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miércoles, 8 de enero de 2020

Embajador de España en las Españas.

Las Españas y España. Ernesto La Orden Miracle.
Instituto Costarricense de Cultura Hispánica.
San José, Costa Rica. 1976
Por su trabajo como diplomático, Ernesto La Orden Miracle tuvo la oportunidad de conocer a fondo  muchos países. Por su larga vida, le correspondió presenciar grandes acontecimientos históricos. Nació en Valencia y sirvió en las representaciones españolas en Inglaterra y Francia. Luego cruzó el Atlántico y residió en Uruguay, Ecuador, Puerto Rico, Nicaragua y Costa Rica. En Puerto Rico, por cierto, estuvo a cargo de la repatriación de los restos  del poeta Juan Ramón Jiménez, que residía en la Isla del Encanto. Cuenta que en, San Juan de Puerto Rico, durante el funeral del autor de Platero y yo, un grupo de niños colocó sobre el féretro un burrito blanco.
Nacido en 1911 y muerto en el año 2000, Ernesto La Orden Miracle vivió la dictadura de Primo de Rivera, la caída de Alfonso XIII, los años de la República y la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial, la larga dictadura de Francisco Franco, la transición de España a la democracia y el inicio y final de la Guerra Fría.
Hombre culto, profundamente interesado en el arte y la historia, por donde pasaba establecía amistad con intelectuales, académicos y escritores locales. Como escritor, tenía la doble cualidad, que es en verdad difícil de encontrar, de ser al mismo tiempo ameno y erudito. Uno de sus libros más comentados es una recopilación de ensayos sobre el culto al apóstol Santiago en América, Inglaterra y Escocia. Escribió también libros sobre las ciudades de Quito, capital de Ecuador, y San Juan, capital de Puerto Rico. Su obra Estampas de Arte Hispano Americano, fue muy apreciada en su momento. 
En 1976, el Instituto Costarricense de Cultura Hispánica le publicó dos libros: Viajes de Arte por América Central y Las Españas y España. Este segundo libro es digno de atención por una razón que, aunque podría considerarse circunstancial, acaba convirtiéndolo en un documento histórico.
La muerte de Francisco Franco ocurrió cuando Ernesto La Orden Miracle era Embajador de España en Costa Rica. Aunque el dictador presumía de que lo dejaría todo "atado y bien atado", estaba claro que una vez que él muriera, nada seguiría igual. Salvo algunos fanáticos que no eran capaces de ver la realidad que tenían al frente y albergaban la esperanza de que se mantuviera un franquismo sin Franco, la enorme mayoría de españoles, ya fueran franquistas o antifranquistas, sabían que el cambio era inminente e inevitable.
Poco después de la muerte del dictador, Ernesto La Orden Miracle dictó una serie de conferencias sobre la historia de España, que posteriormente fueron recogidas en el libro Las Españas y España. Quien por largos años había sido diplomático de la España franquista, tenía claro que había terminado una época y empezaba otra. Quien había viajado, trabajado, investigado, estudiado, escrito y publicado en distintos países latinoamericanos, había llegado a la conclusión de que su patria en Europa y las repúblicas americanas en las que había vivido, más allá de los lazos evidentes de lengua e historia, formaban parte de una misma familia.
Empieza diciendo que quien haya recorrido toda España solamente habrá conocido la mitad de ella, porque la otra mitad está en América. Los españoles se volcaron sobre el Nuevo Mundo, al punto que la península por poco queda despoblada. En tiempos de los Reyes Católicos la población de España era de doce millones de habitantes y, unos cuantos siglos después, en tiempos de los Borbones, no llegaba a ocho. Cada una de ciudades virreinales de México y Lima tenía mayor infraestructura, mayor comercio y mayor número de habitantes que Madrid. Los españoles que cruzaron el océano, desde el instante mismo en que abordaban el barco, sabían que lo hacían para no regresar nunca. Su intención, al ir al Nuevo Mundo, era empezar una nueva vida.
Su disertación está llena de datos interesantes. Como la empresa de conquista y colonización era del Reino de Castilla, por ciertas normas legales que entonces les permitían considerarse súbditos castellanos, vinieron numerosos franceses, italianos y hasta irlandeses. En cambio, aunque Fernando el Católico era rey de Aragón, los aragoneses no tuvieron permiso de emigrar a América sino hasta entrado el Siglo XVIII.
