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sábado, 13 de febrero de 2016

Falso Verdadero. Ensayos de Enrique Góngora Trejos.

Falso Verdadero. Enrique Góngora Trejos.
EUNED, Costa Rica, 1983.
Más que un intelectual, don Enrique Góngora Trejos era un humanista. Primero se graduó en Química y luego en Matemática. Estudió también Física y Filosofía. Tenía una basta cultura general en Historia, Literatura y, muy especialmente, Música. Tocaba la flauta y era el líder de un grupo que se dedicaba a ejecutar música medieval. Como si todo esto fuera poco, era además gourmet y sabía más que nadie de vinos y curiosidades gastronómicas. Publicó varios libros de temas tan diversos como reactores nucleares, pensamiento lógico matemático y afinación de instrumentos de tecla. Sus libros, de más está decirlo, no iban dirigidos al público en general, pero fueron muy apreciados por los entendidos. 
Con semejante nivel de erudición, cualquiera se lo imaginaría volando como un águila en las alturas, alejado por completo de los no iniciados, pero don Enrique, además de un razonamiento muy estructurado, tenía el don de exponer los temas de manera clara, amena y comprensible. Su agudo sentido del humor, siempre oportuno y sorprendente, era un atractivo que mantenía viva la atención tanto de sus lectores como de sus contertulios.
Entre sus múltiples facetas, don Enrique era también fumador y, gracias a ello, se convirtió en columnista. En 1981, el Ministerio de Salud dispuso incluir en todas las cajetillas de cigarrillos la leyenda: "Fumar es dañino para la salud".  Indignado por la hipocresía de la campaña antitabaco, en son de broma envió un artículo al periódico en el que, luego de hacer una reseña histórica del fumado, denunciaba que las autoridades se habían quedado cortas en su esfuerzo. No negaba que el tabaco fuera perjudicial, pero sostenía que había otros peligros sobre los que no se hacían advertencias. Proponía, por ejemplo, que el gobierno pusiera en cada esquina carteles con la leyenda "Salir a la calle es nocivo para la salud", adornados con fotos de pulmones negros de transeúntes callejeros y otras de pulmones rosaditos y sanos de quienes se quedaron encerrados en su casa.
Su debut en la prensa escrita fue un verdadero éxito. Independientemente de que estuvieran de acuerdo o en desacuerdo con lo que decía, los lectores disfrutaron de una nota bien escrita y argumentada, llena de datos curiosos y revelaciones inesperadas, que tenía el doble mérito de poner a pensar y hacer reír. A la semana de haber publicado su artículo, don Eduardo Ulibarri, el director de La Nación, le pidió que colaborara habitualmente. 
Escribía principalmente sobre música, educación y temas medievales. El mito del Dr. Fausto, las brujas y la hechicería formaban también parte de sus temas recurrentes y, quizá por ello, a sus títulos de profesor, músico, químico, físico y matemático se le agregó el de "demonólogo".  En poco tiempo el Dr. Góngora fue conocido como "El Diablo", apodo que no le molestaba en absoluto y más bien lo divertía.
En 1983, cuando ya llevaba más de un año de columnista, recopiló sus artículos en el libro Falso Verdadero, publicado por la EUNED. A pesar de su origen periodístico, los escritos de este este libro son verdaderos ensayos cuya frescura de estilo y riqueza de contenido los hace una fuente inagotable de sorpresas.
Uno de mis favoritos se refiere a la manía de querer saber qué va a ocurrir en el futuro. En tiempos antiguos se creía que haciendo cálculos sobre la posición de los astros se podían vaticinar los acontecimientos venideros y, para que no los tomaran por sorpresa, los reyes tenían astrónomos de planta en su corte. Eran tiempos de mentalidad mágica. Actualmente, con una mentalidad científica, los gobernantes, en vez de astrónomos con planos astrales, tienen como asesores a economistas y expertos en estadísticas que hacen estudios llenos de curvas y gráficos. Los estudios sociales y económicos de la actualidad se toman con tanta seriedad como los horóscopos de la antigüedad, pero ambos tienen en común que sus predicciones nunca pegan una. La diferencia, anota, es que los estudios estadísticos se equivocan con mayor precisión. Por algún misterioso motivo, no queremos resignarnos a aceptar que en el futuro, como decía Benjamín Disraelí, siempre ocurre lo inesperado.
