Historia de la Literatura Costarricense. Abelardo Bonilla. Edictorial Costa Rica. San José, Costa Rica. 1967 |
El primer antólogo e historiador de la literatura costarricense fue el poeta Rogelio Sotela, quien publicó, por iniciativa propia y con recursos propios, tres importantes estudios: Valores Literarios de Costa Rica (1920), Escritores de Costa Rica (1923 y una edición ampliada en 1943) y Literatura Costarricense (1927).
Estos libros, además de reseñas biográficas de los autores y datos de referencia sobre títulos y fechas de las publicaciones, incluían además una muestra antológica de las obras mencionadas, muchas de ellas verdaderamente difíciles de encontrar.
El trabajo de recopilación y rescate histórico que hizo el poeta Rogelio Sotela es verdaderamente asombroso y admirable. Quien quiera tener una visión amplia y total de la literatura costarricense, no tiene más que recorrer las casi novecientas páginas de Escritores de Costa Rica, donde encontrará tanto la información, como la muestra, sobre todo lo escrito y publicado en Costa Rica desde los más remotos orígenes coloniales hasta las primeras décadas del Siglo XX,
Lamentablemente, esta obra erudita, rigurosa y completa no ha vuelto a ser reeditada.
En los años cincuenta, la Universidad de Costa Rica, de cuyo primer Consejo Universitario el poeta Rogelio Sotela había formado parte, en vez de publicar una nueva edición de Escritores de Costa Rica, optó por encargarle a Abelardo Bonilla que escribiera una Historia de la Literatura Costarricense. La tarea, paradójicamente, era a la vez una tarea sencilla y un reto difícil. Tarea sencilla, porque la investigación y recopilación ya estaba hecha. Reto difícil, porque le correspondía ir un paso más allá de una verdadera obra maestra.
La primera edición de Historia de la Literatura Costarricense fue publicada en 1957 y se agotó casi de inmediato. La segunda, ampliada, fue publicada por la Editorial Costa Rica en 1967 y hubo también una tercera edición, de gran tiraje, publicada por la editorial STVDIVM, de la Universidad Autónoma de Centro América, que en diversas reimpresiones, entre 1982 y 1984, alcanzó los catorce mil ejemplares. La primera edición no la he podido conseguir, pero tengo en mi biblioteca sendos ejemplares de la segunda y la tercera.
Historia de la Literatura Costarricense. Abelardo Bonilla. STVDIVM. UACA. San José, Costa Rica, 1984. |
Los nombres, fechas, títulos y datos que se consignan en los libros de Rogelio Sotela y de Abelardo Bonilla son casi los mismos. En cuanto a estructura, la obra de Bonilla está prácticamente calcada de la Sotela. Sin embargo, cada estudio responde a intenciones muy distintas. Rogelio Sotela, como historiador literario, se limitó a consignar. Investigó en archivos, recopiló información, la estructuró sistemáticamente y reprodujo muestras representativas de cada obra estudiada. El suyo es un trabajo exhaustivo y completo, una gran obra de referencia que no entra en valoraciones personales, estéticas ni políticas. Rogelio Sotela ofrece los datos, pero no pretende influir en el juicio que se pueda hacer de ellos.
Abelardo Bonilla tomó un camino distinto. Para empezar, no solo eliminó la muestra antológica (con la promesa de reunirla en otro libro) sino que también se tomó la libertad de eliminar de la recopilación las obras que, a su juicio, eran "de escasa importancia".
Abelardo Bonilla, según afirma él mismo en el prólogo, para escribir la obra se trazó un plan y procedió con la "eliminación deliberada de los nombres y manifestaciones que no calzan con el plan."
En la introducción, afirma que su libro "no reclama otro mérito que ser objetivo y sincero." En cuanto a sincero, no cabe duda que lo es, puesto que el autor se permite manifestar sus opiniones personales sin pudor y sin medida pero, precisamente por eso, el libro no tiene nada de objetivo. Es, de hecho, toda un desplante de subjetividad.
Empieza con una afirmación muy discutible. Afirma que en Europa, "por la cultura y por la raza" hay un orden basado en la razón, mientras que en América, "por la juventud y el aporte indígena", hay un orden basado en la emoción. No se detiene sin embargo, a exponer las razones que lo han llevado a esa conclusión que, tal parece, él da por un hecho. Podría discutírsele que, a pesar de las diferencias culturales, por marcadas que sean, la conducta de todos los seres humanos, independiente de donde vivan, responden a motivaciones tanto racionales como emocionales.
Casi de inmediato, al referirse a la producción intelectual a este del Atlántico, suelta otra sentencia contundente que tampoco se molesta en explicar. Dice que del pensamiento latinoamericano "no vemos ninguna perspectiva ni sentimos su conveniencia." Mientas otros autores, al ocuparse de los escritos de una región en particular tratan de descubrir sus características propias, Abelardo Bonilla deja claro que la única cultura racional es la que viene de europea y ni siquiera es conveniente que otra sea posible. Considera que el localismo, además de "errado" es "deleznable", ya que conduce "al error de crear una limitación inconveniente en la universalidad de la cultura."
