jueves, 11 de junio de 2020

Henri Pitter. Científico suizo que trabajó en Costa Rica.

Henri Pittier.
Adina Conejo.
Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes.
San José, Costa Rica. 1975
El científico Henri Pittier realizó valiosas investigaciones sobre la flora, la fauna y los pueblos autóctonos en Costa Rica, México, los Estados Unidos, Panamá, Guatemala, Colombia, Ecuador y Venezuela. Nació el 13 de agosto de 1857 en Suiza, en el cantón de Vaut, y desde niño se mostró tan obsesionado por la naturaleza que dejó de ir a la escuela para poder dedicar todo su tiempo a enriquecer sus colecciones de piedras, hojas, raíces, insectos y partes de cuerpo de animales. Sus padres y maestros debieron convencerlo de que, si en verdad le interesaba tanto la ciencia, en vez de abandonar los estudios, más bien debería procurar profundizarlos. Un poco a regañadientes y sin dejar de lado sus excursiones por la montaña y su cada vez mayor colección de muestras animales, vegetales y minerales, terminó con éxito la primaria y la secundaria. 
Curiosamente, al entrar a la universidad, no optó por estudiar biología, botánica, entomología, zoología, ni agronomía, sino que se graduó como Ingeniero Civil en la Universidad de Jena, en Alemania. Años después, de regreso en Suiza, obtuvo el Doctorado en Filosofía en la Universidad de Laussana. De alguna forma, el niño rebelde se salió con la suya, ya que, aunque obtuvo títulos universitarios, las áreas de conocimiento a las que se dedicó y en las que se destacó, las estudió por si mismo de manera autodidacta, tanto en libros como en investigaciones de campo. 
En Suiza, investigó el cerebro y lo hábitos de los cuervos y dirigió un centro meteorológico. Realizó también viajes de investigación a Africa y Asia Menor.
Su traslado a Costa Rica fue fruto de una coincidencia bastante trágica. El famoso Marqués de Peralta, don Manuel María Peralta Alfaro, Embajador de Costa Rica en Europa, recibió el encargo de contratar un profesor de ciencias para que viniera al país a impartir clases en el Liceo de Costa Rica y el Colegio Superior de Señoritas. El elegido fue un señor de apellido Wettstein, quien aceptó el cargo y firmó el contrato, pero semanas antes de la fecha fijada para el viaje, salió a dar un paseo por el bosque y no apareció nunca más. Cuando se le dio definitivamente por perdido, Henri Pittier, entonces un joven de apenas treinta años,  se dirigió al Marqués y le manifestó su interés en el puesto. Naturalmente, a Pittier lo que lo ilusionaba no era dar clases de secundaria, sino tener la oportunidad de explorar la selvas del trópico, que conocía solamente por los libros. El Marqués tuvo sus dudas. Le habían pedido un profesor de ciencias y Pittier era un ingeniero civil con Doctorado en Filosofía. Cuando un candidato no está calificado para un puesto, simplemente se le dice que no y se acabó, pero cuando más bien está sobrecalificado, si insiste, lo obtiene. Pittier insistió y el Marqués, muy satisfecho, lo envió a Costa Rica. El científico suizo desembarcó en Limón, con su esposa e hijos, el 27 de noviembre de 1887.
Como es fácil de suponer, Pittier apenas impartió clases solamente unas cuantas semanas. Con toda la naturaleza que lo rodeaba, era imposible mantenerlo encerrado en un aula. Las aulas, en todo caso, desde niño no le gustaban. 
