El tiempo entre costuras. María Dueñas. Booket. España. |
La vida de Sira Quiroga, una humilde costurera madrileña, parecía destinada a ser modesta, rutinaria y opaca pero, por azares del destino, acabó siendo una secuencia de aventuras, cada una más sorprendente y arriesgada que las anteriores.
Desde pequeña aprendió a coser y, tras haber cursado solamente la enseñanza primaria, empezó a trabajar en el mismo taller de costura en que laboraba su madre. Se hizo de un noviecito tan pobre como ella, a quien terminó abandonando seducida por un galán engominado que resultó ser un verdadero sinvergüenza. Ignacio, el noviecito rechazado, aparecerá más tarde en su vida, mientras que Ramiro, el causante de su desdicha, desaparecerá para siempre junto con todo lo que le robó. El botín, vale la pena mencionarlo, era más que considerable, ya que Sira, aunque de origen humilde, era hija de un acaudalado industrial que decidió darle en vida su herencia.
Eran los años de la Segunda República Española y ya el ambiente empezaba a ponerse tenso. La violencia no tardaría en estallar. Acatando el consejo de su padre, Sira se trasladó con Ramiro a Marruecos, donde la pobre muchacha quedó sola, enferma y sin un centavo. El jefe de policía local se apiadó de ella y la colocó en la pensión de Candelaria, una modesta casa de huéspedes habitada por españoles tanto republicanos como nacionales que, al discutir las noticias de la guerra civil, acababan convirtiendo cada comida en un altercado. Cuando estaban a punto de arrojarse los platos sobre las cabezas, la Candelaria ponía orden. Ella, ajena a las pasiones políticas, solamente se preocupaba por la tranquilidad de su casa y la prosperidad de su negocio. Cuando Sira le preguntó de qué lado estaba, la casera le respondió tajante: "Con el que gane".
Candelaria, al descubrir lo bien que cosía la muchacha, se las ingenió para montarle un taller de costura. En poco tiempo Sira ganó prestigio como modista y no solo llegó a tener entre sus clientas a las damas de la alta sociedad del protectorado español de Tetuán, sino que logró establecer una amistad estrecha y duradera con Rosalinda Fox, la amante del alto comisionado Juan Luis de Beigbeder, quien sería el Ministro de Asuntos Exteriores durante los primeros catorce meses de la dictadura de Francisco Franco.
Eran los años de la Segunda República Española y ya el ambiente empezaba a ponerse tenso. La violencia no tardaría en estallar. Acatando el consejo de su padre, Sira se trasladó con Ramiro a Marruecos, donde la pobre muchacha quedó sola, enferma y sin un centavo. El jefe de policía local se apiadó de ella y la colocó en la pensión de Candelaria, una modesta casa de huéspedes habitada por españoles tanto republicanos como nacionales que, al discutir las noticias de la guerra civil, acababan convirtiendo cada comida en un altercado. Cuando estaban a punto de arrojarse los platos sobre las cabezas, la Candelaria ponía orden. Ella, ajena a las pasiones políticas, solamente se preocupaba por la tranquilidad de su casa y la prosperidad de su negocio. Cuando Sira le preguntó de qué lado estaba, la casera le respondió tajante: "Con el que gane".
Candelaria, al descubrir lo bien que cosía la muchacha, se las ingenió para montarle un taller de costura. En poco tiempo Sira ganó prestigio como modista y no solo llegó a tener entre sus clientas a las damas de la alta sociedad del protectorado español de Tetuán, sino que logró establecer una amistad estrecha y duradera con Rosalinda Fox, la amante del alto comisionado Juan Luis de Beigbeder, quien sería el Ministro de Asuntos Exteriores durante los primeros catorce meses de la dictadura de Francisco Franco.
Con la ayuda de Rosalinda y de Marcus Logan, Sira logró traer a su lado a su madre. La señora, que era su única familia en el mundo, había permanecido en Madrid que se había convertido por entonces un campo de batalla. Madre e hija pasaron los años de la guerra civil cosiendo en Tetuán, trabajando mucho, ahorrando todo lo que podían y tratando de restablecer su relación fracturada. Cuando la vida de la joven costurera parecía arribar a un periodo de estabilidad, el servicio secreto británico, por medio de Rosalinda, la reclutó y la envió, con nombre falso, de nuevo a Madrid. Su misión sería establecer un taller de costura y atraer como clientas a las esposas de los diplomáticos nazis en España con el fin de recopilar información que pudiera ser valiosa. Ya metida en el espionaje, Sira realiza un breve pero intenso viaje a Portugal, en que demuestra habilidades insospechadas y logra enterarse de movidas del más alto nivel.
