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viernes, 26 de marzo de 2021

Los ojos del antifaz. Novela de Adriano Corrales.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
BBB. Costa Rica. 2020

En determinado momento, David, el protagonista de la novela Los ojos del antifaz, de Adriano Corrales, se mira al espejo y no se reconoce. Aún joven, le cuesta creer que aquel rostro envejecido, maltratado, doloroso y amargo, sea el suyo. No hace mucho que era un muchacho alegre, curioso y enamoradizo que, a falta de un balón de verdad, jugaba con sus amigos utilizando como pelota una vejiga de chancho bien inflada y bien cosida.

Creció en el campo, tan cerca de la naturaleza virgen que, en las noches, se escuchaban los gruñidos de manadas de saínos salvajes que se atrevían a curiosear cerca de la casa. Estaba pequeño cuando, cargada dentro de una carreta de bueyes, venía enroscada una enorme serpiente muerta. Los habitantes del lugar se congregaron curiosos y, para que pudieran verla mejor, la colgaron de un poste. Se aprovechó todo. El cuero, que parecía inagotable, sirvió para hacer zapatos, cinturones y billeteras, la grasa, para remedios caseros y la carne para hacer chicharrones.

Su infancia y juventud las vivió en un lugar mágico, en que los fantasmas hacían visitas para anunciar su propia muerte, las brujas se entretenían anudando apretadas trenzas en las crines de los caballos y el Dr. Ricardo Moreno Cañas operaba en sueños a sus devotos. Las oportunidades de divertirse y socializar eran pocas, pero se aprovechaban al máximo, como la vez aquella en que tuvo su primera, brevísima, pero inolvidable conquista amorosa con la muchachita que hacía fila delante de él para montarse en la rueda de Chicago.

Guy de Maupassant decía que una novela es un ciclo completo de vida, que se toman los personajes en un momento de sus vidas y se les acompaña, durante la transición, hasta el momento siguiente. El David joven, fuerte, sano, juguetón, idealista y soñador que respiraba el aire puro del monte y se bañaba en los ríos, no es el mismo David, joven aún, que se mira al espejo y se percata que, aunque actuó movido por las mejores intenciones y con el propósito de hacer lo correcto, el sueño al que dedicó todas sus energías, por el que hizo enormes sacrificios y en el que hasta puso en riesgo su vida, no fue más que un espejismo.

De mente inquieta, David desde pequeño se cuestionaba todo, hasta la doctrina del catecismo. Era inteligente y curioso, pero acabó volviéndose rebelde y revoltoso, hasta el punto que, siendo apenas un adolescente, Cuzuco, el director del colegio, lo expulsó por haber afeado, con protestas estudiantiles, la visita del Presidente de la República. Fuera de las aulas, sin derecho a matricularse en ninguna institución estatal de segunda enseñanza, David, que podía ser constante cuando se lo proponía, terminó la secundaria y abandonó su verde y mágica tierra natal para ir a estudiar a la universidad.

Deambuló por distintas carreras, se hizo de amigos y, además de compartir parrandas juveniles, acabó involucrándose en una agrupación política que, en la novela, se llama simplemente "La orga". Aunque en el grupo había unos cuantos intelectuales y hasta algunos miembros de otros países, que tenían amplia experiencia en tácticas de agitación, labores de espionaje y hasta de guerilla, lo cierto es que la gran mayoría de los compañeros eran revolucionarios de camiseta y boina. Muchachos que se proponen cambiar el mundo, sin ser capaces de cambiar sus propios hábitos, que pretenden establer otro orden de cosas, sin tener su propia vida en orden.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
Primera edición.
Perro Azul. Costa Rica. 1999.

Aquellos jóvenes, aunque cumplían con entusiasmo las tareas que les asignaban los dirigentes, la mayor parte del tiempo eran simplemente compañeros de tertulia y de parranda. Acabaron viviendo todos juntos en una casa alquilada pero el asunto no funcionó muy bien, porque todos comían y solamente unos pocos aportaban. Los recursos llegaron a ser tan escasos que, en una ocasión, todos intervinieron en el debate oral y público de un juicio que se improvisó por la desaparición de un plátano. En la convivencia quedó claro que la tan cacareada palabra "solidaridad", unos (pocos) la consideraban un deber, mientras que otros (muchos) la aprovechaban como una ventaja gratuita. 

Era el final de los años setenta y como David era uno de los más entusiastas de la orga, le propusieron entrenarlo para que fuera a luchar como guerrillero sandinista en el frente sur de Nicaragua.  David tenía su novia y sus planes. Fue duro decidir entre Lucía y la lucha revolucionaria pero, se dijo, la lucha está por encima de todo. Además, pensó: "Si me niego, quedaré como un farsante."

Se fue entonces como "voluntario" y, ya en la montaña, llegó a entablar buena amistad con sus compañeros de armas. Eran en verdad muy distintos a los revolucionarios de la universidad y poco a poco fue conociendo sus historias, reales o inventadas, así como las razones por las que explicaban, tanto a los otros como a sí mismos, el que estuvieran allí. Entre los guerrilleros había personajes de todo tipo y hasta niños de doce años de edad, cuya estatura apenas era ligeramente más alta que el fusil que cargaban. Los más viejos, tenían sus razones, pero en cuanto a los chavalitos, aunque eran valientes y arrojados, resultaba difícil de creer que fueran "voluntarios".

