar vida, de salvar vida y quienes los escribieron no desearon otra cosa que continuar viviendo en sus páginas hasta el infinito.
El domador, que no escribía libros pero sí los leía, quiso perpetuar su vida a través de sus pulgas.  Ya no sabía cuántos años llevaba viviendo solamente para ellas. Su piel se había tornado de un color amarillento verdoso. Se había convertido en un espectro, en un cuento de vecindario. Se sabía que aún estaba vivo porque de vez en cuando se veía pasar una sombra a través de la ventana sucia llena de telarañas. 
El domador de pulgas, de Max Jiménez, es una novela con un final verdaderamente sorpresivo y lleno de simbolismos.
Quienes han comentado el libro, han repetido miles de veces, desde que se publicó la primera edición en 1935, que se trata de una alegoría de la sociedad y los caracteres humanos. Tal explicación, por evidente, resulta innecesaria, pero hay quienes no son capaces de resistir la tentación de recalcar lo obvio. No han faltado tampoco algunos que, aficionados al chisme arqueológico, sostienen que algunos episodios de la novela, como el del marido celoso que asesinó al amante de la pulga adúltera, están basados en hechos reales de personajes conocidos y prominentes de la época. Para ellos, la pulga rey es Alfonso XIII y la pulga dictador es Adolfo Hitler. Sobre la pulga buena, es decir, idiota, que llegó a ser presidente, no hay consenso acerca de quién pudo ser. 
Max Jiménez Huete. 1900-1947.
Es decir, mientras unos leen El domador de pulgas de manera superficial, limitándose a ver solamente lo que salta a la vista, otros miran con lupa hasta el más mínimo detalle en busca de claves históricas. Están también los que destacan la crítica social que plantea, así como su profundo contenido caricaturesco, estético, filosófico y hasta religioso.
El domador es una víctima que se inmola por las criaturas a las que ama. Una especie de Prometeo que le da el fuego de los dioses a los mortales. Las pulgas dejaron de ser animales y fueron convirtiéndose en seres humanos. Aunque chupan su sangre, no están agradecidas con el domador, más bien, en cuanto pueden confrontarlo, le reclaman lo que les hizo. Ellas eran felices y acabaron siendo desgraciadas. A la larga, como dice el propio Max en la primera página: "El destino es más fuerte que la voluntad."
Leer un libro de Max Jiménez es siempre una experiencia conmovedora y sorprendente. En un largo desfile de imágenes sugerentes, que se alternan de manera abrupta, en cada párrafo (casi en cada línea) se encuentra una frase contundente que golpea con fuerza y deja un eco como el de un martillazo sobre el yunque. 
¿Quién no ha sentido en el andar de las pulgas algo así como el andar de su conciencia?
Este libro, como todos los de Max, está lleno de angustia, de dolor y de soledad.
Don Paco Amighetti, quien fue su gran amigo, dejó escrito que Max tenía una extraordinaria lucidez que lo hacía reírse de todo lo que consideraba absurdo. Pero ese sentido del humor no lo puso en su obra. La risa, la alegría, y la frase ingeniosa en son de broma, las derrochó en sus tertulias. En sus libros dejó más bien su dolor y su drama, que fue volviéndose cada vez más amargo y más conciso. 
INSC: 1322

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