Algo similar sucede con la piedra filosofal, que es tema de otro de sus ensayos. Los alquimistas medievales pretendían encontrar la forma de convertir metales en oro. A las personas del siglo XX, esa pretensión les parece ridícula pero no dejan de buscar la manera de perder peso sin dejar de comer, obtener grandes ingresos sin esforzarse y graduarse sin estudiar.
Como buen profesor de lógica, don Enrique Góngora disfruta desenmascarar lo absurdo y lo hace de una manera jocosa. Ante los sinsentidos de la sociedad, es preferible reír que llorar. Define la labor de la burocracia como el afán de inventar problemas sociales nuevos, proponer soluciones quiméricas a los existentes y enmarcarlo todo en una irracionalidad exquisita.
Los artículos sobre música están llenos de revelaciones inesperadas. Explica que, en la edad media, era común que una música tuviera varias letras o que varias letras fueran cantadas con distinta música. Las estrictas reglas de métrica facilitaban la adaptación. Cuenta que Enrique VIII y Federico II de Prusia eran flautistas y se lamenta que, entre los gobernantes del siglo XX, salvo la honrosa excepción del canciller alemán Helmut Schmidt, que era pianista, los músicos no gobiernen. También lamenta, citando a Napoleón, el hecho que la música esté, inevitablemente, asociada al ruido y que esa vinculación haya venido en aumento. Góngora llama a los equipos de sonido "máquinas de aturdimiento", pero aclara que para su fino oído, hasta el piano es un instrumento escandaloso y prefiere mil veces el cémbalo.
Hombre sumamente refinado, llama a la televisión "el chicle del ojo" y menciona con frecuencia, en varios de sus escritos, a un personaje que denomina como "el pachuco ilustrado", un patán de hábitos ordinarios y modales groseros que, por haber obtenido un título universitario, se cree intelectual. El día que Carlos Alberto Montaner presentó el Manual del perfecto idiota latinoamericano, le propuse al Doctor Góngora que escribiera el manual del pachuco ilustrado. Pensó que era una broma, pero se lo dije en serio.
Convencido liberal, don Enrique se sorprendió al leer, en uno de esos documentos que nadie lee, que parte de la misión de la universidad en que trabajaba consistía en educar para vivir en un ambiente de libertad. En un primer momento pensó que a un esquimal no hay que educarlo para vivir en el círculo polar ni a un indígena de la Amazonia para vivir en el trópico. Tal vez sería necesario educarlos para vivir en ese ambiente a la inversa, al esquimal en el trópico y al indígena de la Amazonia cerca del polo. Sin embargo, meditando más a fondo, llegó a la conclusión de que la educación para vivir en libertad no solo era necesaria, sino urgente. En la misma universidad que pretendía educar para vivir en libertad se encontró el automóvil de uno de los funcionarios ocupando tres espacios del estacionamiento. "Este no sabe vivir en libertad", pensó, "este hombre necesita reglamento, policía, multas y castigo". Una persona que sabe vivir en libertad, curiosamente, no es la que defiende a capa y espada sus derechos individuales, sino la que sabe guardar consideración a los otros sin que lo fuercen a ello.
A pesar de haber sido escritos hace ya bastantes años, estos artículos siguen siendo frescos.  Hay alguna que otra mención a temas y situaciones añejos, pero los acontecimientos de la época en que escribió no fueron nunca el eje central de sus escritos, sino solamente el detonante que acabó llevándolo a reflexiones profundas sobre un tema más amplio. En la actualidad, los columnistas están demasiado concentrados en los asuntos del día a día, que suelen comentar sin ir más allá ni más a fondo.