A la hora de escoger su nombre de guerrillero, tras descartar muchas opciones, David decidió llamarse Aquiles. Lo más terrible del tiempo de lucha en la montaña no fue el hambre, ni el frío, ni la lluvia, ni el sol, ni las largas caminatas con el equipo a cuestas. Ni siquiera fueron los tiroteos ni la conciencia de que se arriesgaba la vida a cada paso. Lo más terrible fue la muerte, tanto de los compañeros como del enemigo porque, tras los combates, David o, más bien, Aquiles, descubrió que los muertos no solamente tienen un aspecto impactante, que impresiona por lo grotesco, sino también un olor penetrante que queda impregnado por dentro y por fuera de quien se les acerca demasiado.

Cuando Anastasio Somoza abandonó el poder en Nicaragua y los guerrilleros fueron recibidos en las principales poblaciones del país como héroes, por todo lo sufrido, el sabor de la victoria fue amargo y llegó a prestarse para ironías. Hasta la consigna revolucionaria "Hasta la Victoria, siempre", era repetida por los mismos guerrilleros con otro significado, porque en Nicaragua, Victoria es una marca de cerveza.

La madre se curó de todos los males que la tenían postrada en una cama cuando su hijo volvió a la casa. El retorno fue difícil. "¿Cómo se hace para volver?"  A petición de los curiosos, David contaba sus andanzas como si el protagonista de su relato fuera otro y no él mismo. Su mente estaba en otra parte. No le interesaba hacerse el interesante con relatos de aventuras, sino retomar de nuevo su vida, sus planes, volver a encontrarse con su novia, buscar una ruta a seguir, hacer algo después de ese paréntesis en su vida. A veces se preguntaba qué habría sido si nunca hubiera salido del pueblo. Tal vez peón de finca, trabajador del aserradero o dependiente de comercio. 

David quería retomar su vida, pero "La orga", tenía otros planes para él. Decidieron, sin consultarle, aprovechar su experiencia para realizar lo que llamaban "operaciones de recuperación financiera", eufemismo rimbombante que, en buen castellano, significa, simple y llanamente, realizar asaltos para obtener un botín. Bien mirado, la tergiversación de las palabras es hasta irónica. Solamente se puede recuperar lo que a uno le pertenece. Recuperar algo que pertenece a otro es, por feo que suene, robar.

El asalto a una sucursal bancaria salió bien. No hubo heridos, ni muertos ni detenidos. Pero en el segundo golpe las cosas se complicaron y David acabó arrestado e interrogado. Los cuerpos policiales estaban alarmados y tensos. A inicios de los años ochenta estaban sucediendo hechos cada vez más violentos. secuestros de empresarios de otras nacionalidades residentes en el país, tiroteos, asaltos y acciones de organizaciones armadas con algún tipo de connotación política, como las del grupo La Familia, que dejó la muerte de dos guardias civiles durante un enfrentamiento y de la joven Viviana Gallardo Camacho, ametrallada en una celda mientras esperaba presentarse a juicio.

David llegó a pensar que no saldría vivo del interrogatorio. Nadie, ni siquiera él mismo, sabía dónde se encontraba. Pero a fin de cuentas lo dejaron ir. Pudo dormir y, a la mañana siguiente, mientras se aseaba, se miró al espejo.

"Allí, frente a mí, estaba parado un tipo con los ojos amoratados y la cara de una palidez violácea. Un tipo barbado y golpeado por días y años de lucha inútil consigo mismo y con la muerte. Un tipo desconocido, envejecido por los años a la interperie y a salto de mata. No un guerrero, sino un transeúnte por la vía de los que nunca se descubrieron...Ese era el antifaz que había llevado hasta siempre... Ese tipo no era yo, era otro. Los ojos, mis ojos, al fin podían mirar el antifaz. O el antifaz mirar a mis ojos."

En Centroamérica abundan las obras testimoniales de guerrilleros pero, por lo general, son de corte propagandístico o apologético en las que el protagonista es retratado como héroe o como víctima. Los ojos del antifaz no va por ahí. Es una novela en la que, más que en la referencia histórica, la atención está concentrada en el drama humano, más que en la lucha social, el argumento se concentra en la experiencia individual. Independientemente de las posiciones políticas o ideológicas que pudiera tener quien la lea la novela, acabará comprendiendo a David y, hasta me atrevería a afirmar que, conforme avance el lectura, llegará hasta a sentirle afecto.

No sé si Adriano los escogió deliberadamente o si ni siquiera se dio percató del detalle, pero encontré profundamente simbólicos los dos nombres del protagonista. David, como el pastorcillo que, siendo apenas un niño, derribó con su honda a un guerrero gigante armado hasta los dientes, y Aquiles, el invencible que tenía, sin embargo, un punto vulnerable.  A pesar de la fortaleza de sus palabras, sus ideas y sus acciones, de alguna forma es evidente que, en el fondo, el personaje que está detrás del antifaz es una criatura frágil. A la larga, él mismo se percata que el punto débil de su ser es más que el talón y que el enemigo que pretendía derribar es mucho más grande que Goliat.

