80 años no es nada. Alberto Cañas Editorial Universidad de Costa Rica 2006. |
La energía que lo llevó a emprender desde su juventud de liceísta
proyectos de la más variada índole, unida a su inteligencia privilegiada y a su
temperamento firme, acabó convirtiendo a Alberto Cañas Escalante en una de las
figuras (ya podemos decir históricas) más brillantes de la Costa Rica del Siglo
XX.
Escritor, abogado, político, diplomático, académico y periodista, su
labor fue pionera y transformadora en cada una de sus facetas. Fue fundador del
Bufete Facio y Cañas, de los partidos Liberación Nacional y Acción Ciudadana, de los periódicos La Nación, La República y
Excelsior, de la Compañía Nacional de Teatro, del Ministerio de Cultura, de la
Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva y del Colegio de Periodistas.
Miembro del Centro de Estudio para los
Problemas Nacionales, ha sido ministro, diputado, embajador, Presidente de la
Asamblea Legislativa y secretario de la Junta Fundadora de la Segunda
República. Además fue director de la Academia Costarricense de la Lengua, de la
Editorial Costa Rica y de la EUNED.
Durante su larga vida, le tocó ser testigo y protagonista de muchas
transformaciones. En su faceta de literato, además, se ocupó casi podríamos
decir obsesivamente, del desarrollo del país.
Aunque inició su carrera de escritor en 1946 con un libro de poemas
titulado Elegía Inmóvil, nunca más volvió a publicar poesía y se dedicó
al teatro, la novela y el cuento. En
2004, con la publicación, por parte de la Editorial de la UCR, del libro de
cuentos Tanto esfuerzo para nada, dio por terminada su obra literaria.
Conocedor y estudioso, como pocos, de nuestros problemas, nuestra
historia y nuestro presente, tal parece que don Beto, a través de sus escritos,
lo que pretende es retratar, interpretar y comprender la personalidad y la
realidad costarricense.
Aunque es apreciado ante todo como dramaturgo y cuentista, soy de la
opinión de que es en sus novelas donde resulta más evidente su mirada
escrutadora a una sociedad que para él, como escritor, es al mismo tiempo su
tema y su público.
Al leer sus novelas, una
idea queda clara: este país está cambiando. Estará por verse si para bien o
para mal, pero el tiempo no tiene marcha atrás y las transformaciones
sorprenden a los protagonistas que creían estar en un mundo estable y los
obligan a reaccionar a prisa, con la conciencia de que se juegan el futuro.
Chebito García, en Una casa en elBarrio del Carmen, se ve en apuros para evitar que la antigua casa de su
familia se convierta en una estación de gasolina. Un ingenuo diputado rural, en
Feliz año Chaves Chaves repasa la
víspera de año nuevo la bucólica vida de su pueblo, San Luis, que está a punto
de cambiar abruptamente por uno de esos mega proyectos que, de cuando en
cuando, se discuten en la Asamblea. La tía Tila, en la formidable novela
cafetalera Los Molinos de Dios,
descubre con asombro cómo cada generación de su familia anda de modo diferente
por caminos distintos. Todos los personajes de sus novelas observan que en
Costa Rica ya nada es como antes y nunca volverá a serlo. La lectura de sus
novelas, más que un ejercicio de nostalgia, lo que hacen es invitarnos a
reflexionar sobre lo que éramos y en lo que estamos convirtiéndonos.
Don Beto es el cronista de la transformación y no deja de resultar
simbólico que el escritor que fue capaz de novelar la historia de Costa Rica
desde los cafetaleros que jugaban gallos con don Juanito Mora hasta los ejecutivos
que hacen alianzas estratégicas con empresas globales, haya sido además, una
figura clave en el desarrollo de nuestro país. La transformación de Costa Rica
don Beto la presenció, la vivió, en muchos aspectos la realizó y, por si fuera
poco, la contó.
Alberto Cañas Escalante. Don Beto. 1920-2014. Dramaturgo, cuentista, novelista y, para completar todos los géneros literarios, autor de un libro de poemas. |
Sin embargo, una cosa es clara: esa transformación de nuestro país de
la cual él fue tanto cronista como protagonista, no fue de su agrado. La Costa
Rica que llegó a ver Alberto Cañas Escalante en el Siglo XXI no es la que él
había imaginado, setenta años atrás, con sus compañeros de sueños y de
esfuerzos. Los jóvenes que, como él, rodeaban a Rodrigo Facio y planeaban la
Costa Rica del futuro, al llegar a viejos no les quedó más que resignarse al
hecho de que los acontecimientos tomaron otro rumbo.
Son muchas, muchísimas, las cosas que este país debe agradecerle a don
Beto Cañas abogado, político, académico o periodista. Al literato le debemos el
ingenio de su teatro y el delicado humor y sentimentalismo de sus cuentos.