Quienes escriben en los periódicos, además, en vez de proponer temas al público, procuran referirse a lo que consideran los asuntos de interés del momento. No creo que en los años ochenta hubiera en Costa Rica muchas personas interesadas en la música medieval, en los mitos antiguos o en las sutilezas de la lógica o la etimología, pero la columna de don Enrique Góngora Trejos era muy leída, quizá porque cuando alguien escribe acerca de lo que conoce y lo apasiona a fondo, nunca le faltarán lectores.
INSC: 1863

lunes, 27 de octubre de 2014

La biografía que quiero leer.

Bernardo Augusto Thiel. Monseñor
Víctor Manuel Sanabria. Editorial
Costa Rica, 1982.
Benjamín Disraelí decía "Cuando quiero leer un libro, lo escribo." Ojalá uno pudiera decir lo mismo. Hay libros que me gustaría leer pero que sé que no puedo escribir. Uno de ellos es una biografía amplia y detallada del obispo Bernardo Augusto Thiel.
Monseñor Sanabria escribió un libro sobre Thiel, lo conozco y lo he leído con atención. Es interesante pero tanto como documento histórico como como biografía, se queda corto. El libro de Sanabria tiene varios lados flacos. Para empezar, es un libro sobre un obispo escrito por otro obispo, de manera que es totalmente acrítico y parcializado, casi hagiográfico. Thiel es el héroe que lucha contra las fuerzas del mal que pretenden destruir la Iglesia. Las posiciones de los liberales, muchas de ellas perfectamente razonables, no encuentran en la obra de Sanabria ni la más mínima voluntad de comprensión. Todo lo contrario, el autor llega al punto de permitirse tildar con calificativos burdos y hasta groseros, a los intelectuales que, en el Siglo XIX y como parte del proceso de consolidación de la República, buscaron establecer límites claros entre las esferas que competían al Estado y a la Iglesia. Un ejemplo: en 1888 el obispo Thiel se opuso a la creación del Registro Civil. En su opinión, el Estado no tenía por qué llevar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones ya que de eso se había encargado desde los tiempos de la Colonia, y bastante bien, la Iglesia. Que el Estado instalara su propio registro en nada afectaría la acción de la Iglesia, pero Thiel veía en la nueva institución un intento de hacer la Iglesia a un lado. A Thiel puede disculpársele esta falta de comprensión, a Sanabria, cuarenta años después, no.
El libro de Sanabria está abundantemente documentado. La afición de Sanabria a la historia eclesiástica no solo lo hizo pasar largas horas revisando el archivo eclesiástico, sino que lo organizó de manera tan eficiente que ha sido de mucha utilidad para investigadores posteriores. Sin embargo, su libro no puede ser considerado una biografía de Thiel ya que, al concentrarse en su ejercicio episcopal, deja por fuera todas sus otras interesantes facetas.
Vale la pena hacer un recuento. Además de clérigo, Monseñor Thiel era políglota y lingüista. Fue el primero en estudiar las lenguas indígenas en Costa Rica. Escribía obras de filosofía y teología que eran publicadas en Alemania por la prestigiosa editorial Herder. Era un lector y escritor compulsivo, amante de la información detallada. Realizó el primer estudio demográfico de Costa Rica con datos que se remontan hasta donde la documentación disponible se lo permitió. Dictaba clases y examinaba en persona a los estudiantes del seminario. Escribía diarios detallados sobre todas sus actividades. En tren, carreta, a caballo o a pie, visitó todas las poblaciones de su diócesis que abarcaba todo el país. Ya a nivel personal, coleccionaba monedas y estampillas, jugaba ajedrez y era muy hábil para los manejos financieros.
Thiel nació en Elberfeld, Alemania en 1850 y a los veinticuatro años, en París, fue ordenado sacerdote de la orden lazarista, fundada por San Vicente de Paul. Eran los años de la Kulturkampf de Bismark, cuyas reformas acabaron enfrentando al Estado alemán con el partido Zentrum de los católicos alemanes. Estuvo tres años en Ecuador, donde también había conflictos entre la Iglesia y el Estado, de 1874 a 1877, y luego fue trasladado a Costa Rica.
