domingo, 21 de octubre de 2018

Las tentaciones de la luz. Poesía de Zingonia Zingone.

Las tentaciones de la Luz. Zingonia
Zingone. Anamá Editores.
Nicaragua, 2018.
El mayor contraste que podemos encontrar en este mundo (y muy probablemente en el otro también) es el de la luz y la oscuridad. En esta vida, cuando nos toca recorrer zonas oscuras, nos movemos temerosos y dudamos al elegir la ruta porque los peligros podrían estar cerca sin que lo sepamos. Al transitar por un espacio iluminado, en cambio, avanzamos con confianza al poder ver con claridad no solamente el terreno donde vamos a posar nuestro siguiente paso, sino también, a lo lejos, el destino al que aspiramos arribar.
Al final de esta existencia, no habrá otra opción más que el resplandor más intenso o las tinieblas más absolutas. Unos creen que, cuando su vida termine, acabarán sumidos en la profunda oscuridad de la nada. Otros esperamos alcanzar la luz eterna que aclarará todos los misterios y hará desaparecer todas las dudas y temores.
Tanto la luz como la oscuridad tienen su atractivo. De lo oscuro nos atrae el misterio, el ansia de descubrimiento, el cosquilleo de correr riesgos, la curiosidad de enfrentarse a lo inesperado, el reto de enfrentarse cara a cara con lo desconocido.
La luz, por su parte, también nos tienta, pero de una forma distinta. Nos llama a encontrar un lugar sereno para el descanso en que la paz y la armonía con todo y con todos no sea una sensación pasajera, sino un estado permanente. 
En su libro de poemas Las tentaciones de la LuzZingonia Zingone, con profunda sabiduría y delicada dulzura, muestra que el ansia de sumirse en lo luminoso, más que a un deseo, una necesidad o un capricho, responde a un destino ineludible marcado en lo más profundo del ser desde el propio origen.
Creemos, equivocadamente, que andamos en busca de algo que nunca tuvimos, cuando en realidad, más bien, todos nuestros esfuerzos responden al anhelo de recuperar algo que perdimos, pero que, definitivamente, una vez fue nuestro. En esta vida llena de confusión y sorpresas, que a veces aturde, a veces cansa y a veces aburre, que en momentos parece avanzar a toda prisa y en otros da la impresión de haberse detenido en una interminable pausa, hay en nuestra memoria un eco lejano, un recuerdo borroso, de una vida más alta, más completa, más intensa y más serena. 
Una vez leí que hay ciertas personas (entre ellas los verdaderos poetas), que son capaces de recordar el inicio del tiempo, cuando los primeros seres humanos vivían en el Paraíso en perfecta armonía con el Creador y las otras criaturas y que, precisamente, la nostalgia por el Paraíso acabó marcando sus vidas con una gran sensación de vacío y, a la vez, con un gran sentido de plenitud.
Adán, el primer hombre, en este libro es un personaje cansado de andar errante por sitios a los que no pertenece, ansioso de recuperar aquel feliz estado en que él mismo era una rama de árbol y podía pasear desnudo bajo el sol sin temor ni deseos de ocultarse.
Al igual que Adán, Zingonia ha tenido una vida errante. Los poemas de este libro han sido escritos en distintos sitios, en los que ha compartido diversas experiencias con toda clase de personas que se ha encontrado en su camino. Pero ya sea en el paisaje solitario o en las ciudades llenas de multitudes, el eco paradisiaco que resuena en su memoria de poeta, la ha hecho comprender que, pese a que el retorno no está permitido y se debe avanzar sin volver el rostro, correr hacia el destino es correr hacia el origen. La meta, a la larga, es el punto de partida.
En este mundo en que todo tuvo principio y todo tendrá final, hay una luz que nos permite comprender que, de alguna forma, todo tiene un sentido y un propósito. La vida terrenal, esa gran aventura de recorrer este mundo cambiante y sorprendente, no es más que un breve paseo que empezó cuando el Creador nos llamó a la existencia y que terminará el día que nos llame de nuevo a su lado.
Los poemas de Las tentaciones de la luz, tienen un alto contenido espiritual, pero no son, de ninguna manera, ni exaltaciones místicas, ni alegorías religiosas ni especulaciones teológicas. El libro, aunque evoca directamente pasajes de las Sagradas Escrituras, nunca se desvía en doctrinas, prédicas ni alabanzas. Quien escribe, no se dirige al Creador que le dio la vida ni a los prójimos con quienes la comparte, sino más bien al fondo de su propia alma, capaz de descubrir que, en el largo camino recorrido en las afueras del Edén, aún en medio de la duda y el cansancio, le han sido reveladas verdades luminosas.