Publicada en 2009, El tiempo entre costuras, de María Dueñas, alcanzó gran popularidad. Debo confesar, sin embargo, que yo no sabía nada de la novela cuando, en la Navidad del 2015, mi buen amigo Joaquín Trigueros León me la dio como obsequio. Su regalo fue bastante oportuno ya que el día que me lo dio yo debía hacer un largo viaje en autobús y no llevaba nada para leer. Esta novela es tan entretenida que no solo captura la atención desde las primeras páginas sino que, pese a ser bastante extensa, uno acaba leyéndola de principio a fin en poco tiempo. La prosa fluye a buen ritmo y, antes de que surja el primer bostezo, algún acontecimiento inesperado logra despertar de nuevo el interés por lo que vendrá luego.
De primera entrada, me pareció una novela rosa. La seducción de Ramiro y la fascinación que Sira, joven humilde y sencilla, experimenta por aquel hombre apuesto, elegante y refinado es verdaderamente empalagosa. Hasta el drama de quedarse sola en Marruecos, la pérdida del bebé que estaba esperando y la angustia de verse de repente desamparada, perseguida y abrumada por deudas, me pareció un dramón lacrimógeno de telenovela. La forma en que se narraban los hechos era tan atractiva que, pese a la impresión inicial de estar leyendo a Corín Tellado, no pude abandonar el libro.
Más tarde, en el episodio en que Sira, cubierta de telas, con solamente los ojos, las manos y los pies visibles, recorre las calles de madrugada para concretar la venta de las armas que lleva atadas, bajo el disfraz, en todo su cuerpo, tuve la impresión de leer una novela de aventuras.
Cuando entraron en escena Rosalinda Fox, Juan Luis de Beigbeder y hasta el propio Ramón Serrano Suñer, supuse que el libro sería una novela histórica.
Una vez finalizada la lectura, mantuve las dos primeras calificaciones y descarté la tercera. El tiempo entre costuras tiene mucho de novela rosa. La muchacha desamparada, la separación familiar, el conflicto con la madre, la aparición sorpresiva de un padre rico, el enamoramiento de galanes apuestos, la vida glamorosa en los grandes hoteles y, muy especialmente, el final sacado de la manga en que Sira, en vez de convertirse en una mujer fuerte e independiente, se ofrece como "premio" para el héroe que la rescató del peligro.
Las citas en la peluquería y en el club, los contactos con el jefe de la inteligencia británica en un falso consultorio médico madrileño, las visitas de Ignacio y Beigbeder a su apartamento, así como la aparatosa huida de Portugal son las audaces aventuras de un agente secreto. El libro, además, es bastante descafeinado. Una novela rosa sin una escena apasionada y una trama de espías sin un solo tiro ni un solo muerto. Tal vez en esa combinación de suspiros y adrenalina (romance y acción, dirían en el cine) radique la buena acogida que tuvo esta novela por parte del público.
En cuanto a su referencia histórica, es bastante pobre. Hay dos capítulos, el 34 y el 35, en que la novela abandona el tono testimonial y suelta una ráfaga de datos sobre la ambigua actitud del régimen de Franco durante la II Guerra Mundial. Este paréntesis, didáctico, pesado y lleno de datos, en que la narradora se permite hasta soltar el editorial, rompe la unidad narrativa de lo que, se supone, era un testimonio. Sira era una muchacha que apenas había ido un par de años a la escuela, no entendía nada de historia ni de política y, de repente, se convierte en una analista enterada de todos los detalles del escenario político, militar y diplomático de la época. Como para reparar la digresión, la autora pone a Sira a decir que todo eso ella no lo sabía, sino que Rosalinda se lo había mencionado en sus cartas. La escena en que los nazis negocian el Wolfranio con hacendados portugueses, por otra parte, no es fiel a la realidad histórica. Sobre el tema hay dos libros verdaderamente valiosos, uno de ficción (Casino Royale de Ian Flemming) y otro de investigación histórica (Lisboa 1939-1945 de Neill Lochery) que, por cierto, no aparecen en la inexplicable e innecesaria bibliografía que María Dueñas ofrece en las páginas finales.
Lo único que hace Serrano Suñer, en la novela, es recoger la polvera que se le había caído a Sira. Rosalinda Fox y Juan Luis de Beigbeder, personajes tan fascinantes como el propio cuñadísimo, son retratados muy superficialmente.
