sábado, 30 de septiembre de 2017

Oro de la mañana. Poesía de Rafael Cardona.

Oro de la mañana. Rafael Cardona.
Imprenta Borrasé. Costa Rica, 1916.
Prólogo de Ricardo Fernández Guardia.
Uno de los pequeños tesoros que hay en mi biblioteca es Oro de la mañana, el primer poemario de Rafael Cardona, un librito amarillento de apenas setenta y dos páginas, publicado hace más de cien años por la imprenta Borrasé, que viene presentado con un prólogo, desbordante de entusiasmo, escrito por Ricardo Fernández Guardia.
Es famosa la historia de que en España, a finales del Siglo XIX, se publicó un libro con las creaciones de poetas de todos los países latinoamericanos que no incluyó a ningún costarricense. Se decía, para justificar la omisión, que en Costa Rica no se producía poesía sino solamente café. Para demostrar que en Costa Rica sí había poetas, fue que don Máximo Fernández Alvarado publicó, en 1890,  La Lira Costarricense, primera antología poética de nuestro país.
El propio Rubén Darío escribió: "Costa Rica intelectual posee más savia que flores. Es un terreno en donde los poetas se dan mal. Un poeta, lo que se llama un Batres, para solo hablar de Centro América, no lo ha habido nunca, y creo que nunca lo habrá. Está en el ambiente el mal. En la gran muchedumbre de hombres de letras que ha habido y hay en aquel país, no surge una sola cabeza coronada del eterno y verde laurel."
Seguramente dolidos por este severo juicio, los poetas costarricenses publicaron con abundancia en los periódicos y revistas de la época, establecieron los certámenes literarios y pulieron sus creaciones para ver si algún día el nombre de uno de ellos podía alcanzar la altura del salvadoreño José Batres, citado por Darío y, tal vez, hasta la del propio Darío.
Los primeros Juegos Florales fueron convocados en 1909, con motivo de las fiestas de la Independencia, por la revista Páginas Ilustradas. El primer galardonado fue el poeta ramonense Lisímaco Chavarría. Posteriormente, obtuvieron el premio, entre otros Rogelio Sotela y Manuel Segura Méndez, pero fue en la edición de 1914, en que quedó de ganador Rafael Cardona, que los literatos ticos creyeron haber encontrado al gran poeta que tanto andaban buscando.
Rafael Cardona Jiménez, que había nacido en Cartago en 1892 y que moriría en México en 1973, era miembro de una familia de artistas, músicos y escritores. Su padre, Genaro Cardona Valverde, autor de la Esfinge del Sendero, era novelista. Su tío, Ismael Cardona Valverde, era violinista y compositor. Su hermano, Jorge Cardona Jiménez, padre del poeta Alfredo Cardona Peña y del escritor Alvaro Cardona Hine, escribió el libro Hombres y máquinas. Entre sus sobrinos de generaciones más recientes, destacan el compositor Alejandro Cardona y la violinista Dylana Jenson.
En el prólogo de Oro de la mañana, tras citar las palabras de Darío, Ricardo Fernández Guardia comenta orgulloso que el Príncipe de las Letras Castellanas tuvo ocasión de rectificar. En Guatemala, Darío tuvo oportunidad de leer el Poema de las piedras preciosas de Rafael Cardona, sobre el que hizo un juicio elogioso, como si por fin hubiera aparecido el poeta costarricense que creía que nunca llegaría. El comentario de Darío, en todo caso, debió haber sido manifestado de manera verbal al periodista Guillermo Vargas, que fue quien le presentó el poema. Oro de la mañana fue publicado en 1916, el mismo año de la muerte de Darío.
Poco después de la publicación de su primer libro, Rafael Cardona emigró a Guatemala, donde fue profesor de la Universidad de San Carlos y tuvo como discípulo a Edelberto Torres. Llegó a establecer amistad con el dictador Jorge Ubico, pero sus relaciones se agriaron cuando, en una acalorada discusión, Cardona le dijo a Ubico que era "un tigre de alfombra". El poeta se trasladó entonces a México, en los tiempos en que gobernaba Alvaro Obregón y José Vasconcelos era secretario de Educación. Hizo buenas migas con Vasconcelos y se dedicó a trabajar como periodista, primero en El demócrata y posteriormente en Excelsior, diario del que llegó a ser editorialista.
