Así nacen las palabras y los cuentos. José Figueres Ferrer, Prólogo de Fabián Dobles. Editorial Costa Rica. 1982. |
Pero el tiempo cura las heridas y, veintisiete años después, don Fabián recordaría el episodio de sus disparos poéticos en el prólogo que escribió al libro Así nacen las palabras y los cuentos, de quien fuera su antiguo adversario José Figueres Ferrer.
Pese a estar situados políticamente en bandos opuestos, tal parece que en materia literaria no existían entre ellos grandes diferencias. A la hora de contar historias, tanto don Fabián como don Pepe, escribían sobre el pueblo con el lenguaje del pueblo.
Político, finquero, empresario y filósofo, don Pepe Figueres fue un hombre de muchas facetas. En sus tres gobiernos realizó grandes reformas al país. Su finca La Lucha, abierta por él mismo en una zona de difícil acceso fue, además de su refugio, el laboratorio donde puso en práctica originales iniciativas. Hombre de cultura enciclopédica, pasaba horas en su biblioteca leyendo las obras de autores clásicos sobre los que llegó a manifestar agudas interpretaciones.
En sus libros de ensayos (Palabras Gastadas, Cartas a un ciudadano y La Pobreza de las Naciones), a don Pepe se le sale lo de erudito devorador de libros, pero logra exponer reflexiones profundas y complejas de manera fluida y comprensible. En su libro de cuentos, en cambio, el que habla es el finquero, el hombre cercano a la tierra, a los trabajadores, los cultivos y los animales. En sus relatos, mezcla experiencias personales y recuerdos familiares. Las digresiones abundan, pero no molestan. El propio don Pepe reconoce que es un escritor que se distrae a cada paso y, por ejemplo, en el cuento El Mocho, sobre un buey que perdió un cacho, dedica párrafos enteros a describir los caminos de tierra de Tarrazú (polvazal en verano y barreal en invierno), así como a describir en detalle la estructura de las carretas.
El sentido del humor, por supuesto, no podía faltar. Mientras estaba en una junta militar en plena guerra civil, cuando pidió la brújula para calcular las coordenadas, pudo notar que un chiquillo campesino allí presente, se asustó al oír hablar de la bruja y las condenadas. En una ocasión, ya en plena guerra civil, estaba con su tropa esperando que les sirvieran el almuerzo, cuando fueron atacados por un avión que les tiraba bombas. El piloto del avión era un hombre de apellido Masegoza y, en medio del ataque, escuchó a alguien decir: "Entre más bombas, más se goza." Sus hombres, en vez de buscar refugio, se pusieron a dispararle al avión. Aquello era inútil. Las balas de un rifle difícilmente podrían alcanzar un avión y, de lograrlo, no le harían mayor daño. Más que las bombas que caían, a don Pepe le preocupaba el desperdicio de municiones y ordenó que pararan el fuego. La orden fue repetida a gritos pero los hombres, al calor de la batalla, seguían disparando. Cuando el avión finalmente se marchó, don Pepe preguntó si ya estaba listo el almuerzo, pero las cocineras le respondieron que como él había dicho "Paren el fuego", le habían tirado baldes de agua a los fogones.
La vida en la finca, los cultivos, los animales y las pequeñas historias, sentimentales y simples de los campesinos, son los temas de los cuentos de don Pepe Figueres. |
Los animales, en la vida rural, adquieren categoría de personajes. El buey que había perdido un cacho debido a la presión del yugo, ya no servía más para la carreta y lo dejaron engordar en el potrero. Una niña lo visitaba a diario sin advertir que, con cierta frecuencia, el carnicero también iba a verlo. Al final, ni siquiera fue necesario decirle a la niña lo que había ocurrido con el animal con que se había encariñado.
Algo similar ocurrió con La Vieja, una chancha enorme, reservada para la cría, madre de una innumerable prole de chanchitos. La Vieja era toda una institución en la finca. La respetaban tanto que, cuando debían sacrificar a uno de sus hijos, lo hacían bien lejos, donde ella no pudiera escuchar los gritos. Y cuando, tras años enteros de parir y amamantar, a La Vieja también le llegó su día, hasta los campesinos más curtidos inventaron excusas para no estar presentes.