Admite que las autoridades españolas no tuvieron la sabiduría necesaria para gobernar adecuadamente el amplio imperio. Llega incluso a llamar "indignos" a los reyes Carlos IV y Fernando VII. Recuerda, como dato curioso que el libertador Simón Bolívar, siendo niño, visitó Madrid con su familia, jugó a la pelota con el Príncipe de Asturias que sería, años después, Fernando VII.
Cita una de las cartas Bolívar, en que se queja de que los criollos nunca son virreyes ni gobernadores, rara vez son nombrados obispos y como militares nunca pasan de subalternos. Los tatarabuelos de los criollos eran españoles, pero los criollos, que por varias generaciones habían nacido, habían crecido, se habían reproducido y habían muerto en el Nuevo Mundo, no se sentían ligados ni siquiera remotamente con España. Si ellos manejaban el comercio y la producción agrícola, ganadera y minera, tenían más derecho de ejercer puestos de gobierno que los funcionarios recién llegados desde España.
La ruptura con España, en todo caso, no fue una liberación de un pueblo contra otro que lo oprime. Eso habría sido así, recuerda La Orden Miracle, si los indígenas hubieran expulsado a los españoles en los primeros años de la conquista. Lo que ocurrió más bien fue que los descendientes de españoles se cansaron de un gobierno para el que ellos tributaban pero en el que su voz no era escuchada. Lamenta que Carlos III no haya acatado el consejo que le dio el duque de Aranda, para que creara reinos independientes con gobierno propio en América.
Se refiere también, muy someramente, a los difíciles que fueron las últimas décadas del Siglo XIX y las primeras del Siglo XX, cuando España parecía que caminaba hacia su autodestrucción. Recuerda que precisamente por esa época es que Rubén Darío sorprende con su Salutación del Optimista, un verdadero himno de esperanza y llamada a la unión de todos los pueblos hispano parlantes.
Por esa experiencia como viajero, estudioso e investigador, Ernesto La Orden Miracle sostiene que el famoso concepto de Hispanidad, planteado por el padre Zacarías de Vizcarra, no es una idea abstracta, sino una realidad palpable.
El libro cierra con un tono verdaderamente optimista, no solamente por el cambio de régimen en España, sino por el futuro prometedor que augura para los países latinoamericanos. Manifiesta su esperanza de que pronto los antagonismos desaparezcan y se pueda construir una sociedad en que las diferencias se ventilen de manera constructiva.
En 1976, año en que el libro fue publicado, apenas empezaba en España el camino de transición a la democracia. Años después vino la nueva Constitución y el tremendo susto del 23 de febrero de 1981. En cuanto a los países latinoamericanos, a pesar de las particularidades de cada uno, quien los recorra con atención, como lo hizo Ernesto La Orden Miracle, llegará a la misma conclusión que él llegó. Hay algo común más allá de la lengua y la historia. La palabra Hispanidad, lamentablemente, por considerarla excluyente de la diversidad, se ha vuelto políticamente incorrecta. Nunca he podido comprender por qué los países de habla francesa tienen una fiesta anual para celebrar la francofonía mientras que a los hispano hablantes el complejo del qué dirán los otros nos impide hasta plantear siquiera la necesidad de una fiesta semejante.
La expresión "las dos Españas" se utilizó para ilustrar cómo la división interna amenazaba la unidad del país. No creo que Ernesto La Orden Miracle se refiriera a bandos políticos al hablar de "Las Españas". Da la impresión más bien que se refiere a los pueblos americanos, que él conoció a fondo, donde siempre encontró una tradición, una devoción, un hábito o, al menos, una sombra o un eco, que lo hacía evocar la patria en que nació, al punto de creer que nunca salió de ella.
INSC: 2155 

sábado, 14 de enero de 2017

El particular liberalismo del Dr. Gregorio Marañón.

Gregorio Marañón. Radiografía de un
liberal. Antonio López Vega. Taurus.
España. 2011.
