jueves, 26 de noviembre de 2015

Christopher Domínguez, crítico literario.

Servidumbre y grandeza de la vida
literaria. Christopher Domínguez.
Joaquín Mortiz. México. 1998
En Servidumbre y grandeza de la vida literaria, Christopher Domínguez sostiene que si la comunidad de escritores fuera un rebaño, el crítico no sería el pastor que lo guía sino el lobo que lo perturba. Aunque considera que lo ideal sería que la crítica fuera impune, comprende que quienes se sienten amenazados por el lobo están en todo su derecho de odiarlo, ponerle obstáculos para mantenerlo lejos e, incluso, hasta ir en su búsqueda para matarlo. Lo que no admite es que lo intenten domesticar porque, a un lobo, hay que dejarlo ser lobo.
En la literatura, como en la ganadería, los rebaños crecen y los lobos están en peligro de extinción. Hasta en la más remota comarca es posible encontrar escritores valiosos, pero es en verdad difícil encontrar actualmente un crítico literario de buen criterio y buena pluma. Las reseñas de libros en los medios de comunicación masiva, como lobos domesticados, se han convertido en instrumentos del marketing editorial. Los tediosos análisis, que más parecen disecciones de cadáveres, que realizan los académicos en las facultades de Letras, siempre a la sombra de la teoría de moda, no le interesan al público en general. De haber un lobo entre ellos, sus aullidos no se escucharían fuera del campus.
Christopher Domínguez apenas había salido de la adolescencia cuando su maestro, Hugo Castro Hiriart, le dijo: "En ti nació primero el impulso crítico antes que el impulso creador." Tal vez esas palabras le ayudaron a descubrir su vocación, ya que, en pocos años, Christopher llegó a convertirse en un insoslayable referente de la literatura mexicana, no por su única novela, William Pescador de 1997, sino por sus numerosas investigaciones, ensayos y artículos de crítica literaria. 
Hombre de verdadera cultura enciclopédica, lector voraz e incansable, dotado de una inteligencia privilegiada y una franqueza que no conoce límites, muy joven logró llegar a ser el lobo más temido (y más leído) del enorme, variopinto y sobrepoblado mundo de las letras en México.
Servidumbre y grandeza de la vida literaria es una antología que recoge una selección de sus artículos publicados previamente en revistas. Christopher, al referirse a las obras de sus contemporáneos, no tiene misericordia ni se anda por las ramas. 
Afirma que Carlos Monsivais no se merece el azucarado incienso de las buenas conciencias democráticas que ven en ese cronista la disculpa colectiva de su mediocridad y que Carlos Fuentes, que sufre de la más destructiva de las vanidades, no retribuye el esfuerzo que exige a sus lectores. Jose Emilio Pacheco, en su opinión, se convirtió en una bestia negra disfrazada de cordero cuyos lamentos aburren por reiterativos.
Al realismo sucio y la crítica terrorista que Guillermo Fadanelli ejercía al inicio de su carrera, la califica como "una pornografía tan anticuada como zonsa" y remata diciendo que, si su intención es escandalizar, está perdiendo el tiempo. A Samuel Ramos, lo llama uno de los prosistas más aburridos de nuestra literatura y confiesa que a Jorge Aguilar Mora, le profesa una admiración llena de dudas.
Ante el libro A la salud de la serpiente, de José Agustín, se pregunta: "¿Qué necesidad tenía de escribirlo?" ya que "si la Tragicomedia mexicana es triste, A la salud de la serpiente es patética: una novela tan indigesta como aburrida.
En el reparto de latigazos no se salvan ni Elena Poniatowska ni Leopoldo Zea
Ante los relatos urbanos, sobre seres marginales, rostros anónimos que se asoman en la multitud, en que se relatan los inalcanzables sueños de grandeza del pobre diablo, su reacción es violenta: "Dan ganas de quemar a Kafka, dada su perniciosa influencia entre los narradores mexicanos."