Tan sentimental como Animalerías, la primera sección del libro, es Campesinerías, la segunda, en que el propio don Pepe aparece como personaje en uno de los relatos. Se trata de un diálogo entre el dueño de la finca y uno de sus peones. No es por azar que el nombre del finquero es "Don Cándido". Se trata, de hecho, de un hombre cándido, que ha viajado a países lejanos, que pasa el día entero leyendo como un tonto y que todavía tiene mucho que aprender. La relación con sus trabajadores es respetuosa, aunque ellos lo miran con recelo. Recién llegado, en lo alto de la montaña vio una mata de chiverres y preguntó si eran sandías. Los campesinos le explicaron que las sandías se cultivan en tierras bajas y calientes. Definitivamente, ese hombre era un ignorante que solo sabía de libros. La convivencia cotidiana, el trabajo compartido y las extensas conversaciones, como la que se consigna en la narración, hacen que poco el patrón vaya aprendiendo de los peones y, a veces, hasta se atreva a ayudarlos a descubrir algo que ellos no hayan notado.
En otro cuento, comparte una anécdota de su padre, don Mariano Figueres Forges, médico catalán que vino a Costa Rica, contratado por el gobierno, para prestar sus servicios en San Ramón. De Limón a San José cruzó en tren. También viajó en tren desde la capital hasta Río Grande de Atenas, pero de allí hasta San Ramón el viaje a caballo podía tardar de cuatro a ocho horas, dependiendo de la estación del año. Como el gobierno le daba un sueldo, las consultas a los habitantes eran gratuitas. Le enseñó a preparar recetas a Pancho, un muchachito del Bajo de los Corrales, en Naranjo, que resultó un buen aprendiz. Ni el propio don Mariano, el médico, sabía la fórmula con que Pancho elaboraba las medicinas que tanto bien le hacían a los pacientes.
Verdaderamente simpático es el cuento del jilguero y el cuyeo, que don Pepe dice habérselo oído contar a Roberto Brenes Mesén. Los dos pájaros participan en un concurso de canto. Como juez, escogieron al burro, porque tenía orejas grandes. El jilguero deleitó sus melodioso trino, mientras que el cuyeo soltó su estridente, monótono y aturdidor sonido. A la hora del veredicto, el burro le da el premio al cuyeo porque, aunque todo es cuestión de gustos, los sonidos fuertes y simples son más claros para sus orejas. Moraleja: Más vale ser jilguero cantor, que cuyeo ganador de concursos de orejas.
En el libro hay un ejercicio literario atrevido e interesante. Según don Pepe, aunque el contenido de los relatos clásicos es de un valor eterno, muchas veces a las nuevas generaciones les incomoda leerlos porque no comparten el gusto por el estilo y el lenguaje en que están escritos. Sostiene que valdría la pena reescribir esos textos en versiones actualizadas ya que la literatura, en su opinión, no solamente debe ser leída como arte sino como filosofía. Hasta las obras de cambio de siglo ganarían más lectores, dice, si se les cambiara el estilo. Tras el preámbulo, don Pepe, con el temor de que Edelberto Torres "me mande a fusilar", brinda su versión, estirada y planchada, de El vuelo de la reina, de Rubén Darío. Tal vez como disculpa previa, o anticipándose al juicio de don Edelberto Torres, a quien llama "el mayor rubenista que he conocido", Don Pepe le pone, a ese apartado del libro, el título de "Rubén Darío echado a perder".
Don Pepe Figueres es recordado como estadista, gobernante, político: algunas personas, más familiarizadas con su pensamiento, lo consideran filósofo. Pero su faceta como ameno narrador de historias, es poco conocida. El propio don Pepe lo lamentaba: "Rómulo Gallegos en Venezuela, Juan Bosch en República Dominicana y yo en Costa Rica, llegamos a ser presidentes por azares del destino, pero lo que en realidad queríamos era ser escritores."INSC:0649
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