Médico, historiador, escritor y columnista, el Dr. Gregorio Marañon (1887-1960), gozó en vida de gran prestigio, pero su figura y su obra fueron recibiendo cada vez menos atención tras su muerte. Hubo una época en que sus escritos eran leídos y comentados a ambos lados del Atlántico. No sé si en España sus libros continúan circulando pero, en América Latina, sencillamente no se consiguen. Su nombre, pese a todo, sigue resultando familiar en ciertos círculos. 
Marañon, como tantos otros, ha alcanzado esa extraña categoría de ser, a la vez, famoso y desconocido.  Muchas personas saben que escribía, pero solamente muy pocas podrían citar el título de alguno de sus más de cien libros. Se sabe que sus opiniones eran muy respetadas en España, pero no se tiene clara su posición sobre tantos acontecimientos que le tocó presenciar y sufrir.
Opinaba sobre política, pero se mantenía alejado de ella. Se declaraba liberal en tiempos en que en España no había ningún partido con ese nombre. Por los intensos conflictos políticos vividos durante la primera mitad del Siglo XX, casi todas las figuras de la época son etiquetadas dentro de alguna ideología en particular. Marañon, que supo mantenerse equidistante de los extremos, pasó a la historia como un moderado. En la posguerra civil, era respetado por ambos bandos, pero no gozaba de la confianza de ninguno. Los republicanos no le perdonaban el haber sido propagandista de Franco y los franquistas no olvidaban el apoyo que brindó a la República en sus inicios.
Nacido en Madrid en 1897, Marañón tuvo una visión bastante crítica de la realidad de su país. El panorama que tenía ante sus ojos no era muy prometedor. En alguna entrevista, Luis Buñuel se atrevió a decir que, en España, la Edad Media había durado hasta la Primera Guerra Mundial. El país en que creció Marañon no parecía vivir en el Siglo XX. El Jefe de Estado, Alfonso XIII, era el único monarca en la historia que había nacido rey. Los políticos se enzarzaban en debates interminables sin prestar mayor atención a la pobreza, el analfabetismo y la condiciones verdaderamente injustas en que vivía la mayoría de la población. El desarrollo industrial y tecnológico era prácticamente inexistente. El propio Marañon, al evocar su juventud, considera "poco científica" la facultad de Medicina en que cursó sus estudios. Como todos sus compañeros de generación, confiaba que pronto llegaría el momento de cambiar el panorama social, científico, social y político, que parecía haberse petrificado.
Marañón soñaba con ver a su país gobernado de manera más racional y eficiente, pero los acontecimientos tomaron otro rumbo. En 1926 fue encarcelado por la dictadura de Primo de Rivera a la que él había brindado su apoyo tres años antes. En 1931 apoyó la República y al año siguiente ya estaba defraudado. En 1936, ante el inicio de la Guerra Civil, se trasladó a vivir a París donde le tocó ver a los nazis ocupar la ciudad. Su hijo, llamado también Gregorio, combatió en el bando nacional. Propagandista pagado de Franco desde 1937, regresó a España en 1942, donde permanecería hasta su muerte, en 1960.
La monarquía absurda de Alfonso XIII, la represión de Primo de Rivera, la furia descontrolada de bandos extremistas durante los años de la República, la sangrienta guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y la asfixiante dictadura de Franco fueron los escenarios en que a Gregorio Marañón le tocó vivir su vida y escribir su obra.
Marañón tuvo la oportunidad de tratar de cerca y establecer estrechas relaciones con prácticamente todos los políticos, intelectuales, artistas y escritores de su época. Benito Pérez Galdós era su padrino y José Ortega y Gasset su entrañable amigo. Tuvo una relación estrecha con Miguel de Unamuno, Pérez de Ayala y Azorín, con Ramón Menéndez Pidal y Salvador de Madariaga, con Pío Baroja y García Lorca, con el rey Alfonso XIII y el Presidente de la República Manuel Azaña. Tal parece que Marañón era un hombre tolerante, capaz de establecer y mantener vivo el diálogo y el respeto mutuo con personas que sostenían opiniones diferentes a las suyas. Lamentablemente, esta virtud no era muy común en su época.
