Laberintitis. Anabelle Aguilar Brealeay. Editorial Universidad de Costa Rica. 2009. |
Estos cuentos confirman que lo que no te mata te hace más fuerte. De hecho, quizá la única ventaja de las desgracias es que sirven para demostrar la enorme capacidad de resistencia de quienes se creían débiles. Los dieciocho relatos que componen el libro son bastante breves, de apenas un par de páginas cada uno, pero esa concisión magnifica la intensidad. Algunas historias son verdaderamente dolorosas y hasta crueles, mientras que en otras la tragedia tiene un sabor agridulce, ya que están salpicadas por una ironía punzante que invita a sonreír incluso en medio de la tristeza. Cada página está llena de imágenes sugerentes de gran simbolismo y cada línea está escrita con delicadeza y contundencia.
En el prólogo, Judith Gerendas sugiere que "en este libro hay una poética de la crueldad, a partir de la cual se produce una incisiva exploración de las desgarraduras, de las rupturas, de las muertes frente a la cual no hay piedad, de las vidas frustradas. Historias de seres que solo anhelaban hechos elementales, pero cuyos deseos resultaron imposibles de cumplir."
Con semejante presentación, uno se inclinaría a pensar que los relatos llevarían la tragedia hasta niveles macabros o grotescos. Es verdad que en algunos hay escenas particularmente violentas y dolorosas, pero en la impresión que queda de la obra en conjunto no pesa tanto la crueldad como el absurdo.
Las protagonistas de los cuentos sufren agresiones y humillaciones, son separadas violentamente de sus seres queridos, se enfrentan a la demencia, la enfermedad y la miseria pero, más que un mundo cruel, lo que el libro nos muestra es un mundo ilógico, absurdo, sin sentido, en el que pesa más el azar que la voluntad o la razón.
Lo mejor y lo peor de las vidas de estas mujeres viene comprimido en pocos párrafos. Los días de cada una de ellas transcurrieron en silencio, en el anonimato, en la sombra. Sus respectivas tragedias permanecieron ocultas para todos salvo para ellas mismas. En su mundo oscuro, el consuelo no era la luz al final del túnel, sino los pequeños rayos de luz que se colaban por diminutos boquetes. Pero ellas, que soportaron su dolor a solas, tampoco compartieron con nadie sus sueños, esperanzas, ilusiones o recuerdos alegres.
La que pierde su fortuna, descubre que la ruina económica no es tan dura como la ruina personal. La que no se siente amada, almacena en su mesa de noche novelas de amor que cambia cada jueves o, mientras pica naranjas en rebanadas diminutas, escucha por la radio historias más interesantes que la suya. Está también la que permaneció cautiva en una jaula amueblada lujosamente, llena de floreros de cristal, que debía mantener inmaculadamente limpia, libre de hasta la más mínima mota de polvo. En algún momento pensó en huir con los niños, pero... ¿a dónde? Cuando perdió la razón y fue recluida en un manicomio, su único tesoro era una fotografía de sus hijos, ya desteñida de tanto acariciarla.
En el prólogo, Judith Gerendas sugiere que "en este libro hay una poética de la crueldad, a partir de la cual se produce una incisiva exploración de las desgarraduras, de las rupturas, de las muertes frente a la cual no hay piedad, de las vidas frustradas. Historias de seres que solo anhelaban hechos elementales, pero cuyos deseos resultaron imposibles de cumplir."
Con semejante presentación, uno se inclinaría a pensar que los relatos llevarían la tragedia hasta niveles macabros o grotescos. Es verdad que en algunos hay escenas particularmente violentas y dolorosas, pero en la impresión que queda de la obra en conjunto no pesa tanto la crueldad como el absurdo.
Las protagonistas de los cuentos sufren agresiones y humillaciones, son separadas violentamente de sus seres queridos, se enfrentan a la demencia, la enfermedad y la miseria pero, más que un mundo cruel, lo que el libro nos muestra es un mundo ilógico, absurdo, sin sentido, en el que pesa más el azar que la voluntad o la razón.
Lo mejor y lo peor de las vidas de estas mujeres viene comprimido en pocos párrafos. Los días de cada una de ellas transcurrieron en silencio, en el anonimato, en la sombra. Sus respectivas tragedias permanecieron ocultas para todos salvo para ellas mismas. En su mundo oscuro, el consuelo no era la luz al final del túnel, sino los pequeños rayos de luz que se colaban por diminutos boquetes. Pero ellas, que soportaron su dolor a solas, tampoco compartieron con nadie sus sueños, esperanzas, ilusiones o recuerdos alegres.