De hecho, una de las objeciones que se le puede hacer a esta novela es, precisamente, la escasa profundidad de su personajes. Empieza a ritmo vertiginoso, sin detenerse en detalles intrascendentes pero, conforme avanza, el libro se va tornando cada vez más descriptivo. Si no fuera por los oportunos golpes de timón que cambian el rumbo de los acontecimientos, la lectura de muchos episodios habría sido fastidiosa. Mucho se le hubiera agradecido a María Dueñas el que, en vez de describir salones y atuendos minuciosamente, se hubiera ocupado de moldear un poco más a fondo a las decenas de figuras humanas que pasan como estrellas fugaces. Jamila, la joven criada de Tetuán, es apenas una sombra. Las dos muchachitas asistentas en el taller de Madrid, son menos que eso. Decía don Joaquín Gutiérrez que escribir una novela, más que contar historias, es crear personajes. Con el tiempo las historias se tornan borrosas o incluso se olvidan, pero los personajes de las novelas son los que acaban siendo memorables. María Dueñas pudo haber explorado más a la madre y al padre de Sira, a los habitantes de la pensión, a Félix y su madre, a Candelaria, a don Claudio, pero todos ellos aparecen y desaparecen sin que se les preste mayor atención. Ni siquiera Sira, la protagonista, se explora a profundidad, al punto que cuesta sentir simpatía por ese gato que siempre cae de pie.
Don Joaquín Gutiérrez decía también que un cuento es un puño cerrado y una novela es una mano abierta. Si uno puede contar la historia de un personaje en un relato breve. Pero si uno va escribir una novela extensa, debe incluir muchas historias de muchos personajes distintos. El tiempo entre costuras es una obra de seiscientas páginas, totalmente lineal, concentrada en Sira y sus andanzas. La guerra civil española y la II Guerra Mundial no son más que cosas que ocurrieron alrededor de ella. Es una verdadera lástima que en este libro, salvo tímidos asomos, no haya historias paralelas. La Candelaria, por ejemplo, con su instinto de supervivencia a toda prueba, es uno de los personajes más simpáticos y atractivos del libro que acaba, como el resto, echada al olvido por la narradora y la protagonista.
La parte que más disfruté de esta novela, no tiene que ver con Sira sino con sus vecinos. En el apartamento de al lado vivía Félix y su madre doña Engracia. La viuda y su hijo, que trabajaba de burócrata, paseaban todas las tardes del brazo, iban a la iglesia y merendaban en lugar distinto cada día. Ante los conocidos que saludaban, no hacían más que elogiarse uno al otro. "Con cuidado, mamá, no te vayas a tropezar", "Ay, mi Félix, que haría yo sin él."
Apenas llegaban a casa, Félix le servía a su madre una copa de anís tras otra hasta que la escuchaba roncar. Entonces dejaba a la vieja durmiendo la borrachera y se iba de marcha por los antros más sórdidos del pueblo a encontrarse con sus compañeros de fiesta desenfrenada. Sus amistades nocturnas estaban al tanto del juego y fingían no conocer a Félix cuando se lo encontraban paseando al lado de su madre. A veces las cosas no salían según lo previsto y, ya ebria, la vieja, en vez de dormirse, se ponía violenta y empezaba a insultar a su hijo, como si supiera, o al menos sospechara, en los pasos que andaba. Félix, por su parte, le respondía los insultos y le declaraba su odio, con la tranquilidad de que, a la mañana siguiente, la amnesia borraría todo lo dicho.
El final de la novela, además de cursi y lamentable, es abrupto. Como si se tratara de una feliz coincidencia, cuando uno se cansa de leer, María Dueñas se cansa de escribir. Allí, en las páginas finales, queda claro el poco interés que esta escritora tiene por los personajes que ella misma construyó. Cuenta lo que pasó con las figuras históricas que mencionó a lo largo del texto, pero solamente propone lo que pudo haber pasado con los personajes de ficción y ofrece varias opciones para escoger.
El tiempo entre costuras ha tenido numerosas ediciones en diversas lenguas. No me sorprende que el libro sea tan popular, ya que es una lectura que no requiere del más mínimo esfuerzo por parte del lector. Todo se explica. Si menciona la Union Jack, inmediatamente se aclara que es la bandera del Reino Unido. Con cierta frecuencia se hacen recapitulaciones, totalmente innecesarias para un lector atento. Hay un momento en que la protagonista recibe una nota que dice: "¿Qué fue de la S. que dejé en T.?" Incluso quien haya leído distraídamente, comprendería que la S. es Sira y la T. Tetuán, pero la explicación viene a renglón seguido.
