A la izquierda del Sol. José León Sánchez. Editorial de la Universida de Costa Rica. San José, Costa Rica. 2012 |
Llegaron al mismo río con distintos propósitos. José León iba a pescar peces, don Rogelio iba a pescar ideas.
Jamás se habría imaginado el poeta que aquel muchachito travieso, que lo escuchaba con atención aunque no comprendiera el significado de muchas de las palabras que le decía, acabaría convirtiéndose en un novelista reconocido a nivel internacional. El niño tampoco sabía en aquel momento que el señor alto de anteojos oscuros que lo llevaba a su casa para que compartiera tiempo en familia, era un gran intelectual, el primer historiador de la literatura costarricense, que había publicado libros de poesía y de ensayo y que, además, había sido diputado, diplomático y miembro del primer Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica. Cada uno era, para el otro, simplemente un amigo.
El niño llegaba al río con un tarro lleno de las lombrices que usaría como carnada. Mientras pescaba, miraba de lejos a aquel señor silencioso que leía un libro, sentado en una piedra, con los pies en el agua. Cuando algún pez picaba, el hombre levantaba la mano y lo felicitaba con una sonrisa.
Aunque el señor mayor se mostraba amable, el niño mantenía la distancia. Debido a los numerosos y frecuentes maltratos que había sufrido en su corta existencia, el niño, a pesar de su naturaleza inquieta y traviesa, ante los adultos se mostraba huraño y desconfiado. Además, el hombre aquel le parecía de alguna manera extraño. En ocasiones hacía a un lado lo que estaba leyendo y se quedaba quieto por largo tiempo, con la mirada fija en el vacío. En el río nunca se hablaron.
Su primera conversación tuvo lugar en circunstancias un tanto bochornosas. El poeta pescó al niño robando frutas en su jardín. El niño supuso entonces que aquel adulto, como otros muchos que lo habían atrapado antes en sus travesuras, le soltaría una severa reprimenda con ofensas y amenazas. Sin embargo, el poeta reconoció al pequeño pescador del río y lo invitó a tomar un refrigerio en su casa. Era un señor solemne que hablaba "con palabras de diccionario", pero el niño descubrió, con algo de sorpresa, que el hombre silencioso que miraba al vacío sin moverse, era un hombre bueno y simpático. Solamente le caía mal cuando le hablaba de la importancia de ir a la escuela, de la que el niño guardaba muy malos recuerdos y de la que huía a toda costa. Por otra parte, el niño descubrió que el poeta tenía una hija muy bonita, más o menos de su edad, por lo que encontró atractivo frecuentar aquella casa en que lo trataban tan bien.
Tuvieron, como todos los amigos, algún disgusto que, como todos los amigos, lograron olvidar. La amistad fue breve, pero el recuerdo acabó siendo imborrable.
Con el cuento El poeta, el niño y el río, José León Sánchez obtuvo su primer premio literario. Lo escribió en la Isla de San Lucas, donde estaba preso. En 1963 lo presentó a un certamen convocado por la Universidad de Costa Rica, la Asociación de Autores, la Dirección de Artes y Letras y la Editorial Costa Rica. El Jurado le otorgó el primer lugar pero, cuando se supo que el autor era el reo más conocido del país, hubo quienes protestaron y pidieron que el premio no le fuera entregado. Argumentaban que era imposible que un hombre como él hubiera escrito un cuento tan hermoso. El Dr. Constantino Láscaris, que había obtenido el segundo lugar en el certamen, manifestó que no aceptaría el reconocimiento si se le retiraba el premio a José León. El fallo se mantuvo, pero José León no pudo asistir a la ceremonia de entrega en el Teatro Nacional. Sin embargo, la noche de la premiación, aunque estuviera muy lejos, en su celda del penal de San Lucas, José León Sánchez se convirtió en un escritor laureado y reconocido.
Desde entonces, El poeta, el niño y el río, ha sido publicado en numerosas ediciones. En 2012 fue publicado en el libro A la izquierda del Sol, publicado por la Editorial de la Universidad de Costa Rica, junto con otros doce cuentos.
En éste, como en todos sus relatos, José León Sánchez se refiere al dolor, el sufrimiento y la injusticia, pero no lo hace como lamento ni como denuncia, sino que es capaz de elevarse hasta un nivel de sabiduría y madurez que está muy por encima del resentimiento. Sus personajes, como él mismo, a pesar de las duras experiencias sufridas, son capaces de mantener en alto la confianza y el optimismo. Sonríen, creen todavía en la buena voluntad de quienes los rodean, se sacuden el polvo después de cada caída y disfrutan los breves y esporádicos momentos de paz y gozo en medio de la tormenta.
En sus charlas, el niño le iba contando al poeta como había su vida. Abandonado desde pequeño, maltratado y rechazado por quienes, se suponía, debían cuidarlo, había ido creciendo solo a brincos y saltos, aguantando hambre y buscando, sin encontrarlo, un poco de afecto. El poeta, que en el río se quedaba silencioso mirando un punto lejano, lo escuchaba atento. Precisamente por la época en que se conocieron, don Rogelio Sotela había publicado un librito pequeño, Apología del dolor, en el que, entre otras sabias máximas, decía que el sufrimiento es como la noche que precede a la aurora, que el dolor es una escuela que nos hace comprender mejor la vida, que cada golpe fortalece y que quienes han sufrido mucho, a la larga logran alcanzar un alto estado de serenidad.
Rogelio Sotela (1894-1943) y José León Sánchez. El primero poeta y el segundo novelista, compartieron una amistad, salpicada con travesuras, que nació a la orilla de un río. |
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