jueves, 26 de marzo de 2015

Una casa en el barrio del Carmen.

Una casa en el barrio del Carmen. Alberto Cañas.
Novela. Editorial Costa Rica. Cuarta edición.
1978.
Inevitablemente, las ciudades crecen y se transforman. El destino de los pequeños pueblos que rodean a las ciudades en crecimiento es convertirse en sus suburbios. Los barrios residenciales dentro del casco urbano, ya sean de casitas humildes y populares o de caserones de abolengo llenas de historia, tarde o temprano acabarán convirtiéndose en zonas comerciales. 
Los viejos habitantes del centro, que han pasado su vida entera en la misma casa, viven en un doble tiempo. De la puerta hacia afuera todo ha cambiado, los vecinos han muerto o se han ido a otro sitio. Cada vez el tumulto callejero es más numeroso pero con menos caras conocidas. Sin embargo, de la puerta hacia adentro el tiempo parece haberse detenido, ya que viven en el mismo espacio, con los mismos muebles y la misma rutina de toda la vida. 
Brígida y su hermano Eusebio, ambos solterones y ya de edad avanzada, son unos personajes de otra época que residen en una espaciosa casona esquinera en el Barrio del Carmen. Todo, en esa casa, empezando por sus habitantes, parece provenir de tiempos inmemoriales. Los espaciosos dormitorios tienen biombos, la enorme mesa ovalada del comedor está cubierta por un mantel tejido por la propia Brígida en sus lejanos años de juventud y, además de los bizcos retratos de los antepasados, las paredes están decoradas con viejas y oscuras pinturas al óleo. Rosa, la cocinera, de edad indefinible, trabaja en esa casa desde el nacimiento de Eusebio. A los dos hermanos y la doméstica los acompaña una lora que es el único ser viviente en la casa que, de vez en cuando, hace un poco de ruido. Hace años que dejaron de recibir visitas. De hecho, ya casi no conocen a nadie ni nadie los conoce. La única salida de Brígida es a la misa matutina en la iglesia del Carmen. Eusebio, que trabajó toda su vida como burócrata de medio pelo, acaba de pensionarse y no sabe qué hacer durante todo el largo día. 
Las perspectivas a futuro parecen evidentes. Brígida, Eusebio, la doméstica y la lora morirán eventualmente y, entonces, algunos parientes lejanos que ni siquiera los frecuentaban, harán todo lo que la ley les permita para apropiarse de la casona, tirar todos los trastos inservibles que haya dentro y vender el inmueble a precio de oro, ya que es amplio y está bien ubicado. 
Pero los acontecimientos se precipitan. Dos parientes, cada uno por su lado, deciden no esperar la muerte de Eusebio y Brígida y, jugándoles sucio, empiezan sendas maniobras para despojar a los ancianos de su propiedad. Los planes y las tácticas de cada uno de ellos son distintas, ninguno está al tanto de las movidas del otro, pero ambos esperan hacer el negocio de su vida a costa de los viejos y sin darles nada de las ganancias. 
Pablo Alvarado, cuñado de los viejos, había traspasado una hipoteca sobre la casona a un tercero para que la rematara. Su plan era que Brígida y Eusebio perdieran la casa para luego venderla, siempre por medio de terceros, a una institución del gobierno para que construyera un edificio de oficinas.
José Eduardo León, yerno de don Pablo, estaba haciendo lo suyo para que una compañía norteamericana se apropiara de la casona para convertirla en una estación de gasolina. Brígida y Eusebio, al percatarse de que existe el riesgo de perder su casa, tratan de mover sus contactos (que son casi inexistentes) para conseguir el dinero necesario para evitar el remate. El par de viejos ni siquiera saben de dónde vienen los tiros y, cómo hay dos procesos independientes, les resulta difícil comprender el panorama.
Esta novela breve de Alberto Cañas es de ritmo veloz y tensión creciente. Las descripciones de los espacios y situaciones, así como las historias particulares de todos los personajes son una delicia de ingenio y humor, pero don Beto no se detuvo más que lo estrictamente necesario en los detalles. Esta novela es pura acción acelerada y da la impresión de estar contada a toda prisa. No hay tiempo que perder: a Chebito y a Brígida se les acorta a cada minuto el plazo para encontrar una solución y uno, como lector, siente la misma angustia y la misma urgencia que ellos por llegar cuanto antes al desenlace. En cada página surge alguna esperanza de un final feliz y, en cada página también, parece que todo está perdido y que los viejos van a acabar en la calle. El final es sorpresivo y agridulce. Las maniobras truculentas se destapan y, gracias a un giro inesperado, Eusebio y Brígida logran tomar el sartén por el mango, la propiedad acaba vendiéndose pero el dinero acaba íntegro en sus manos. Ni Pablo Alvarado ni José Eduardo León ganan un centavo. Brígida y Eusebio cayeron en una trampa pero, como los gatos, cayeron de pie.
Aunque don Beto Cañas es muy respetado en Costa Rica como periodista y como dramaturgo, muchos consideran que sus novelas no son de gran relevancia. Yo no comparto esa opinión. Para mí las novelas de don Beto, Los Molinos de Dios, Feliz año Chaves Chaves y Una casa en el barrio del Carmen son obras realmente meritorias, tanto en estilo como en contenido. En estas tres novelas, la sociedad costarricense es tanto el tema como el público. Don Beto escribe sobre Costa Rica para los costarricenses y, en las tres novelas, el tema central es la transformación. Las cosas ya no son como antes y nunca volverán a serlo. Todo lo que aprendimos en el pasado que dejamos atrás, apenas nos sirve para lograr sobrevivir en la realidad que tenemos por delante. Nada detiene el paso del tiempo ni los cambios que su marcha trae consigo. Esta novela es un buen ejemplo. Fue publicada en 1965 cuando todavía quedaban algunos ancianos habitando las casonas señoriales del centro de San José. Al final de la novela, Chebito y Brígida se mudan al barrio Escalante y la misa diaria de Brígida pasa de la iglesia del Carmen a la de Santa Teresita. Lo irónico es que hoy, el avance de la actividad comercial josefina ya ha llegado hasta barrio Escalante, donde muchas de las casonas han sido convertidas en bares, restaurantes, tiendas y oficinas. Los barrios de San José son barrios casi sin niños y sin jóvenes. Muchas de las casonas espaciosas son habitadas por ancianos como Eusebio y Brígida, que ni reciben visitas ni frecuentan a sus parientes, pero que sospechan que en algún momento su casa acabará convertida en edificio de oficinas o estación de gasolina.
INSC: 0670

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