Instrucciones para salir del cementerio marino. Alexander Obando (Compilador). Editorial El Quijote. Costa Rica, 1995. |
La gran mayoría de lectores, pero muy especialmente los de poesía, tienen la sabia costumbre de saltarse, sin mirar siquiera, los prólogos de los libros. Esas páginas iniciales, escritas por lo general con un tono de autoridad pontificia, brindan datos y referencias que, en la mayoría de los casos, son de verdaderamente poca importancia. Aunque las apreciaciones del prologuista no sean más que una opinión como cualquier otra, a veces logran, no solo prejuiciar la lectura, sino incluso desestimularla.
Los prólogos de las antologías poéticas, en los que se mencionan teorías, técnicas, generaciones y corrientes estéticas, suelen estar tan saturados de nombres y fechas, que resultan fastidiosos. Por otra parte, como lo típico en estos casos es que el presentador se ponga a analizar, clasificar y valorar los versos incluidos, se llega a la ironía de que las colecciones de poemas acaben siendo precedidas por un texto muy poco poético.
Sin embargo, hay excepciones. El prólogo a Instrucciones para salir del cementerio marino, antología del Taller de Poesía Activa Eunice Odio, es una apreciable pieza literaria. Me pregunto quién o quienes estarán ocultos detrás del pseudónimo de John Statement Kisch, que lo firma.
"Yo no ofrezco nada especial. Yo no formulo hipótesis, Yo soy solo una cámara fotográfica que se pasea en el desierto." Empieza diciendo. Seguidamente, sin detenerse en menudencias, hace un repaso de los orígenes, propósitos, búsquedas, exploraciones y actividades de este grupo de poetas jóvenes que empezó a reunirse en San José de Costa Rica a mediados de los años ochenta.
Escogieron el nombre de Eunice Odio para resucitar a la poetisa costarricense, muerta en México, lejos de la tierra donde había nacido y solamente muy pocos la recordaban. Lo de "poesía activa", lo explica tajantemente: "La poesía es activa o no es." Y los jóvenes escritores, lejos de fundar un cenáculo para reuniones privadas tras una puerta cerrada, estaban dispuestos a salir a la calle, organizar recitales en las comunidades y reanimar el papel del escritor como figura pública.
En 1989, parodiando el slogan de Coca Cola de aquel tiempo ("Coca Cola es así"), organizan el festival poético "La poesía es así",
Los miembros del Taller de Poesía Activa Eunice Odio eran jóvenes que, aparte de ser lectores voraces y escritores incipientes, tenían muy pocas cosas en común. Cursaban distintas carreras, se dedicaban a diferentes actividades y cada uno tenía sus particular posición poética, estética y política. No se trataba de un grupo homogéneo que compartiera la afición por los mismos autores, al leer, y la obsesión por los mismos temas y la misma técnica, al escribir. Las reuniones eran tan frecuentes como los desacuerdos.
El grupo tenía la ventaja de que ninguno de ellos intentara siquiera asumir el papel de líder o maestro conductor. Cada uno, por su lado, hacía sus exploraciones, cultivaba sus intereses, se hundía en sus obsesiones y acababa compartiendo sus poemas con quienes leían, hacían, pensaban y escribían cosas muy diferentes a las suyas.
Esa valiosa y enriquecedora experiencia de que personas que leen autores distintos y escriben de manera distinta compartan un espacio en que dialogan de igual a igual, no es muy frecuente en los talleres literarios.
En algunos, un maestro tiene la autoridad de recomendar lecturas y corregir las creaciones de sus pupilos. Otros no son más que cofradías de seguidores de determinada escuela que, a la hora de escribir, simplemente se dedican a imitar a los autores que tienen trepados en un pedestal. También hay círculos de escritores cerrados, que solamente leen entre ellos lo que ellos mismos hacen y no cuentan con lectores afuera.
En todos los grupos literarios, lo normal es que unos se vayan, otros lleguen y, al final, cada uno tome su camino.
No sé cuántas personas pasaron por el Taller de Poesía Activa Eunice Odio, pero en la antología aparecen solamente catorce: Julio Acuña, Melania Portilla, José Gabriel Sánchez, Federico Frachva, Esteban Ureña, Mauricio Molina, Demetrio Polo-Cheva, Arturo Solís, Guillermo Acuña, Mario Alberto Quesada, Alexánder Obando (compilador de la antología), Gustavo Induni, Giannis Katsavavakis y Luis Fernando Rodríguez.
Verdaderamente ingeniosa es la manera de agrupar los escritores en cuatro capítulos aparte titulados: Fuego, Aire, Agua y Tierra.
En el momento de la publicación del libro, todos eran jóvenes. Algunos, jovencísimos. Por eso, las notas biográficas con las que se presentan están escritas en son de broma. Giannis Katsavavakis, en su hoja de vida, menciona como datos relevantes: "Tengo veinte años y mido un metro setenta de estatura. Tengo una cachorra que se llama Cuca. Vivo en Curri y mi mamá cocina muy rico."