Aunque, como se dijo, Thiel era un hombre culto y estudioso, al igual que todo el clero de su época criticaba la democracia, el liberalismo y la Ilustración, estaba a la defensiva de cualquier avance de la esfera de acción del Estado que pudiera disminuir la influencia de la iglesia y añoraba los tiempos en la autoridad civil y la autoridad eclesiástica dirigían el mundo de común acuerdo. Durante la dictadura de Tomás Guardia, Thiel pudo experimentar en la práctica ese anhelo que luego se rompió, y de manera drástica, durante el gobierno de Próspero Fernández.
Fotografía de Thiel, recién consagrado obispo,
con apenas treinta años de edad.
Cuando Thiel llegó a Costa Rica, en 1877, el país no tenía obispo desde hacía seis años. La sede estaba vacante desde 1871, cuando falleció el primer obispo, Anselmo Llorente, quien también tuvo serios encontronazos con don Juanito Mora y otros presidentes precisamente porque el límite de autoridad eclesiástica y la civil no estaba del todo clara. Vale la pena hacer una aclaración histórica. Desde los primeros años de la conquista, el Papa delegó la autoridad de la Iglesia en los nuevos territorios a la corona española. Cuando los países de América Latina empezaron a independizarse, una de sus acciones más urgentes fue firmar concordatos con la Santa Sede para que las iglesias locales pasaran a depender directamente del Papa sin injerencia de las autoridades españoles que ya no pintaban nada a este lado del Atlántico. El concordato incluía entre sus cláusulas el patronazgo estatal a la Iglesia, lo que permitía al Jefe de Estado proponer y vetar nombres para el nombramiento de obispos. Muerto Llorente, la Santa Sede y el gobierno de Tomás Guardia no lograban ponerse de acuerdo para nombrar un sucesor. Cada parte se aferró tercamente a su candidato, a sabiendas de que la contraparte lo objetaba, y la vacante se extendió por nueve años.
El joven sacerdote alemán conquistó la simpatía de Tomás Guardia, al punto que propuso su nombre para que ocupara la silla episcopal costarricense. La Santa Sede estuvo de acuerdo pero fue necesario hacer una excepción a las normas y esperar un tiempo, ya que Thiel apenas había cumplido los treinta años de edad.
Aquella dupla armónica medieval de Papa y Emperador, se vivió en Costa Rica mientras don Tomás estuvo en el poder. Las relaciones de Guardia, que más que un dictador era un monarca, con Thiel, que más que un obispo era un papa, fueron excelentes no solo a nivel oficial sino personal. El el cuento Mi primer trabajo, Magón relata que a su graduación llegaron juntos don Tomás, vestido de uniforme de gala, y Thiel, vestido de púrpura. Aquellos dos, decía Magón, iban juntos a todas partes. Gonzalo Chacón Trejos, en Tradiciones costarricenses, se refiere a Thiel como inversionista en minas de oro. La señora Ana Isabel Herrera Sotillo, publicó un valioso trabajo sobre las visitas pastorales y la correspondencia de Thiel. 
Monseñor Thiel en Costa Rica. Visitas
Pastorales 1880-1901. Ana Isabel Herrera
Sotillo. Editorial Tecnológica, Costa Rica,
2009. Compilación de valiosos documentos.
La luna de miel era en verdad dulce. Ni Thiel se metía con lo que hacía el gobieno de Guardia, ni Guardia con lo que hacía la iglesia de Thiel. Ambos tenían pasión por las grandes obras. Mientras don Tomás arrancaba la gran empresa del ferrocarril, Thiel construyó (y cambió de sitio) la Catedral y la iglesia de la Merced. Construyó también el templo parroquial de San Ramón que sería posteriormente destruido por un terremoto. Durante la visita de Thiel a San Ramón, por cierto, ocurrió una anécdota simpática. En San Ramón había estado, desterrado por Guardia, don Julián Volio Llorente. Allá en el norte, don Julián se dedicó, además de al cultivo de café y de caña, a difundir la cultura entre los habitantes. Se dice que San Ramón se convirtió en tierra de poetas en buena medida por la presencia e influencia de don Julián. Cuando Thiel llegó de visita, los ramonenses, como para mostrarle la cultura del pueblo, lo llevaron a conocer la biblioteca pública, herencia de don Julián. Thiel revisó la colección y se mostró indignado de que estuvieran a disposición del público libros tan peligrosos para la moralidad y las buenas costumbres como, por ejemplo, Los tres mosqueteros. Dejó entonces, además de un donativo para formar una biblioteca con libros buenos, la advertencia de que no leyeran los que había dejado don Julián.