En el ejercicio de la medicina, Marañón se dedicó tanto a la práctica clínica como a la investigación. y llegó publicar varios libros de ensayos en los que exponía las conclusiones a las que había llegado a través de sus estudios y experiencias. La sexualidad era uno de sus temas recurrentes y los libros que escribió sobre la materia llegaron a ser verdaderamente populares. Con el tiempo, sus ensayos sobre medicina y sexualidad han perdido la categoría de estudios científicos y han pasado a ser considerados simplemente colecciones de rarezas y prejuicios de otra época. La ciencia de ayer, es la superstición de hoy y la ciencia de hoy, es la superstición de mañana.
Sus biografías e investigaciones históricas también han sido revaloradas con el paso de los años. Más que una recopilación de acontecimientos, personajes, fechas, lugares y citas, los libros históricos de Marañón eran apreciados porque ofrecían un retrato psicológico de los protagonistas. En el rey de Castilla Enrique IV, descubre sus trastornos de personalidad y especula sobre sus conductas depravadas y prácticas sexuales, mientras que al emperador romano Tiberio le diagnostica "una predisposición biológica al resentimiento."  La distancia en el tiempo que separaba a Marañón de Enrique IV (más de cuatrocientos años) y de Tiberio César (casi dos mil), hace prácticamente imposible darle alguna base concreta a sus afirmaciones. Las biografías y los libros de historia escritos por Marañón podrán ser piezas literarias con buen estilo, pero son poco fiables como fuente de datos confirmados.
Para tratar de comprender mejor su pensamiento, leí la voluminosa biografía que Antonio López Vega publicó con el título: Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal, en que salta a la vista que el autor no solo ha investigado la trayectoria del médico madrileño, sino que lo conoce a fondo. Enumera las polémicas en que se vio involucrado y cita detalles íntimos de su correspondencia privada. Al igual que solía hacer su biografado, López Vega en ocasiones se permite especular sobre aspectos personales ajenos a la historia documental. Llega a afirmar, por ejemplo, que Marañón nunca le fue infiel a su esposa, Dolores Moya. "O al menos no hay indicios que prueben lo contrario", dice. Cabría cuestionar tanto el argumento lógico (dar por cierta una suposición solamente por el hecho de que no hay pruebas de lo contrario), como la mención en sí misma. Que un personaje histórico haya tenido o no aventuras extramaritales no se supone que sea algo que interese a la posteridad.
Lo que más me llamó la atención del libro fue el subtítulo: Radiografía de un liberal. De primera entrada supuse que debió haber sido bastante difícil ser liberal para alguien que, durante su vida, le tocó vivir bajo regímenes negadores de la libertad.
El propio Marañón explicó su pensamiento en el libro Ensayos Liberales, de 1946, que aún no he podido conseguir pero que espero llegar a leer algún día. Supongo que estas páginas, publicadas en el período más duro del franquismo, podrían aclarar ciertas posiciones ambiguas que sostuvo.
El liberalismo de Marañón era, por decir lo menos, bastante atípico. El liberalismo defiende la libertad indivual, aboga por limitar la acción del Estado y prefiere las iniciativas personales a las colectivas. Un liberal cree que cada uno debe ser responsable de su propia vida y tener la oportunidad de resolver por sí mismo sus propios problemas. Rechaza privilegios odiosos. aboga por la igualdad de derechos, cree en la democracia y defiende los derechos de cada uno sin distinción de sexo, lengua u origen étnico.
Marañón, al igual que su buen amigo José Ortega y Gasset, miraba con recelo la democracia, desconfiaba del votante y creía que la sociedad debía ser regida no por la voluntad de la mayorías, sino bajo la guía de minorías rectoras. En cuanto a la solución a los problemas sociales, más que oportunidades para los desfavorecidos, proponía acciones generosas que vinieran desde arriba.
Sostenía, además, que un país debía tener unidad raza, lengua y religión. Llegó a afirmar que "la amistad es más difícil y menos cordial entre personas de raza dispar."
Creía, con el discurso oficial de su época, que existía un espíritu nacional, un alma nacional y una personalidad nacional además, por supuesto, del orgullo nacional.
En teoría, estaba de acuerdo con el derecho a las mujeres al voto, pero en la práctica se oponía. Sus ideas sobre las mujeres resultan en verdad sorprendentes. Para él, hombres y mujeres realizaban distintas actividades, no por tradición social, sino por deternimismo biológico. Había, según él, ciertas habilidades que eran exclusivas de un cerebro varonil. La razón de ser de una mujer era la maternidad y solo los hombres estaban destinados a realizar actividades creativas ya que, según sus estudios y argumentos científicos, la creatividad dependía de la cantidad de testosterona que hubiera en el organismo. A las mujeres, decía, les falta originalidad.