Un auténtico creyente solamente habla de Dios desde su experiencia. No se trata de lo que piensa, de lo que sabe, de lo que supone y, ni siquiera, de lo que cree. Va más allá: trata de lo que ha vivido en carne propia. El libro cita episodios bíblicos, no para evocar acontecimientos que ocurrieron hace mucho tiempo, sino más bien para mostrar su fresca actualidad. No son historias que Zingonia haya leído, sino experiencias que ha vivido. Y al repasar su camino, a lo largo del cual fue descubriendo que origen, rumbo y destino son una sola cosa, logró que esa bitácora íntimamente personal, llegara a ser universalmente humana. Quien entra en contacto con lo eterno, logra comprender su propia vida. Y quien comparte su experiencia espiritual con absoluta franqueza, logra narrar la vida de quienes lo escuchan.
La reacción en cadena, aunque clara, no deja de ser misteriosa. El dolor, la esperanza, la angustia, la duda, la alegría o la tristeza de cualquiera de los poemas de este libro, son los de Zingonia. Y, al leerlos, fueron los míos. Zingonia escribió el libro porque pudo hacer propias la tragedia o la dicha de los otros. Yo, cuando leí el libro, encontré que sus páginas parecían tener origen en mis propias vivencias.
En la última parte del libro, verdaderamente conmovedora, hay un Via Crucis que, a diferencia de los tradicionales, es más glorioso que doloroso. Al evocar la Pasión de Cristo, Zingonia no quiso enfocarse en lo sangriento del hecho, sino en el profundo acto de amor que se muestra en cada episodio. A cada estación del Via Crucis dedica un poema en que invita a posar la mirada sobre detalles poco apreciados de cada escena.
Leer Las tentaciones de la luz fue para mí una profunda experiencia espiritual que logró hasta iluminar ciertos momentos oscuros de mi memoria.
El libro, publicado por Ediciones Anamá, en Nicaragua, ha tenido muy buena acogida. Ha sido ampliamente comentado y ha logrado atraer la atención de un numeroso y variado público en distintos países de América Latina y Europa. Estoy muy agradecido con Zingonia por haberme concedido el honor de presentar su libro en Costa Rica. Sin embargo, lo que más le agradezco, casi tanto como el libro mismo, es la escueta dedicatoria de la primera página. Quizá para muchos ese sencillo: "a SFN" que aparece al inicio les parezca enigmático. Si ella no quiso poner su nombre completo, no voy a revelarlo, pero reconocí de inmediato, con gran alegría, que el libro está dedicado a un queridísimo amigo que tenemos en común, verdaderamente luminoso.
INSC: 2750
Osvaldo Sauma, Zingonia Zingone y yo, Carlos Porras, en la presentación de
Las tentaciones de la Luz. San José, Costa Rica. Setiembre 2018.

sábado, 18 de agosto de 2018

Lo corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio.

El acento corporal en Los elementos
terrestres de Eunice Odio. Miguel
Fajardo Korea y Aracelly Bianco.
Lara, Segura y Asociados.
Costa Rica, 2018.
El Centro Literario de Guanacaste se fundó el 20 de marzo de 1974. Pocos días después, el 23 de marzo de ese mismo año, trascendió la noticia de que la escritora costarricense Eunice Odio había sido hallada muerta en su apartamento en la ciudad de México. Esta coincidencia despertó el interés de los poetas guanacastecos por conocer la obra de esa compatriota cuyo nombre escucharon por primera vez al enterarse de su muerte.
Escritora incansable, Eunice Odio se dedicó al periodismo y a la crítica literaria y artística, pero acabó siendo recordada principalmente por su poesía.  Solamente publicó tres libros, el primero en Guatemala, el segundo en El Salvador y el tercero en Argentina, pero con ellos logró cosechar una verdadera legión de admiradores que ha ido creciendo al paso de los años. Aunque en la actualidad su poesía es considerada una de las joyas de la corona de la literatura costarricense, lo cierto es que durante su vida, tanto sus libros como su nombre mismo eran desconocidos en su país natal, del que se fue muy joven y al que nunca regresó. 
La única publicación de poesía de Eunice Odio que apareció en Costa Rica mientras ella aún vivía, fueron las páginas suyas que incluyó Carlos Rafael Duverrán en la antología Poesía Contemporánea de Costa Rica. El propio año de su muerte se estaba preparando la edición de un libro con sus poemas, que ella pudo corregir, pero no llegó a ver impreso. 