Recién llegado, por cierto, casi corre que la misma suerte que el profesor Wettstein, el que se perdió en los Alpes. Recorriendo Costa Rica con un pequeño grupo de siete hombres, por la bruma, se perdieron durante todo un mes en el Cerro de la Muerte, que entonces se llamaba Cerro Buenavista. Ya los daban por muertos cuando aparecieron. En otra ocasión, se encontró en el monte unas hojas que pensó que eran familia de una variedad europea muy similar, se las comió y acabó intoxicado. Estos gajes del oficio no lo desanimaron y Pittier recorrió todo el país. Y al decir todo el país, es literalmente todo el territorio nacional, ya que no solo anduvo por las cordilleras de cerros y volcanes, Talamanca, Térraba, las llanuras de San Carlos, la pampa Guanacasteca y las penínsulas de Nicoya y de Osa, sino que fue también hasta la isla del Coco. En sus giras, fiel a su costumbre de toda la vida, recolectaba hojas, cortezas, muestras de suelos, rocas, insectos y animales disecados. Estas colecciones las almacenaba, cuidadosamente clasificadas, en el Museo Nacional, fundado por iniciativa suya en 1888. Cuando Pittier salió de Costa Rica, dejó dieciocho mil colecciones de plantas en las que se registraban unas cinco mil especies. Lamentablemente, todas esas muestras, por no haber sido conservadas adecuadamente, se las comió el comején. Lo más triste y vergonzoso, es que un herbario de proporciones mayores, que Pittier realizó en Venezuela, aún se conserva.
Pittier fue también el fundador del Instituto Meteorológico Nacional y del Instituto Físico Geográfico.
En 1901, Pittier dejó de trabajar para el gobierno de Costa Rica y, sin su consentimiento y sin que el gobierno se molestara en informárselo, fue cedido a la United Fruit Company. Con la compañía bananera realizó estudios fitológicos y de suelos hasta 1904, año en que se traslada a los Estados Unidos para trabajar como funcionario federal en el Departamento de Agricultura en Washington. Naturalmente, no estuvo sentado en un escritorio, sino que fue enviado a largas misiones en México, Guatemala, Panamá, Colombia y Ecuador. En Guatemala, realizó importantes descubrimientos que sirvieron para combatir las plagas que afectaban el cultivo de algodón. En Panamá, investigó y catalogó los árboles maderables. Como además de la naturelaza le interesaban los pueblos y su cultura, aquel suizo que cuando llegó a Limón no hablaba una sola palabra de español, llegó a dominar las lenguas indígenas centroamericanas. Le llamó la atención que su conocimiento de lenguas indígenas le permitía comunicarse más o menos fluidamente con los aborígenes de México a Costa Rica. Con los de Panamá, ya el asunto se complicaba, porque había diferencias notables, y cuando habló con indígenas del Valle del Cauca, en Colombia, se percató que su lengua era totalmente otra, sin relación alguna con las que ya conocía. En Ecuador, ni siquiera intentó buscar coincidencias, porque sabía que, si quería hablar con los indígenas en su lengua, tenía que empezar de cero.
En 1913 visita por primera vez Venezuela, país en el que radicaría permanentemente desde 1919 hasta su muerte en 1950. Aunque se instaló en Venezuela cuando ya tenía sesenta y dos años edad, su labor en ese país fue asombrosa como botánico y fitogeógrafo. En Venezuela, una reserva natural lleva su nombre, sus obras completas fueron publicadas y sus colecciones son conservadas como un tesoro.
Henri Pittier.
Nació en Vaud, Suiza, el 13 de agosto de 1857.
Murió en Venezuela el 27 de enero de 1950.
Vivió en Costa Rica de 1887 a 1904.
Es triste decirlo, pero en Costa Rica el trabajo de Pittier no fue apreciado. El asunto va más de que el comején se comiera su herbario. Pocos costarricenses le han prestado atención a su figura. Hay algunos artículos de José Antonio Echeverría, Federico Gutiérrez Braun, Octavio Castro Saborío y Luis Felipe González Flores sobre Pittier, pero no se ha publicado una buena biografía suya y su nombre no ha sido tan destacado como en Venezuela, donde reconocidos escritores, entre los que se puede nombrar hasta a Arturo Uslar Pietri, se han ocupado de él.