Los ojos del antifaz.
Adriano Corrales.
EUNED. Costa Rica. 2007.

El sueño se volvió una pesadilla de la que fue triste despertar. A lo largo del libro hay reflexiones filosóficas, éticas, estéticas e históricas de gran interés y profundidad. Hasta las alucinaciones, o premoniciones, de la vez que durmió tres días seguidos son fascinantes. David sufrió al lado de la sarta de vagos de la universidad, en los duros tiempos de la guerrilla y en las operaciones clandestinas en las que lo involucró "la orga", pero disfrutó de la serenidad de las nostálgicas charlas con sus caseros doña Luz y don Toño. David, en el fondo, era un pensador y un artista más que un guerrilero o un redentor de la sociedad.

Mientras leía Los ojos del antifaz,  reafirmé mi convicción de que los movimientos de izquierda, pese a su prédica contra la discriminación de clase, en la práctica son bastante clasistas. Están, para empezar por lo más alto, los que llamo "los comunistas gourmet" o, como les dicen en Europa, "La gauche", que son pura pose, como las preciosas ridículas de la comedia de Moliére. Luego están los dirigentes, que dan la cara y pronuncian discursos, pero nunca se ensucian las manos. Y, en lo más bajo de la pirámide, están quienes, como el David de la novela, hacen cualquier cosa que les manden y son capaces de poner a un lado hasta sus aspiraciones personales con tal de contribuir a la causa.

Los de arriba son una farsa. Los de abajo de verdad se creen el cuento. Su idealismo y su compromiso son auténticos, pero acaban siendo utilizados como peones de una partida en la que otros deciden sus movimientos. Uno no puede dejar de preguntarse cómo alguien que, siendo apenas un muchacho, ponía en apuros a la maestra de religión por cuestionar la doctrina y el catecismo, luego, ya más crecido, no solo abrazó sin objeciones de ningún tipo la religión, la doctrina y el catecismo de "la orga", sino que hasta cumplió sus órdenes sin cuestionarlas en lo más mínimo.

El ideal por la justicia social lo llevó a la delincuencia. Se jugó el riesgo de matar, de que lo mataran o de ir a parar la cárcel, con tal de obtener un botín del que ni siquiera recibiría una parte, puesto que debía entregarlo a los de arriba, a los que dan órdenes sin arriesgar nada.

Lo irónico, y lo triste, es que los más comprometidos y obedientes, cuanto todo acabó, fueron los más olvidados. Los otros, los que hablaban de revolución pero tuvieron el cuidado de mantenerse lejos de los disparos, hospedados en buenos hoteles mientras sus compañeros se escondían en charrales con el enemigo al frente, al final siguieron politiqueando y encontraron su campito en los partidos que antes combatían.

Sereno, sin dolor y sin resentimientos, David llega a decir que si un largo periodo de su juventud se puede considerar como un montón de años perdidos, confía al menos que no acabe siendo también una memoria perdida. Y se propone entonces escribir su historia personal novelada.

Una vez, le pregunté a Adriano si este libro se podía considerar como unas memorias o un testimonio de su experiencia personal. Tras un profundo respiró, simplemente me respondió: "Los ojos del antifaz es una novela."

Una novela, por cierto, que lleva años generando interés y atrayendo lectores. Su primera edición fue publicada en 1999 por Perro Azul, en 2001 fue editada en Argentina por el sello Piel de leopardo, la EUNED la incluyó en sus colección de literatura costarricense en 2007 y la edición más reciente la realizó BBB en el año 2020.

INSC: 1091, 2777

sábado, 21 de noviembre de 2015

Mirar con inocencia. Cuentos de Alfonso Chase.

