Jun Carlos I esperanza de España. No indica autor. Publicaciones Españolas. Madrid, España. 1975. |
Durante toda su larga dictadura, Francisco Franco no solamente acaparó todo el poder, sino también toda la atención. Cualquier realización estatal, desde las obras más ambiciosas hasta las más realizaciones más modestas, era fruto de la iniciativa y esfuerzo del Caudillo. Los ministros y demás funcionarios del gobierno eran casi invisibles. Su sucesor no fue la excepción. En 1969, Franco anunció que su sucesor en la jefatura de Estado sería, con título de rey, don Juan Carlos de Borbón, pero desde ese anuncio, hasta su proclamación como monarca, en 1975, solamente de manera muy esporádica el joven príncipe aparecía en las noticias. Mientras Franco viviera, nadie, ni su sucesor, podía tener protagonismo.
Juan Carlos, o don Juanito, como lo llamaban entonces, era un misterio. Joven, alto, rubio y atlético, el príncipe era bien recibido dondequiera que llegara. Se mostraba sencillo, abierto y natural, bromeaba con los interlocutores y los hacía reír pero, pese a su simpatía y don de gentes, sus discursos no pasaban de un saludo amable y breve. Nadie sabía lo que pensaba del pasado, del presente ni del futuro.
Más que el heredero de la corona, era considerado el heredero de Franco. De hecho, lo llamaban don Juanito porque don Juan era su padre, don Juan de Borbón quien, como hijo del rey Alfonso XIII, aspiraba a ser algún día rey de España. El nombre completo del príncipe era Juan Carlos Alfonso Víctor María y, al ser nombrado sucesor de Franco, se le empezó a llamar don Juan Carlos en vez de don Juanito. Si lo hubieran seguido llamando solamente por su primer nombre, habría llegado a ser el rey Juan III, lo que habría hecho más evidente el salto dinástico sobre don Juan, su padre.
Juan Carlos nació en Roma, en 1938, cuando la guerra civil española estaba candente y la II Guerra Mundial ya se veía venir. Fue bautizado por el cardenal Eugenio Pacelli quien, al año siguiente, se convertiría en el Papa Pío XII. Por la entrada de Italia en la guerra, su familia se traslada a Suiza, donde don Juan Carlos cursa los primeros años de escuela. Una vez finalizada la guerra, la familia se instala en Portugal.
No fue sino hasta que Franco y don Juan llegaron a un acuerdo, que el príncipe, que ya había cumplido los diez años de edad, logró pisar suelo español por primera vez. Alejado de su familia, a la que visitaba solamente cuando estaba de vacaciones, don Juanito fue educado por preceptores escogidos personalmente por Franco. El caudillo se reunía con frecuencia con el príncipe que, llegado el momento, cursó estudios militares.
Cuando, tras la muerte de Franco, el príncipe simpático y misterioso fue proclamado rey en noviembre de 1975, todavía no estaba claro qué se podía esperar de él. Ante unas Cortes no electas, juró su cargo para mantener los principios del Movimiento Nacional. Cuando tomó posesión, Franco todavía estaba insepulto y el primer acto oficial que le tocó presidir, como rey, fue precisamente el funeral del caudillo. Aunque había quienes albergaban la esperanza de que se pudiera mantener un franquismo sin Franco, la gran mayoría, tanto de derechas como de izquierdas, tenía claro que aquello inevitablemente iba a cambiar. Lo que no se sabía era cómo, ni que papel jugaría el rey en el asunto.