A la muerte de Tomás Guardia, en 1882, se desató una breve, pero encarnizada, lucha de sucesión. Ocupó la presidencia su cuñado, don Próspero Fernández con quien Thiel no logró establecer la estrecha relación que tuvo con don Tomás.
1884 fue el año de la drástica ruptura. Don Próspero introdujo en la legislación costarricense el matrimonio civil y el divorcio, secularizó la enseñanza y los cementerios, prohibió las órdenes religiosas y expulsó del país a los jesuitas y al propio Thiel. Don Ricardo Blanco Seguro publicó un libro titulado 1884 el Estado, la Iglesia y las reformas liberales, en que se refiere extensamente a todos estos acontecimientos. En países con una sociedad más amplia y compleja, un conflicto entre la Iglesia y el Estado podría ser analizado y explicado a partir de motivos ideológicos o choques de intereses. En Costa Rica, que era entonces y sigue siendo una aldea, en todos los conflictos sociales hay siempre un factor personal que no debe pasarse por alto. Al leer las cartas que, desde el exilio, le dirige el obispo a Bernardo Soto y sus correspondientes respuestas, salta a la vista que hay algo que no mencionan pero que los dos conocen. Soy de la idea de que el conflicto entre Próspero Fernández y Bernardo Augusto Thiel nació de algún tipo de roce personal bastante grave. Thiel llegó al extremo de regañar, por carta, al sacerdote que ofició el funeral de Próspero Fernández. Bernardo Soto, en sus cartas al prelado, en medio de una prosa diplomática y elegante, básicamente lo que le dice es que a Próspero no se le ha pasado el berrinche y no cree que se le pase pronto. Un sector del clero, que luego fue obligado a retractarse, se manifestó de acuerdo con la expulsión de Thiel.
Thiel regresó a Costa Rica cuando asumió la presidencia Bernardo Soto, el yerno de Próspero. Las relaciones de la Iglesia con el Estado, al retorno de Thiel, fueron frías y distantes, pero sin enfrentamientos. En 1891, el Papa León XIII publica su encíclica Rerum Novarum, que fue replicada don años después por la Carta Pastoral de Justo Salario de Thiel, que generó alguna polémica que no pasó a más. A imitación del Zentrum, partido católico alemán, Thiel propició la fundación del partido Acción Católica, que tuvo poco éxito y corta vida. 
Corta vida tuvo también Monseñor Thiel quien, al igual que su gran amigo Tomás Guardia, falleció poco después de haber cumplido los cincuenta años.
En verdad me gustaría leer una biografía completa de Thiel. Una biografía novelada, en la que el autor, aunque se documente minuciosamente, se permita llenar con imaginación los enlaces que sean necesarios y que consigne diálogos y situaciones que, aunque no ocurrieron, pudieron haber ocurrido. Aunque la figura de Thiel ha sido estudiada, creo que aún está por escribirse una biografía digna de su figura. Los historiadores profesionales hace rato que dejaron de hacer biografías, por lo que la tarea le tocará, muy probablemente a un literato. Me gustaría decir, como Disraelí, que cuando quiero leer un libro lo escribo, pero en este caso, conozco mis límites. Antes de escribir la primera línea de esta biografía, sería necesario haber pasado al menos un par de años en archivos y bibliotecas. La biografía de Thiel es una tarea que yo no haré como escritor pero confío, como lector, que alguien la haga o, mejor, que la esté haciendo.
   
INSC: 0330
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