Mirar con inocencia. Alfonso Chase.
Editorial Costa Rica. 1975.
Ilustraciones de Hugo Díaz.
Alfonso Chase tenía poco más de veinte años de edad cuando, en 1966, publicó Los reinos de mi mundo, su primer libro de poesía. Al año siguiente debutó como novelista con Los juegos furtivos y en 1975 apareció su libro de cuentos Mirar con inocencia. Escritor incansable desde entonces, ha publicado también ensayos e investigaciones históricas, ha compilado numerosas antologías y ha sido colaborador habitual de distintos periódicos y revistas.
Como su obra, además de vasta, es diversa, resulta difícil emitir sobre ella una valoración de conjunto. Cada uno de sus libros es muy distinto a los otros.  Todos, sin embargo, tienen en común el haber sido de alguna manera provocadores y audaces. No hay una sola página escrita por Alfonso que pueda leerse sin al menos un sobresalto. Cuando se pone sentimental, ubica en el lugar preciso la gota de humor y cuando asume un tono doctoral suelta oportunamente algún dato sorpresivo o una de sus famosas afirmaciones tajantes.
Mirar con inocencia, su primer libro de cuentos, tuvo una edición modesta pero masiva. En aquellos años, los libros de la Editorial Costa Rica eran de papel periódico con tapa de cartulina, pero los tirajes eran de miles de ejemplares que se distribuían por todo el país y se vendían a precios accesibles.
En su momento, el libro sorprendió por su audacia y, a pesar de los años transcurridos, estas narraciones no han perdido su frescura. Apareció en una época que, más que de cambio, fue de ruptura. Las diferencias de los jóvenes con la generación de sus padres era notoria en la música y el vestir, pero iba más allá. Había un ansia de renovación, un deseo de replantear las prioridades de la vida. La juventud fue rebelde y desafiante más que nunca en la década de los sesenta y setenta. La moda hippie, con su consumo de drogas y su práctica de amor libre, así como el eco de los acontecimientos de mayo de 1968 en París o de la tragedia de la plaza de Tlatelolco, en México, en octubre del mismo año, marcaron fuertemente tanto la mente como las emociones de los jóvenes de aquella época.
La ciudad de San José, capital de Costa Rica, ya no era para ese entonces el bucólico pueblón en donde bastaba alejarse solamente un par de cuadras del parque central para encontrar gallinas picoteando en el polvo.  A la literatura costarricense, que tanto se había ocupado en señalar el contraste entre el campo y la ciudad, le había llegado la hora de ocuparse de sus personajes urbanos. Mirar con inocencia es un libro de cuentos en que no hay cafetales, ni trapiches, ni carretas de bueyes, sino pequeños y grandes dramas, de sabor agridulce, que ocurren, en la mayoría de los casos, entre cuatro paredes.
Aparecen, entre otros, un joven que vive en onda, una doñita que perdió la razón, un ladrón de bicicletas al que le fue concedido un milagro, dos monjitas dispuestas a tomar la justicia en sus manos, un pobre hombre arrestado sin motivo e interrogado brutalmente, así como uno que otro que es delincuente o pachuco. Todos ellos, algunos entusiasmados y otros aterrorizados por los cambios, viven en un mundo que se transforma abruptamente. Pero, aunque es un libro de un autor joven que escribe en código joven, Mirar con inocencia es mucho más que un documento de época.
Cada cuento tiene su particular encanto, muchos de ellos están escritos con elevado lirismo y algunos son verdaderas obras maestras. En Los relojes, una familia sufre la humillación de un embargo. Los ejecutores registran la casa, amontonan los objetos de valor y hacen una lista con precios estimados hasta completar el total del monto a cobrar. Deciden llevarse los muebles de la sala, la refrigeradora y hasta los colchones. Los libros ni los vuelven a ver, porque no valen. Y al final de ese día amargo y tenso, es el niño pequeño quien, por iniciativa propia, encuentra la forma de salvar lo verdaderamente importante y logra devolver la sonrisa a los rostros todavía llorosos de sus familiares.
En este libro, además, está el formidable monólogo Con la música por dentro, en que una mujer, sufrida pero alegre, vive sin complicaciones y se conforma con poco porque no necesita mucho para estar contenta. Su historia es triste: fue abusada desde niña, su compañero se atrevió a golpearla y, por necesidad, aparte de vender lotería, debe prostituirse ocasionalmente. Fue operada en sueños por el Dr. Ricardo Moreno Cañas, consulta de vez en cuando a un adivino y, como de alguna forma ha adquirido lo que llaman conciencia de clase, se ha vuelto rojilla y desfila con sus güilas el primero de mayo. Insolente, supersticiosa, religiosa y politiquera es una buena madre y una esforzada trabajadora que, pese a haber tenido una vida difícil, nunca se ha dejado vencer por la amargura. Basta un chop sui en un restaurante chino, un par de tragos, una bailadita o un paseo en tren al puerto para que ella, que nació con la música por dentro, se convenza que la vida es bella. En este cuento, además de haber realizado un amplio retrato sociológico, Alfonso ha creado un personaje verdaderamente inolvidable.
El libro encierra muchos otros detalles que, vistos con la distancia que dan los años, resultan sorprendentes. "La orden de los iluminados", que se ha convertido en personaje infaltable en las teorías de conspiración que tanto circulan actualmente, se menciona en uno de los cuentos.  Por otra parte, mucho antes de que se pusieran de moda, el libro incluye varias páginas de microrrelatos.
Es siempre injusto etiquetar a un autor por una sola de sus obras. Alfonso Chase ha publicado tantos libros entre novelas, cuentos, poemas y ensayos, que, en su caso, pretender asociar su figura de escritor a solamente uno de ellos sería, más que una injusticia, una temeridad. Tengo claro que Alfonso, por su amplia obra, es mucho más que el joven autor de Mirar con inocencia pero, al menos en mi opinión muy personal como lector, este es el libro suyo por el que estoy más agradecido.
INSC: 0036
Alfonso Chase Brenes. Poeta, novelista, cuentista y ensayista costarricense.





domingo, 3 de mayo de 2015

La fugitiva. Novela de Sergio Ramírez Mercado.