Más severo es aún con lo que llama "la retórica feminoide de los años ochenta", que inició con Arráncame la vida, de Ángeles Mastreta. Novelas rosas con sabor a chocolate, en las que la narradora "escribe  en primera persona gemebunda, remilgona, mostrando que la mujer alardea de su inferioridad para hacerse sitio en el mercado editorial". 
El propio Christopher admite que esa virulencia le ha ganado reputación de misógino, pero que él no cree que la buena literatura tenga sexo ni edad. "Desde hace tiempo dejé de creer que la juventud sea un dato relevante para apreciar a un nuevo autor", agrega.
A decir verdad, como crítico literario serio que es, Christopher no se concentra en los autores sino en los libros y, a pesar de la contundencia y la severidad de sus juicios, no hay en sus escritos ni un solo ataque personal. El autor, ya sea hombre o mujer, joven o viejo, famoso o desconocido, de la capital o de provincia, liberal, marxista o católico, amigo cercano o desconocido, no afecta la opinión que se forme sobre su obra. Ni siquiera le importa si está vivo o muerto.  Acerca de los elogios póstumos sostiene: "Alabar una obra porque su autor ha muerto es una de las más variadas formas de inmoralidad."
Se dice que para ser crítico literario no hace falta leer, sino haber leído. El crítico no es el juez que da el veredicto, ni el maestro que enseña, ni el guía que orienta, ni el evaluador que califica, ni el clasificador que pone la etiqueta. Es, ante todo, un lector que cuenta su experiencia y expresa su opinión. Si su opinión sobresalta, incomoda o molesta, es lo de menos. Siempre está abierta la posibilidad de ignorarla o discutirla.
Conscientes de que la unanimidad no es posible ni deseable, los críticos literarios, aunque procuran respaldar sus afirmaciones con argumentos y referencias, no suelen esforzarse mucho en resultar convincentes. Toda idea es capaz de generar una réplica y la presencia del lobo es lo que mantiene al rebaño en movimiento. La grandeza de la vida literaria es que el diálogo de los lectores con los escritores vivos y muertos sea cosa de todos los días.
Los críticos no hacen relaciones públicas, como desearían los autores, ni promocionan ventas, como quisieran las editoriales. Ni siquiera se supone que promuevan la lectura. El vicio de leer se contrae en la infancia o juventud, casi siempre de manera espontánea. 
Christopher fue más que generoso
al llamarme "colega".
Dudo también que un crítico sea capaz de sumarle o restarle lectores a los libros que comenta. En materia de libros, cada lector elegirá la literatura que más le guste y mejor le quede. "Lo más peligroso que puede hacer un crítico" dice Christopher, "es herir una vanidad".
Básicamente, lo que se espera de un crítico literario es que sepa de lo que está hablando, se exprese con propiedad y no tenga miedo de decir claramente lo que piensa. Parece poco, pero mientras los poetas y narradores abundan, los críticos escasean.
En la actualidad, Christopher Domínguez Michael, es uno de los más brillantes cultores de ese oficio casi abandonado que es la crítica. "Las comparaciones son odiosas y los críticos somos odiosos porque comparamos", suele decir. En su trabajo, no hay manera de quedar bien con nadie: los autores a los que nunca menciona se sienten marginados, los que critica acaban ofendidos, los que incluye en antologías se consideran mal representados y los lectores, que tienen su propia opinión, disfrutan de su prosa pero leen sus artículos con una mueca de incomodidad.
Servidumbre y grandeza de la vida literaria fue el primer libro de Christopher que leí. Me fue muy útil para familiarizarme, al menos con una breve referencia, con nombres y títulos de la literatura mexicana contemporánea que, muy probablemente, nunca tendré oportunidad de leer. Estas reseñas y, en particular, las reflexiones de las últimas páginas, me sirvieron además para comprender ciertos conceptos sobre el oficio de la crítica literaria que, antes de leer el libro, solamente intuía.
INSC: 1163
Christopher Domínguez Michael. Crítico literario.

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