Tengo en mi biblioteca un pequeño libro titulado Juan Carlos I Esperanza de España que, curiosamente, no menciona en ninguna parte el nombre del autor pero, por lo que se dice en el prólogo, fue escrito por uno de los maestros que estuvieron a cargo de la formación del príncipe apenas llegó a España. Publicado en 1975, en el libro se elogia a Franco, "el hombre indiscutido e indiscutible", "que gobernó con gran dignidad y grandes aciertos durante treinta y nueve años", sin embargo, también insiste en que los tiempos han cambiado y que la gran mayoría de los españoles, incluyendo al recién proclamado monarca, no recuerdan la guerra civil porque o eran muy pequeños por entonces o ni siquiera habían nacido. El libro invita a mirar hacia el futuro e insiste, de manera machacona en que Juan Carlos ser un líder de cambio. Al final se incluye una recopilación de opiniones, todas muy elogiosas, sobre la sabiduría, capacidad e integridad del nuevo Jefe de Estado sobre el que hasta hacía poco no se sabía nada.
Juan Carlos I el rey que reencontró América. Carlos Seco Serrano. Anaya. Madrid, España. 1988. |
Pasar de un régimen dictatorial, represivo y caudillista a una democracia parlamentaria no es tarea fácil, pero la transición española se desarrollo sin grandes tropiezos. Se establecieron partidos, se convocó a elecciones, se formó gobierno y se votó una nueva Constitución. La intentona de golpe del 23 de febrero de 1981, tuvo al país en vilo y al Congreso secuestrado por varias horas. Aunque entre los cabecillas golpistas estaba Alfonso Armada, que era muy cercano al rey, la figura de don Juan Carlos salió muy fortalecida por haberse pronunciado a favor de la Constitución y la opinión favorable sobre él llegó a ser casi unánime. Hasta los republicanos acabaron declarándose "juancarlistas". Como entre quienes alababan al rey se hallaba también Santiago Carrillo, en son de broma se hablaba del "Real partido comunista español."
Mientras la imagen del rey se elevaba a las alturas, la de Franco, quien una vez fue "el hombre indiscutido e indiscutible" empezó a opacarse. En su última aparición pública, una multitud inmensa lo vitoreaba pero, a poco después de cinco años de su muerte, no se encontraba en España un solo franquista ni nadie que reconociera haberlo sido.
Surgió entonces una mitología, la de Juan Carlos liberal, progresista, democrático que, desde su juventud, no hizo más que planear la manera de lograr que en España se instalara un régimen de libertad y prosperidad. Su mutismo, durante los años de dictadura franquista, fue interpretado como estratégico. Dentro de esta línea está el libro Juan Carlos I el rey que reencontró América, de Carlos Seco Serrano, publicado en 1988, que no se mide a la hora de soltar elogios. Juan Carlos no solamente es un gobernante ideal, sino también un militar ejemplar, un hombre de cultura extraordinaria con una concepción visionaria del panorama político español y universal, un padre de familia perfecto, un servidor de la patria intachable y, en fin, todo lo bueno imaginable.
Las mejores anécdotas del rey. Ricardo Parrotta. Planeta, España. 1982. |
Los libros de este tipo no solo se volvieron frecuentes, sino que acabaron siendo muy populares. El juancarlismo tenía un público numeroso. Prueba de ello es Las mejores anécdotas del rey, una obrita bastante ligera, del periodista argentino Ricardo Parrotta, publicada por Planeta. El ejemplar que tengo destaca en la portada que va por la tercera edición y lleva trece mil ejemplares vendidos. Además del anecdotario, en el que hay algunas historias en verdad divertidas, el libro incluye un capítulo titulado "Así ven al rey" en el que políticos, periodistas, militares, artistas y escritores sueltan palabras de verdadera idolatría por el monarca.
Planeta publicó también en el año 2000, bajo el sello Booket, en edición de bolsillo, Las anécdotas de don Juan Carlos el quinto rey de la baraja, del periodista Marius Carol. El título, por cierto, es de un optimismo desbordado. Cuando el rey Faruk de Egipto fue derrocado, en 1952, al llegar al exilio soltó una afirmación que acabó siendo famosa: "En el futuro, solamente habrá cinco reyes: los cuatro de la baraja y el rey de Inglaterra." España no tiene, por cierto, una estable tradición monárquica ya que dos veces, en el pasado reciente, se ha declarado la república y la familia real ha acabado en el exilio.