La fugitiva. Sergio Ramírez Mercado.
Alfaguara, México, 2011.
Yolanda Oreamuno fue una escritora costarricense que, como otros jóvenes de su generación, era asidua colaboradora de El Repertorio Americano publicaba don Joaquín García Monge. Su vida fue breve y bastante complicada. De su obra literaria quedan una novela La ruta de su evasión y varios cuentos y ensayos. Yolanda era un mujer inteligente, atractiva y culta. Fue víctima de un secuestro, su primer marido, el diplomático chileno Jorge Molina Wood, se suicidó. Su segundo matrimonio, con el licenciado Oscar Barahona Streber acabó en un divorcio poco amistoso y Yolanda, que decidió rehacer su vida fuera de Costa Rica, en Guatemala, primero y en México después, perdió contacto con su único hijo. La obra literaria de Yolanda, escrita con una prosa esmerada, llena de imágenes sugerentes, se inclina profundamente hacia la introspección. Tanto en su novela como en sus cuentos, lo que ocurre en el interior de los personajes es mucho más rico y significativo que lo que ocurre a su alrededor. En sus ensayos y artículos, queda en evidencia su gran sentido crítico así como la fina ironía a la que recurre para expresarlo. Es suya la frase, que acabó siendo famosa, de que en Costa Rica, cuando alguien sobresale, en vez de cortarle la cabeza le bajan el piso.
En vida de Yolanda, eran más quienes prestaban atención a sus asuntos personales que a su obra literaria. Esta situación que se ha mantenido después de su muerte. Aunque hay quienes se han ocupado de analizar y difundir su obra, la mayoría de artículos que se han escrito sobre ella se enfocan casi morbosamente en asuntos biográficos.
A finales de los años noventa, Sergio Ramírez Mercado anunció, en una conferencia en el Teatro Nacional, que estaba preparando un libro sobre Yolanda Oreamuno. Vino luego una espera de más de una década y, finalmente, en el 2011, apareció la novela La fugitiva, publicada en México por Alfaguara.
Aunque el libro fue muy vendido, en Costa Rica, digámoslo de una vez, la novela desilusionó.
Pequeños detalles, que los lectores de otras nacionalidades ni se siquiera reconocerían, resultaron verdaderamente molestos para los lectores ticos. Tal parece que ningún costarricense leyó el borrador del libro y, si alguno lo hizo, no realizó un buen trabajo. Prácticamente todas las expresiones del habla costarricense, así como las referencias espaciales y los acontecimientos y personajes históricos, están llenos de errores e inexactitudes.
Dice "por dichas", en vez de por dicha. "Chivirri", en vez de chiverre. "Genízaro", en vez de cenízaro. "Río Tabaco", en vez de Tabacón. "Cuartel Buenavista", en vez de Bellavista. "Pellico Tinoco" en vez de Pelico Tinoco. Confunde el barrio Amón con el barrio Tournón, que además escribe "Turnón". Confunde el mercado Central con el mercado Borbón. La península de Osa, que está en el Pacífico, la ubica en el Atlántico. Dice que en los años sesenta empezaron a poblarse los barrios al oeste de la capital, Los Yoses, Escalante y Francisco Peralta, cuando esos barrios no están al oeste sino al este y no datan de los años sesenta sino de los cuarenta. Menciona las tres esculturas del Teatro Nacional como "la gloria, la fama y la danza", cuando son la fama, la música y la danza.
Los personajes históricos a los que se refiere a lo largo del libro, tales como el general Jorge Volio, don Ricardo Jiménez Oreamuno, Santos Matute Gómez, Monseñor Sanabria, Clorito Picado y el Dr. Ricardo Moreno Cañas, están desfigurados al punto de ser irreconocibles. La mayor parte de lo que se dice de ellos no corresponde a los hechos históricos. También están llenas de errores históricos las referencias a la guerra civil. Según el libro, don Pepe Figueres convocó la huelga de brazos caídos y el voto femenino se estableció en 1950.
Si hubo algún tipo de investigación para escribir esta obra, definitivamente fue muy descuidada. Según el libro, Luz Marina Goicoechea fue retratada por don Guido Sáenz, cuando el retrato famoso al que se refiere es de María Cristina Goicoechea y fue pintado por doña Luisa González de Sáenz, madre de don Guido. Pero allí no acaban los anacronismos. Llama Nelson Rockefeller a John D. Rockefeller y pone al General Tomás Guardia a interactuar con personas que llegaron a Costa Rica cincuenta años después de su muerte.
