viernes, 6 de marzo de 2020

El continente imaginario de Montaner.

Para un continente imaginario.
Carlos Alberto Montaner.
Libro Libre. San José, Costa Rica. 1985
No es lo mismo ser un comentarista que un analista. Para hacer un comentario, basta con observar una situación y decir los primero que venga a la mente. Del comentarista, se espera, simplemente, que sea ingenioso y conciso. El análisis es otra cosa. Para empezar, requiere que quien lo realice cuente con amplia información previa y, más allá de valorar lo evidente, sea capaz de mostrar causas tanto las causas como las consecuencias que no saltan a la vista.
Durante años, décadas más bien, Carlos Alberto Montaner ha sido un activo comentarista en la prensa latinoamericana. Sus columnas de opinión, que se publican en periódicos de varios países, han llegado a ser muy leídas, tanto por quienes comparten como por quienes adversan sus puntos de vista.
Ingenioso y ameno, Montaner es capaz de dejar caer una gota de humor incluso cuando comenta situaciones verdaderamente serias y hasta dramáticas. Sus columnas son por lo general breves y en ellas logra plantear su punto de vista de manera clara y concisa.
Sin embargo, pese a ser un efectivo escritor de artículos de opinión, Montaner, que ha llegado a ser popular como comentarista, se queda en verdad corto cuando pretende ser analista.
Es perfectamente normal y aceptable que un comentarista exponga sus esperanzas, suposiciones y temores, pero del analista se espera más bien que sea capaz de hacerlos a un lado. Es válido que el comentarista haga propaganda para su causa, pero del analista se espera que brinde una explicación bien fundamentada sobre una realidad, indiferentemente si esa realidad le gusta o no.
La reflexión viene al caso porque, aunque leo con interés desde hace años sus columnas en la prensa, quedé francamente defraudado por su libro Para un continente imaginario, publicado por la Editorial Libro Libre, en 1985. La publicación, en todo caso, no se trata de un estudio que fuera concebido y desarrollado como una obra de conjunto, sino que es, más bien, una recopilación de artículos y conferencias que datan de diferentes épocas.
El libro está dividido en tres secciones. La primera, sobre América Latina, la segunda, sobre Centroamérica y la tercera sobre Cuba. En los tres apartados salta a la vista que la opinión de Montaner no es más que una apreciación personal y superficial, que no está basada en un estudio metódico y profundo de los hechos ni de las ideas sino, simplemente, en sus propios prejuicios y suposiciones.
Para empezar, no se puede escribir sobre una sociedad partiendo del menosprecio. América Latina ha tenido su historia particular que debe ser estudiada y comprendida tal. y como fue.  Montaner, con verdadera insistencia, se lamenta que América Latina sea tan diferente a Europa y a los Estados Unidos y, también de manera insistente, plantea que los países latinoamericanos, más que desarrollar soluciones a sus propios problemas, deben imitar el modelo de sociedad norteamericano o europeo. Los países latinoamericanos, según él, no son más que sociedades inmaduras que requieren que otras sociedades, más desarrolladas y exitosas, les señalen el camino a seguir.
Esta visión colonialista llega rozar extremos de verdadero racismo. Los comentarios que hace sobre los pueblos indígenas, en contraposición a lo que llama "la cultura europea", parecieran sugerir que tanto la pobreza como la riqueza está determinada por los genes. Repite prejuicios, tan comunes como poco fundamentados, como que América Latina es capaz de producir artistas, pero no es terreno propicio para que se desarrolle la ciencia ni la técnica. Su "continente imaginario" al que hace alusión en el título, es uno guiado por "la razón y el sentido común" que, según él, han estado ausentes de la historia latinoamericana.
Si, en su mundo de fantasía, espera que un buen día los latinoamericanos amanezcan convertidos en blancos sin sangre indígena que decidan de pronto olvidar su historia y tradiciones y adaptar su sociedad a imagen y semejanza de Estados Unidos, definitivamente está delirando. Al plantear esa propuesta como algo posible y hasta deseable, Montaner es un propagandista más que un analista y no hace más que evidenciar sus prejuicios.
Su visión histórica es, no solo superficial, sino también, en muchos aspectos, abiertamente errónea. Las inexactitudes históricas de este libro, que elevan habladurías a la categoría de hechos, son tan frecuentes que resultan innumerables. Las afirmaciones que hace en este libro sobre los presidentes de Estados Unidos James Folk y Theodore Rossevelt parecen sacadas de folletines humorísticos y poco serios y no corresponden, en absoluto, con la figura, el pensamiento y el actuar de los aludidos.
Cada vez que Montaner hace una mención histórica, queda en evidencia que no tiene la más mínima idea del contexto.
Precisamente por su escaso conocimiento histórico, con frencuencia Montaner se deja llevar por sus temores. Escrito a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando aún existía la Unión Soviética, el libro es un buen ejemplo de la paranoia que imperó durante la Guerra Fría. Al referirse a la realidad centromericana, una vez más Montaner comete el grave error de pretender explicar algo que no comprende y acaba reduciéndo toda la situación a un choque de fuerzas ideológicas manejadas desde fuera.  Para Montaner, lo que ocurría en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala y Costa Rica no era más que el reflejo de la confrontación de la influencia norteamericana con la influencia soviética. Esta interpretación, además de simplista, es errónea. El complejo escenario político de cada uno de los países centroamericanos durante los años ochentas, respondía a circunstancias más locales que globales.
Montaner escribe sobre América Latina con menosprecio, sobre Centroamérica con desinformación y sobre Cuba con resentimiento. Su explicación sobre la caída de Fulgencio Batista y la entronización de Fidel Castro, es más terrorífica que exacta. La advertencia de las páginas finales, escrita en un tono verdaderamente alarmista, sobre el peligro inminente de que Cuba esté "al acecho" de Puerto Rico es, por decir lo menos, desmesurada.
Carlos Alberto Montaner es un propagandista más que un analista. Un narrador más que un pensador. Ha llegado a ser altamente popular como columnista porque al comentar la realidad suelta frases ingeniosas y se luce con su buen humor pero su superficial conocimiento histórico y su inclinación a dejarse vencer por el pánico, lo convierten en un comediante que no debe ser tomado en serio.
INSC: 1867
Carlos Alberto Montaner.


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