Falso Verdadero. Enrique Góngora Trejos. EUNED, Costa Rica, 1983. |
Con semejante nivel de erudición, cualquiera se lo imaginaría volando como un águila en las alturas, alejado por completo de los no iniciados, pero don Enrique, además de un razonamiento muy estructurado, tenía el don de exponer los temas de manera clara, amena y comprensible. Su agudo sentido del humor, siempre oportuno y sorprendente, era un atractivo que mantenía viva la atención tanto de sus lectores como de sus contertulios.
Entre sus múltiples facetas, don Enrique era también fumador y, gracias a ello, se convirtió en columnista. En 1981, el Ministerio de Salud dispuso incluir en todas las cajetillas de cigarrillos la leyenda: "Fumar es dañino para la salud". Indignado por la hipocresía de la campaña antitabaco, en son de broma envió un artículo al periódico en el que, luego de hacer una reseña histórica del fumado, denunciaba que las autoridades se habían quedado cortas en su esfuerzo. No negaba que el tabaco fuera perjudicial, pero sostenía que había otros peligros sobre los que no se hacían advertencias. Proponía, por ejemplo, que el gobierno pusiera en cada esquina carteles con la leyenda "Salir a la calle es nocivo para la salud", adornados con fotos de pulmones negros de transeúntes callejeros y otras de pulmones rosaditos y sanos de quienes se quedaron encerrados en su casa.
Su debut en la prensa escrita fue un verdadero éxito. Independientemente de que estuvieran de acuerdo o en desacuerdo con lo que decía, los lectores disfrutaron de una nota bien escrita y argumentada, llena de datos curiosos y revelaciones inesperadas, que tenía el doble mérito de poner a pensar y hacer reír. A la semana de haber publicado su artículo, don Eduardo Ulibarri, el director de La Nación, le pidió que colaborara habitualmente.
Escribía principalmente sobre música, educación y temas medievales. El mito del Dr. Fausto, las brujas y la hechicería formaban también parte de sus temas recurrentes y, quizá por ello, a sus títulos de profesor, músico, químico, físico y matemático se le agregó el de "demonólogo". En poco tiempo el Dr. Góngora fue conocido como "El Diablo", apodo que no le molestaba en absoluto y más bien lo divertía.
En 1983, cuando ya llevaba más de un año de columnista, recopiló sus artículos en el libro Falso Verdadero, publicado por la EUNED. A pesar de su origen periodístico, los escritos de este este libro son verdaderos ensayos cuya frescura de estilo y riqueza de contenido los hace una fuente inagotable de sorpresas.
Uno de mis favoritos se refiere a la manía de querer saber qué va a ocurrir en el futuro. En tiempos antiguos se creía que haciendo cálculos sobre la posición de los astros se podían vaticinar los acontecimientos venideros y, para que no los tomaran por sorpresa, los reyes tenían astrónomos de planta en su corte. Eran tiempos de mentalidad mágica. Actualmente, con una mentalidad científica, los gobernantes, en vez de astrónomos con planos astrales, tienen como asesores a economistas y expertos en estadísticas que hacen estudios llenos de curvas y gráficos. Los estudios sociales y económicos de la actualidad se toman con tanta seriedad como los horóscopos de la antigüedad, pero ambos tienen en común que sus predicciones nunca pegan una. La diferencia, anota, es que los estudios estadísticos se equivocan con mayor precisión. Por algún misterioso motivo, no queremos resignarnos a aceptar que en el futuro, como decía Benjamín Disraelí, siempre ocurre lo inesperado.
Algo similar sucede con la piedra filosofal, que es tema de otro de sus ensayos. Los alquimistas medievales pretendían encontrar la forma de convertir metales en oro. A las personas del siglo XX, esa pretensión les parece ridícula pero no dejan de buscar la manera de perder peso sin dejar de comer, obtener grandes ingresos sin esforzarse y graduarse sin estudiar.
Como buen profesor de lógica, don Enrique Góngora disfruta desenmascarar lo absurdo y lo hace de una manera jocosa. Ante los sinsentidos de la sociedad, es preferible reír que llorar. Define la labor de la burocracia como el afán de inventar problemas sociales nuevos, proponer soluciones quiméricas a los existentes y enmarcarlo todo en una irracionalidad exquisita.