Algo verdaderamente extraño en este libro es el cambio de nombres. A Tomás Soley Güell, el ministro de hacienda de don Ricardo, lo llama Benito Solera Güell, sin que haya motivo que lo justifique, ya que lo menciona solamente de pasada. En cambio, el asesinato de Alberto González Lahmann y la enfermedad de doña Flora Luján si se cuentan con nombres y apellidos, lo cual es, por decir lo menos, una falta de delicadeza y de consideración a sus parientes.
A Yolanda Oreamuno la llama Amanda Solano. El cambio de nombre jugó en contra, porque la protagonista de la novela firma sus cartas como AS, lo cual no tiene el encanto de la firma real de Yolanda, que firmaba sus cartas como YO.
Yolanda murió en México en 1956. Poco después, por iniciativa de doña Olga de Benedictis, esposa del presidente Mario Echandi, sus restos fueron repatriados y sepultados en el cementerio general de San José. 
La novela arranca en ese cementerio, ante la tumba sin nombre de la brillante escritora fallecida lejos de su patria. En las primeras págnias, el narrador ofrece contar la vida de esa persona, pero la oferta no se cumple. En lugar de una novela con la escritora como protagonista, los capítulos posteriores del libro se limitan a tres largos monólogos. El primero, de doña Vera Tinoco Rodríguez, el segundo de Lilia Ramos y el tercero de Chavela Vargas. Naturalmente, ninguna de ellas aparece identificada con su verdadero nombre, pero cualquier lector tico las reconocería. No logro comprender por qué, si pretendía escribir sobre la vida de Yolanda, no le dio voz ni protagonismo, sino que la convirtió en un espectro reconstruido a retazos a partir de tres voces. Tampoco comprendo a qué clase de público pretendía dirigirse. Un lector español o latinoamericano difícilmente logrará enterarse de que este libro se refiere a una persona que realmente existió. Para un lector costarricense, como ya se dijo, la lectura está llena de tropiezos por la abundancia de errores e inexactitudes. Alguien que nunca haya oído hablar de Yolanda Oreamuno, no encontrará en estas páginas ninguna referencia que la acerque a ella. Quien conozca la vida y obra de Yolanda, este libro no tiene nada nuevo que decirle.
El libro de Sergio Ramírez Mercado, a fin de cuentas, no hace más que repetir los tres lugares comunes que han llegado a ser recurrentes cada vez que se habla de Yolanda. Se dice que era una mujer de talento extraordinario en un medio cultural aldeano y aburrido. Curiosamente, si alguna vez el medio cultural costarricense fue realmente activo y brillante, fue en la década de los cuarenta, cuando grandes escritores como la propia Yolanda, Max Jiménez, don Joaquín, don Fabián, Calufa, Carmen Lyra entre otros generaban un debate amplio y de altura en el Repertorio Americano de don Joaquín García Monge. Esa década de los cuarenta, muy lejos del aburrimiento adocenado con que la pintan, fue escenario de grandes reformas y conflictos políticos que acabaron en una guerra civil. En la artes plásticas, por su parte, ya surgían grandes talentos como don Paco Amighetti, Francisco Zúñiga, de nuevo Max Jiménez y toda la generación nacionalista.
Es verdad que la obra de Yolanda, a pesar de sus enormes méritos, no trascendió más allá del medio local. Sin embargo, su caso no es excepcional ni único. Todos los autores latinoamericanos fallecidos en la década de los cincuenta son poco recordados en su propio país y totalmente desconocidos fuera de sus fronteras.
En todo caso, la vida y obra de Yolanda brindan material abundante para escribir una novela. La fugitiva, de don Sergio Ramírez Mercado, quedó en un intento fallido.
Al final del libro aparece la leyenda: "Esta novela es una obra de ficción. Todos los personajes y situaciones han sido inventados y se deben a la imaginación del autor."  Dicha afirmación es falsa. La imaginación de don Sergio no inventó a Clorito Picado, ni a Moreno Cañas, ni a Monseñor Sanabria, ni a don Pepe Figueres. Los personajes de este libro no fueron inventados, sino alterados por el autor. Siendo así, tal vez mi apreciación de este libro esté totalmente equivocada. Le pedí peras al olmo. Quizá Sergio Ramírez no quiso escribir sobre Yolanda sino, usando su vida como base, escribir una novela con todas las licencias que la ficción otorga al autor.
INCS 2571