Como cree que hay una manera correcta y una manera equivocada de hacer las cosas, al referirse a la poesía costarricense, considera "negativa" la influencia que en ella tuvo el colombiano Julio Flores y "nefasta" la del mexicano Salvador Díaz Mirón.
Abelardo Bonilla Baldares. (1898-1969) |
Además de etiquetar los libros con criterios tan subjetivos, Abelardo Bonilla también los califica entre mejores y peores. Al referirse a la obra de don Joaquín García Monge, afirma que Abnegación es "de menor mérito" que El Moto y que La mala sombra y otros sucesos es "su mejor obra". De las tres novelas que escribió Claudio González Rucavado, dice que Egoísmo, es "inferior" a las otras dos. Sostiene que Pedro Arnáez es la mejor novela de José Marín Cañas, mientras que Ese que llaman pueblo, es la mejor de Fabián Dobles.
Aunque, a nivel académico, se suele echar mano de métodos y teorías, siempre he creído que la crítica literaria es, en el fondo, un género de opinión. Por ello, no cuestiono que Abelardo Bonilla manifieste sus impresiones personales, pero le reclamo que las opiniones que manifiesta no estén justificadas. No le cuestiono, por tanto, que Abelardo Bonilla que manifieste sus impresiones personales, pero le reclamo que no las explique. Si el crítico literario simplemente opina, se espera que esa opinión sea fundamentada. Si afirma que una obra es "mejor" o "peor" que otra, debería decir por qué.
Abelardo Bonilla no solamente califica las obras, sino también los autores. Dice que Jenaro Cardona es "el más brillante poeta del período", que Alfredo Castro es "el más genuino de nuestros autores dramáticos" y que Alfredo Cardona Peña es el poeta "que ofrece frutos estéticos de más altos quilates", pero no se detiene a exponer cómo llegó a esa conclusión.
En ocasiones, al opinar sobre escritores, sus comentarios se centran en lo personal más que en lo literario. Sostiene que la vida de Teodoro Yoyo Quirós "no tuvo rasgos notables", que Rafael Angel Troyo fue "un millonario que derrochó su fortuna", o que Max Jiménez era "un hombre muy rico cuya personalidad indisciplinada le impidió seguir estudios superiores." Llega al punto de afirmar que "por su carácter serio e introvertido, por su espíritu religioso y por su dedicación a los estudios filosóficos, Luis Barahona Jiménez es el escritor contemporáneo mejor capacitado para el ensayo."
Además de evaluar y etiquetar tanto libros como autores, Abelardo Bonilla, en sus comentarios, señala la influencias de autores de otras latitudes que ha notado en las obras costarricenses. Las de Francisco Soler y las de Max Jiménez se le parecen a la de Ramón del Valle Inclán, la de Diego Braun Bonilla a la de Gustavo Adolfo Becker y la de Aquileo Echeverría a la de Francisco de Quevedo. La ironía de Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, le recuerda la picaresca española, en las novelas de Fabián Dobles descubre "visibles influencias" de Emile Zolá y Fiodor Dostoievski, mientras que a Manglar, la primera novela de don Joaquín Gutiérrez, le descubre influencias de John Dos Pasos y James Joyce. Habría sido interesante saber un poco más acerca de cómo estableció tales paralelismos pero, de nuevo, Abelardo Bonilla optó por manifestarlos sin molestarse en explicarlos.
El concepto de "Literatura Costarricense" es, en este libro, bastante amplio, puesto que, además de poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, incluye también apartados sobre Historia, Derecho, Economía y Periodismo. Las dosis de atención que presta a cada autor son, como muchas otras en este obra, inexplicables e inexplicadas. En la brevísima mención a José Ramírez Sáizar, simplemente dice que su obra se refiere a la "pintoresca" región guanacasteca. Uno no puede evitar preguntarse por qué considera a Guanacaste particularmente "pintoresco", cuando también podría serlo cualquier otro rincón del país.
En el apartado de periodismo, por ejemplo, no se menciona a Pío Víquez, pero Abelardo Bonilla dedica un largo elogio a Otilio Ulate Blanco, quien había sido su patrón durante los muchos años que trabajó en el Diario de Costa Rica. Al mencionar a don Alberto Cañas Escalante, aclara que "no es un periodista profesional pero ha realizado una vasta labor en órganos de prensa." Lo curioso del caso es que en Costa Rica ningún periodista era profesional. No se impartían clases de periodismo y los colaboradores de periódicos se dedicaban también a otras actividades.