Los artículos sobre música están llenos de revelaciones inesperadas. Explica que, en la edad media, era común que una música tuviera varias letras o que varias letras fueran cantadas con distinta música. Las estrictas reglas de métrica facilitaban la adaptación. Cuenta que Enrique VIII y Federico II de Prusia eran flautistas y se lamenta que, entre los gobernantes del siglo XX, salvo la honrosa excepción del canciller alemán Helmut Schmidt, que era pianista, los músicos no gobiernen. También lamenta, citando a Napoleón, el hecho que la música esté, inevitablemente, asociada al ruido y que esa vinculación haya venido en aumento. Góngora llama a los equipos de sonido "máquinas de aturdimiento", pero aclara que para su fino oído, hasta el piano es un instrumento escandaloso y prefiere mil veces el cémbalo.
Hombre sumamente refinado, llama a la televisión "el chicle del ojo" y menciona con frecuencia, en varios de sus escritos, a un personaje que denomina como "el pachuco ilustrado", un patán de hábitos ordinarios y modales groseros que, por haber obtenido un título universitario, se cree intelectual. El día que Carlos Alberto Montaner presentó el Manual del perfecto idiota latinoamericano, le propuse al Doctor Góngora que escribiera el manual del pachuco ilustrado. Pensó que era una broma, pero se lo dije en serio.
Convencido liberal, don Enrique se sorprendió al leer, en uno de esos documentos que nadie lee, que parte de la misión de la universidad en que trabajaba consistía en educar para vivir en un ambiente de libertad. En un primer momento pensó que a un esquimal no hay que educarlo para vivir en el círculo polar ni a un indígena de la Amazonia para vivir en el trópico. Tal vez sería necesario educarlos para vivir en ese ambiente a la inversa, al esquimal en el trópico y al indígena de la Amazonia cerca del polo. Sin embargo, meditando más a fondo, llegó a la conclusión de que la educación para vivir en libertad no solo era necesaria, sino urgente. En la misma universidad que pretendía educar para vivir en libertad se encontró el automóvil de uno de los funcionarios ocupando tres espacios del estacionamiento. "Este no sabe vivir en libertad", pensó, "este hombre necesita reglamento, policía, multas y castigo". Una persona que sabe vivir en libertad, curiosamente, no es la que defiende a capa y espada sus derechos individuales, sino la que sabe guardar consideración a los otros sin que lo fuercen a ello.
En 1983, cuando ya llevaba más de un año de columnista, recopiló sus artículos en el libro Falso Verdadero, publicado por la EUNED. A pesar de su origen periodístico, los escritos de este este libro son verdaderos ensayos cuya frescura de estilo y riqueza de contenido los hace una fuente inagotable de sorpresas.
Uno de mis favoritos se refiere a la manía de querer saber qué va a ocurrir en el futuro. En tiempos antiguos se creía que haciendo cálculos sobre la posición de los astros se podían vaticinar los acontecimientos venideros y, para que no los tomaran por sorpresa, los reyes tenían astrónomos de planta en su corte. Eran tiempos de mentalidad mágica. Actualmente, con una mentalidad científica, los gobernantes, en vez de astrónomos con planos astrales, tienen como asesores a economistas y expertos en estadísticas que hacen estudios llenos de curvas y gráficos. Los estudios sociales y económicos de la actualidad se toman con tanta seriedad como los horóscopos de la antigüedad, pero ambos tienen en común que sus predicciones nunca pegan una. La diferencia, anota, es que los estudios estadísticos se equivocan con mayor precisión. Por algún misterioso motivo, no queremos resignarnos a aceptar que en el futuro, como decía Benjamín Disraelí, siempre ocurre lo inesperado.
Algo similar sucede con la piedra filosofal, que es tema de otro de sus ensayos. Los alquimistas medievales pretendían encontrar la forma de convertir metales en oro. A las personas del siglo XX, esa pretensión les parece ridícula pero no dejan de buscar la manera de perder peso sin dejar de comer, obtener grandes ingresos sin esforzarse y graduarse sin estudiar.