Su fama y su prestigio acabaron siendo póstumos y ella no tuvo oportunidad de enterarse del gran interés que su poesía, su pensamiento y su vida acabaron despertando entre sus compatriotas. Cuando se supo la noticia de su fallecimiento su nombre era casi desconocido. Pero poco a poco sus libros fueron publicados en ediciones de gran tiraje a precios accesibles, se recopilaron y editaron sus obras completas y constantemente sus creaciones son tanto motivo de deleite para los lectores de poesía como tema de análisis entre académicos. Sobre la poesía de Eunice Odio han aparecido investigaciones, artículos, ensayos, ponencias y tesis de grado.  La gran mayoría de estos estudios críticos se ha concentrado principalmente en El Tránsito de Fuego que, quizá por ser un libro verdaderamente complejo y misterioso, ha llegado a ser considerado su obra maestra.
Hemos llegado ya al punto en que los comentarios sobre su obra llenan muchísimas más páginas que su obra misma, pero como la riqueza, tanto de forma como de contenido de sus tres libros, continúa despertando el interés de los estudiosos, las publicaciones que se refieren a su obra, lejos de disminuir, cada vez son más numerosas y frecuentes.
Pese a todo lo que ya se ha dicho, el tema está lejos de agotarse. Cada nuevo estudio que aparece sobre la poesía de Eunice logra resaltar ciertos aspectos particulares que merecen ser observados con atención.  
Fascinante, misteriosa y atractiva, la poesía de Eunice Odio es, al mismo tiempo, explícita y enigmática, audaz y sutil, sublime y cotidiana, corporal y espiritual, celestial y terrena.
Como preámbulo a la celebración del centenario del nacimiento de Eunice (1919-2019) dos investigadores guanacastecos, Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco, publicaron, bajo el sello del Centro Literario de Guanacaste y Lara Segura Editores, un estudio titulado El acento corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio.
Echando mano de la perspectiva estilística de Samuel Levin, los investigadores analizan de manera meticulosa las referencias corporales, eróticas y sexuales presentes en Los Elementos Terrestres, primer libro de poesía de Eunice Odio, publicado en Guatemala en 1948.
Inevitablemente, por tratarse de una tesis de grado universitaria, la estructura y el estilo de este estudio se caracterizan aproximarse a la poesía de manera rigurosa y metódica, más que emocional. Sin embargo, incluso al ser puesta bajo la fría lupa de teorías y métodos, el calor de la poesía de Eunice sorprende, fascina y seduce.
Se ha dicho que Los Elementos Terrestres de Eunice Odio, es el primer libro de poesía costarricense explícitamente erótico. Su mérito, no obstante, ni empieza ni termina allí. Con abundantes ejemplos, citas textuales y comentarios, Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco dejan claro que, aunque el libro está lleno de imágenes sobre el cuerpo humano y el encuentro físico apasionado de una pareja de amantes, la pasión y el deseo latente en los poemas va mucho más allá de lo puramente carnal. Es poesía apasionada, pero a un nivel muy elevado. La unión de los que se aman es, además de física, espiritual, integral, total. Al lanzarse en brazos del otro, entregan todo su ser, no solamente su cuerpo. Lo erótico, en los poemas de Eunice, acaba siendo casi místico.
No se trata de una conquista, sino de una unión. No están, en estos poemas, ni el macho que arrebata y posee, ni la hembra que se entrega y se somete. Ambos atraen y son atraídos, seducen y son seducidos, desean y son deseados, manifiestan sus deseos, se atreven a satisfacerlos, buscan alcanzar el deleite tanto propio como de la pareja pero, en medio del intenso encuentro apasionado, queda claro que el cuerpo, o más bien los cuerpos, protagonistas de la unión, son el puente de una unión más perfecta y total, que los supera y los trasciende.
La lectura de El acento corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio, de Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco, es en verdad sorprendente. Se trata de crítica literaria académica, rigurosamente planteada y expuesta, que invita a apreciar todo lo que arde y deslumbra en el primer libro de poemas de la escritora costarricense que conquistó la atención de sus coterráneos cuando ya no estaba en este mundo.
A Miguel Fajardo Korea, fundador del Centro Literario de Guanacaste (que se fundó tres días antes de que trascendiera la noticia de la muerte de Eunice Odio), le agradezco que, aun sin conocernos en persona, haya tenido la gentileza de enviarme este valioso estudio que realizó junto con Aracelly Bianco. Me pareció en verdad un detalle hermoso que la amable dedicatoria que escribió en la primera página, estuviera fechada "23 de abril", que es el día del libro.
INSC: 2749

viernes, 6 de abril de 2018

La labor de una vida. Novela de Alberto Cañas.

