Todo está permitido. Óscar de la Borbolla. Grupo Editorial Patria. México, 2002. |
No soy aficionado a la literatura erótica ni a la humorística. Tampoco me llaman la atención los textos que se presentan como relatos románticos, de terror o misterio. Naturalmente, disfruto que las narraciones vengan aderezadas con pequeñas o grandes dosis de erotismo, de humor, de misterio, de romance o, incluso, de terror, pero mi interés disminuye cuando una historia viene etiquetada de antemano. Las obras literarias son capaces de generar múltiples impresiones y emociones en el lector. Los relatos que se presentan como eróticos, cómicos, románticos etcétera, pretenden provocar en el lector una única reacción. De ahí mi falta de interés por este tipo de literatura.
Sin embargo, por recomendación de una buena amiga, leí Todo está permitido, una novela erótico-cómica de Óscar de la Borbolla, un autor mexicano del que no tengo mayor información pero quien tal parece que publica mucho y con frecuencia, al punto que el ejemplar que leí forma parte de una colección llamada Biblioteca Óscar de la Borbolla.
El texto de la tapa afirma que "Todo está permitido es un recorrido humorístico y erótico por las distintas formas en que el poder se expresa."
De primera entrada, me sonó interesante esa combinación de erotismo y humor, emociones que, al menos en mi experiencia, no combinan. El deseo sexual es una tensión que busca alivio, mientras que la risa es un alivio en sí misma. Me resulta difícil imaginar a alguien que esté sexualmente excitado y riendo al mismo tiempo. Por otra parte, si entendemos por poder la habilidad de controlar a otros, está claro que el sexo es uno de los métodos de manipulación más efectivos.
El libro tiene un buen arranque. Un viejo burócrata, que considera que sus subalternas deben satisfacer sus caprichos sexuales si desean conservar el puesto, copula sobre su escritorio con la nueva secretaria de la oficina. Para él, aquello no es más que rutina pero, esta vez, el acto es interrumpido por la entrada abrupta de los miembros de la Directiva del sindicato quienes, armados de cámaras que relampaguean incesantes flashes, documentan el hecho en numerosas fotografías en todos los ángulos. Gabriela, la muchacha que yace sobre el escritorio, es novia de uno de los sindicalistas y se prestó su colaboración para tenderle la trampa al jefe quien, tal parece que está perdido y deberá ceder en todo lo que pidan.
Sin embargo el plan, que parecía perfecto, falló. El jefe le regaló un automóvil a Gabriela a cambio de que se declarara enamorada de él, por lo que las fotos dejarían de ser la evidencia de un abuso y se convertirían en una invasión a la privacidad de dos personas adultas dueñas de sus acciones.
En capítulos posteriores se conoce algo más de la vida de Gabriela, de sus conflictivas relaciones con su madre y con su abuela y de cómo, a muy temprana edad, descubrió que su cuerpo era un recurso del que podía echar mano para lograr lo que se propusiera. El jefe, como parte de la compensación, escaló los servicios de Gabriela a un nivel superior y ella pasó una temporada en Cancún a disposición de un pobre viejo que la deseaba poseer pero era incapaz de consumar el acto. Allí, en Cancún, Gabriela solicita los servicios de prostitutos del hotel de cinco estrellas en que está hospedada, se compra todos los antojos con las tarjetas de crédito que el viejo dejó a su disposición y, cuando finalmente el anciano galán logró lo que parecía imposible de lograr, la despachó de vuelta a la ciudad de México, desempleada y desechada y, lo que es peor, mal acostumbrada a lujos que estarían fuera de su alcance hasta que consiguiera otro viejo adinerado.
Más o menos la primera mitad de la novela cumple lo prometido en el texto de la tapa. Todos los personajes, el jefe, el novio sindicalista, la madre, la abuela y Gabriela misma, mueven sus fichas en un juego cruzado de poder que fluye en todas direcciones. Todos quieren controlar y manipular a los otros y, en alguna medida, lo logran. Las descripciones detalladas de actos sexuales de todo tipo, así como los giros y expresiones que pretendían ser cómicos, no me interesaban tanto, en esta primera parte del libro, como los métodos de extorsión psicológica con los que se doblegaba la voluntad ajena. De haber seguido por esa vía, este libro pudo haber sido una novela interesante, pero la verdad es que, en determinado punto, la narración pierde no solo el norte, sino la unidad y el concepto.
La segunda mitad del libro no es más que una secuencia de escenas descabelladas supuestamente cómicas, supuestamente eróticas que son puramente efectistas. Gabriela vuelve a trabajar en un prostíbulo dedicado a superproducciones teatrales para satisfacer las fantasías sexuales de millonarios. Un magnate petrolero pidió un escenario de desierto australiano en que cientos de muchachas estarían con la cabeza bajo es escenario disfrazadas de avestruz. A ocurrencias de este tipo se dedican capítulos enteros. Encierro en una posada de Veracruz con orgía con desconocidos, abandono en medio de la carretera, un galán que debe hablarle permanentemente, pesca de ricachones en un club social.
El libro que en un primer momento parecía ser una novela apreciable, acabó convertido en una secuencia de encuentros sexuales insólitos y situaciones humorísticas que, unas veces sí y otras veces no, son capaces de hacer reír. Al principio, leí el libro con verdadero interés como si estuviera frente a una obra literaria digna de atención. Al final, mi lectura fue distraída, a la espera de toparme con algún chiste bueno y con el deseo creciente de que el libro acabara pronto. El final, por cierto, no puede ser peor. Gabriela logró que se enamorara de ella un viejo millonario que le heredó toda su fortuna. La lectura del testamento, ante los familiares del difunto sorprendidos e indignados por su última voluntad, en vez de risa me dio lástima.
Dejo constancia de mi reacción personal, pero no entro a calificar este libro. Cuando algo no es de su gusto, los ingleses dicen "It is not my cup of tea" (No es mi taza de té). Definitivamente, el té que yo bebo y los libros que yo leo son de otro tipo. Nada hay de malo en este libro, simplemente no es para mí. Como dije al inicio, no soy aficionado a la literatura erótica ni a la humorística. Este libro me ha servido para confirmarlo.
No me diga usted que no ha leído La Conjura de los Necios: no me decepcione así, hombre. Hay literatura de ese calibre que es muy buena, buenísima, diría yo.
ResponderBorrarLa conjura de los necios es una novela muy divertida, pero el hacer reír no es el objetivo, sino el recurso para mostrar los conflictos de un solitario con la sociedad en que vive. Que un escritor sea divertido y ameno es algo formidable. Ahí está Cervantes como magno ejemplo. Pero los libros pura y sencillamente humorísticos no logran cautivarme. Es algo extraño, pero las películas cómicas sí me gustan. Tengo un amigo, muy aficionado al cine, que disfruta de todo tipo de películas, excepto las comedias. Cosas de cada uno.
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