Las anécdotas de don Juan Carlos, en todo caso, se leen con deleite. No cabe duda que es un hombre simpático, relajado, que tutea a todo el mundo, sonríe y parece estar siempre de buen humor. Solamente una vez tuve la oportunidad de verlo en persona en un acto que, se suponía, debía de ser solemne. Los organizadores no contaron con la espontaneidad desbordada de algunos asistentes y la supuesta solemnidad acabó en un tumulto en que todos, especialmente el rey, sufrieron empujones y pisotones. Sus escoltas estaban tensos y apurados por restablecer el orden, pero el rey, sonriente, más bien parecía disfrutar el momento y correspondía con bromas ingeniosas a quienes lo rodeaban. Ha habido ocasiones, también, en que don Juan Carlos ha perdido la paciencia y hasta la compostura, no solamente al punto de mandar a callar a quien lo tenía harto con sus majaderías, sino incluso también hasta soltar alguna palabrota. Tal vez sea esta naturalidad lo que más lo diferencia de Franco. Franco era un personaje tieso, planchado y almidonado, rígido y solemne. Juan Carlos es totalmente casual y espontáneo.
Las anécdotas de don Juan Carlos el quinto rey de la baraja. Marus Carol. Booket. Planeta, España, 2000. |
Ahora bien, ser simpático y dicharachero ("campechano", dicen los españoles), no significa necesariamente ser el mejor jefe de Estado imaginable. Estos cuatro libros de mi biblioteca son solamente una pequeña muestra de la literatura juancarlista, que los lectores españoles consumían para acabar de convencerse de su rey era algo así como la octava maravilla del mundo.
El nivel de adulación hacia el rey no tenía límites y lo curioso es que la gran mayoría del pueblo español se tragaba el cuento sin cuestionarlo.
Los gobernantes de otras latitudes, apaleados a diario en la prensa de sus respectivos países, envidiaban el pacto de silencio no escrito que parecía tener la prensa española al referirse al rey. Pero la verdad es que, más que un pacto de silencio, era una complicidad de culto a su persona. Revistas y periódicos serios, analíticos y cuestionadores, perdían toda objetividad y sentido crítico cuando se referían al rey, al que arrojaban flores y quemaban incienso a diestra y siniestra.
A aquello no se le podía llamar publicidad, porque no era comercial, ni propaganda, porque no era ideológica. Era, simple y sencillamente, literatura. Don Juan Carlos, el hombre de carne y hueso, había sido convertido también un personaje de ficción, el más popular de España, cuyas aventuras, narradas por una multitud de autores, se podían leer en libros, periódicos y revistas.
Tal vez porque ese mundo ilusiorio había llegado a calar muy hondo en la imaginación del público, fue tan duro para los españoles ver romperse el espejismo y descubrir que aquella fantasía no calzaba con la realidad. Descubrieron que el rey que le tenía respeto y afecto a Franco (cosa que, bien pensado, no debería sorprender a nadie), así como que su monarca idealizado no era en el fondo muy brillante y que muchas actuaciones suyas, que fueron ocultadas en su momento pero que han salido a la luz, eran bastante cuestionables.
A Franco lo vitoreaban, pero cinco años después de su muerte no quedaba un solo franquista en España. A Juan Carlos lo amaban, pero cinco años después de su abdicación tal parece que el juancarlismo no tiene defensores. Más bien, las librerías y las páginas de la prensa se están llenando de un nuevo género literario, el antijuancarlismo, en el que don Juan Carlos ha pasado de ser héroe a convertirse en villano. Los juancarlistas, más que destacar el papel que tocó jugar en la transición, lo elevaron a un pedestal. Los antijuancarlistas, más que criticar sus errores y desaciertos, denigran agresivamente su persona.
Algún día, el personaje histórico será analizado con objetividad. Hasta ahora, el personaje literario ha sido distorsionado y caricaturizado, tanto por quienes ayer lo ovacionaban como por los que hoy lo abuchean.INSC: 1650, 1660, 1975, 1977.
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