Aquí y ahora. Alberto Cañas. Editorial
Costa Rica. Costa Rica, 1965. Incluye la
novela La labor de una vida.
Al romance entre un hombre viejo y rico, con una mujer pobre y joven, suele dársele, de manera casi automática,  la que pareciera es la explicación más evidente. El viejo anda en busca de placeres carnales con una joven de fresca belleza, mientras que la muchacha pretende que su amante, canoso y barrigón, le proporcione lujos y diversiones que ella no podría costearse.  Visto así, está claro que cada uno puede brindarle al otro lo que más le hace falta y la relación, mientras dure, será sostenida, en ambos extremos, por puro interés. La pasión y la generosidad suben y bajan juntas. A más cariñitos, más regalitos. A menor arrebato, menor patrocinio. 
Sin embargo, es probable que, en este tipo de relaciones, tanto él como ella, tengan otros motivos para estar juntos más allá del sexo y el dinero.
Don Alberto Cañas explora esa posibilidad en su novela La labor de una vida, que narra el romance entre Paco Castillo y Nina Molina. A Paco, ya con bastantes años encima, le ha ido bien en la vida, podría decirse que sin merecerlo, mientras que a Nina, en su breve existencia y también sin merecerlo, le ha tocado sufrir bastante. Para decirlo en términos costarricenses, Paco ha sido "derecho" mientras que Nina ha sido "torcida".
No faltará quien considere que una novela sobre el romance entre un viejo divorciado y una joven viuda no es más que literatura ligera. Al respecto cabe anotar que quien lea La labor de una vida simplemente para entretenerse y divertirse, no saldrá defraudado. La trama avanza a un ritmo acelerado que no deja espacio al tedio, cada uno de los personajes que aparece, así sea fugazmente, tiene su gracia y su encanto y la ráfaga de situaciones, absurdas y descabelladas pero muy comunes en este tipo de relaciones, están escritas de manera tan concisa y contundente que inevitablemente se acaban leyendo con una sonrisa en los labios.
Lo del supuestamente inevitable intercambio de sexo por dinero ni siquiera se menciona ya que, en el periodo que abarca la novela no se ha llegado a ese punto. Nina le da a Paco una que otra caricia y uno que otro beso, pero no pasa de allí. Paco, por su parte, la lleva a pasear y la invita a comer sin que que esas salidas impliquen gastos exorbitantes. 
Los detalles de cómo se conocieron y la forma gradual en que empezaron su relación son en verdad simpáticos pero tampoco vale la pena detenerse en ellos. Lo verdaderamente interesante es ir descubriendo por qué dos personas tan diferentes acabaron juntas. Más allá de la edad y el nivel de ingresos, los temperamentos y las experiencias de vida de Paco y Nina no podían ser más distintos. A Paco le había ido bien y a Nina le había ido mal pero, en ambos casos, eso fue un asunto de suerte más que de talento o esfuerzo.  Paco, propietario de una exitosa empresa comercial, era bastante tonto. Nina, empleada en un puesto humilde, era inteligente. Paco, que venía de una familia en que hubo hasta un prócer, cuyo horrible retrato su madre le enseñó a reverenciar desde que tuvo memoria, era ignorante. Nina, hija de un profesor de literatura, despeinado y con ropa mal planchada, era culta. Paco era débil, Nina era fuerte. Pero la mayor diferencia entre ellos radicaba en que Nina era una mujer independiente dispuesta a tomar sus propias decisiones que fue capaz, cada vez que lo consideró oportuno y necesario, de desafiar la autoridad de sus padres y de su marido, mientras que Paco había estado toda su vida bajo el control de su madre (que en la novela se llama simplemente "doña señora" porque el narrador confiesa que no hay manera que recuerde su nombre) primero, y de Elena, su esposa, después.
Pese a sus dificultades y su precaria situación económica, Nina había vivido a su manera, mientras que Paco, a pesar de sus millones, había estado sometido, casi sin darse cuenta, a la voluntad de otros. Su madre, Doña Señora, había dominado a Paco desde antes de concebirlo. Elena, su esposa, presumía ante sus amigas de tenerlo bajo control. Madre y esposa, no solo le escogían la ropa, las comidas y las actividades recreativas, sino que hasta lo obligaban a asistir a numerosos compromisos sociales y culturales sin tomarse la molestia de preguntarle si le interesaban o no.