En todo caso, queda claro que la Historia de la Literatura Costarricense de Abelardo Bonilla, más que un estudio metódico y antológico sobre la producción literaria de Costa Rica, es más bien la valoración personal que, sobre esa literatura, tiene quien la escribió. Con todo y lo discutibles que son las opiniones expuestas, es un libro interesante de leer, pero no atractivo de repasar.
El que sigue siendo un libro de referencia y consulta frecuente es, más bien, el anterior y primero, Escritores de Costa Rica del poeta Rogelio Sotela. Es entonces inexplicable, además de lamentable, que mientras el libro de Bonilla ha contado con varias ediciones desde su aparición, en 1957, el de Sotela no haya vuelto a editarse desde 1942.
INSC: 1826 2765
Abelardo Bonilla no solamente califica las obras, sino también los autores. Dice que Jenaro Cardona es "el más brillante poeta del período", que Alfredo Castro es "el más genuino de nuestros autores dramáticos" y que Alfredo Cardona Peña es el poeta "que ofrece frutos estéticos de más altos quilates", pero no se detiene a exponer cómo llegó a esa conclusión.
En ocasiones, al opinar sobre escritores, sus comentarios se centran en lo personal más que en lo literario. Sostiene que la vida de Teodoro Yoyo Quirós "no tuvo rasgos notables", que Rafael Angel Troyo fue "un millonario que derrochó su fortuna", o que Max Jiménez era "un hombre muy rico cuya personalidad indisciplinada le impidió seguir estudios superiores." Llega al punto de afirmar que "por su carácter serio e introvertido, por su espíritu religioso y por su dedicación a los estudios filosóficos, Luis Barahona Jiménez es el escritor contemporáneo mejor capacitado para el ensayo."
Además de evaluar y etiquetar tanto libros como autores, Abelardo Bonilla, en sus comentarios, señala la influencias de autores de otras latitudes que ha notado en las obras costarricenses. Las de Francisco Soler y las de Max Jiménez se le parecen a la de Ramón del Valle Inclán, la de Diego Braun Bonilla a la de Gustavo Adolfo Becker y la de Aquileo Echeverría a la de Francisco de Quevedo. La ironía de Mamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, le recuerda la picaresca española, en las novelas de Fabián Dobles descubre "visibles influencias" de Emile Zolá y Fiodor Dostoievski, mientras que a Manglar, la primera novela de don Joaquín Gutiérrez, le descubre influencias de John Dos Pasos y James Joyce. Habría sido interesante saber un poco más acerca de cómo estableció tales paralelismos pero, de nuevo, Abelardo Bonilla optó por manifestarlos sin molestarse en explicarlos.
El concepto de "Literatura Costarricense" es, en este libro, bastante amplio, puesto que, además de poesía, cuento, novela, teatro y ensayo, incluye también apartados sobre Historia, Derecho, Economía y Periodismo. Las dosis de atención que presta a cada autor son, como muchas otras en este obra, inexplicables e inexplicadas. En la brevísima mención a José Ramírez Sáizar, simplemente dice que su obra se refiere a la "pintoresca" región guanacasteca. Uno no puede evitar preguntarse por qué considera a Guanacaste particularmente "pintoresco", cuando también podría serlo cualquier otro rincón del país.
En el apartado de periodismo, por ejemplo, no se menciona a Pío Víquez, pero Abelardo Bonilla dedica un largo elogio a Otilio Ulate Blanco, quien había sido su patrón durante los muchos años que trabajó en el Diario de Costa Rica. Al mencionar a don Alberto Cañas Escalante, aclara que "no es un periodista profesional pero ha realizado una vasta labor en órganos de prensa." Lo curioso del caso es que en Costa Rica ningún periodista era profesional. No se impartían clases de periodismo y los colaboradores de periódicos se dedicaban también a otras actividades.
En todo caso, queda claro que la Historia de la Literatura Costarricense de Abelardo Bonilla, más que un estudio metódico y antológico sobre la producción literaria de Costa Rica, es más bien la valoración personal que, sobre esa literatura, tiene quien la escribió. Con todo y lo discutibles que son las opiniones expuestas, es un libro interesante de leer, pero no atractivo de repasar.
El que sigue siendo un libro de referencia y consulta frecuente es, más bien, el anterior y primero, Escritores de Costa Rica del poeta Rogelio Sotela. Es entonces inexplicable, además de lamentable, que mientras el libro de Bonilla ha contado con varias ediciones desde su aparición, en 1957, el de Sotela no haya vuelto a editarse desde 1942.
INSC: 1826 2765
Excelente análisis comparativo entre los textos de Sotela y Bonilla sobre la Literatura Costarricense y latinoamericana. Sin duda que los juicios de valor subjetivos y la crítica matan los textos literarios, pues no hay nada que juzgar sobre la escritura narrativa de los sentimientos humanos en la literatura, tanto en el verso como en la prosa.
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