viernes, 2 de enero de 2015

Vida, muerte y mito del Dr. Ricardo Moreno Cañas.

Vida, muerte y mito del Dr. Moreno
Cañas. Eduardo Oconitrillo García.
Editorial Costa Rica, 1985.
En este libro encontramos un personaje que fue médico en la I Guerra Mundial y, de regreso a su país, se destacó como cirujano y estuvo involucrado en intrigas políticas. Murió asesinado por un antiguo paciente una noche de triple homicidio. Su muerte desató todo tipo de especulaciones que apuntaban a una conspiración fraguada en las más altas esferas. Mientras su asesino, encerrado en una jaula como un animal de zoológico, se convertía en una atracción morbosa para los visitantes que iban exclusivamente a verlo, el fantasma del médico asesinado continuaba visitando a sus pacientes en el hospital. De cirujano destacado y líder político frustrado, acabó convertido en un santo popular, a quien sus fieles le piden curaciones milagrosas o lo invocan en sesiones espiritistas. Con aventuras, intriga, política, drama, crimen, asesinatos, detectives, conspiración, hechos sobrenaturales y fenómenos inexplicables y misteriosos, a este libro no le faltan ganchos para atraer lectores. Pero no se trata de una novela escrita por un autor de imaginación desbordada, sino de una biografía fruto de la investigación seria que se limita a consignar los hechos.
Vida, muerte y mito del Dr. Moreno Cañas de Eduardo Oconitrillo García, como lo indica el título, presenta una semblanza de su vida, un recuento de las extrañas circunstancias de su asesinato y un asomo al culto popular de su figura tras su muerte. Digo asomo, porque la devoción a su memoria es el aspecto menos investigado del libro pero, en todo caso, el surgimiento de creencias sobrenaturales no es un asunto del que se ocupen los historiadores.
Dr. Ricardo Moreno Cañas. 1890-1938.
Ricardo Moreno Cañas nació en San José de Costa Rica el 8 de mayo de 1890, hijo de don Inocente Moreno Quesada y doña Clara Cañas Alvarado. Hago un paréntesis para incluir una información que, aunque no tiene ninguna importancia, no consta en el libro. Una vez, en una conversación casual, don Beto Cañas me comentó que la pandilla de niños de Barrio Amón, de la que él formaba parte, se burlaba de los nombres de los padres del Doctor, doña Clara y don Inocente, a quienes llamaban, a sus espaldas, por supuesto, doña Oscura y don Culpable. El dato es irrelevante, naturalmente, pero lo menciono porque a mí me sirvió para que no se me olvidaran nunca esos nombres.
Ricardo Moreno Cañas, aunque era un gran fumador (fumaba hasta en la sala de operaciones), fue también un gran deportista: corrió la primera maratón realizada en Costa Rica y en su juventud fue uno de los que introdujeron en el país, a inicios del siglo XX,  un nuevo deporte llamado fútbol. Estudió en el Colegio Seminario y obtuvo una beca para cursar la carrera de medicina en Suiza. A mitad de los estudios, por razones que el libro no explica, le quitaron la beca y debió recurrir a un préstamo para cubrir sus gastos hasta graduarse. Años después, cuando abrió su consultorio en Costa Rica, tuvo tantos pacientes que pudo pagar rápidamente la deuda. Antes de regresar al país, y ya con el título de médico, sirvió a Francia durante la I Guerra Mundial. Las cirugías que realizó, en circunstancias tan difíciles que no hace falta describir ya que son fáciles de imaginar, le merecieron numerosas condecoraciones, incluida la Legión de Honor. 
Instalado de vuelta en Costa Rica, fue cirujano en el Hospital San Juan de Dios. Tenía también su consultorio privado, cerca del Correo, donde atendía una amplia clientela. A los que podían pagarle, les cobraba cuatro colones. A los pobres, les regalaba la consulta y hasta les daba las medicinas. Además de ser un hombre conocido y respetado, su reputación alcanzó proporciones de héroe de leyenda en 1934. El día de año nuevo, un marido celoso atacó a balazos a dos amigos de su mujer. Uno murió en el acto, pero el otro llegó al hospital seriamente herido. La radiografía mostraba que la bala estaba alojada justo al lado de su corazón. El Dr. Moreno Cañas le abrió el tórax y, detrás del órgano herido, pudo ver el proyectil. Coordinando el movimiento de sus manos con el palpitar del corazón, logró sacar la bala, suturar las lesiones  internas causadas por el disparo y salvarle la vida al paciente. Fue la primera operación de corazón abierto en Costa Rica. El Doctor fue condecorado y el poeta Rogelio Sotela le dedicó una poesía muy hermosa que escribió a propósito del hecho.
Moreno Cañas era un hombre sencillo. Leía a Rubén Darío y a José Santos Chochano. Disfrutaba cazar y pescar, cultivaba orquídeas, tenía buenos perros, coleccionaba los paisajes campesinos que pintaban Fausto Pacheco y Teodorico Quirós y llevaba una vida apacible con su esposa y sus hijas. Aunque era tímido y de pocas palabras, fue uno de los fundadores de la Liga Cívica en 1928 y llegó a ser diputado en 1931. No fue un parlamentario distinguido, leía sus discursos y no presentaba iniciativas. Don Ricardo Jiménez Oreamuno bromeaba diciendo que Moreno Cañas debía estar donde hubiera lesiones o huesos fracturados, pero no en el Congreso. Sin embargo, no faltaban quienes veían en él un candidato ideal a la presidencia.
En las elecciones de 1936, Moreno Cañas apoyó la candidatura de Octavio Beeche. León Cortés, el otro aspirante al cargo, le parecía peligroso por su autoritarismo y sus simpatías pro nazis. Beeche, un abuelito de bigote y cabello blanco que era un distinguido jurista, habría sido un gran presidente, pero no era un buen candidato y Cortés ganó las elecciones.
Beltrán Cortés Salazar. 1908-1984.
Condenado por el asesinato de Moreno Cañas.
Inspiró al personaje Ciriaco, de la novela  La isla
de los hombres solos
 de José León Sánchez.