Paco fue uno de esos niños que ni corren ni juegan, uno de esos colegiales de zapatos brillantes peinado con vaselina que nunca destacó ni en el estudio, ni en el deporte, ni en las travesuras; uno de esos maridos que no son más que la sombra de una señora que, por ser figura protagónica de la alta sociedad, tiene un compromiso distinto para cada día de la semana; uno de esos empresarios que acaban haciendo crecer el capital heredado por pura inercia.
Su divorcio, sobra decirlo, fue su liberación. Y mientras trataba de descubrir cómo se vive libremente, su mirada tropezó con las esculturales piernas de Nina. Sí, al principio la atracción fue puramente física, pero conforme la conociendo más a fondo, llegó a admirar su soltura al hablar y al actuar, su desenfado, su despreocupación, es decir, su libertad, que era lo que él andaba buscando.
Nina, por su parte, al principio también consideró el hecho de que una salida nocturna se disfrutaba más con alguien que, aunque no fuera muy buen bailarín, ordenaba todo tipo de bebidas y bocadillos sin preocuparse por el monto de la cuenta. Ella no pretendía ni aprovecharse de él ni crearle falsas expectativas, por lo que solamente aceptaba sus invitaciones de manera esporádica pero poco a poco fue encontrando atractivo a ese curioso animal, nacido y criado en cautiverio, que acababa de salir de la jaula y quería insertarse al mundo salvaje sin saber cómo. 
Aunque mantenían su relación en secreto ante sus respectivas amistades, llegó un momento en que se veían casi a diario. Ellos pertenecían a mundos distintos y, si la cosa continuaba, como todo indicaba que iba a suceder, sería inevitable que Nina le permitiera a Paco entrar en su mundo y Paco llevara a Nina a conocer el suyo. Ella, que tenía más arrojo, dio el primer paso. Un domingo, Paco faltó a su acostumbrado juego de golf semanal en el Country Club y se fue tomado de la mano de Nina a ver un partido de fútbol en el estadio. "A la gradería de sol", presumiría luego ante sus amigos, "que es donde uno se divierte más." 
Paco quedó encantado con el mundo de Nina. En las reuniones que organizaba su esposa para beber vinos caros y comer platos extraños con personajes importantes vestidos de etiqueta, Paco, que era anfitrión, se sentía excluido, casi expulsado del grupo. Pero la noche de año nuevo que pasó con Nina y su familia, comiendo carne asada en el patio de la casa, fue tan bien acogido que llegó a sentirse miembro de pleno derecho del clan.
Para introducir a Nina en su mundo, Paco preparó algo así como una escena de cenicienta. Invitó a Nina a un baile en el club más elitista, encopetado y exclusivo del país, al que asistiría toda la crema y nata, natilla y yogurt de la alta sociedad. Allí estarían todos los que viven preocupados por el qué dirán y todos los que siempre dicen algo. Le compró a Nina bolso, vestido, zapatos y joyas para que no desentonara. Todas las asistentes al baile irían arregladas de manera similar, pero Paco estaba seguro de que Nina acapararía todas las miradas por su frescura, belleza y juventud. Al entrar al salón del brazo de aquella hermosura, experimentó una deliciosa sensación de éxito al descubrir que Elena, su exesposa, a la que sentía la necesidad de eliminar de su vida, estaba allí presente. Paco sonreía satisfecho al imaginar los comentarios que, durante semanas, tal vez meses, todos quienes lo conocían acabarían repitiendo en cuanta oportunidad tuvieran.
Cuando la orquesta empezó a tocar música moderna y las parejas de viejitos fueron a sentarse, Paco supo que había llegado el momento de que Nina se luciera bailando los ritmos en que era especialista. Todos los presentes, con la boca abierta, quedaron perplejos, tanto por la gracia y el encanto de la muchacha, como por la audacia del destape de un Paco prácticamente irreconocible. Nunca lo habían visto sudoroso, nunca lo habían visto frenético, nunca lo habían visto despeinado y contento.
La novela queda abierta. No sabemos si Paco y Nina acabaron esa noche por primera vez en la cama, ni si su relación duró mucho o poco después de hacerse pública. Lo que sí queda claro, y es la principal razón por la que vale la pena leer esta novela, es que, más que un intercambio de sexo por dinero, el romance de Paco, viejo y rico, con Nina, pobre y joven, es la historia de dos personas que vivían en mundos distintos y, sin darse cuenta de lo compleja que era la situación, cada uno quería entrar al mundo del que el otro quería salir.
INSC: 2726

miércoles, 7 de marzo de 2018

Comentarios del Dr. Abel Pacheco.

Comentarios. Abel Pacheco. Editorial
Univisión, Costa Rica. 1988.