La que pierde su fortuna, descubre que la ruina económica no es tan dura como la ruina personal. La que no se siente amada, almacena en su mesa de noche novelas de amor que cambia cada jueves o, mientras pica naranjas en rebanadas diminutas, escucha por la radio historias más interesantes que la suya. Está también la que permaneció cautiva en una jaula amueblada lujosamente, llena de floreros de cristal, que debía mantener inmaculadamente limpia, libre de hasta la más mínima mota de polvo. En algún momento pensó en huir con los niños, pero... ¿a dónde? Cuando perdió la razón y fue recluida en un manicomio, su único tesoro era una fotografía de sus hijos, ya desteñida de tanto acariciarla.
Está también la historia de la que llegó soltera a los sesenta y cinco y, en un bus, conoció a su primer marido, con quien vivió en luna de miel permanente hasta que el pobre hombre, en un descuido, se tragó una uva con todo y abeja. Una semana después del entierro, la desconsolada mujer sucumbió ante las galanterías de su vecino, con quien acabó casándose. Por desgracia, aquel hombre dio un mal paso (literalmente) y, al saltarse involuntariamente un peldaño, rodó por la escalera. Durante el velorio, la pobre viuda se desmayó y el hermano menor de su segundo marido, no solo se apresuró a levantarla, sino que en la misma funeraria le propuso matrimonio. Pese a la advertencia de que tal parecía que su maldición era que quien se casara con ella moría trágicamente, el cuñado asumió el riesgo.
Me impresionó particularmente el cuento de la familia que va a visitar a la abuela y se encuentra un hermoso arreglo de flores amarillas tirado en la calle. Se detienen a recogerlo, suponen que debió habérsele caído a algún repartidor y se lo llevan como regalo a la viejita.
Cada relato tiene su encanto y atractivo particular. En medio del dolor, no hay ni una sola queja ni un solo reclamo. Las cosas sucedieron como sucedieron y la historia se cuenta yendo directamente al grano sin el más mínimo rodeo. Los únicos detalles que se mencionan son los imprescindibles y, precisamente por eso, todos ellos acaban siendo impactantes y memorables.
Encontrarse con una colección de cuentos agradablemente escritos y con una trama tan cautivadora como intensa, es motivo suficiente para quedar agradecido y satisfecho, pero este libro, además, me dejó intrigado. En el cuento Paroxismo, se menciona el terremoto de Cartago del 3 de mayo de 1910. El el cuento Laberintitis, que da título al libro, se habla de una pareja de amantes cuyos encuentros amorosos tenían lugar en una isla ubicada en medio de un lago y, al final, por motivos que no se mencionan, Olivier, el galán, es fusilado en la plaza.
No tengo claros los detalles porque no es una historia que haya leído, sino una leyenda que alguien me contó, pero se dice que mientras estuvo en Costa Rica, Francisco Morazán se hizo de una novia con quien se citaba en la finca Las Cóncavas, en Cartago, donde hay un laguito rodeado de árboles. Morazán, como se sabe, al ser derrocado, en vez de marchar al exilio, como le exigió Tata Pinto, se fue a Cartago a tratar de reunir tropas (y tal vez a despedirse de su amada) y fue finalmente fusilado en el Parque Central de San José. Recuerdo que, hace ya bastantes años, tuve la oportunidad de comentar la leyenda, justo a la orilla del lago de Las Cóncavas, con mi buen amigo don Roberto Trejos Escalante y con don Luis Castro Monge, propietario de la hacienda en aquel entonces, pero no contábamos, ninguno de los tres, con suficientes detalles como para reconstruir la historia completa.
¿Será posible que Anabelle Aguilar Brealeay, en este libro, además de escribir cuentos nos haya planteado acertijos? ¿Acaso todas estas historias están basadas en hechos reales y la brevedad y lo escueto de los relatos sea su manera de no hacer reconocibles a los verdaderos protagonistas? ¿Quién será la niña que aplasta hojas secas al paso de su bicicleta herrumbrada solamente para mezclar sonidos y no estar sola?
El libro cierra con una bella carta que Anabelle le dirige a Eunice Odio, en la que le pregunta: "¿A quién le importa que escriba de mi abuela adúltera, de mi madre frustrada o de mi tía que casó cuatro veces después de los sesenta?
Como obra de ficción literaria, Laberintitis, de Anabelle Aguilar Brealeay, es un deleite. Como fuente de pistas para los aficionados a la historia menuda de Costa Rica, este libro es un verdadero enigma duro de descifrar.
INSC: 2392
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