Publicada en 2009, El tiempo entre costuras, de María Dueñas, alcanzó gran popularidad. Debo confesar, sin embargo, que yo no sabía nada de la novela cuando, en la Navidad del 2015, mi buen amigo Joaquín Trigueros León me la dio como obsequio. Su regalo fue bastante oportuno ya que el día que me lo dio yo debía hacer un largo viaje en autobús y no llevaba nada para leer. Esta novela es tan entretenida que no solo captura la atención desde las primeras páginas sino que, pese a ser bastante extensa, uno acaba leyéndola de principio a fin en poco tiempo. La prosa fluye a buen ritmo y, antes de que surja el primer bostezo, algún acontecimiento inesperado logra despertar de nuevo el interés por lo que vendrá luego.
De primera entrada, me pareció una novela rosa. La seducción de Ramiro y la fascinación que Sira, joven humilde y sencilla, experimenta por aquel hombre apuesto, elegante y refinado es verdaderamente empalagosa. Hasta el drama de quedarse sola en Marruecos, la pérdida del bebé que estaba esperando y la angustia de verse de repente desamparada, perseguida y abrumada por deudas, me pareció un dramón lacrimógeno de telenovela. La forma en que se narraban los hechos era tan atractiva que, pese a la impresión inicial de estar leyendo a Corín Tellado, no pude abandonar el libro.
Más tarde, en el episodio en que Sira, cubierta de telas, con solamente los ojos, las manos y los pies visibles, recorre las calles de madrugada para concretar la venta de las armas que lleva atadas, bajo el disfraz, en todo su cuerpo, tuve la impresión de leer una novela de aventuras.
Cuando entraron en escena Rosalinda Fox, Juan Luis de Beigbeder y hasta el propio Ramón Serrano Suñer, supuse que el libro sería una novela histórica.
Una vez finalizada la lectura, mantuve las dos primeras calificaciones y descarté la tercera. El tiempo entre costuras tiene mucho de novela rosa. La muchacha desamparada, la separación familiar, el conflicto con la madre, la aparición sorpresiva de un padre rico, el enamoramiento de galanes apuestos, la vida glamorosa en los grandes hoteles y, muy especialmente, el final sacado de la manga en que Sira, en vez de convertirse en una mujer fuerte e independiente, se ofrece como "premio" para el héroe que la rescató del peligro.
Las citas en la peluquería y en el club, los contactos con el jefe de la inteligencia británica en un falso consultorio médico madrileño, las visitas de Ignacio y Beigbeder a su apartamento, así como la aparatosa huida de Portugal son las audaces aventuras de un agente secreto. El libro, además, es bastante descafeinado. Una novela rosa sin una escena apasionada y una trama de espías sin un solo tiro ni un solo muerto. Tal vez en esa combinación de suspiros y adrenalina (romance y acción, dirían en el cine) radique la buena acogida que tuvo esta novela por parte del público.
En cuanto a su referencia histórica, es bastante pobre. Hay dos capítulos, el 34 y el 35, en que la novela abandona el tono testimonial y suelta una ráfaga de datos sobre la ambigua actitud del régimen de Franco durante la II Guerra Mundial. Este paréntesis, didáctico, pesado y lleno de datos, en que la narradora se permite hasta soltar el editorial, rompe la unidad narrativa de lo que, se supone, era un testimonio. Sira era una muchacha que apenas había ido un par de años a la escuela, no entendía nada de historia ni de política y, de repente, se convierte en una analista enterada de todos los detalles del escenario político, militar y diplomático de la época. Como para reparar la digresión, la autora pone a Sira a decir que todo eso ella no lo sabía, sino que Rosalinda se lo había mencionado en sus cartas. La escena en que los nazis negocian el Wolfranio con hacendados portugueses, por otra parte, no es fiel a la realidad histórica. Sobre el tema hay dos libros verdaderamente valiosos, uno de ficción (Casino Royale de Ian Flemming) y otro de investigación histórica (Lisboa 1939-1945 de Neill Lochery) que, por cierto, no aparecen en la inexplicable e innecesaria bibliografía que María Dueñas ofrece en las páginas finales.
Lo único que hace Serrano Suñer, en la novela, es recoger la polvera que se le había caído a Sira. Rosalinda Fox y Juan Luis de Beigbeder, personajes tan fascinantes como el propio cuñadísimo, son retratados muy superficialmente.