La trayectoria del Dr. Abel Pacheco está llena de cambios sorprendentes. De soldado pasó a ser médico, de director de Hospital a vendedor de ropa y de comentarista de televisión a Presidente de la República. Nacido en 1933, hijo de Abel Pacheco y Tinoco y María de la Espriella, tenía apenas quince años de edad cuando su tío, el Coronel Rigoberto Pacheco Tinoco, se contó entre las primeras víctimas de la guerra civil de 1948. El coronel Pacheco Tinoco, hombre muy cercano al Dr. Calderón Guardia, creyó que con apenas la compañía de unos cuantos hombres, podría capturar a don José Figueres Ferrer, pero cuando ingresó en el territorio controlado por los rebeldes, su audacia le costó la vida. 
Al igual que su tío trágicamente fallecido, Abel Pacheco fue desde joven un incondicional calderonista, al punto que, en 1955, siendo un joven de veintidós años de edad, fue uno de los soldados que acompañaron al Dr. Calderón Guardia en la arriesgada y fracasada aventura de invadir Costa Rica desde Nicaragua. 
Tras concluir sus estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, se desempeñó como médico rural en Guápiles y Puriscal. Escribía relatos breves y, en 1972, fue galardonado con el Premio Nacional Aquileo Echeverría por su libro de cuentos Más abajo de la piel. Se especializó en psiquiatría y de 1973 a 1976 fue director del Hospital Nacional Psiquiátrico. Cuando renunció a su puesto, abandonó también la práctica profesional y se dedicó al comercio. Cerca del mercado central de San José instaló una tienda llamada "El palacio del pantalón", que atendía personalmente y que acabó siendo famosa por su publicidad en la que un personaje, llamado "Desampa Jones" invitaba a vencer "la moda furris".  En los anuncios de televisión, luego de mostrar la oferta de pantalones y precios, "Chiricuto", un muñeco de ventrílocuo, exclamaba: "¿Pero qué más querés?"
El periodista Guido Fernández lo invitó a colaborar en la televisión como productor de microprogramas educativos como Un instante de poesía, Ayer y hoy en la historia y Leyendas y tradiciones nacionales. Le brindó también un espacio, de más o menos un minuto, para que hiciera algún comentario.
Las pequeñas producciones de poesía, historia, tradiciones y leyendas pronto dejaron de transmitirse, pero el microprograma "Comentarios con el Dr. Abel Pacheco", estuvo al aire durante veinticinco años, de 1976 a 2001.
El formato era sencillo. Aparecía el Dr. Abel Pacheco sentado y mirando a cámara y, tras saludar con un invariable "¿Qué tal amigos?" se refería luego a algún hecho curioso al que intentaba sacarle una enseñanza o una moraleja y cerraba con un también invariable "Muchas gracias."
Como no se refería a temas de actualidad ni a acontecimientos recientes, sus comentarios nunca llegaron a generar polémica por su contenido. Su estilo, indiscutiblemente y, tal vez, hasta involuntariamente cómico, llegó a ser objeto de imitaciones jocosas.  Eran frecuentes parodias como: "¿Que tal amigos? En la Universidad de Michigan descubrieron que si se meten cuatro gatos en un saco y se sacan dos, quedan solo la mitad de los que había al principio. Muchas Gracias."
El Dr. Abel Pacheco se convirtió en un personaje popular. Era un señor mayor, sereno y de hablar pausado que lograba ser ingenioso al comentar, en un minuto, temas sin importancia.
Se involucró entonces en política. En 1994 fue candidato a vicepresidente, pero su partido perdió esas elecciones. Su paso como diputado por la Asamblea Legisletiva, de 1998 a 2002, se caracterizó por su silencio, ya que no hacía propuestas ni objeciones y, prácticamente, se limitaba a votar sin intervenir en los debates. Sin embargo, a pesar de que su papel como legislador no fue brillante, Pacheco ganó las elecciones presidenciales del año 2002. Su participación en los debates durante la campaña fue, como su programa de comentarios, de poco contenido en el fondo y de expresión chistosa en la forma.
Durante sus cuatro años como Presidente de la República, diversas personas se turnaron en la labor de coordinar la labor del gobierno, mientras don Abel, como lo llamaban, se limitaba a soltar de vez en cuando alguna de sus clásicas salidas de tono. Cuando leía los discursos era evidente que habían sido escritos por otros mientras que, cuando improvisaba ante un micrófono quedaba claro que de él no se podía esperar más que frases jocosas e ideas extrañas. Como los que planeaban, decidían y realizaban las acciones de su gobierno eran figuras de segundo nivel, cada vez que algo salía mal el presidente se disculpa diciendo "Me embarcaron".  Algunas de sus acciones y declaraciones fueron más allá de lo que los costarricenses estaban acostumbrados a ver natural en él, como cuando integró a Costa Rica, país que no tiene ejército, en la coalición que invadió Irak y, al ser consultado por la prensa dijo que prefería que murieran niños irakíes en vez de niños americanos.