Como buen profesor de lógica, don Enrique Góngora disfruta desenmascarar lo absurdo y lo hace de una manera jocosa. Ante los sinsentidos de la sociedad, es preferible reír que llorar. Define la labor de la burocracia como el afán de inventar problemas sociales nuevos, proponer soluciones quiméricas a los existentes y enmarcarlo todo en una irracionalidad exquisita.
Los artículos sobre música están llenos de revelaciones inesperadas. Explica que, en la edad media, era común que una música tuviera varias letras o que varias letras fueran cantadas con distinta música. Las estrictas reglas de métrica facilitaban la adaptación. Cuenta que Enrique VIII y Federico II de Prusia eran flautistas y se lamenta que, entre los gobernantes del siglo XX, salvo la honrosa excepción del canciller alemán Helmut Schmidt, que era pianista, los músicos no gobiernen. También lamenta, citando a Napoleón, el hecho que la música esté, inevitablemente, asociada al ruido y que esa vinculación haya venido en aumento. Góngora llama a los equipos de sonido "máquinas de aturdimiento", pero aclara que para su fino oído, hasta el piano es un instrumento escandaloso y prefiere mil veces el cémbalo.
Hombre sumamente refinado, llama a la televisión "el chicle del ojo" y menciona con frecuencia, en varios de sus escritos, a un personaje que denomina como "el pachuco ilustrado", un patán de hábitos ordinarios y modales groseros que, por haber obtenido un título universitario, se cree intelectual. El día que Carlos Alberto Montaner presentó el Manual del perfecto idiota latinoamericano, le propuse al Doctor Góngora que escribiera el manual del pachuco ilustrado. Pensó que era una broma, pero se lo dije en serio.
Convencido liberal, don Enrique se sorprendió al leer, en uno de esos documentos que nadie lee, que parte de la misión de la universidad en que trabajaba consistía en educar para vivir en un ambiente de libertad. En un primer momento pensó que a un esquimal no hay que educarlo para vivir en el círculo polar ni a un indígena de la Amazonia para vivir en el trópico. Tal vez sería necesario educarlos para vivir en ese ambiente a la inversa, al esquimal en el trópico y al indígena de la Amazonia cerca del polo. Sin embargo, meditando más a fondo, llegó a la conclusión de que la educación para vivir en libertad no solo era necesaria, sino urgente. En la misma universidad que pretendía educar para vivir en libertad se encontró el automóvil de uno de los funcionarios ocupando tres espacios del estacionamiento. "Este no sabe vivir en libertad", pensó, "este hombre necesita reglamento, policía, multas y castigo". Una persona que sabe vivir en libertad, curiosamente, no es la que defiende a capa y espada sus derechos individuales, sino la que sabe guardar consideración a los otros sin que lo fuercen a ello.
A pesar de haber sido escritos hace ya bastantes años, estos artículos siguen siendo frescos. Hay alguna que otra mención a temas y situaciones añejos, pero los acontecimientos de la época en que escribió no fueron nunca el eje central de sus escritos, sino solamente el detonante que acabó llevándolo a reflexiones profundas sobre un tema más amplio. En la actualidad, los columnistas están demasiado concentrados en los asuntos del día a día, que suelen comentar sin ir más allá ni más a fondo.
Quienes escriben en los periódicos, además, en vez de proponer temas al público, procuran referirse a lo que consideran los asuntos de interés del momento. No creo que en los años ochenta hubiera en Costa Rica muchas personas interesadas en la música medieval, en los mitos antiguos o en las sutilezas de la lógica o la etimología, pero la columna de don Enrique Góngora Trejos era muy leída, quizá porque cuando alguien escribe acerca de lo que conoce y lo apasiona a fondo, nunca le faltarán lectores.
Quienes escriben en los periódicos, además, en vez de proponer temas al público, procuran referirse a lo que consideran los asuntos de interés del momento. No creo que en los años ochenta hubiera en Costa Rica muchas personas interesadas en la música medieval, en los mitos antiguos o en las sutilezas de la lógica o la etimología, pero la columna de don Enrique Góngora Trejos era muy leída, quizá porque cuando alguien escribe acerca de lo que conoce y lo apasiona a fondo, nunca le faltarán lectores.
INSC: 1863
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