Aunque la infancia ya se haya dejado atrás, en la juventud todavía se juega. Los autores jóvenes, inevitablemente, juegan, ya que es por medio del juego que se alcanzan los primeros descubrimientos. Se lo permiten todo, se atreven a dar grandes saltos como si cruzaran un río de piedra en piedra, buscan los límites de lo aceptable solamente para traspasarlos y están más concentrados en realizar una buena travesura que en lograr un aplauso. Con las canas llega la prudencia y, con la prudencia, la contención, el autocontrol, la proclividad a quedarse quieto sin hacer más ruido del socialmente tolerable.
Sumergirse en los poemas de esta antología es verdaderamente refrescante. Todo es genuino e intenso. No hay malabarismos ni piruetas. Nadie intenta, con su versos, graduarse como poeta reconocido. Las influencias, incluso las que resultan evidentes, por estar asimiladas y digeridas, no llegan a caer en la imitación.
En este libro no hay ni una página que sobre. En vez de saltarse el prólogo, hay que repasarlo. El misterioso John S. Kitsch, aunque intenta tomar distancia del grupo ("Que nadie diga que estuve adentro y que nadie diga que estuve afuera"), lo retrata con certeza:
"Amaron la prosa, porque creyeron... que el mundo está lleno de ruidos."
"Gritaron equidad para todos los ritmos, para todos los lenguajes y palabras."
"Buscaron la pluralidad poética, amaron el exteriorismo y el Siglo de Oro por igual; y los odiaron también por igual. De allí pretenden decir que fueron diferentes a otros grupos literarios porque no propusieron la "estética" sino la posibilidad. Eso sí, jamás cometieron la estupidez de hacer un manifiesto."
"El asunto tiene que ver con el lenguaje. Un pleito gigantesco con el lenguaje, con lo que somos. El silencio y los gritos resultan aterradores... y tal vez llegue un momento en que no importe más callar o hablar, que dé lo mismo, pero antes hay un largo camino."
"¿Cómo buscar algo sin saber qué es? El proceso va dando la forma, aunque es como correr con nueve piernas, sin que nadie se atreva a cortarse alguna para andar mejor."
INSC: 4015
En el momento de la publicación del libro, todos eran jóvenes. Algunos, jovencísimos. Por eso, las notas biográficas con las que se presentan están escritas en son de broma. Giannis Katsavavakis, en su hoja de vida, menciona como datos relevantes: "Tengo veinte años y mido un metro setenta de estatura. Tengo una cachorra que se llama Cuca. Vivo en Curri y mi mamá cocina muy rico."
Aunque la infancia ya se haya dejado atrás, en la juventud todavía se juega. Los autores jóvenes, inevitablemente, juegan, ya que es por medio del juego que se alcanzan los primeros descubrimientos. Se lo permiten todo, se atreven a dar grandes saltos como si cruzaran un río de piedra en piedra, buscan los límites de lo aceptable solamente para traspasarlos y están más concentrados en realizar una buena travesura que en lograr un aplauso. Con las canas llega la prudencia y, con la prudencia, la contención, el autocontrol, la proclividad a quedarse quieto sin hacer más ruido del socialmente tolerable.
Sumergirse en los poemas de esta antología es verdaderamente refrescante. Todo es genuino e intenso. No hay malabarismos ni piruetas. Nadie intenta, con su versos, graduarse como poeta reconocido. Las influencias, incluso las que resultan evidentes, por estar asimiladas y digeridas, no llegan a caer en la imitación.
En este libro no hay ni una página que sobre. En vez de saltarse el prólogo, hay que repasarlo. El misterioso John S. Kitsch, aunque intenta tomar distancia del grupo ("Que nadie diga que estuve adentro y que nadie diga que estuve afuera"), lo retrata con certeza:
"Amaron la prosa, porque creyeron... que el mundo está lleno de ruidos."
"Gritaron equidad para todos los ritmos, para todos los lenguajes y palabras."
"Buscaron la pluralidad poética, amaron el exteriorismo y el Siglo de Oro por igual; y los odiaron también por igual. De allí pretenden decir que fueron diferentes a otros grupos literarios porque no propusieron la "estética" sino la posibilidad. Eso sí, jamás cometieron la estupidez de hacer un manifiesto."
"El asunto tiene que ver con el lenguaje. Un pleito gigantesco con el lenguaje, con lo que somos. El silencio y los gritos resultan aterradores... y tal vez llegue un momento en que no importe más callar o hablar, que dé lo mismo, pero antes hay un largo camino."
"¿Cómo buscar algo sin saber qué es? El proceso va dando la forma, aunque es como correr con nueve piernas, sin que nadie se atreva a cortarse alguna para andar mejor."
INSC: 4015
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