Este reportaje calificó a Abel Pacheco,
como el recreo de la T.V.
En el año 2005, por cierto, se cumplieron los cincuenta años del último conflicto bélico en la historia de Costa Rica, pero el aniversario no fue conmemorado por el gobierno debido a que el Presidente había sido uno de los soldados invasores de 1955.
Desde que terminó su período presidencial, Abel Pacheco se ha mantenido retirado de la vida pública y solamente en muy raras ocasiones ha brindado declaraciones a la prensa. Cuando lo ha hecho, sin embargo, ha mantenido su fórmula de dar rodeos sin extenderse mucho, nunca referirse a nada concreto, contar una historia extraña y rematarla con alguna expresión ingeniosa y sorpresiva.
Ese es, en todo caso, la imagen de Abel Pacheco que perdura. Abel Pacheco no es recordado como soldado, ni como médico rural, ni como psiquiatra, ni como escritor, ni como vendedor de pantalones, ni como diputado y, ni siquiera, como Presidente. Todo eso pasa a segundo plano. Abel Pacheco es, ante todo y sobre todo, el personaje de los comentarios de televisión.
Aunque su microprograma se miraba sin gran atención y lo que decía se olvidaba casi de inmediato, recuerdo un par que fueron verdaderamente disparatados. Una vez, mencionó que en un zoológico dos animales (macho y hembra) que habían nacido en cautiverio parecían no estar interesados en aparearse y sugería que les mostraran videos de ejemplares de su especie en libertad teniendo relaciones sexuales para estimularles el deseo. En otra ocasión propuso que todos los orinales deberían tener una mosca pintada para que los hombres se concentraran en apuntarle y, de esa forma, no orinaran afuera. Remataba el comentario diciendo que, si alguien tenía problemas para orinar, para solucionarlo simplemente debía ponerse a repasar mentalmente las tablas de multiplicar ya que, en sus estudios de medicina y psiquiatría había aprendido que la función mental que regula la capacidad de orinar y la de multiplicar se encuentran en el mismo lugar del cerebro y una estimula a la otra. 
Cuando ya el programa de televisión había desaparecido y su gobierno había terminado, tuve la suerte de encontrarme, en una tienda de libros usados, un pequeño tomo, publicado por Univisión Canal 2,  con una recopilación de sus comentarios. El libro entero se puede leer en apenas un momento, ya que las páginas se pasan tan a prisa como las de una revista de barbería. Su lectura tampoco requiere mucha atención ya que, francamente, del libro no se espera nada. No se espera una prosa elegante ni agradable, tampoco una idea novedosa ni un reflexión profunda y ni siquiera, un dato revelador o una información sorprendente. Más bien, de alguna manera está claro desde el principio que todos los hechos que se mencionan son falsos, tergiversados, inventados o tienen como fuente alguna otra publicación de dudosa credibilidad. En la inmensa mayoría de los casos, todo lo dicho raya en lo inverosímil. Está claro que las historias que cuenta sobre el hombre más rico o el más gordo del mundo, no son comprobables ni ciertas, pero en todo caso, eso carece de importancia. La recomendación de llevar en el bolsillo un aerosol de gas picante, cuando se va de paseo por los bosques de América del Norte, para poder defenderse del ataque de un oso, está muy lejos de ser un buen consejo. 
En el libro, cuenta una versión libre de la leyenda guatemalteca del caballo de Hernán Cortés, afirma que en América Latina hay muchos pobres porque ser rico es considerado de mal gusto y recomienda a las mujeres dejar de fumar ya que la nicotina, al actuar sobre el ovario, hace que les aumente el vello facial y les salga barba y bigote.
La historia del gánster sueco cuyo corazón fue reemplazado por un aparato mecánico y, gracias a esa operación, logró librarse de una condena, ya que la ley de Suecia considera a un hombre muerto cuando su corazón deja de latir, es una de las más memorables.
Es evidente que Abel Pacheco llegó a ser Presidente de la República porque, gracias a sus comentarios, se había convertido en un personaje muy conocido que entretenía con sus extrañas historias y le resultaba simpático a la gran mayoría de la población. Tras repasar el libro de sus comentarios, lo que no queda claro es cómo alguien pudo haber creído que el autor de esas páginas sería capaz de gobernar un país.