El 23 de agosto de 1938, el Dr. Moreno Cañas leía el periódico después de cenar, cuando la empleada doméstica le anunció que lo buscaba un visitante. El hombre entró a la sala y le disparó tres balazos. El tiro que le dio en la cabeza fue el mortal. El asesino, Beltrán Cortés, tenía experiencia. En 1935 había matado a un policía, pero de los cinco años de cárcel a los que fue condenado solamente cumplió dos y lo dejaron libre. Beltrán Cortés, además, había sido operado cinco veces por Moreno Cañas entre 1928 y 1932, con miras a corregirle un problema del hueso en uno de sus brazos. Como Beltrán era un hombre pobre, las cinco operaciones fueron por el servicio de caridad del hospital. 
Tras asesinar a Moreno Cañas (que vivía en Barrio La California), Beltrán Cortés corrió hasta Barrio Amón. Tocó a la puerta de la casa del Dr. Carlos Manuel Echandi Lahmann, cirujano graduado en Yale y, cuando el galeno salió a atenderlo, también lo mató de un balazo en la cabeza. En la calle le disparó a tres personas más: Arthurd Maynar (tiro en la frente y muerte instantánea), Egérico Vargas (la bala le dio en el pecho y se alojó en un pulmón) y Rodolfo Quirós (herido en una mano). Vargas y Quirós sobrevivieron.
Cuando Beltrán fue arrestado, León Cortés, el Presidente de la República, fue a interrogarlo por varias horas. En el juicio, Beltrán fue condenado por cinco asesinatos, aunque en realidad solo hubiera matado a tres y herido a dos. Su pena fue de noventa y nueve años de cárcel que debía cumplir en la isla de San Lucas. Por orden del propio presidente Cortés, se construyó en el penal una jaula de dos metros de largo por dos metros de ancho (apenas del tamaño de una cama), con techo de concreto, en que Beltrán debía permanecer aislado. Inspirado en Beltrán, el escritor José León Sánchez creó al personaje Ciriaco, de la novela La isla de los hombres solos
Los turistas que pasaban sus vacaciones en el puerto de Puntarenas, solían tomar una lancha para visitar la isla de San Lucas, conocer el presidio, comprar artesanías y ver a Beltrán Cortés, a quien llamaban "monstruo", encerrado en su jaula. "Yo no soy monstruo. Monstruos son los que me tienen encerrado así", gritaba Beltrán. Once años estuvo Beltrán sufriendo calor en el día y frío en la noche en aquella jaula. Cuando salió, por acción humanitaria del presidente Otilio Ulate, prácticamente debió volver a aprender a caminar. 
Las teorías conspirativas circulaban. ¿Por qué el Presidente Cortés, enemigo de Moreno Cañas, interrogó a Beltrán la noche de su arresto? ¿Por qué la condena de cinco asesinatos si solamente murieron tres? ¿Por qué condenarlo a noventa y nueve años de cárcel en una jaula? ¿Pretenderían acaso que muriera pronto? Se manejaron todo tipo de hipótesis. Beltrán llegó a afirmar que a él le encargaron matar a los dos médicos y le ofrecieron sacarlo de la cárcel pronto, pero sus versiones eran muchas y contradictorias. El libro incluye una entrevista del autor a Beltrán Cortés, realizada cuando Beltrán ya era un anciano y estaba senil. Su mente, en todo caso, tal parece que nunca estuvo clara. El libro no lo menciona, pero existe también la teoría de que Beltrán no haya sido el asesino, sino que hubo más de un sicario. Se necesitaría ser un verdadero atleta para desplazarse corriendo del barrio La California al barrio Amón en el tiempo en que supuestamente lo hizo Beltrán. Según esta teoría, Beltrán, por su demencia, su antecedentes como asesino de un policía y su condición de paciente de Moreno Cañas, sería el chivo expiatorio perfecto.
En 1970, una nueva ley dispuso que la pena máxima de cárcel no podía pasar de treinta años. Como Beltrán llevaba ya treinta y dos preso, quedó en libertad. Se dedicó a vender lotería, obtuvo una modesta pensión y vivió sus últimos años en casa de una hermana. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel, los visitantes creían que era de buena suerte tocarle el brazo que había sido operado por Moreno Cañas, pero cuando vendía lotería, quienes lo reconocían preferían no comprarle porque podría ser de mala suerte.
Oración al Dr. Moreno Cañas que se vende en el
Mercado Central de San José.
Recién muerto el Dr. Moreno Cañas, pacientes internados en el hospital San Juan de Dios empezaron a asegurar haberlo visto visitando enfermos. Se habló de curaciones milagrosas, personas operadas en sueños y apariciones. El alma del Doctor empezó a ser invocada en sesiones espiritistas y muy pronto se popularizó una devoción que consistía en poner, ante un retrato del Doctor, una vela encendida y un vaso de agua. Antes de dormir, se hacía una oración invocando el poder curativo de Moreno Cañas y, a la mañana siguiente, se bebía el agua como medicina. Las estampitas con la imagen del Doctor se vendían, como era de esperarse, frente al San Juan de Dios. Todavía en los años noventa era común mirar la foto del médico asesinado publicada en un aviso en el periódico junto con la leyenda "Doy gracias al Dr. Moreno Cañas por un favor recibido" seguida de unas iniciales. Pese a la extendida devoción a su memoria, la Iglesia costarricense nunca inició su proceso de beatificación, quizá porque no aprobaba un culto surgido a partir de visiones de un fantasma y sesiones espiritistas. 
En 1949, Ricardo Moreno Cañas fue declarado Benemérito de la Patria. La escuela de Zaragoza de Palmares lleva su nombre, así como la Clínica del Seguro Social al sur de la capital. Frente a la clínica, por cierto, está su monumento, obra del escultor Juan Rafael Chacón. La práctica de rezarle ha venido desapareciendo, así como el recuerdo de su extraordinaria vida y su misteriosa muerte. En la actualidad son cada vez menos quienes saben algo de Ricardo Moreno Cañas, pese a ser uno de los personajes más interesantes de nuestra historia.
INSC: 2495
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