De hecho, una de las objeciones que se le puede hacer a esta novela es, precisamente, la escasa profundidad de su personajes. Empieza a ritmo vertiginoso, sin detenerse en detalles intrascendentes pero, conforme avanza, el libro se va tornando cada vez más descriptivo. Si no fuera por los oportunos golpes de timón que cambian el rumbo de los acontecimientos, la lectura de muchos episodios habría sido fastidiosa. Mucho se le hubiera agradecido a María Dueñas el que, en vez de describir salones y atuendos minuciosamente, se hubiera ocupado de moldear un poco más a fondo a las decenas de figuras humanas que pasan como estrellas fugaces. Jamila, la joven criada de Tetuán, es apenas una sombra. Las dos muchachitas asistentas en el taller de Madrid, son menos que eso. Decía don Joaquín Gutiérrez que escribir una novela, más que contar historias, es crear personajes. Con el tiempo las historias se tornan borrosas o incluso se olvidan, pero los personajes de las novelas son los que acaban siendo memorables. María Dueñas pudo haber explorado más a la madre y al padre de Sira, a los habitantes de la pensión, a Félix y su madre, a Candelaria, a don Claudio, pero todos ellos aparecen y desaparecen sin que se les preste mayor atención. Ni siquiera Sira, la protagonista, se explora a profundidad, al punto que cuesta sentir simpatía por ese gato que siempre cae de pie.
Don Joaquín Gutiérrez decía también que un cuento es un puño cerrado y una novela es una mano abierta. Si uno puede contar la historia de un personaje en un relato breve. Pero si uno va escribir una novela extensa, debe incluir muchas historias de muchos personajes distintos. El tiempo entre costuras es una obra de seiscientas páginas, totalmente lineal, concentrada en Sira y sus andanzas. La guerra civil española y la II Guerra Mundial no son más que cosas que ocurrieron alrededor de ella. Es una verdadera lástima que en este libro, salvo tímidos asomos, no haya historias paralelas. La Candelaria, por ejemplo, con su instinto de supervivencia a toda prueba, es uno de los personajes más simpáticos y atractivos del libro que acaba, como el resto, echada al olvido por la narradora y la protagonista.
La parte que más disfruté de esta novela, no tiene que ver con Sira sino con sus vecinos. En el apartamento de al lado vivía Félix y su madre doña Engracia. La viuda y su hijo, que trabajaba de burócrata, paseaban todas las tardes del brazo, iban a la iglesia y merendaban en lugar distinto cada día. Ante los conocidos que saludaban, no hacían más que elogiarse uno al otro. "Con cuidado, mamá, no te vayas a tropezar", "Ay, mi Félix, que haría yo sin él."
Apenas llegaban a casa, Félix le servía a su madre una copa de anís tras otra hasta que la escuchaba roncar. Entonces dejaba a la vieja durmiendo la borrachera y se iba de marcha por los antros más sórdidos del pueblo a encontrarse con sus compañeros de fiesta desenfrenada. Sus amistades nocturnas estaban al tanto del juego y fingían no conocer a Félix cuando se lo encontraban paseando al lado de su madre. A veces las cosas no salían según lo previsto y, ya ebria, la vieja, en vez de dormirse, se ponía violenta y empezaba a insultar a su hijo, como si supiera, o al menos sospechara, en los pasos que andaba. Félix, por su parte, le respondía los insultos y le declaraba su odio, con la tranquilidad de que, a la mañana siguiente, la amnesia borraría todo lo dicho.
El final de la novela, además de cursi y lamentable, es abrupto. Como si se tratara de una feliz coincidencia, cuando uno se cansa de leer, María Dueñas se cansa de escribir. Allí, en las páginas finales, queda claro el poco interés que esta escritora tiene por los personajes que ella misma construyó. Cuenta lo que pasó con las figuras históricas que mencionó a lo largo del texto, pero solamente propone lo que pudo haber pasado con los personajes de ficción y ofrece varias opciones para escoger.
El tiempo entre costuras ha tenido numerosas ediciones en diversas lenguas. No me sorprende que el libro sea tan popular, ya que es una lectura que no requiere del más mínimo esfuerzo por parte del lector. Todo se explica. Si menciona la Union Jack, inmediatamente se aclara que es la bandera del Reino Unido. Con cierta frecuencia se hacen recapitulaciones, totalmente innecesarias para un lector atento. Hay un momento en que la protagonista recibe una nota que dice: "¿Qué fue de la S. que dejé en T.?" Incluso quien haya leído distraídamente, comprendería que la S. es Sira y la T. Tetuán, pero la explicación viene a renglón seguido.
En libros, como en muchas otras cosas, popularidad no es sinónimo de calidad. He revisado varias de las reseñas que han publicado los fans de esta novela, que son legión. Su entusiasmo los ha llevado a calificar el libro como una verdadera revelación literaria cuando, en realidad, El tiempo entre costuras es una novela entretenida, fácil y agradable de leer, ideal como lectura ociosa en un viaje largo, pero no más que eso.
INSC: 2730
No hay comentarios.:
Publicar un comentario