Pero al Beto Cañas novelista Costa Rica le debe la oportunidad de mirar
su historia en un retrato hecho con tanto cariño como sentido crítico, con
tanta nostalgia por el pasado como apertura hacia el futuro, con tantas
revelaciones como advertencias.
Sus memorias, tituladas Ochenta años no es nada, fueron publicadas en 2006, cuando ya don Beto contaba con ochenta y seis años de edad. En ellas, además de hacer su recuento personal e íntimo de los grandes proyectos en que se vio involucrado, cuenta sabrosas anécdotas personales tanto suyas como de quienes tuvo cerca.
La memoria de don Beto era prodigiosa. Cuando hablaba de un libro, parecía que acababa de leerlo, cuando hablaba de una película, parecía que acababa de verla y cuando hablaba de un acontecimiento parecía que acababa de ocurrir. La pluma de don Beto, periodista por más de sesenta años y activo en el oficio con su columna Chisporroteos hasta el final de su vida, es de una fluidez y una capacidad de síntesis envidiable.
Su hermana mayor, Amalia, aprendió a leer ella sola sin que nadie le enseñara a los cinco años de edad. Nunca se supo cómo lo hizo. Casi simultáneamente realizó otra hazaña mayor, le enseñó a leer a don Beto cuando él solamente tenía tres años de edad. Dice don Beto que su casa no era una casa con muchos libros, pero sí con muchos lectores. En calidad de niño prodigio fue invitado, a la edad de cuatro años, a leer en voz alta ante don Ricardo Jiménez Oreamuno, el primer Presidente de la República que conoció.
Hay tanto que subrayar en las memorias de don Beto, que más que citar episodios hay que invitar a leerlas.
Costa Rica es un país pequeño en que todo el mundo se conoce. Aquí no se admira a nadie a la lejanía, sino desde la proximidad. Don Beto obtuvo, casi desde su juventud, el mayor honor y tributo que se concede en esta aldea: ser tratado de "don" pero con diminutivo. Al fundador de la Segunda República, José Figueres, lo llamábamos Don Pepe. Tanto el escritor Francisco Zúñiga como el pintor Francisco Amighetti, eran conocidos como don Paco. El líder de la guerra contra los filibusteros, Juan Rafael Mora, era don Juanito. Todos los costarricenses, simpatizantes o adversarios, llamaron siempre a don Alberto Cañas Escalante como don Beto.
Para terminar, quisiera mencionarle, a quienes nunca lo trataron en persona, lo accesible y amable que era. Su voz fuerte y ronca, la contundencia de sus frases lapidarias y lo definitivo que solía ser en sus afirmaciones, espantaron a muchos que, por no atreverse a cuestionarlo, acabaron perdiéndose la oportunidad de gozar de una charla amena, respetuosa y divertida con él.
Las apariencias engañas. Don Beto era un hombre muy cortés y, aunque parezca difícil de creer, era especialmente cortés con quienes no estaban de acuerdo con él. Una vez dijo: "A mí me gusta encanta discutir, pero no hay con quién."
Cuando uno tenía una diferencia de criterio con don Beto y se animaba a discutirle, él escuchaba atento. Luego soltaba algunos filazos, siempre contra el argumento, nunca contra la persona que lo sostenía y, al final, a la hora de la despedida, ya en privado, al extender su mano decía: "No estoy de acuerdo con usted, pero espero que nada de lo que dije lo haya molestado y, si algo lo molestó, me disculpo."
Don Beto conversaba con todo el que se le pusiera por delante. Si uno le escribía un correo electrónico, respondía el mismo día y si uno lo llamaba (su número estaba en la guía telefónica) siempre era él quien contestaba. Una vez, don Beto publicó en Chisporroteos que la Constitución Política debería ser más exigente en los requisitos para los cargos de elección popular. Le parecía una barbaridad que la Constitución solo pusiera como requisito para ser Presidente de la República saber leer y escribir. Yo me atreví a escribirle para aclararle que la Constitución solo exige tres requisitos para ser Presidente de la República: 1. Ser costarricense por nacimiento. 2. Ser seglar. 3. Ser mayor de treinta años. Por tanto, saber leer y escribir no es un requisito para ser presidente. Don Beto me respondió: "Don Carlos" (siempre me trató de don) "tiene usted razón. Gracias por explicarme por qué (y aquí mencionó el nombre del presidente de aquel entonces) pudo llegar a ser presidente.
Era ingenioso, de mente y palabra rápida, sabio, culto, amable y divertido. Cuando uno conversaba con él, uno siempre aprendía algo. Cuando no discutía con él, siempre lo hacía a uno sonreír.
Ahora que don Beto no está con nosotros, al menos tenemos la oportunidad de disfrutar de sus memorias. Leerlas es como conversar con él.
Del álbum de recuerdos. Aquí estoy con don Beto en un homenaje que le organicé en el 2002. |
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