INSC: 2694

lunes, 26 de febrero de 2018

María sin casa y sin amo. Novela de Alejandra Gutiérrez.

María sin Casa y sin Amo. Alejandra
Gutiérrez. Editorial Costa Rica.
Costa Rica, 1980.
María Espino, la protagonista de la novela María sin Casa y sin Amo, de Alejandra Gutiérrez, ha sufrido tanto que se ha convertido en poco más que una sombra. Pese a ser una sobreviviente de mil tragedias, ha llegado a ser un fantasma en vida que, en distintos lugares y circunstancias, ha enterrado a sus hijos, a sus amigos y a sus amantes. Perdió a sus hijos en las guerras, le quemaron su casa cien veces, la desterraron y, para poder regresar a un paisaje que le fuera familiar, aunque ya no quedara en él nadie que la recordara, debió darle la vuelta al mundo.
Al principio del relato la encontramos cerca del río. Ella hubiera querido contemplar, desde la orilla, su propio cuerpo dejándose llevar corriente abajo. Imagina que recogerían más abajo, hinchada y mordida por los peces. Pero la novela  no es, como parece de primera entrada, la crónica de un suicidio, sino la bitácora de un largo viaje a través del tiempo, del espacio y de las emociones.
Para quienes gustan de datos concretos, se puede consignar que la novela está ambientada en Chile. Varias pistas así lo indican. Sin detenerse en descripciones y casi sin mencionarlos, de alguna manera se adivina la presencia de los altos montes y el desierto. La protagonista suspira porque haya "tanta vida y tanta muerte en un país tan pequeño y delgado". Se citan, repetidas veces, versos de Gracias a la Vida, de Violeta Parra. En algún momento aparece un carabinero, la protagonista se abriga con poncho y de vez en cuando, entre las pocas palabras que dice en voz alta, utiliza expresiones coloquiales chilenas. Sin embargo, más que un sitio geográfico concreto, los episodios de la novela ocurren dentro de la memoria de María, un espacio que ha llegado a ser caótico y confuso, en que las imágenes, los hechos y los diálogos se suceden de manera incoherente e inconexa. 
No es posible brindar una semblanza cronológica de los hechos. En esta novela, uno no sabe qué ocurrió primero y qué pasó después. Ni siquiera está clara la distinción entre lo ocurrido y lo imaginado, puesto que en la mente de María hay una mezcla de recuerdos, pesadillas, alucinaciones y anhelos. En el recuento de su viaje, no se sabé si va al norte o al sur, si se aleja o regresa, qué le sucedió de ida y qué de vuelta, a dónde va ni de dónde viene. 
Abrazando con fuerza su guitarra, para protegerla de los bamboleos de la carreta, María, ante la avalancha de recuerdos que no la dejan ni un minuto en paz, repasa la conversación que sostuvo con el caballo del carabinero y evoca al viejo misterioso, que hacía agua por los ojos mientras sus manos se convertían en raíces, hasta que solamente quedó su sombrero al lado del camino.
Cuando lo imaginario se torna real, lo real deja de serlo. María llora, pero aquello no era llanto, reza, pero aquello no era un rezo. 
En el fondo, María es el único personaje de la novela. Sus hijos, amantes, esposos y parientes, no son más que recuerdos borrosos. El cojo, el caballo del carabinero, los compañeros de viaje en la caravana, que muy probablemente ni siquiera existan, sino que hayan sido creados por su imaginación, pasan frente a ella como sombras y acaban disolviéndose como sal, o azúcar, en el agua.
Hay, en la novela, alguna referencia social planteada de manera muy sutil. Los que sufren, como multitudes opacas, marrones o grises, marcharon tras una bandera roja con la aspiración de hacer "el hombre nuevo". Solamente María, la loquita, se atrevió a preguntar si "la mujer nueva" formaba también parte del plan.
El libro está lleno de imágenes sugerentes que, muy probablemente, esconden un buen número de mensajes ocultos. Quien ahonde en los simbolismos que pudieran encerrar los diversos elementos de la novela encontrará, sin duda, amplio material para profundos temas de reflexión. No es mi intención descifrar todo lo que en esta obra hay de misterioso. Una narración literaria, por enigmática que sea, no es un acertijo y, en todo caso, como decía Max Jiménez"todo esto está escrito de manera distinta para cada uno."
Al terminar de leer María sin casa y sin amo, lo que queda no es el recuerdo de una historia convencional con planteo, desarrollo y desenlace, sino más bien la sensación de haberse sumergido en un sueño algo confuso en el que el sufrimiento acecha, la huida es constante y la esperanza está aún viva.
INSC: 2723
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