Marañón sostuvo esta tesis incluso después de asistir a una conferencia magistral de Madame Curie, en la que solamente prestó atención a la simpleza de su vestido negro, a su rostro sin maquillaje y a la estructurada claridad de su discurso. Al meterse a realizar una actividad exclusiva de los hombres, como es la investigación científica, Madame Curie se había desfeminizado.
Ante semejantes afirmaciones, otro médico, Santiago Ramón Cajal, llegó a escribir que el concepto de mujer sostenido por Marañón, no pasaba de ser una ocurrencia de café sin ninguna trascendencia.
Un liberal cree en la capacidad de cada individuo por regir su propia vida y defiende la libertad de cada uno de escoger su forma de vida que, sobra decirlo, no está determinada ni por su sexo, ni por su lengua, ni por su origen, ni por ninguna otra circunstancia. Respetuoso de la libertad plena en el ámbito privado, un liberal tampoco pretende imponer gustos a otros. Marañón, por su parte, llegó a mostrar preocupación y disgusto porque el fútbol fuera desplazando en popularidad a la "fiesta nacional" de las corridas de toros.
Médico de cabecera de varios miembros de la familia real, tuvo oportunidad de mirar de cerca el nivel de frivolidad, ignorancia y grosería con que esas personas se desenvolvían. Compartió en varias ocasiones la mesa con el rey Alfonso XIII, a quien acompañó en algunas de sus giras. El monarca, con su mente de muy corto alcance, su cuestionable conducta y sus censurables hábitos, vivía en un mundo paralelo totalmente ajeno a la realidad del país y su caída acabó siendo inevitable.
Cuando la República inició un programa de reforma agraria, Marañón, en vez de celebrar que los campesinos se convirtieran en propietarios, asumió la defensa de los derechos de la nobleza.
Años más tarde, desde su residencia en París, le envió una carta a su hija Belén, en la que se mostraba satisfecho de que la entrada de los nazis en la capital francesa "haya sido pacífica". Cabe anotar, además, que en la Exposición Universal de 1937, Marañón no quiso visitar el pabellón español para no ver el Guernica de Picasso. Para esa época, ya Marañón era propagandista a sueldo de Franco. Cobraba de ochocientas a mil libras anuales por escribir artículos en revistas internacionales sobre temas afines a la causa nacional. Tanto historiadores posteriores como sus propios contemporáneos han criticado severamente esta actividad. En su caso, el dinero no pudo haber sido la motivación. Se comprende que alguien en serios aprietos económicos ponga su pluma al servicio de una causa por pura necesidad. Pero Marañón, médico prestigioso con numerosa y rica clientela, no estaba forzado a hacerlo o, mejor dicho, si lo hizo fue porque quiso.
Al final de la Guerra Civil española, Marañón afirmó que los españoles solamente querían "paz con un mínimo de libertad".  Palabras verdaderamente extrañas en boca de alguien que se declara liberal.
Según Antonio López Vega, el sueño de Marañón era que España se convirtiera en una democracia con régimen parlamentario. Ante el triunfo de Francisco Franco ese sueño se desvanece y Marañón no tuvo más remedio que acomodarse a las circunstancias.
Pasa por alto, sin embargo, que hubo un buen número de intelectuales de renombre que no tenían la oportunidad de acomodarse y también otros que, aunque podían haberse acomodado, prefirieron no hacerlo.
La democracia, en España, tardó en llegar y Marañón no alcanzó a verla.
Más que especular sobre si Marañón le fue infiel a su esposa o no, valdría la pena analizar el grado de fidelidad que Marañón mantuvo con las ideas que pregonaba.
La lectura de Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal me sirvió para conocer mejor la figura, la vida y la época del famoso, aunque desconocido, médico y escritor madrileño. Al liberal, debo confesar, no lo vi en ninguna parte.
Gregorio Marañón. (1897-1960), Médico, historiador, escritor y filólogo español.

INSC: 2565
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