Además de Oro de la mañana, escribió otros dos libros de poesía: Medallones de la Conquista (1918) y Estirpe (1949), este último editado por Joaquín García Monge.
En 1972, por insistencia de su sobrino, el poeta Alfredo Cardona Peña, Rafael Cardona preparó una selección de poemas inéditos con miras a realizar una publicación. Cardona Peña hizo llegar el manuscrito a don Alberto Cañas quien, al año siguiente, lo publicó con el título de Obra Poética, bajo el sello de la Editorial Costa Rica. El poeta, lamentablemente, no vivió para ver su último libro impreso.
Rafael Cardona murió en México el 2 de febrero de 1973. Al día siguiente, en el periódico La Prensa, del Distrito Federal, apareció un artículo titulado Una pluma alada, en el que su autor, Rodulfo Garzunier, manifestaba su deseo de que "ojalá su obra, escrita y oculta a la publicidad, se dé a conocer ahora que no está él para oponerse."
Cardona Peña declara que su tío era un ermitaño de muy mal genio. Había estudiado a Marx y se declaraba socialista. Sin embargo, sostenía que su ideología era no tener ninguna. En una de las pocas ocasiones en que regresó a Costa Rica, intentó fundar un partido político para enfrentarse a don Ricardo Jiménez Oreamuno, a quien le criticaba hasta la sintaxis de sus discursos.
En sus últimos años se volvió muy religioso, no quería recibir a nadie, desconectó el teléfono de su casa y optó por dedicar gran parte del día a la oración.
El que se suponía que era el gran poeta costarricense que Darío creía que nunca iba a aparecer, acabó siendo olvidado. Sus poemas no se incluyen en antologías y su nombre solamente se menciona de pasada en la historia de la literatura costarricense. Hosco e intransigente ante las transformaciones de vanguardia, "Rafael fue", en palabras de su sobrino Cardona Peña, "pastor de su propia sombra, artífice de la soledad y recuerdo insomne de sus años de gloria." Para él, no tenía validez ningún movimiento posterior al modernismo y parnasianismo. Las nuevas generaciones de poetas, decía, "se encargaron de romper con la retórica, con los estados objetivos de conciencia, y vertieron el ácido corrosivo del sarcasmo y la burla al lustre milenario de la poesía."
Su Poema de las piedras preciosas, que en algún momento era recitado de memoria con gran deleite por sus admiradores, es un texto largo en que el diamante, el zafiro, la esmeralda, la amatista y el rubí, se describen a sí mismas. La Oda a Víctor Hugo y el poema titulado Macbeth, por su parte, hacen gala de erudición y destreza, pero no conmueven. Tal vez el único poema de Oro de la mañana que podría tocar alguna fibra de la sensibilidad de un lector moderno sea Las viejecitas, que viene con una dedicatoria a su amiga Carmen Lyra. En las páginas de este libro lo que se encuentra son versos de composición impecable, de rima y métrica perfectas, llenos de referencias clásicas, pero de la poesía se espera que sea mucho más que eso.
Si Rafael Cardona fue nuestro gran poeta modernista, definitivamente no alcanzó, ni de lejos, la gloria de Darío, de Batres, de Martí o de José Asunción Silva. Tal vez su vocación estuvo confundida. Quiso ser un gran poeta y fue reconocido como tal. Pero el título de "Gran poeta" es efímero, mientras que el título de poeta a secas, ya sea de poeta humilde, pero verdadero, es eterno.
INSC: 2195

1 comentario:

  1. Me encantó tu artículo, ciertamente aún seguimos esperando al gran poeta como si fuera un salvador de la poesía, pero continuamos enterrando en el olvido a nuestros poetas.

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