Por algunas cartas que se conservan de Pittier, ha quedado constancia de que, mientras estuvo en Costa Rica, sufrió en carne propia la serruchada de piso. Sobre el asunto, vale la pena prestarle atención a un dato anecdótico. Las exploraciones científicas las realizaba Pittier con dos compatriotas suyos, Paul Biolley y Adolphe Tonduz. Los suizos tenían como asistente a don Anastasio Alfaro quien, a la larga (y sin que él tuviera nada que ver en ello), acabó llevándose las flores. Son numerosos los artículos y hasta libros que indican que don Anastasio fue quien fundó el Museo Nacional, el Instituto Meteorógico y el Instituto Geográfico, que fueron fundados por Pittier. Las investigaciones se le atribuyen al tico mientras que el suizo que se fue y nunca más volvió cayó en el olvido.
Los esfuerzos que hubo por ensalzar su memoria fracasaron. En 1949, la Universidad de Costa Rica tuvo la intención de publicar las obras completas de Pittier, pero nunca lo hizo. El Ministerio de Educación iba a ponerle su nombre a una escuela, pero cambió de parecer al último momento ya que los vecinos del lugar preferían que la escuela llevara el nombre de un líder comunal y no de un suizo que ni sabían quién era. Don Manuel Bonilla, admirador de Pittier, donó un terreno para que se hiciera un parque y se le levantara un monumento, pero al final el terreno se utilizó para otros fines. Hasta donde sé, el ensayo Plantas usuales de Costa Rica, publicado en Washington en 1908, no ha tenido una edición costarricense.
Henri Pittier. Naturalista, botánico y etnógrafo.
Dentro de lo poco que se ha publicado sobre Pittier en Costa Rica, hay un libro de Adina Conejo, publicado por el Ministerio de Cultura Juventud y Deportes en 1975, que además de una breve biografía, incluye una pequeña antología de cartas y varios artículos suyos. Me hizo mucha gracia que, precisamente cuando estaba leyendo su artículo sobre las frutas de Costa Rica, fui al supermercado y me encontré que estaba en oferta una "ensalada exótica" de palmito y pejibaye. Aquello debió haberse llamado más bien "ensalada autóctona",. porque,. como bien dice Pittier,. la mayoría de las frutas que se consumen en Costa Rica son exóticas. El mango, el banano, la piña, la sandía, el durazno, el higo, las dos clases de mamones, el limón, la naranja, la mandarina y la toronja, entre otras, son exóticas, es decir, fueron traídas de otro lado. Mientras que el palmito, el pejibaye, el marañón, el zapote y el caimito, por citar algunos, no tienen nada de exótico, son más bien autóctonos porque siempre han estado aquí.
Son verdaderamente fascinantes su descripción del río Térraba, la explicación que da sobre el origen de la Laguna de Fraijanes y las observaciones que hace sobre la conducta de los monos cara blanca. Hasta al escribir textos científicos Pittier logra ser ameno y entretenido. Pero los artículos que más disfruté fueron los etnográficos, los que tienen que ver con la gente y sus costumbres. Particularmente interesante es lo que cuenta de los ritos funerarios de los bribris. Al muerto le hacían dos entierros. Primero lo enterraban durante unos meses en un terreno húmedo, cerca de la casa, para que el cuerpo se pudriera rápido. Luego sacaban los huesos, los hacían un paquete compacto y le hacían un segundo entierro, ya definitivo, en la montaña, lejos del poblado. Cuando estuvo de visita en Nicoya, en 1904, entrevistó a José Silverio Gómez, un hombre sano, fuerte y lúcido, que había nacido en 1801 y tenía, por tanto, ciento tres años de edad. Recordaba claramente la independencia y la anexión. En el pueblo había viejitas que no sabían que edad tenían, pero se acordaban de él cuando era niño. Pittier no se atreve a plantear una hipótesis sobre la causa del fenómeno, pero  en Nicoya se encontró con hombres y mujeres de ochenta, noventa, cien años y aún más, montando a caballo, trepando a los árboles y picando leña con hacha. Para quien no conozca la zona tal vez resulte difícil de creer, pero la longevidad en Nicoya aún se mantiene sin que nadie sepa por qué.
INSC: 1902

1 comentario:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...